miércoles, 24 de junio de 2009

YURIA 53





Gabriel Gallegos es un inconforme con las técnicas y recurre a una y otra por esa necesaria búsqueda de contar las cosas de distinta manera, de no repetirse e invertarse cada vez que esculpe o pinta.
Recurre al figuratísmo, al realismo y a la abastracción simbólica para contarnos lo que ve y ronda en su imaginación: la desolación del mundo, la rica simbología mítica, los recurrentes recuerdos de su niñez, las fantasías del amor y el erotismo.
En la pintura se observa desde los debates de la fuerza de la razón hasta los seres mítico-cósmicos. Las sombras como las luces son profundamente luminosas y dan cuenta de la alegría de los cuerpos o del temor y terror de ciertos actos humanos.
En la escultura, logra por medio de la madera, el mármol, el bronce y la piedra; reflejar la vida interior de sus personajes.
La escultura de Gallegos es resultado del conocimiento esencial de los cuerpos esculpidos con un realismo que posee la poderosa fuerza de quien se ha sumergido en las entrañas del ser, en los modos del ser del hombre.
Sensualidad, erotismo y amor es la confluencia indispensable que le da sentido a su obra, y le permite soportar las torturas de la soledad, las afugias y agonías de la existencia humana.

Ricardo Cuéllar Valencia









Gabriel Gallegos, la parte y el todo
Gustavo Ruiz Pascacio


La pintura de Gabriel Gallegos, ha privilegiado siempre la bondad de las formas y el arraigo de la luz. Su pincel despliega y reúne, a la vez, la caprichosa geometría de la naturaleza bajo el impulso de la creación interior. Se trata de una obra cuya búsqueda presenta resultados notorios, sea figurativa, abstracta, simbólica o realista. La ronda de la imaginación en la plástica de Gallegos es una traslación de nuestro modo de ser, a golpe de color, como bien ha titulado su muestra más reciente, expuesta en noviembre de 2006 en la galería del Centro Cultural de Chiapas Jaime Sabines. Su pintura representa, junto a la de otros destacados artistas, una importante e inapartable articulación del pulso de las tres artes visuales en el Chiapas contemporáneo.
Gabriel Gallegos es el artista de los entrecruzamientos humanos desplegados al paso de lo onírico; de ahí que parte de su obra pictórica asemeje el velo de la ensoñación de los rostros, la sugerencia del cuerpo y la impactante cauda de la naturaleza cósmica. Para Gallegos, la pintura es una suerte de canto cósmico donde macrocosmos y microcosmos comulgan en referente extremo.
Ese referente extremo le ha permitido también la incursión en la escultura, disciplina poco confesa como abanico mayor en las artes visuales de Chiapas. Modo del mundo que traslada lo pétreo, la madera o el metal a una instancia anímica y emocional de los rostros al encuentro con el dolor de sí, el palpo del abandono, la aparente privación de lo humano o la mirada infinita de sus personajes. En la escultura de Gallegos lo mismo asistimos al grito desgarrador del mundo que a la re-composición volumétrica del ritmo cósmico. La parte y el todo del creador. Su decir y su hacer al que aluden los versos de Paz. La Summa de su ser en cada una de sus partes, más allá de sus partes.

Tuxtla Gutiérrez
Barrio de San Roque
Abril de 2009









Un destello de luz

Cada día en la soledad de mi trabajo intento comprenderme, reflexiono a veces en la muerte, el destino, en el constante acoso de la vida, en lo bello que es el mundo.
Invento a diario mis anhelos, mi esperanza, mi paleta de luz, a un Dios que siento mío en forma abstracta.
Busco entonces libertad en mis ideas e intento entre sombras y líneas dar color a la luz y forma al universo mío.
Bajo la calma del sueño, calma lunar de la luminosa noche, nada vive sino el ojo, profundizando inútilmente el infinito. Como un destello de luz, me imagino, mi inspira y me conforta que siento el impulso de querer expresarte a ti, lo inexplicable.

Gabriel Gallegos





Gabriel Gallegos Ramos

Nació en Tuxtla Gutiérrez , Chiapas el 20 de mayo de 1959

En 1977 realizó sus estudios en arquitectura en la Universidad Autónoma Metropolitana. México. D.F.

En 1980 en la escuela de Bellas Artes “La Esmeralda” estudió pintura y escultura. México, D.F.
En 1985 trabajó para el Instituto Nacional de Antropología. Restauración para la
Catedral Metropolitana (rescate del Centro Histórico). México D. F.
En 1986 trabajó para el Instituto Nacional de Antropología. Restauración de las ruinas de Monte Albán (preservación de Patrimonios Históricos). Oaxaca, Oaxaca.
1980 Expuso en la Casa de la Cultura de Mexicali, Baja California.
1986 Presentó “De Sur a Sur” Centro Cultural Recolecta, Buenos Aires, Argentina.
1988 The Magic of the mayan Jungle Swiss Bank Center. Washington D.C.
2000 “Cinco Siglos de Plástica en Chiapas”, Centro Cultural Jaime Sabines. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.
Desde 1984 ha realizado varias obras escultóricas en el estado de Chiapas, monumentos y bustos en bronce así como murales.
Ha ilustrado obras literarias de autores mexicanos y extranjeros.









lunes, 15 de junio de 2009

Yuria 52












Yuria 51


Dibujos del Renacimiento. Colección de la Bibliotheque Nationale de France

Vasari, en su obra más emblemática, Vidas (1550), consideraba el dibujo como “el padre de las tres artes mayores”, es decir, la arquitectura, la escultrua y la pintura, y, de hecho, en aquella época el dibujo se convirtió en la base de todas las expresiones artísticas, e incluso adquirió la categoría de obra de arte autónoma.
En esta colección se presenta un sugestivo recorrido por el siglo XVI, un siglo en el que se asientan los orígenes de la modernidad y al que la historiografía tradicional ha calificado como el del Renacimiento y el manierismo.




DELIRIO OBLIGADO, ALUCINACIÓN OPTATIVA

Mariana Rodríguez Espinoza


Constantemente nos estamos enfrentando a largas ausencias mentales. A propósito nos sumergimos en libros que lograran colocarnos en mundos posibles, diferentes y algunas veces mejores a los nuestros. Estas simples acciones que logran abstraernos del mundo se realizan de una manera conciente, con la certeza de tener la capacidad de retornar al mundo real y poner en pausa esas abstracciones para seguir con nuestra rutina.
No siempre es así, algunas veces nos damos cuenta que ya no hay vuelta atrás, y que la locura nos ha seducido de tal manera que será muy difícil librarse de sus mirada profunda. La razón se desnuda con placer.
Esto es lo que le sucede a la protagonista de Delirio: Agustina se encuentra perturbada, ausente. De una manera ella ha logrado penetrar un abismo negro, un agujero que está en alguna parte de su cerebro, tal vez algún lóbulo ha decidido renunciar a sus labores habituales y le abre la puerta a nuevas realidades.
En la narración, Aguilar, su marido, logra contagiarnos su curiosidad por saber el inicio de esta locura, esta curiosidad evoluciona y se convierte en un deseo obscuro, motivado tal vez por los diferentes narradores que aparecen ante nosotros.
Uno de ellos es el abuelo de Agustina, Nicolás Portolinus, él será el encargado de colocar en la palma de nuestra mano el pasado de la familia de Agustina, y de esta manera reflexionamos sobre la teoría de una locura heredada. La esquizofrenia, la paranoia, tal vez sean simples dictámenes de nuestro ADN.
De repente todo se fragmenta en pedazos, sobre todo cuando Agustina toma la batuta de la historia y relata su infancia, como narradora, crea una nueva atmósfera, llevándonos a una niñez llena de espejismos, memorias atrevidas además de una fuerte incertidumbre por no saber si la inocencia combinada con la sexualidad, ha sido la culpable de despertar una homosexualidad temprana por parte del hermano de Agustina, Bichi. Estos hechos se anidan en el inconsciente de Agustina, creando tal vez una culpa callada. Como lectores, lo único que podemos hacer es ser testigos y enredarnos con la telaraña de su locura, sus delirios y su pasado.
Aguilar, al ser un hombre curioso como nosotros los seres humanos, logrará adentrarnos a su recorrido por el laberinto que es la locura, a pesar de tener en cuenta que es peligroso aventurarse a este tipo de momentos en los seres humanos, en este caso la locura de Agustina, tiene el coraje y el valor necesario, estos dos están basados y motivados por otra locura más común, el amor.
Lo interesante de la historia no es tanto que nos narren la vida de una loca, sus dolorosos secretos, personales y familiares, tampoco es el marco situacional en el que se desarrolla el relato, la corrupción del país, la doble moral, el elitismo social. El encanto de esta obra es la manera en que la autora colombiana demuestra una vez mas que el tiempo en una lectura es tan infinito y extraño como lo es en la vida real, ahí recae la magia de la narrativa. Faulkner lo explica de una manera muy sencilla: “Todo es presente, ¿entiendes? Ayer no terminará sino mañana, y mañana empezó hace diez mil años" demostrando que todo puede ser posible, sobre todo en el mundo de la literatura; las palabras y los tiempos pueden no tener sentido alguno, y hasta la locura llega a ser algo habitual y a la vez maravilloso.

Referencia
RESTREPO, Laura. Delirio. Madrid, Alfaguara, 2004.


VOCES QUE MADURAN

EL RECHAZO


Mariana Rodríguez Espinoza

Ellos ya van a venir—dijo con plena seguridad —.
Claro que no era eso lo que le preocupaba. Su rechazo era provocado por otra cosa. Algo le pasaba y era grave. Simplemente ya no me tocaba como antes. Ellos no vendrían hasta dentro de dos horas y ambos lo sabíamos. Así que decidí poner las cosas en claro:
-¿Por qué tengo que rogar por un beso tuyo? ¿Acaso ya no me quieres? ¿Te cuesta tanto ser cariñoso conmigo? Contéstame ahora mismo con la verdad, sin rodeos, sabes que detesto tus silencios prolongados. Creo que al fin te has dado cuenta que hay mujeres más interesantes que yo.
-No es nada de eso. No tiene importancia, discúlpame si he estado sumamente ausente.
-Entonces si no es nada importante, puedes decírmelo.
-No-nno puedo.- titubeo. Hay algo en mi que me detiene, es un... secreto. Me da mucha pena decírtelo.
-¡Increíble! ¿Un secreto? Vamos, no juegues conmigo, más que un secreto es una falta de respeto. ¡Cobarde!- lo insulte con esperanza para que al fin me diera una respuesta
-¡Esta bien, te lo voy a decir de una vez para que me dejes en paz! Si guardo distancia contigo es porque... tengo miedo... un miedo terrible y atroz, tengo un enorme pánico a la influenza, tengo miedo a enfermarme de la gripe del cerdo. He tenido pesadillas en las que todos tenemos cabezas de cerdo, la más constante es cuando te hago el amor y tu te conviertes en un enorme y grasoso puerco.



EN UN PRINCIPIO FUE LA MÚSICA…

Gabo Torres


Te contaré la historia que mi abuelo, el más antiguo de todos los hombres, me contó cuando yo era apenas un niño, ahora en mi vejez, te contare esa historia, para que sea transmitida hacia tus hijos.
En un principio fueron creados los hombres, pero no existía nada mas, solamente ellos rodeados por este manto de estrellas que ves sobre nosotros, y esos primeros hombres, solitarios y temerosos, pidieron a Balhank, un suelo donde sembrar, una casa donde protegerse de ese frío mortal de la noche inmensa y constelada, una laguna donde beber agua, y animales que cazar, y ese ser poderosísimo, les concedió ese deseo, y aun viendo a su creación tan bien formada, creó todo un mundo para ellos solos, con montañas y lagos, con ríos y con árboles frondosos repletos de frutas dulces, como las que traes ahora en tu regazo. Después de crear este mundo para los hombres, el señor Balhank se fue, se elevó hasta desaparecer en la inmensa noche que aun reinaba, y se transformo en el sol, para alumbrar los pasos y todos los rincones de su creación.
Todo era grandioso, no existían riñas, ni disputas de poder entre los hombres, y todos convivían de manera armoniosa y serena, y claro, por ningún motivo existían todos estos reinos que hoy conoces, estaban unificados, y se hacían llamar, “el reino del sol” en honor al señor Balhank, pero ellos tenían un problema, y ese era, que no podían comunicarse.
Entonces, y escúchame bien Aiôst, ellos descubrieron la mejor manera para comunicarse, y esta fue, la música. Cada sonido expresaba un estado de ánimo, y existían notas bajas para expresar tristeza, unas mas altas para la felicidad, la ira no existía en ese momento ni era nombrada como tal, pero como en toda creación, algo salio mal, y algunos hombres comenzaron a producir sonidos através de los labios, usando la garganta y los pulmones para emitirlos. Fue así, como poco a poco, los hombres comenzaron a nombrar las cosas, con sus labios, volviendo vulgar lo que era divino, poniendo un nombre a todo, pues no les era suficiente sentir las cosas expresadas con la música, con el canto de las aves, con la vos del río, y así inventaron palabras para nombrar también lo que sentían, y llamaron amor a el estado banal de la atracción, y llamaron ira a el momento de furia en que no podían contenerse, y después de eso, se nombraron a sí mismos, se llamaron Kahan, Likho, y de muchas maneras, y olvidaron al señor Balhank, que los cuidaba aun desde las alturas.
Así han pasado ya 800 años, y mi abuelo, el mas antiguo de todos los hombres, me contó esta historia, para que el señor Balhank no fuera olvidado para siempre, y se le rindiera un culto como lo hacemos hoy, después de haber llevado hasta el delirio de las ultimas consecuencias esta guerra, así es Aiôst, con música.
Hoy, luego de doscientos años de guerras, hemos terminado con todos ellos, todo gracias a el señor Balhank que puso la música sagrada de nuestro lado, mas cuando terminamos con ellos, las palabras se habían vuelto parte de nuestras bocas, y el odio y la ira, parte de nuestros corazones, pero no te detengas pequeño Aiôst, sigue tocando el instrumento, pues cuando el fuego devore todo, estaremos al fin, purificados.


DE CUANDO LA FILOSOFÍA Y LA HISTORIA CHOCARON CON LA MITOLOGÍA GRIEGA.
PERO AL FINAL, ARES (MARTE) FUE VENCIDO POR ATENEA.

(Primera Parte)

Armando Cortés Rueda


Abrevar de la cultura griega es acerarse a uno de los puntales de nuestra lengua madre, a la palabra, el mito y la cosmovisión de poetas y dramaturgos pares que dieron a Grecia resonancia y permanencia mundial en la historia de las culturas. Grecia es ante todo origen, ruta y destino como lo fuera el Egipto, donde realizaban sus maestrías los filosos griegos como Sócrates, Platón, Aristóteles, por hablar de los más reconocidos en occidente. Por ello, esta semana la Fundación Luis Donaldo Colosio, A.C, quiere acercarlos a una de las fuentes originales del pensamiento universal, donde se entrecruzan mitología con realismo, poesía y prosa, pero empecemos por plantear que con el auge de la filosofía, la historia, la prosa y el racionalismo a finales del siglo V a. C. el destino de la mitología griega tan llena de símbolos, signos y emblemas en sus mitos, se volvió incierta, cuestionable y fue desde ese racionalismo revisionista y crítico que las genealogías mitológicas (de Zeus, Marte, Prometeo, Sísifo, Ares, Helena, Aquiles, Héctor, Paris dieron lugar a una concepción de la historia que intentó excluir desde el cuestionamiento racional, lo que juzgaba sobrenatural (tales como la historia tucididiana o lo perteneciente al Olimpo), pero al mismo tiempo, otros poetas y dramaturgos no tan elevados como Homero (la Ilíada y la Odisea) estaban reelaborando los mitos ancestrales de la Grecia antigua, cuando los historiadores y los filósofos griegos estaban empezando a criticarlos.

Para situarnos un tanto groseramente en el tema (para no aburrirlos), hay que decir que la mitología griega es una extensa colección de relatos que se plasmaron implícitamente en artes figurativos, como la cerámica pintada y las ofrendas votivas de la antigua Grecia. Los mitos griegos como luego la Biblia y otros textos sagrados explicaron los orígenes del mundo y detallaron las vidas, vicisitudes y aventuras de una amplia variedad de dioses, héroes y otras criaturas mitológicas que hoy son referentes de hombres cultos e inexistentes abrevaderos para los profanos que solitos lamen la coyunta y rinden las rodillas a los poderosos del post moderno Olimpo de la globalización, donde el que no conoce a Dios a cualquier barbón se le hinca y formando mayorías hasta los hacen presidentes y primeros ministros. Estos relatos fueron originalmente difundidos en una tradición poética oral, eso aunque actualmente (en la era de la internet asesina de los libros, los periódicos y la televisión) los mitos se conocen principalmente gracias a la literatura griega.

Un paréntesis: Para los internautas y usuarios aprendices de la red hay que decirles que el programa Ares que sirve para bajar (piratear) canciones, música, películas, videos, documentos y hasta pornografía, viene de esa mitología griega y debieran conocerlo porque abundan donde faltan las Ateneas: Ares en la mitología griega fue hijo de Zeus, el dios olímpico de la guerra, aunque es más bien la personificación de la fuerza bruta y la violencia (un Dios muy de nuestros tiempos, no tanto como el mítico Peje o Hugo Chávez) que igual fue referente del tumulto y la confusión, que de los horrores de las batalla. Ares era todo lo contrario de su hermanastra Atenea, que representa la meditación y la sabiduría en los asuntos de la guerra, la que al final lo vence tras fieras batallas, pero que a diferencia de Ares que lo atropellaba todo, ella era benevolente y generosas con los vencidos, protegía a los hombres, sus familias y sus habitaciones de sus estragos. Los romanos lo identificaron como Marte (así se llama el famoso Campo Militar Número Uno de la SEDENA), es el dios romano de la guerra y la agricultura (al que habían heredado de los etruscos), pero éste gozaba entre ellos de mucha mayor estima que entre los griegos.

Las fuentes literarias más antiguas conocidas de la mitología griega son los poemas épicos la Ilíada y la Odisea, que se centran y nutren sus historias, mitos o leyendas en los sucesos en torno a la Guerra de Troya. Dos poemas del casi contemporáneo de Homero, Hesíodo, el de la Teogonía Origen de los dioses y los Trabajos y días, llenos de relatos sobre la génesis del mundo, la sucesión de gobernantes divinos, la sucesión de épocas humanas, el origen de las tragedias humanas y de las prácticas de los sacrificios que a nosotros nos llegaron de los Aztecas y los Mayas. También se conservaron mitos en los himnos homéricos, en fragmentos de poesía épica del ciclo troyano, en poemas líricos, en las obras de los dramaturgos del siglo V a. C., en escritos de los investigadores y poetas del período helenístico y en escritores de la época del Imperio Romano, por ejemplo Plutarco y Pausanias. Adicionalmente, los mitos fueron cruciales para el drama ateniense clásico. Los dramaturgos trágicos (padres del teatro) Esquilo, Sófocles y Eurípides tomaron sus tramas de la edad de los héroes y de la Guerra de Troya. Muchas de las grandes historias trágicas (como Agamenón y sus hijos, Edipo, Jasón, Medea, etcétera) tomaron su forma clásica en estas obras trágicas. Por su parte, el dramaturgo cómico Aristófanes (nada que ver con los Mascabrothers ni con Vicente Fox) también usó los mitos, como en Las aves o Las ranas.

Nadie como los griegos para tejer interpretaciones sobre el génesis, la creación de la tierra, sus dioses y el hombre. Hay que conocerlos para saber que mucho antes de la Biblia y de Cristo hubo los «mitos de origen» o «mitos de la creación», intentos por hacer comprensible el universo en términos humanos y explicar el origen del mundo. En Homero, la Tierra era vista como un disco plano flotando en el río de Océano y dominado por un cielo semiesférico con sol, luna y estrellas. El Sol (Helios) cruzaba los cielos como auriga y navegaba alrededor de la Tierra en una copa dorada por la noche. Podían dirigirse oraciones y prestar juramento por el sol, la tierra, el cielo, los ríos y los vientos. Las fisuras naturales se consideraban popularmente entradas a la morada subterránea del Hades, el hogar de los muertos. Pero el relato más ampliamente aceptado del comienzo de las cosas (tal como lo recoge la Teogonía de Hesíodo) empieza con el Caos, un profundo vacío. De éste emergió Gea (la Tierra) y algunos otros seres divinos primordiales como Eros (Amor), el Abismo (el Tártaro) y el Érebo. Sin ayuda masculina Gea parió a Urano (el Cielo), que entonces la fertilizó. De esta unión nacieron, primero, los Titanes (Océano, Ceo, Crío, Hiperión, Jápeto, Tea, Rea, Temis, Mnemósine, Febe, Tetis y Crono), luego los Cíclopes de un solo ojo y los Hecatónquiros o Centimanos. Crono («el más joven, de mente retorcida, el más terrible de los hijos [de Gea]») castró a su padre y se convirtió en el gobernante de los dioses con su hermana y esposa Rea como consorte y los otros Titanes, como su corte. Este tema de conflicto padre-hijo que vivimos repetidamente (bajo formatos más perversos) en la política de Chiapas se repitió cuando Crono se enfrentó con su hijo, Zeus. Tras haber traicionado a su padre, Crono temía que su descendencia hiciera lo mismo, por lo que cada vez que Rea daba a luz, él se tragaba a su hijo. Rea lo odiaba y le engañó escondiendo a Zeus y dándole a tragar una piedra envuelta en pañales. Cuando Zeus creció, obligó a Crono a devolver a sus hermanos y a la piedra, y luchó contra él por el trono de los dioses. Al final, con la ayuda de los Cíclopes (a quienes liberó del Tártaro), Zeus y sus hermanos lograron la victoria, condenando a Crono y los Titanes a prisión en el Tártaro.

Según la mitología clásica, tras el derrocamiento de los Titanes por Zeus y sus hermanos, el nuevo panteón de dioses y diosas fue confirmado. Entre los principales dioses griegos estaban los olímpicos (la limitación de su número a doce, cómo luego el número de los apóstoles de Cristo, parece haber sido una idea comparativamente moderna)[] residiendo sobre el Olimpo bajo la mirada de Zeus. Aparte de éstos, los griegos adoraban a diversos dioses rupestres: al dios-cabra Pan, las ninfas (Náyades que moraban en las fuentes, dríades en los árboles y las Nereidas en el mar), dioses-río, sátiros y otros. Además, había poderes oscuros del inframundo, como las Erinias (o Furias), que se decía que perseguían a los culpables de crímenes contra los parientes. Para honrar al antiguo panteón griego, los poetas compusieron los himnos homéricos (un conjunto de 33 canciones). La mayoría de los dioses de esa cosmología estaban relacionados con aspectos específicos de la vida: Afrodita era la diosa del amor y la belleza, mientras Ares como vimos antes era el dios de la guerra, Hades el de los muertos y Atenea la diosa de la sabiduría y el valor. Algunas deidades como Apolo y Dioniso revelaban personalidades complejas y una mezcolanza de funciones, mientras otros como Hestia (literalmente hogar y Helios (literalmente sol eran poco más que personificaciones. Los templos más impresionantes tendían a estar dedicados a un número limitado de dioses, que fueron el centro de grandes cultos panhelénicos. Sin embargo, común era (como lo es hoy entre los fanáticos) que en muchas ciudades también honraban a los dioses más conocidos con ritos locales característicos y les asociaban extraños mitos desconocidos en los demás lugares. Durante la era heroica de la antigua Grecia, el culto a los héroes (o semidioses) complementó a la de los dioses y uniendo la edad en la que los dioses vivían solos, y la edad en la que la interferencia divina en los asuntos humanos era limitada, había una edad de transición en la que los dioses y los mortales se mezclaban libremente. Fueron estos los primeros días del mundo, cuando los grupos se mezclaban más libremente de lo que lo harían luego.

La mayoría de estas historias fueron luego narradas por Ovidio en Las metamorfosis y se dividen a menudo en dos grupos temáticos: historias de amor e historias de castigo. Las historias de amor solían incluir el incesto o la seducción o violación de una mujer mortal por parte de un dios, resultando en una descendencia heroica. Estas historias sugieren generalmente que las relaciones entre dioses y mortales son algo a evitar, incluso las relaciones consentidas raramente tienen finales felices. En unos pocos casos, una divinidad femenina se empareja con un hombre mortal, como en el Himno homérico a Afrodita, donde la diosa yace con Anquises concibiendo a Eneas cuyos hijos fundarían Roma. El segundo tipo de historias (las de castigo) trata de la apropiación o invención de algún artefacto cultural importante, como cuando Prometeo roba el fuego (el saber) a los dioses para darlos a los humanos y recibe el cruel castigo que después veremos en un agregado posterior al fin del tema; o cuando éste o Licaón inventa los sacrificios, cuando Tántalo roba néctar y ambrosía de la mesa de Zeus y los da a sus propios súbditos, revelándoles los secretos de los dioses, cuando Deméter enseña la agricultura y los Misterios a Triptólemo, o cuando Marsias inventa el aulos y se enfrenta en un concurso musical con Apolo. Las aventuras de Prometeo marcan «un punto entre la historia de los dioses y la del hombre». Como la de Adán y Eva cuando son expulsados del paraíso por comer del fruto prohibido que era el saber que iguala al hombre a sus dioses o destruye a los falsos dioses. (cuantimás a los pésimos políticos). Un fragmento de papiro anónimo, datado en el siglo III a. C., retrata vívidamente el castigo de Dioniso al rey de Tracia, Licurgo, cuyo reconocimiento del nuevo dios llegó demasiado tarde, ocasionando horribles castigos que se extendieron hasta la otra vida. La historia de la llegada de Dioniso para establecer su culto en Tracia fue también el tema de una trilogía de Esquilo. En otra tragedia, Las bacantes de Eurípides, el rey de Tebas, Penteo, es castigado por Dioniso por haber sido irrespetuoso con él y espiado a las Ménades, sus adoradoras. El castigo a Sísifo es primordial para entender el valor del esfuerzo, la perseverancia y la heroicidad, igual que el castigo a Prometeo, les daremos unas pinceladas de ambos personajes en la parte final de este paiper que la Fundación Colosio como casa de las ideas, lleva hasta sus manos de manera gratuita y desinterada: solo queremos contribuir a formar ciudadanos, líderes, conocedores, hombres y mujeres libres que hagan un México y un Chiapas justo, digno y equitativo para vivir en armonía con todos y con respeto de nuestra madre naturaleza.

Hasta aquí la grosería reduccionista de lo que es la mitología griega; válida la grosera síntesis anterior solo como invitación a reabrir o abrir por primera vez estas ventanas del saber clásico, pues no es desdeñable volver a las entrañas de la madre y salir de la caverna en búsqueda de luces y llamar al alzamiento de los modernos Prometeos y los Sísifos republicanos que hoy no tenemos donde gobiernan los peores de la kakistocracia como buitres, no como las águilas que van a los ideales más altos de la humanidad. Así pues, la mitología griega ha tenido una amplia influencia sobre la cultura, el arte y la literatura de la civilización occidental. Sigue siendo parte de la cultura y el lenguaje occidentales, un abrevadero de conocimiento de la naturaleza humana, de sus virtudes y defectos, de sus ambiciones, perversiones, ilusiones, deseos y autodestrucciones. Poetas y artistas han hallado en ella inspiración desde las épocas antiguas y ocurre en la actualidad, donde en todos los terrenos de la ciencia se han ido descubriendo algunos significados y senderos ocultos de tal relevancia que los contemporáneos acuden a los temas mitológicos clásicos para penetrar los grandes misterios del universo. Es la vieja lucha, pero la vez reencuentros de la ciencia y las religiones, de la verdad científica y los dogmas de fe, del mito y la realidad.

Volvamos pues al tema del choque de esa mitología con los primeros filósofos griegos ya en pleno siglo VI a. C. Esa hermosa fuente de saber que es la mitología griega, chocó y dejó paso a la filosofía, al racionalismo que cuestionó duramente a sus dioses y héroes. En efecto, para el Siglo VI a C, filósofos radicales como Jenófanes comenzaban a etiquetar las historias de los poetas como mentiras blasfemas. Cuestionaban que Grecia pudiera ser un referente de grandeza con conductas degradantes de dioses y personajes tales. Un caso de ellos fue el de Jenófanes, que cuestionaba a Homero y Hesíodo el que con sus prosas y poesías le atribuyesen a los dioses «todo lo que es vergonzoso y desgraciado entre los hombres: el robo, la comisión de adulterios y el engaño mutuo».[] Esta línea revisionista de la mitología griega halló su expresión más dramática en La República y las Leyes de Platón, quien creó sus propios mitos alegóricos (como el de Er en La República) atacando los relatos tradicionales de los trucos, robos y adulterios divinos como inmorales, y oponiéndose a su papel central en la literatura griega.[] La crítica del Platón fue el primer desafío serio a la tradición mitológica homérica. Referíase[ ] Platón (en el Teeteto) a los mitos como «parloteo de viejas viudas».[ ¿Qué diría el de los hombros deformados del trato que los medios y el gobierno le dieron a la pandemia de la influenza porcina?, (humana luego) en este sufrido país y que entre sus frutos produjo: 1) El terror en los ciudadanos más ignorantes y manipulables de México, 2) Violentos e irracionales rechazos (xenofóbicos) por la extensión del terror artificioso en el extranjero hacia los mexicanos; 3) La certeza de la ineficiencia y pobreza de nuestro sistema de salud pública que diagnostica las causas de los muertes, en vez de la salud o enfermedad de los vivos, 4) La gran dependencia científica y tecnológica e este país donde se gasta al año más en propaganda con el duopolio, que en promoverlas o en darle becas a los estudiantes de carreras científicas en el extranjero, 5) La caída brutal del turismo internacional que tardará meses o años en volver en aviones, cruceros o en yates a los destinos de playa, o a SCLC y Palenque, 6) Incalculadas aún son las pérdidas que estimándose multimillonarias profundizarán la recesión de nuestra economía (por fin reconocida en plena influenza) y el desempleo de otros 100 mil o más mexicanos de los 300 mil que se calculaban quedarían cesantes este año al profundizar la crisis mundial no mexicana, se contenta el PAN), pues solo en Cancún se habla de que se perdieron 20 mil empleos.

Regresemos mejor a los destructores de los mitos de antes que por bellos (al menos muy estilizados) ahí siguen perturbando a los científicos de los por qué científicos de un sin número de afirmaciones mitológicas. Por su parte Aristóteles criticó el enfoque filosófico presocrático cuasi-mitológico y subrayó que «Hesíodo y los escritores teológicos estaban preocupados sólo porque les parecía plausible y no tenían respeto por nosotros [...] Pero no merece la pena tomar en serio a escritores que alardean en el estilo mitológico; respecto a aquellos que proceden a demostrar sus afirmaciones debemos reexaminarlos».
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Sin embargo, incluso Platón no logró destetar a su sociedad de la influencia de los mitos: su propia caracterización de Sócrates está basada en los patrones tradicionales homéricos y trágicos, usados por el filósofo para alabar la recta vida de su maestro: Quizá alguno de vosotros, en su interior, me esté recriminando: «¿No te avergüenza, Sócrates, verte metido en estos líos a causa de tu ocupación, que te está llevando al extremo de hacer peligrar tu propia vida?» A éstos les respondería Sócrates (muy convencido por cierto): «Te equivocas completamente, amigo mío; un hombre con un mínimo de valentía no debe estar preocupado por esos posibles riesgos de muerte, sino que debe considerar sólo la honradez de sus acciones, si son fruto de un hombre justo o injusto. Pues, según tu razonamiento, habrían sido vidas indignas las de aquellos semidioses que murieron en Troya, sobre todo el hijo de la diosa Tetis, para quien contaba tan poco la muerte, si había que vivir vergonzosamente; éste despreciaba tanto los peligros que, en su ardiente deseo de matar a Héctor para vengar la muerte de su amigo Patroclo, no hizo caso a su madre, la diosa, cuando le dijo: Hijo mío, si vengas la muerte de tu compañero Patroclo y matas a Héctor, tú mismo morirás, pues tu destino está unido al suyo.
[]
Pero ¿pudo la filosofía griega vencer a la mitología de los griegos?. Es obvio que la belleza, la red de alegorías como enseñanzas humanas y la profundidad que se desprende de la mitología griega, trascendió a los filósofos que la cuestionaron y la atacaron como Ares a Atenea. Helenistas afamados como Hanson y Heath estiman que el rechazo de Platón, Aristóteles y otros filósofos de la tradición homérica no fue recibido favorablemente por la base de la civilización griega.[] Los viejos mitos se mantuvieron vivos en cultos locales y siguieron influyendo en la poesía y constituyendo el tema principal de la pintura y la escultura durante todos los imperios, llevados por Alejandro Magno al oriente, reproducidos por el largo impero romano, retomado en el Medievo, para el Renacimiento y hoy mismo en nuestros días y en todas partes. Como se burlaba []Eurípides desde una objeción parecida a una previamente expresada por Jenócrates: los dioses, como se representaban tradicionalmente, son demasiado insensiblemente antropomórficos.


UN GATO A LA SOMBRA

Diana Ramírez Vásquez


El calor es insoportable. Gente va y viene por las calles incandescentes de la avenida central. Todos parecen ser iguales; hacen los mismos gestos de desesperación y apatía, consultan relojes, ven hacía el piso. Maldicen.
Ariadna observa atenta la escena, mientras saborea un helado de limón. De vez en vez se sopla con una mano mientras intenta no mancharse con la otra. Ella espera impaciente a alguien. Sigue sin despegar la vista del conglomerado humano, en busca de una chispa espontánea que rompa la cadena de esa monotonía diurna.
Gente, gente detrás de esa gente, anuncios más allá de la gente, paredes, paredes en las que se encuentran los anuncios; restaurantes, estudios fotográficos, una casa, un pasillo dentro de la casa, un patio fresco al final del pasillo de la casa, un árbol al final del patio, un gato a la sombra de él. Echado y ronroneante. Gato gris, afelpado, somnoliento, de pupilas casi inexistentes.
Ariadna envidia la pasibilidad del gato. Ella desea convertirse en ese gato.
El gato se encuentra mortalmente aburrido. No se pierde detalle de la vida afuera. Personas activas. Transeúntes motivados por algo que los impulsa a vivir. Personas vivas.
El gato siente envidia por esas personas. Sobre todo por esa joven que además de no aburrirse, disfruta de un delicioso postre verde.
Finalmente; el gato maldice y Ariadna maúlla.


LAS REINVENCIONES DEL AMOR

Ángeles Navarro Betanzo


Sin lugar a dudas, los prototipos del amor están en decadencia. Eros y Afrodita yacen sepultados en los recovecos polvorientos de la historia y el olvido, ceñidos por la algarabía de la modernidad. Y qué decir de sus equivalentes romanos, Cupido y Venus, quienes actualmente sólo son empleados en ilustraciones que pretenden usarlos de estandarte del amor para dirigirse a la inmensa mayoría que ignora su existencia.
Debido a nuestra situación histórica, nos hemos visto en la necesidad de reinventar el amor, de readaptarlo, al tiempo y espacio actuales, pues el situarnos en las aras de la modernidad lleva consigo grandes implicaciones, no sólo de adaptaciones, sino también la del replanteamiento de los cánones tradicionales.
El amor ya no es una fuerza de la naturaleza que une las cosas, y que a su vez, actúa en conjunción con una segunda fuerza, el odio, según afirmó Empédocles de Sicilia; ahora se trata más bien, de una fuerza consumista, que actúa en pro de esta función sobre un conjunto de sociedades consustanciales a este fenómeno. Las antiguas percepciones sobre el amor han sido casi derogadas por la sociedad globalizada.
Las nuevas tendencias sociales apuntan hacia la construcción de un nuevo lenguaje del amor, que pueda satisfacer las exigencias de una sociedad sumergida en el mar de la globalización que los medios de comunicación le ofrecen; todo esto no es más que una obra estrictamente planeada por los grupos empresariales.
El amor se coloca en la cúspide de los negocios, pues vasta es la plusvalía que genera, por qué decir entonces, que el hombre no puede vivir sólo de amor. Ahora nos encontramos justo en medio del remolino de las fuerzas del mercado, pues los alcances del amor son extensos, tanto, que la influencia producida a partir de las ganancias obtenidas es capaz de injerir de manera directa sobre una economía.
Ahora bien, si el amor como negocio, es altamente redituable, el amor como emoción no lo es tanto. El amor posee dos lados distintos que coexisten en la complejidad de su naturaleza: la pasión y el sentimiento, y es a éste primero al que he de referirme con marcada distinción. El amor se halla encasillado en el círculo de la pasión, ya que se trata de algo que se padece, mientras que su lado contrario es el del sentimiento, en dónde hay cabida al goce y el disfrute. Siguiendo esta línea del padecimiento y el goce, qué mejor ejemplo que el de Romeo y Julieta de Shakespeare, con sus juegos en la clandestinidad que concluyen en un final fatal, el cual lleva implícito su dosis de padecimiento y por supuesto de goce. Entonces, ¿para qué amar si tenemos que padecer?, es simple, en todo padecimiento hay un disfrute, el cual se conjuga con el primero, lo que hace que no nos hallemos a expensas del dolor puro.
Las modernas reconstrucciones del amor actúan en función de la oferta y la demanda, pues el pensamiento grecolatino ha sido guardado en el cajón de lo obsoleto.
Son variadas las reinvenciones actuales del amor, sin embargo, todas ellas arrastran aún un fantasma innato del amor mismo: la pasión. Ésta es la única que fue capaz de soportar la inclemencia del tiempo y la modernidad.
En todo este laberinto del amor los repensamientos del mismo habrán de agotarse, por lo que nos veremos obligados a retomar los antiguos símbolos que ahora mantenemos relegados; sin embargo, el problema no radica directamente en ello, sino que más bien se refiere a que al recurrir a dichos símbolos, podríamos ya no hallarlos.


CRÓNICA: HISTORIA O LITERATURA

Álvaro MATUTE
Universidad Nacional Autónoma de México


PRELIMINAR

ACUDIR AL DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA en busca de las definiciones más elementales de aquellos términos sobre cuyo significado se interroga permite establecer un punto de partida. Así, la palabra “crónica” es un vocablo con dos acepciones: “1) Historia en que se observa el orden de los tiempos. 2) Artículo periodístico sobre temas de actualidad”.
Y nada más. De manera más ambiciosa, la Encyclopaedia Britannica, pero no en la edición actual, sino en la vigente en 1967, decía: […] crónicas, registros de sucesos notables, tanto naturales como culturales, agrupados en orden cronológico. Difiere esencialmente de la historia en la medida en que se trata de relaciones escuetas de hechos, ofrecidas sin comentarios y compiladas sin propósito inductivo alguno. Y agrega en seguida lo siguiente: “Se entiende que la historia concierne no sólo a la descripción sino a la interpretación de las acciones del hombre. Con todo, muy pocas crónicas se hallan exentas de simpatías y partidarismos”.
Por último, la no menos famosa enciclopedia Espasa-Calpe: Son las crónicas una especie de historias, generales o particulares [por lo común esto último], en que se recuerdan, por orden cronológico y de una manera sucinta, los hechos a que se contraen. En este concepto entran, además de las obras conocidas con el nombre de crónicas, los anales, memorias, etcétera. Aparte añade: “Lo que caracteriza a las crónicas distinguiéndolas
de las historias es la concisión y la falta de crítica…” Con estos elementos, la disyuntiva que encabeza estas líneas puede parecer ociosa o simplemente inexistente. Siendo la crónica lo que dicen los diccionarios y enciclopedias mencionadas, lo literario simplemente no aparece.
La disyuntiva historia/literatura podría aparecer en crónicas concretas, trátese de “libros en que se refieren los sucesos por orden del tiempo” o de “artículos periodísticos sobre temas de actualidad”. Antes de llegar a este punto, conviene dar más vueltas en torno a las relaciones de la crónica con la historia. Benedetto Croce, que le da menos valor a la crónica que a la historia, establece que aquélla se ocupa de los hechos individuales y privados, mientras que ésta de los generales y públicos. La primera, de lo que no interesa, y la segunda, de lo que interesa. Indica que en la historia hay vinculación entre los hechos, mientras que en la crónica aparece la desvinculación.
Aquélla tiene un orden lógico y ésta —como su nombre lo indica— cronológico. Aquélla busca lo íntimo de los acontecimientos, mientras que ésta permanece en lo externo y superficial. Agrega: La verdad es que crónica e historia no pueden distinguirse como dos formas de historia que se completan recíprocamente o de las cuales una se halle subordinada a la otra, sino como dos actitudes espirituales diversas. La historia es la historia viva, la crónica es la historia muerta; la historia es la historia
contemporánea, y la crónica, la historia pasada; la historia es principalmente un acto de pensamiento, la crónica un acto de voluntad. Toda historia se vuelve crónica cuando ya no es pensada, sino solamente recordada en las palabras abstractas, que en un tiempo eran concretas y la expresaban […] Recuérdese la connotación que Croce da a lo contemporáneo de la historia. Más adelante cita Croce el ejemplo clásico tomado de la Crónica de Monte Cassino: “1001. Beatus Dominicus migravit ad Christum. 1002. Hoc anno venerunt Saraceni super Capuam. 1004 Terremotus ingens hunc montem exagitavit”. Por su parte, Hayden White distingue cinco niveles de conceptualización en el trabajo histórico, a saber, la crónica, la historia (con minúscula, equivalente al vocablo story en inglés que puede ser traducido como relato), el modo de entramado, el modo de argumento y el modo de implicación ideológica.2 Por ahora me limitaré solamente a mencionar que la crónica es el primer nivel de conceptualización de un trabajo histórico en el sentido de que se trata de la acción más elemental de referir hechos acontecidos. Para ejemplificar, cita una crónica totalmente equivalente a la del caso presentado por Croce. (The king went to Westminster on June 3, 1321.) Lo importante en este autor es que hace énfasis en la falta de principio y de fin característica de la crónica. Es decir, comienza donde sea y concluye igual, o lo que es lo mismo, ni principia ni concluye. Se trata, mejor dicho, de anales. La diferencia con el relato es que éste tiene un inicio y un final, es un algo que va más allá de señalar que el rey fue a Westminster, en el caso de White, o que llegaron los sarracenos a Capua, en el de Croce.
El relato tiene una estructura, por más elemental que resulte. A medida que se haga más complejo, requerirá de un modo de entramado, que puede ser, épica o romance, comedia, tragedia o sátira.
Sin embargo, la crónica tiene su historia. Si nos atenemos a los ejemplos de White y Croce, ahí nos podríamos quedar. La crónica es algo típicamente informe. Un dato añadido a una fecha, como en los códices prehispánicos, con la salvedad de que en ellos, por lo menos, hay un principio claro: los aztecas salieron de Aztlán en Uno pedernal, según la Tira de la Peregrinación, códice que si bien no tiene un final que redondee la trama es porque acaso se perdió el material siguiente o no le dio tiempo al tlacuilo de copiar completo su modelo, pero sabemos que esa historia tenía un final mítico, aunque no aparezca en el códice. Pero, insisto, hay a lo largo de los siglos que forman el otoño de la Edad Media una cada vez mayor complejidad en la composición de las crónicas, tal vez por la conciencia de sus autores de darle un carácter monográfico a sus relatos, como el reinado de un soberano particular y no sólo los hechos acaecidos en un sitio. Se avanzó hacia una individuación de la crónica al referirla a cosas concretas, de manera que en el tránsito a la edad moderna no resultan claros los límites entre la historia y la crónica.
Cuando aparece el Nuevo Mundo, la crónica había madurado de manera tal que los ejemplos de Monte Cassino o Westminster ya quedaban muy atrás. En el ámbito español, era grande el viaje entre los textos de San Isidoro de Sevilla y El Victorial… de Gutierre Díez de Games. Por ello, cuando la escritura de la crónica se trasplanta a América, resulta difícil distinguirla de la historia. A este respecto, un luminoso artículo de Walter Mignolo5 plantea muchos problemas y ofrece soluciones muy dignas de ser traídas a colación. Un principio metodológico importante, que de hecho sirve de argumento central al artículo de Mignolo, es que la historiografía de una época debe ser valorada con los cánones vigentes entonces. Éstos constituyen el metatexto. De ahí que en la historiografía indiana resulte difícil discernir entre crónica e historia. Mignolo hace una buena aportación para superar la disyuntiva que motiva este escrito: ¿No sería acaso la crónica un género de la historiografía más que de la literatura? O, si respetamos la etimología de los vocablos, ¿puede una especie pertenecer a dos géneros, el literario y el historiográfico? Aún más: ¿cómo es que la crónica ha pasado a ser un género literario, puesto que si consideramos su origen, la crónica no sólo era parte de la poesía (en el sentido general que hoy damos al concepto de literatura), sino que también se la tenía por cosa separada de la historiografía.
De acuerdo con los cotejos rigurosamente establecidos por Mignolo en la relación entre la preceptiva historiográfica (el metatexto) y las obras que se produjeron en los siglos XVI-XVIII, no hay fronteras claras entre crónicas e historias, sino más bien parecería que de la crónica fue resultando una historia cada vez más canónica, dados los múltiples préstamos que ambos géneros se darían uno al otro. Una distinción entre crónica e historia podría ser que la primera es rústica y espontánea, y la segunda cultural y elaborada. ¿Hasta dónde es cierta y hasta dónde falsa? Gómara es historiador culto, Bernal Díaz es cronista rústico. Pero la simbiosis textual de sus productos haría imposible distinguir la crónica en uno o la historia en otro. Ciertamente en la historiografía indiana, la espontaneidad de quienes tomaron la pluma les hace seguir los modelos que los precedían, sin pensar en distinción genérica alguna, sobre todo tomando en cuenta que la preceptiva del momento no distingue. Un caso que merece paréntesis es el de fray Bartolomé de Las Casas, que en su Historia de las Indias sigue el canon cronológico, como una crónica puntual, mientras que en su Apologética historia sumaria abandona ese modelo para elaborar una historia guiada por la argumentación propia de un tratado aristotélico-tomista, dentro del cual abandona la cronología para argumentar con multitud de relatos, logrando una forma distinta, determinada por la lógica. En ese sentido, asciende al cuarto rango de concepto establecido por White y su ordenamiento difiere de la manera que plantea Croce: lógico y cronológico. Por su parte, fray Bernardino de Sahagún también rompe el canon típico de la crónica al basarse en los interrogatorios formulados a sus informantes indígenas. Desde luego, tanto Las Casas como Sahagún se apartan del concepto de crónica, tal como la entiende Croce o los redactores de las enciclopedias citadas al principio de este trabajo. En todo caso, Mignolo encuentra en Las Casas “intercambiabilidad en los términos historia y crónica”. Ni Sahagún ni él se abstienen de interpretar, de ver las cosas desde dentro ni de vitalizar sus discursos.
Mignolo plantea algo claro y drástico. La crónica es un género historiográfico, entonces no puede ser literatura de hecho no lo es, por lo menos en esa acepción. En este sentido, la pertenencia del género crónica a una u otras especies mayores nos remitiría al deslinde entre literatura e historia. A ese respecto, acudiría a las valiosas reflexiones expresadas hace media centuria por nuestro clásico don Alfonso Reyes.
Ciertamente, hoy en día se han estrechado los límites entre literatura e historia, pero sin que cada una de ellas pierda su identidad como creación. Si el texto histórico puede ser concebido como artificio literario, de acuerdo con White, no por ello debe perder su identidad como texto historiográfico. Los avances actuales en el estudio de la estilística historiográfica, en mi concepto, no deben inducir hacia la confusión disciplinaria, dado que las creaciones historiográfica y literaria tienen fines específicos, aunque puedan llegar a compartir medios; así también debe haber distinción entre sociología e historiografía, cuyo parentesco puede ser estrecho en algunos casos, pero, igual que con la literatura, los fines y algunos de los medios pueden diferir. Cada creación o disciplina tiene muy claros sus alcances y sus límites, aunque los efectos contaminantes de unas en otras propicien ejercicios intelectuales de la magnitud del que emprendió Reyes para deslindar lo literario.
Por lo que toca a los medios, una crónica —no de las más antiguas, sino, pongamos por caso, las indianas— puede tener un entramado épico, cómico, trágico o satírico, pero no por ello es uno de esos géneros que tienen sus reglas de juego canónicas para sí. Pero, ante todo, por los fines que persigue, es una creación historiográfica, a pesar de lo literario que pueda tener implícito. Especialmente la segunda parte. White insiste en los elementos literarios de la historia, con lo cual estoy radicalmente de acuerdo, pero creo que mantiene la distinción entre historia y literatura. Se trata de un comentario a la obra de Reyes en la que incide en la relación entre historiografía y literatura.

LA CRÓNICA PERIODÍSTICA

Sin embargo, existe la otra acepción, la segunda, en la que la crónica es “artículo periodístico sobre temas de actualidad”. Ésa es la que manejan los estudiosos de la literatura. Sobre su pertenencia a la literatura, primero habrá que decir que hay de crónicas a crónicas. Una pregunta obligada es si el periodismo es literatura, siempre, o sólo cuando por sus cualidades estilísticas se eleva hacia las alturas literarias. Hay, pues, de cronistas a cronistas. Entiendo que un cronista periodístico es aquel que deja en sus páginas un relato fiel de lo que mira, de lo que sucede a su alrededor, de lo que es testigo. Es aquel que quiere evitar que las cosas de su tiempo caigan en el olvido. En ese sentido, es una suerte de microhistoriador, cuya labor consiste en convertir en positivo todo aquello a lo que Croce da un valor peyorativo. No sé desde cuándo se generó la segunda acepción, que no es privativa del castellano, ya que por lo menos en italiano, cronaca es el género periodístico que identificamos como nota roja. No sé cuándo se transmutó la crónica historiográfica en crónica periodística, cuyo alcance no es ni puede ser historiográfico pero sí literario.
Una larga serie de cronistas mexicanos avalaría esta afirmación: Guillermo Prieto, Manuel Gutiérrez Nájera, Ángel del Campo, Luis G. Urbina, Salvador Novo, Carlos Monsiváis, por sólo mencionar a algunos muy destacados. En la historia pudo dejar de tener sentido hacer crónicas, en la medida en que proliferaron los medios para recoger las experiencias cotidianas —guiadas por Cronos— que le acontecían a una comunidad. Una crónica, strictu sensu, simplemente dejó de ser una tarea que pudiera satisfacer las necesidades memorísticas de una comunidad o, peor aún, de una sociedad. El cronista se trasladó al periódico y en él fueron quedando registradas las acciones que podían trascender en la memoria colectiva. Pero estos registros, estos aconteceres no se rigen por los cánones historiográficos, sino que se producen en la libertad del cronista, gracias a su percepción, a su agudeza, a su poder evocativo, a su incisión crítica, en fin, a las cualidades de su estilo, a lo que es un Gutiérrez Nájera, un Novo o un Monsiváis. No tienen ni que usar fuentes primarias, pues todo se da conforme con los datos de su experiencia, ni que hacer crítica de fuentes, hermenéutica, etiología; en pocas palabras, no son historiadores en pequeño, sino escritores en grande.
Claro está que hay ambigüedades que propician la disyuntiva que nos ocupa. El historiador que carece de rigor disciplinario viene a ser un cronista a lo Croce, y su falta de recursos estilísticos no lo eleva hacia la literatura. Ahí no hay disyuntiva: ni literatura ni historia.
Aunque la historia haya tendido hacia la monografía cada vez más precisa, más acotada, no por ello deja o debe dejar de tener sus objetivos generales. Cito un ejemplo conocido. El cronista puede asemejarse al microhistoriador, pero no ser un microhistoriador. ¿Por qué? Luis González nos da la respuesta en Pueblo en vilo. Pese a ocuparse de un espacio reducido, el microhistoriador lo aborda con una universalidad que rebasa la pequeñez temática aparente. Un trabajo de esta índole atiende todas y cada una de las reglas de la historiografía vigentes en su momento. Si bien un artículo de Monsiváis puede tener una mira universal pese a tratar de algo tan particular como María Félix, Agustín Lara o Gloria Trevi, no por ello es micro o macrohistoria, es crónica en el mejor y más claro de los sentidos posibles, y alcanza con plenitud la categoría literaria. Es literatura por lo expresivo que tiene, aunque parta de la recreación de una realidad particular.
¿Un conjunto de crónicas —periodísticas— hace historiografía? Mi respuesta, por no decir la respuesta, es negativa. Tomemos el caso de Novo. La magna recopilación de sus crónicas, volcadas en tres volúmenes y que abarcan 18 años de vida en México, jamás podrá ser considerada como historiografía. La connotación que se le da a cada uno de los volúmenes de adscripción sexenal no implica que sean una historia de los regímenes de Cárdenas, Ávila Camacho y Alemán, como tampoco lo serían otros factibles volúmenes sobre López Mateos y Díaz Ordaz. Los conjuntos de crónicas no hacen historiografía, en la medida en que se trata de artículos escritos sobre la marcha, sin ninguna estructura profunda que les otorgue una finalidad historiográfica, ni mucho menos con una metodología disciplinaria propia de la historiografía. Eso sí, podrán brindar al lector un estilo sexenal, advertido en las situaciones que narra, en la vida que capta a través de sus artificios y recursos discursivos. Desde luego que un historiador sensible se beneficiaría mucho de la lectura de Novo, mas ésta no sustituye a lo que debe ser una historia de cada uno o del conjunto de los tres sexenios aludidos.
Ahora estamos más cerca de saber si la crónica pertenece a la historia o a la literatura. Queda, sin embargo, algo por definir: ¿la crónica de asuntos políticos pertenece a la literatura o a la historia?, ¿a la historia o a la ciencia política? ¿Qué hace el buen periodista cuando elabora la crónica del quehacer político? En primer lugar, habrá que distinguir si escribe editoriales reflexivos, interpretativos, doctrinarios, o si hace lo que más propiamente se puede llamar crónica política. En este sentido, es innegable que se ha contado con buenos prosistas, capaces de caracterizar a sus personajes, de dramatizar las acciones, de establecer la comunicación con sus lectores a partir de sus cualidades perceptivas de una realidad compleja, de tener elementos interpretativos adecuados para influir en la opinión pública y, por añadidura, artificio literario. ¿Será todo eso literatura?
Es posible que una lectura muy cuidadosa ayude a discernirlo. Ese tipo de crónica, si no está contaminada de la ciencia política, puede tal vez alcanzar niveles literarios. Pienso en Cosío Villegas. De su pluma salieron algunos artículos memorables, como “Adiós, mi general”, cuando murió Cárdenas. La semblanza que presenta es más literaria que historiográfica.
Tal vez sea la prueba del tiempo la que determine la filiación genérica de los géneros periodísticos. Si muchos años después de haber sido escritos, los textos se buscan porque logran trascender su inmediatez temporal por la profundidad con la cual la relatan, entonces se inscriben en un género mayor y no son sólo material para los eruditos. Ciertamente, la obra de los cronistas-periodistas es irregular.
No todo lo que ven lo evocan con la misma fuerza, con la misma calidad o profundidad. A veces un soneto les manda hacer Violante, y cumplen, pero a veces la escritura es en tono mayor. Entonces hay literatura, aunque provenga de un subgénero. A veces no hay diferencia entre la obra menor y la mayor. Pienso en Ibargüengoitia, cuyos artículos periodísticos se leen con el mismo interés, gusto y pasión que su narrativa o su teatro. Eso es crónica mayor. Demuestra la capacidad de insertar la cotidianidad dentro de un cauce cuya amplitud la dan la sociedad y la historia que la cobijan.
Algo que confunde es, sin duda, el contenido de la crónica. Por ello la necesidad de detenerse en la de asunto político y distinguirla de la que atañe a las cotidianidades, como las que hoy en día escriben Germán Dehesa, Guadalupe Loaeza o Guillermo Sheridan, frente a las de articulistas como Carlos Ramírez o Miguel Ángel Granados Chapa. Creo legítimo insistir en mi posición de que no todo lo que sale de la pluma de un autor alcanza los mismos sectores, pero si se trata de un escritor que incurre en el periodismo, resulta obligatorio rastrear toda su obra, porque dentro del género considerado “menor”, puede haber hallazgos. En la temática de cotidianidad que caracteriza a la buena crónica periodística se encuentra recuperada la manera de vida de una época. Si se trata de crónicas vivas, serán magníficas fuentes históricas para quien quiera conocer mejor un tiempo histórico, pero no son historiografía, por las múltiples razones aducidas líneas antes. Tampoco es historiografía ni ciencia política la crónica periodística de asuntos políticos. Su valor, que a veces puede resultar enorme, recae en la exactitud de sus diagnósticos o de la materia que informa. Y todo ello puede tener calidad literaria. Utilizo como ejemplo a Miguel Alessio Robles. Algunos de sus libros más importantes son reuniones de artículos que vieron la luz en los periódicos. Senderos, La cena de las burlas, Mi generación y mi época, Ideales de la Revolución. En el segundo hay un par de artículos breves en torno a un fuerte altercado entre los generales Plutarco Elías Calles y Benjamín Hill, y la posterior muerte de este divisionario sonorense. Los artículos tienen calidad testimonial, un buen análisis de contenido, su entramado es un relato perfectamente articulado. Distingue entre los datos tomados de los testigos e infiere las interpretaciones que de aquéllos se deducen. Sin embargo, no son estos artículos una pieza historiográfica, como tampoco lo es el libro al que pertenecen, porque éste carece, no propiamente de unidad temática, pero sí de la estructura profunda que lo pueda sustentar como unidad mayor. En este caso, ni literatura ni historia, pero sí fuente para la historia, aunque indirecta y —como todas— susceptible de ser sometida a la crítica.
El deslinde no resulta fácil. Sin embargo, en la obra de cualquier escritor, su trabajo periodístico es prueba documental de su estilo y es menester atenderlo sin desvincularlo de la totalidad de la obra a la que pertenece. Volviendo a Novo, en los volúmenes de La vida en México… hay textos de altísima calidad literaria, ya por su introspección, ya por su agudeza para recrear ambientes, caracterizar personajes o relatar situaciones. En otros casos, aunque siempre cuidando su estilo —el Novo touch, según un día le escuché decir— los artículos dejan algo que desear.
¿He resuelto la disyuntiva? Tal vez sí, en la medida en que debe quedar clara la diferencia entre las dos acepciones de la palabra crónica. Una, es para la historiografía, la otra, para la literatura. En la primera, hay crónica que sí es historia y en la segunda, crónica que sí es literatura.

REFERENCIAS
CROCE, Benedetto 1955 Teoría e historia de la historiografía. Traducción Eduardo J. Prieto. Buenos Aires: Escuela.
IGLESIA, Ramón 1940 El Victorial. Crónica de don Pero Niño. Selección, prólogo y notas de Ramón Iglesia. México: Séneca.
CRÓNICA: HISTORIA O LITERATURA 721 MENDIOLA MEJÍA, Alfonso
1991 Bernal Díaz del Castillo: verdad romanesca y verdad historiográfica. México: Universidad Iberoamericana V Centenario Comisión Puebla.
MIGNOLO, Walter 1981 “El metatexto historiográfico y la historiografía indiana”, en Modern Language Notes, 96, pp. 358-402.
NOVO, Salvador 1994 La vida en México en el periodo presidencial de Lázaro Cárdenas. Compilación y nota preliminar de José Emilio Pacheco. México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
1994a La vida en México en el periodo presidencial de Manuel Ávila Camacho. Compilación y nota preliminar de José Emilio Pacheco. México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
1994b La vida en México en el periodo presidencial de Miguel Alemán. Compilación y nota preliminar de José Emilio Pacheco. México: Empresas editoriales.
O’GORMAN, Edmundo 1945 “Teoría del deslinde y deslinde de la teoría”, en Filosofía y Letras, IX: 17 (ene.-mar.), pp. 21-36.
REYES, Alfonso 1963 El deslinde. Prolegómenos a una teoría literaria. México: Fondo de Cultura Económica, «Obras Completas de Alfonso Reyes, XV».
WECKMANN, Luis 1983 La herencia medieval de México. México: El Colegio de México, 2 vols.
WHITE, Hayden 1973 Metahistory. The Historical Immagination in Nineteenth- Century Europe. Baltimore y Londres: The Johns Hopkins University Press.
1994 “El texto historiográfico como artefacto literario”, en Historia y grafía, 2, pp. 9-34. 722 ÁLVARO MATUTE

EL GESTO DE LA MUERTE

Jean Cocteau


En este cuento breve y relampagueante, Jean Cocteau (1889-1963), tomando como punto de partida una ficción de Las Mil y una noches, reflexiona también sobre el miedo que carcome a los hombres y cuya figura emblemática es la parca. Su resplandor aciago aquí nuevamente retratado.

Un joven jardinero persa dice a su príncipe:
-¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.
El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:
-Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?
-No fue un gesto de amenaza -le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.

Tomado de Con-fabulación No. 87

MENTIRAS

Artemisa



Mientras me besas cierras tus ojos con fuerza
Con el dolor contenido en tu alma, recuerdas el sabor de sus labios.

Y en cada caricia imaginas su piel morena
No soy yo. No es a mí a quien le haces el amor

El alma contenida se te va por suspiros
Tus ojos cerrados ven a quien yo no veo

Tus manos tocan a quien no conozco
Menos a mí.

Siento tu calor en mi pecho, tu aliento en mi rostro.
Me entrego sin más sabiendo tu ausencia.

Tratando de hacerme sentir en cada caricia,
Y que al abrir los ojos me veas, pero no.

Los abres y un frío llena tu alma
Y una daga atraviesa la mía.

Te digo aquí estoy y tu dices no.
Se borra todo el momento.
El fantasma que cubría mi rostro y mi piel se va,
Y tú con ella.

LA DESPEDIDA

Amparo Osorio


Los géneros literarios se borran lentamente, las reglas de juego y las convenciones que fueran sacrosantas parecen ceder a nuevas latencias, y empieza a notarse un feliz eclecticismo en ciertos escritores que mezclan, yuxtaponen y hacen cohabitar al cuento con la poesía, a la novela con el ensayo, al poema con la filosofía, y que votan por cierta impureza salvadora. Estamos, posiblemente, cercanos a la muerte de los géneros y el nacimiento del texto. El siguiente relato de Amparo Osorio, autora de varios poemarios -Gota ebria, Migración de la Ceniza, Territorio de Máscaras, Memoria absuelta- y quién termina de cocinar Los Cuadernos de Aralia, su primera novela, es prueba concreta de esta sutil mixtura y anuncia el regreso de la confusión pre-socrática, donde los límites y las fronteras eran invisibles y todo resultaba válido si intentaba la fundación del hombre.
Quise decirle que el pasado ya no importaba, y ni siquiera existía la herida o la ceniza, ese hermoso vocablo para evocar algo que había sido y que ahora y desde hace mucho, ocupaba una rara y olvidada neblina.
Él había hecho su camino y yo mi duelo. ¿A qué entonces franquear el círculo para volver sobre antiguos rencores?
Quise pronunciar ese viejo dolor, el abandono, la juventud en trizas, las pupilas indagando un espacio, y el vacío sobre la piel en el fondo justo de las manos desnudas que como pájaros intentaron por años abrazar la nada.
Quise pero me abstuve, no sé si por piedad, por esa antigua devoción al silencio, o por no traicionar mis últimas estrellas.
La tarde había caído en una lluvia incesante y lastimera. El agua golpeaba la ventana triste con su sonido hueco y misterioso y me detuve en la inmensidad de sus ojos perdidos en el último relámpago.
Yo había amado esos ojos que ahora me resultaban tan extraños, tan hundidos en un lenguaje intraducible. Me había mirado en ellos y los había compartido bajo la indecible luz de diferentes lunas. En la claridad de incontables mañanas. En memorables tardes hundidas de bruma. En la alegría de las flores silvestres. En los caminos simplemente andados al azar, sin horario y sin rumbo.
Eran... ¿Cómo eran? Casi lo olvidaba. Ahora que estaban ahí, frente a mí, impenetrables y sombríos, confirmé que en el tiempo se disolvieron los destellos que poseían.
Tal vez había venido para la despedida y yo aguardaba las últimas palabras con una serenidad casi imposible. Ansiaba incluso oírlas porque durante muchos años permanecieron aplazadas. [UTF-8?](“Toda palabra finalmente será [UTF-8?]dicha”, repetía mi abuela).
Lo miré de frente con más ansia de historias que de dudas, quizás imaginando sus dolores y sus sueños. Lo miré deseando compartir los desniveles de los años, con sus puertas y sus dudas, con las ondulaciones de los días, la huida de la vana esperanza... y por qué no, los amores con su esplendor y su ceniza.
Él callaba. Sus ojos una vez más parecían haber olvidado aquella tarde en que comenzó el amor. Pensé que ahora se paseaban también por inmóviles recuerdos, porque fugazmente los intuí como barcos quietos atados a un muelle indescifrable.
Hubiera podido gritar para abstraerlo del mutismo, pero sentí más digno acogerme a ese silencio que emanaba del estado perfecto de un interlocutor de la tristeza.
¿Respondería acaso a mis preguntas? No. Supe que no lo haría porque tantos años de ausencia no dejan ya preguntas, como tampoco dudas.
Contemplé su estatura y me detuve en las manos. Esas manos pálidas y firmes que muchas veces habían encerrado las mías con ternura como acariciando un pájaro desvalido.
¿Cuántos cuerpos, cuántas otras manos, cuántos árboles después de mí, habrían acariciado? Tampoco era una pregunta formulable y callé.
Al fondo de la habitación la cortina temblaba levemente.
De súbito me alcanzó un raro presentimiento. ¿A qué volvía?
Evoqué otra tarde de lluvia tan similar a esta, en que asidos de la mano saltábamos las populosas avenidas para terminar del otro lado de la calle sumidos en un abrazo profundo.
La de ahora, tarde húmeda de vagos y lejanos instantes que entraban y salían sin explicación, poseía un extraño e irreductible vacío.
Era preciso romper el silencio. Buscar la palabra puente para incitarlo a una mínima sonrisa.
Quise decirle que cada cual elige su desorden. Que amé de nuevo. Que crucé desnuda los filos del amor. (Tal vez lo supo). Quise decirle... pero sentí piedad. No se vuelve para la afrenta. Y ese súbito regreso continuaba rodeado de un indescifrable misterio.
Me limité sólo a contemplarlo de nuevo y a permitir que el corazón silenciosamente formulara sus dudas, pero el corazón iba y volvía en mí como un potro galopante que desarticulaba aún el inicio de cualquier palabra.
Encendí un cigarrillo y me llegaron sus cálidas seducciones de otro tiempo.
Pude haberlo lanzado sutilmente al espacio como en aquel entonces, pero su rostro de ahora estaba triste y un ademán de coqueteo, forzosamente resultaba inútil.
Lejana, sobre la tarde irrumpió una campana lastimera.
Me senté junto a la ventana con la sangre palpitando en el cerebro, mientras el viento traía las palabras del oficio religioso.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo...
Volví sobre esos ojos que seguían espiando.
Nos hemos reunido hoy aquí...
Entonces le grite: que por qué a mí, por qué ahora, por qué después de tantos años...
Para despedir a nuestro hermano...
Él, acercándose serenamente colocó un beso en mi mejilla y yo lo abracé, lo abracé con ternura, sin rencores y sin palabras, sin preguntas ni reproches, lo estreché contra mi corazón como se hace con un buen amigo cuando parte y me quedé en la bruma de la habitación con los brazos vacíos, sintiendo uno a uno los golpes del cemento que impiadosos caían sobre la desconocida bóveda que lo contuvo.

Tomado de Con-fabulación 86