lunes, 27 de abril de 2009

Yuria 48 / Rosario Castellanos



ROSARIO CASTELLANOS: VOCACIÓN LITERARIA Y PASION HUMANISTA

Nosotros somos los intentos, los balbuceos.
Después de nosotros vendrán los genios a decirlo todo.
Rosario Castellanos. La Cabaña, 8 de Julio, 1956.


Romeo A. Figueroa Bermúdez

1
En primer término, quiero decirles que no es tarea sencilla elaborar una semblanza acerca de la vocación literaria de Rosario Castellanos, una de las más grandes figuras de la literatura mexicana del Siglo XX, cuando se ha escrito tanto acerca de su obra magistral. Sin embargo, cada vez que alguien se acerca a uno de sus textos emergen nuevas vetas de reflexión, nuevos horizontes de análisis que son propios de las obras clásicas, por lo cual, justamente, han pasado a formar parte de las obras que por su naturaleza se las considera ya clásicas.
En esta breve conferencia, me permito abordar sólo una mínima pizca de su enorme obra narrativa, desde Balún-Canán, un pequeño punto, como en el Aleph de Borges, el círculo aquel donde se concentran todos los puntos posibles para hacerse uno y desde el cual emergen todos los horizontes de configuración de lo posible en el mundo pragmático y por tanto complejo del arte de la novela.
2
Las reflexiones que he logrado reunir para compartir con el respetable público de mi ciudad natal, forman parte de una mirada que mira la mirada del otro desde el punto de vista de un modesto teórico de la comunicación, y están orientadas en dos momentos: el primero, apunta hacia una definición de la noción de la vocación literaria en Rosario Castellanos, principalmente de algunos testimonios procedentes de entrevistas, declaraciones y escritos aportados por la autora; en un segundo momento, analizaremos de modo muy a vuelo de pájaro unas cuantas imágenes de los escenarios dialógicos inscritos en Balún-Canán, la novela más cercana a los símbolos culturales y lingüísticos de Comitán. Balún-Canán, torna universal el lenguaje dialectal del pueblo y lo proyecta al mundo con la singularidad expresiva del habla comiteca. En mi opinión, esta recuperación que mediante el texto Rosario proyecta del lenguaje del pueblo representa el más grande homenaje que escritor alguno puede rendir a las culturas de un pueblo, lo cual también explica el gran amor que el pueblo de Comitán profesa a Rosario Castellanos. La brevedad de esta presentación no permite abordar su inmensa obra poética, cuento, ensayo, teatro, crítica literaria y política, de donde deriva gran parte de su filosofía, de su pensamiento social y en la cual también tuvo tan destacada participación con sus clarificaciones críticas, á veces irónicas, a veces didácticas, pero siempre reflexivas, siempre agudas, de sus numerosas publicaciones.
Penetramos, pues, a la primera parte. La vocación literaria de Rosario Castellanos tiene múltiples matices de aproximación dada su constante autocrítica derivada de sus entrevistas. Rosario escribe: «En el momento en que se descubre la vocación, yo supe que la mía era la de entender. Hasta entonces, de una manera in conciente, yo había identificado esta urgencia con la de escribir. Lo que saliera. Y salían endecasílabos consonantes, de cuatro en cuatro y de tres en tres. Sonetos. Y su redacción me proporcionaba un alivio a la angustia, como si por un instante, me hubiera yo emancipado del dominio del caos. Reinaba el orden, irrisorio tal vez, seguramente provisional, pero orden al fin». (Castellanos: 1999, 199) Lo primero que encontramos en este alivio a la angustia y revelación es la vocación de entender. Y entender es la parte
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pragmática más compleja de la comunicación, pues surge a través de una síntesis de tres selecciones diferentes: la selección de la expresión-información, la selección de la interpretación y la selección de comprensión o entendimiento de esta expresión. Y cuando digo pragmática no me refiero a la práctica, sino a la unión de la expresión con el significado de la expresión y la comprensión que es la
interpretación individual que hacemos de la expresión en el tiempo y el espacio. Este es el sentido complejo de la comunicación con el cual se autodefine Rosario. Luego, la escritora habla de la angustia de salirse del caos en busca del orden y esto implica la necesidad de organizar su trabajo, de encontrar (se) y darle sentido, de organizar la manera de escribir, de expresar las ideas, en un mundo donde todo va, pero donde la mujer intuye que hay una técnica y un método que tiene en el laberinto de la soledad del escritor un fin: poner orden al caos, poner
orden a esa necesidad de escribir, de expresar. Esto lo expresa cuando la autora ya tiene una maestría en filosofía, hay que subrayarlo. Esta necesidad vital la conduce a una facultad universitaria en la que se estudia su técnica y su historia, la Facultad de Letras. Pero pronto se convence de que las fechas y los nombres, los estilos y análisis de recursos no la ayudan a ese entendimiento de sí misma,
del mundo de la vida y de las cosas que busca. Las preguntas qué, cómo y para qué siguen rondando como fantasmas en una imaginación que no alcanza satisfacer su inquieto espíritu indagador. Entonces descubre, merced a su «Ángel de la guarda en turno» que junto a las clases de literatura se impartían las de filosofía, [y lo declara en Mujer que sabe latín…], lo que consumó un cambio
definitivo en el rumbo de sus aspiraciones personales. Rosario abre las puertas de la literatura a través de la filosofía y expone, mediante un lenguaje literario, un tema filosófico que adquiere plenitud en Balún-Canán. La enseñanza socrática le fue muy útil. «Utiliza como Sócrates la ironía, de manera tan sutil que sólo una gran sensibilidad podía percibirla, porque ‘ver y escuchar ironías constituye un acto intencional para que la ironía ocurra’» conforme escribe Laura Guerrero (2005,76), (Ansoleaga: 2006, 51) «Feliz, inadvertida y confiada» conoció la poesía de Paraménides, Heráclito y Platón, quien traza una línea entre los modos de conocer y elimina de su República as los poetas porque «contienen en sí un germen indeseable de disolución». Y cuando llega Aristóteles al mundo de Rosario «la separación entre filosofía y letras queda consumada» (Castellanos: 1999, 200)
Más adelante escribe Rosario: «Cuando me di cuenta de que el lenguaje filosófico me resultaba inaccesible y que las únicas nociones a mi alcance eran las que se disfrazaban de metáforas, era demasiado tarde. No sólo estaba a punto de concluir la carrera, sino que ya no escribía ni endecasílabos, ni consonantes ni sonetos. Otra cosa. Anfibia. Ambigua». Los resultados fueron muchos escritos a manera de ensayo, sin alcanzar la luz. Luego vino la lectura intensiva, extensiva; la búsqueda de la sencillez, pero sobre todo, la lectura, mucha lectura. Hace cuarenta años, en abril de 1969, Luis Adolfo Domínguez la entrevista para la Revista de Bellas Artes, donde a propósito de la obra literaria de Rosario llamada ‘indigenista’, nombre con el cual no está de acuerdo pero acepta a falta de otro, expresa no ser tan optimista como para que la leyeran sus amigos y dice «A lo
mejor no tengo tantos amigos, de plano. Yo escribo para mí. Me interesa como lectora aquello que yo puedo escribir. Hay una serie de fenómenos en el mundo que no entiendo si no los expreso… y me interesa entenderlos. En la medida en que yo tengo una serie de semejanzas y de problemas que comparto con otros – sigue diciendo Rosario – se puede establecer la comunicación. Creo que siempre se piensa en el lector más inmediato, y el lector más inmediato es el propio escritor. A partir de allí, es puro milagro que haya otro lector». (Castellanos: 1989, 9) Aunque pueda parecer arrogante decir: escribo para mí, la declaración se justifica si observamos que el mejor entendimiento en realidad emerge de lo que escribimos, porque escribir permite entender. En esta declaración, Rosario echa de ver también la pertinencia de una formación filosófica para el oficio de escritor. Una formación que permite ver toda esa cosmovisión de la mirada de los indios en Balún-Canán a través de los ojos de una niña. Y queda claro que el arte de la novela no puede prescindir de un orden superior del entendimiento que procede de la reflexión y del conocimiento del mundo de la vida donde el orden y el caos son una especie de paradoja irrenunciable de la que el narrador no puede escapar. Como expresa Federico Campbell, si nuestra relación con la realidad y con los demás abunda en equívocos y malentendidos, no hay por qué esperar otra cosa de la escritura, donde se ponen en común el conocimiento, la imaginación y la fantasía. La literatura no se hace con sentimientos, expresa Rosario, también «se requiere de técnica. Esta es fundamental. No hablo de recetas ni sugiero volver a las formas ya consagradas por los clásicos. No. Cada uno tiene que encontrar su propia forma o dar su acento propio a las formas viejas…La literatura contemporánea requiere un aprendizaje especial, un hábito que quienes no lo han adquirido no están capacitados para gustar lo que se escribe hoy. Y me refiero,
[sigue escribiendo Rosario,] no sólo a la poesía sino a los otros géneros: novela, teatro, ensayo. Todo eso lo va enriqueciendo a uno y sirve para la propia obra. Porque se pueden tener puntos de vista más amplios y más profundos y medios más precisos para expresarlos…En suma, la literatura como profesión es muy absorbente y totalmente inagotable. Comprometerse a ella es estar dispuesto a un sacrificio íntegro. De ahí que lo que puede llamarse un buen escritor sea tan
escaso». (Castellanos: 1995) Reconoce que el teatro es el modo de recuperar la unicidad indivisible y auténtica del habla del actor: «Cuando hago hablar a mis
personajes, y no se trata de un diálogo costumbrista como el que usé en Balún-Canán o en Oficio de Tinieblas o en los libros de cuentos los hago hablar a todos exactamente de la misma manera que hablo yo. Y esto es un defecto, defecto de caracterización, y en el teatro no hay otro modo de caracterización más que la palabra hablada. Este es el problema que tengo». (Castellanos: 1989, 833)

Sin embargo, el teatro es un género de auténtica revelación de la autonomía del actor, en mi opinión, aporta a la novela, la riqueza individual de la expresión individual del actante, cada uno es único en su expresar, en su decir, en su lenguaje proxémico, silencioso, en tu tono, en su timbre. En el teatro puede el narrador de la novela conocer sus personajes y al mismo tiempo aprender a identificar su carácter individual, su unicidad, lo que hace único al actor como interpretante de las cosas que siente en el mundo de la vida. ¿Y qué aporta el
ensayo? El ensayo es una especie de fermentación de las lecturas, da cuenta de lo que el escritor mira más allá de la mirada común, entre los miembros de su clan entre sus asociados, es una especie de espejo donde, mirando a los otros nos miramos a nosotros mismos, es el espejo de nuestras propias acciones, el espejo de la naturaleza.
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El segundo momento de esta presentación parte del cuento Primera revelación, que dio origen a Balún-Canán, novela. Con ella Rosario quería contar historias que no fueran esenciales como los de la poesía: hechos adjetivos. Así, arriba a la novela recordando su infancia, y, como ella misma expresa, se deja llevar por el fluir de sus recuerdos. «Después, los sucesos se ordenaron en torno a un mismo
tema…» A este punto, la obra en tres partes la desarrolla una niña de siete años que, ella misma advierte, es «incapaz de observar muchas cosas y, sobre todo, es incapaz de expresarlas. Sin embargo, el mundo en que se mueve es lo suficientemente fantástico como para que en él funcionen las imágenes poéticas. Este mundo infantil es muy semejante al mundo de los indígenas, en el cual se sitúa la acción de la novela. (Las mentalidades de la niña y los indígenas poseen en común varios rasgos que las aproximan). Así, en estas dos partes la niña y los indios se ceden la palabra y las diferencias de tono no son mayúsculas. [Sigue diciendo Rosario]: El núcleo de la acción, que por objetivo corresponde al punto de vista de los adultos, está contado por el autor en tercera persona. La estructura desconcierta a los lectores. Hay una ruptura en el estilo, en la manera de ver y de pensar. Esta es, supongo, la falla principal del libro. Lo confieso: no pude estructurar la novela de otra manera». (Castellanos: 1989, 13, 14) Confesión de profunda honestidad y genuina honradez de la escritora. Pulcritud y transparencia que instalan a la autora en el lugar de los grandes narradores.
Hay en la obra Balún-Canán, un conjunto de expresiones dialectales que Rosario hace universales dando cuenta de manera cuidadosa, casi imperceptibles, de un estilo peculiar en el que emplea un lenguaje del cual ella misma se lamenta en algunas entrevistas registradas en Obras I. Narrativa, (1989). Citaré tres imágenes:
- Este es el potrero del Panteón. Lo llaman así porque cuando lo estamos posteando para tender las alambradas se encontró un entierro de esqueletos y trastos de barro un gringo loco que andaba por aquí dizque cazando mariposas…
- Ah, sí, ese que le pusieron de apodo Mister Peshpén.
- Pero qué mariposas. Lo que buscaba ha de haber sido petróleo 7 o algo por el estilo… Aquí, otra imagen:
- No quiero ser una separada como Romelia. Se arrima uno a todas partes y no tiene cabida con nadie. Si se arregla uno, si sale a la calle, dicen que es uno una
bisbirinda. Si se encierra uno piensan que a hacer mañosadas. Gracias a Dios tengo mis dos hijos. Y uno es varón.


Concluyo con una tercera imagen:
- César, como eres el hombre de la casa y el principal, vine a pedirte un favor.
- ¿Sí?.
- Estoy azareada de estar aquí. Y es necesario que me soples para que se me bajen los colores y yo quede en paz.

CONCLUSIÓN
El oficio de escritor está representado por un mundo que requiere técnica, método, reflexión y una gran capacidad de abstracción que permita ordenar, jerarquizar los distintos escenarios en que se da el mundo y que cobra vida en la narrativa, un supremo ejercicio de abstracción de todo lo que se ha leído, de todo lo que se
ha observado y de todo lo que se ha vivido. Demanda de un trabajo imaginativa muy grande. Organizar la vida en el texto como la vida se da en la misma vida real es una tarea compleja. Rigor y dedicación extrema son sus ingredientes prácticos. Nadie puede ser escritor por inspiración como tampoco se puede aprender a escribir por intuición o por correspondencia. Se necesita creatividad y talento creador. Aprender a repetir para disciplinarse sin olvidar que la repetición en sí no es creativa. Se impone aprender a crear. Durante los 16 años que vivió en Comitán, Rosario conoció y reflexionó a fondo las costumbres de la gente de Chiapas, especialmente de la gente de Comitán y las organizó, las jerarquizó estructural y filosóficamente de tal modo que le permitió crear y recrear en el arte de la novela: Balún-Canán (1957),
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Oficio de tinieblas (1964) y Rito de iniciación,1 que no alcanzó la luz, lo mismo que sus numerosos cuentos y poesía. En su obra expresó las cosas del mundo de la vida que vivió y convivió durante esa singular adolescencia que vivió en Comitán. Con su obra en su conjunto, alcanzó la dimensión universal del genio. El genio se proyecta por la riqueza de un pensamiento creativo. Como expresó el filósofo alemán de la comunicación Niklas Luhmann, para ser genio se requiere de tres dimensiones del sentido, tal como fue entendido entre los siglos XVII y XIX: primero, una dimensión temporal en la cual el genio aporta pensamientos u obras nuevos, luego una dimensión objetual que establece que los pensamientos han de ser significativos y, una dimensión social, que exige que los pensamientos deben ser sorprendentes. Por algo, Luhmann solía decir a sus alumnos:-¡Vean el contecimiento y asómbrense de él!
Una cosa semejante puede decirse de la obra de Rosario. Estos tres ingredientes del pensamiento: nuevos, significativos y sorprendentes, se encuentran plenamente identificados y representados en el corpus interior de su inmensa y genial obra. Por tanto, la narrativa de Rosario, centralmente ubicada en el mundo
indigenista de mediados del siglo XX, lega a la posteridad un rico manto de reflexión para incursionar en otros campos del género narrativo. Su técnica y metodología son ya el referente obligado para los nuevos escritores y escritoras aficionados al apasionante arte de la novela. Y cierro la conferencia con estos cuatro versos de Ezra Pound, el gran maestro de T. S. Elliot y James Joyce, cuando escribe: Reúno estas palabras para cuatro personas. Alguien más puede cazarlas al vuelo, Oh Mundo, lo siento por ti, No conoces a esas cuatro personas.

MUCHAS GRACIAS
Comitán de las Flores, Chiapas, 16 de Abril de 2009.

1 «El asunto que pretendía abordar en Rito de iniciación – escribe Rosario- era el descubrimiento de una
actividad intelectual, más concretamente de una vocación literaria. Este problema me ha obsesionado durante
muchos años y lo he tratado, he insistido mucho sobre él a través de cuentos, de obras de teatro, de diálogos,
en fin, de una serie de textos que no han podido ser definitivos, pero que vuelvo, otra vez, a incidir en ellos...»
Rosario Castellanos (1989), Obras I Narrativa, p. 833. FCE. México.
9
BIBLIOGRAFÍA
Castellanos, Rosario (1999), Mujer que sabe latín… FCE, México.
Castellanos, Rosario (1989), Obras I, Narrativa. Letras mexicanas, FCE, México.
Campbell Federico, en Revista La Tempestad, No. 9, Noviembre-Diciembre 1999,
p. 36.
Castellanos, Rosario (1995), Carta al Poeta Chiapaneco Oscar Bonifaz, La
Jornada, Cultura 24. Rosario, o el sacrificio íntegro, La Cabaña, 8 de Julio de
1956.
Guerrero, Laura (2005), La ironía en la obra temprana de Rosario Castellanos,
Eón, UIA, México.
Zamudio Luz Elena Y Margarita Tapia, Eds. (2006), Rosario Castellanos: De
Comitán a Jerusalén, Tec de Monterrey, Toluca, Edo Méx., CONACULTA,
FONCA, México.

Rosario Castellanos, vocación literaria y pasión humanista, Conferencia leída en la Sala de Exposiciones del Centro Cultural Rosario Castellanos, Casa de la Cultura de la ciudad de Comitán de las Flores, con motivo del 9º Festival Internacional de las Culturas y las Artes, que tuvo lugar del 15 al 19 de Abril de 2009, a invitación del Alcalde de Comitán, Licenciado Eduardo Ramírez Aguilar, del profesor Miguel Ángel Arguello, Director de Desarrollo Humano y autoridades de CONECULTA, organizadores del evento



Breve selección poética de Rosario Castellanos

KINSEY REPORT
Rosario Castellanos.

1

- ¿si soy casada? Sí. Esto quiere decir
que se levanto un acta en alguna oficina
y se volvió amarilla con el tiempo
y que hubo una ceremonia en una iglesia
con padrinos y todo. Y el banquete
y la semana entera en Acapulco.

No, ya no puedo usar mi vestido de boda.
He subido de peso con los hijos,
con las preocupaciones. Ya usted ve, no faltan.

Con frecuencia que puedo predecir,
mi marido hace uso de sus derechos o,
como él gusta llamarlo. Paga el debito
conyugal. Y me da la espalda. Y ronca.

Yo me resisto siempre. Por decoro
pero también, cedo. Por obediencia.

No, no me gusta nada.
de cualquier modo no debería gustarme
porque yo soy decente ¡y él es tan material!

Además me preocupa otro embarazo.
y esos jadeos fuertes y chirrido
de los resortes de la cama pueden
despertar a los niños que no duermen después
hasta la madrugada.


2

Soltera, sí. Pero no virgen. Tuve
un primo a los trece años.
Él de catorce y no sabíamos nada.
me asuste mucho. Fui con un doctor
que me dio algo y no hubo consecuencias.

Ahora soy mecanógrafa y algunas veces salgo
a pasear con amigos.
Al cine y a cenar. Y terminamos
la noche en un motel. Mi mamá no se entera.
l



Al principio me daba vergüenza, me humillaba
que los hombres me vieran de ese modo
después. Que me negaran
el derecho a negarme cuando no tenía ganas
porque me habían fichado como puta
y ni siquiera cobro. Y ni siquiera
puedo tener caprichos en la cama

Son todos unos tales. ¿Qué que por qué lo hago?
porque me siento sola. O me fastidio

Porque ¿no lo ve usted? Estoy envejeciendo.
Ya perdí la esperanza de casarme
y prefiero una que otra cicatriz
a tener la memoria como un cofre vacío.


3
Divorciada. Porque era mula como todos.
Conozco a muchos más. Por eso es que comparo.

De cuando en cuando echo una cana al aire
para no convertirme en una histérica.

Pero tengo que dar el buen ejemplo
a mis hijas. No quiero que su suerte
se parezca a la mía.

4
Tengo ofrecida a Dios esta abstinencia
¡Por caridad, no entremos en detalles!

A veces sueño. A veces despierto derramándome
y me cuesta trabajo decirle al confesor
que, otra vez, he caído porque la carne es flaca.

Ya dejé de ir al cine. La oscuridad ayuda
y la aglomeración en los elevadores.

Creyeron que me iba a volver loca
pero me está atendiendo un medico. Masajes.

Y me siento mejor.

5

A los indispensables (como ellos se creen)
los puede usted echar a la basura,
como hicimos nosotras.

Mi miga y yo nos entendemos muy bien.
Y la que manda es tierna, como compensación;
Así como también, la que obedece,
es coqueta y se toma sus revanchas.

Vamos a muchas fiestas, viajamos a menudo
y en el hotel pedimos
un solo cuarto y una sola cama.

Se burlan de nosotras pero también nosotras
nos burlamos de ellos y quedamos a mano.

Cuando nos aburramos de estar solas
alguna de las dos irá a agenciarse un hijo.
¡No, no de esa manera! En el laboratorio
de la inseminación artificial.

6

Señorita .Sí, insisto. Señorita

Soy joven. Dicen que no fea. Carácter
Llevadero. Y un día
vendrá el Príncipe Azul, porque se lo he rogado
como un milagro a San Antonio. Entonces
vamos a ser felices. Enamorados siempre.

¿Qué importa la pobreza? y si es borracho
lo quitaré del vicio. Si es un mujeriego
Voy a mantenerme siempre tan atractiva,
tan atenta a sus gustos, tan buena ama de casa,
tan prolífica madre
y tan extraordinaria cocinera
que se volverá fiel como premio a mis meritos
entre los que, el mayor, es la paciencia.

Lo mismo que mis padres y los de mi marido
celebraremos nuestras bodas de oro
con gran misa solemne.

No, no he tenido novio. No, ninguno
todavía. Mañana.


Selección: Esther Gómez
de la antología poética Poesía no eres tú.


Ajedrez
Porque éramos amigos y, a ratos, nos amábamos;
quizá para añadir otro interés
a los muchos que ya nos obligaban
decidimos jugar juegos de inteligencia.

Pusimos un tablero enfrente de nosotros:
equitativo en piezas, en valores,
en posibilidad de movimiento.
Aprendimos las reglas, les juramos respeto
y empezó la partida.

Henos aquí hace un siglo, sentados, meditando
encarnizadamente
cómo dar el zarpazo último que aniquile
de modo inapelable y, para siempre, al otro.


Desamor

Me vio como se mira al través de un cristal
o del aire
o de nada.

Y entonces supe: yo no estaba allí
ni en ninguna otra parte
ni había estado nunca ni estaría.

Y fui como el que muere en la epidemia,
sin identificar, y es arrojado
a la fosa común.


Destino

Matamos lo que amamos. Lo demás
no ha existido vivo nunca.
Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere
un olvido, una ausencia, a veces menos.
Matamos lo que amamos. ¡Qué cese ya esta asfixia
de respirar con un pulmón ajeno!
El aire no es bastante
para los dos. Y no basta la tierra
para los cuerpos juntos
y la ración de la esperanza es poca
y el dolor no se puede compartir.

El hombre es animal de soledades,
ciervo con una flecha en el ijar
que huye y se desangra.

Ah, pero el odio, su fijeza insomne
de pupilas de vidrio; su actitud
que es a la vez reposo y amenaza.

El ciervo va a beber y en el agua aparece
el reflejo de un tigre.
El ciervo bebe el agua y la imagen. Se vuelve
-antes que lo devoren- (cómplice, fascinado)
igual a su enemigo.

Damos la vida sólo a lo que odiamos.


Elegía

Nunca, como a tu lado, fui de piedra.

Y yo que soñaba nube, agua,
aire sobre la hoja,
fuego de mil cambiantes llamaradas,
sólo supe yacer,
pesar, que es lo que sabe hacer la piedra
alrededor del cuello del ahogado.


La nostalgia

Si te digo que fui feliz, no es cierto.
No creas lo que yo creo cuando me engaño.
El recuerdo embellece lo que toca:
te quita la jaqueca que tuviste,
el sopor de la siesta lo transfigura en éxtasis
y, en cuanto a ese zapato que apretaba
tanto que te impidió bailar el primer baile,
no hubo zapato. Mira: estás descalza, danzas
eternamente ingrávida en el círculo
cerrado de un abrazo.

Danzas sin esa doble barbilla de tu gula,
sin esa arruga artera
que está acechando alrededor de tu ojo.


Límite

Aquí, bajo esta rama, puedes hablar de amor.

Más allá es la ley, es la necesidad,
la pista de la fuerza, el coto del terror,
el feudo del castigo.

Más allá, no.


Pasaporte

¿Mujer de ideas? No, nunca he tenido una.
Jamás repetí otras (por pudor o por fallas nemotécnicas).
¿Mujer de acción? Tampoco.
Basta mirar la talla de mis pies y mis manos.

Mujer, pues, de palabra. No, de palabra no.
Pero sí de palabras,
muchas, contradictorias, ay, insignificantes,
sonido puro, vacuo cernido de arabescos,
juego de salón, chisme, espuma, olvido.

Pero si es necesaria una definición
para el papel de identidad, apunte
que soy una mujer de buenas intenciones
y que he pavimentado
un camino directo y fácil al infierno.

Selección de Claudia Martínez




BIBLIOGRÁFICAS

Cartas a Ricardo
Rosario Castellanos
Consejo Nacional para la cultura y las artes.
1994
Nada le afecta más al ser humano que el aprendizaje sentimental, que nos tortura hasta el último minuto de nuestra existencia. La vida amorosa de Rosario es una tragedia porque es trágico no obtener respuesta y empecinarse, revolcarse en la esperanza que nunca se cumple. Rosario vive esta tragedia cotidiana y sin embargo escribe. Su cerebro dividido en dos lóbulos frontales está en realidad habitado por dos propósitos: uno para escribir, otro para sufrir. No se mezclan. Rosario puede pasar de la más pavorosa escena de celos a su mesa de trabajo. Y no se desfoga sobre el papel. Escribe. No se vuelca en catarsis psicoanalítica. Hace abstracción, traza sus signos, al descifrarse descifra al mundo.
Elena Poniatowska

Obras I. Narrativa
Rosario Castellanos
Fondo de Cultura Económica
1998
La publicación de Obras completas de Rosario Castellanos constituye un acto de justicia a una de las grandes escritoras mexicanas del siglo XX. Rosario Castellanos (ciudad de México, 1925, Herzelia Pitua, Israel, 1974) perteneció a la luminosa generación del medio siglo mexicano, aquella que escribió bajo la divisa de ser contemporánea de todos los hombres, como dijera Octavio Paz, inaugurando la década de los cincuenta. Fue precisamente la narrativa de Rosario Castellanos la que desterró de nuestras letras la mirada exógena y paternalista que había caracterizado al indigenismo mexicano.
Novelas como Balúm Canán (1957) y Oficio de tinieblas (1964) pretenden atrapar el tiempo indígena en su naturaleza cíclica y ceremonial; pero más aún, como el drama universal de seres humanos determinados por una cultura milenaria cuyo choque con Occidente los había herido y transformado.
El Fondo de Cultura Económica presenta en tres tomos la obra completa de Rosario Castellanos. En éste tenemos las novelas arriba citadas, los libros cuentos de Ciudad Real (1960), Los convidados de Agosto (1968) y el póstumo Álbum de familia (1975). Así como tres narraciones inéditas. Los tomos segundo y tercero corresponderán, respectivamente, a la obra poética y dramática, y a sus ensayos críticos y meditaciones literarias.

Mujer siempre y hasta el fin.
Antología de Poesía de Rosario Castellanos editada por la Secretaria de Educación del Estado de Chiapas, con prologo de Dolores Castro; portada y pinturas interiores de Patricia Mota Bravo




ROSARIO CASTELLANOS O EL CANTO DE LA LÚCIDA SOLEDAD
Ricardo Cuéllar Valencia


Rosario Castellanos Figueroa, pariente de Rodulfo Figueroa o heredera del poeta, es una de las más lúcidas y la más completa escritora en Hispanoamérica, después de Sor Juana Inés de la Cruz. (Varias mujeres son interesantes en uno y otro género, la novela, el ensayo, la poesía). Rosario Castellanos contaba con una muy personal tradición prehispánica y muy especialmente relacionada con una familia de raigambre, tradiciones y costumbres coloniales, y sobre todo una erudita en saberes y secretos de la vida y la literatura. Su erudición, sinónimo de amplia y profunda visión y no de un simple cúmulo de datos, fue su herramienta para llevar a la escritura lo que ella aprendía de la vida, del mundo, de los libros, de los viajes reales e irreales.
Rosario Castellanos hizo uso de nueve géneros literarios para expresar, hasta donde es posible, por medio de las palabras, lo que andaba o bullía en su cuerpo, revolcándose en su imaginación creadora. Ella habló desde más allá de la inteligencia o del feminismo militante, de la esposa o la profesora universitaria, de la diplomática. Rosario Castellanos habló, en sus mejores momentos, desde la lucidez, territorio libre de la fantasía y el pensamiento, frecuentado por escasos artistas y escritores en la historia de la civilización occidental.
La obra literaria de Rosario Castellanos no puede reducirse a un testimonio o a una denuncia, ella misma supo que iba más allá pese a ciertas formas coloquiales y realistas de su escritura. Cuando escribe, en la medida que observa a los otros y se mira a si misma, está inventando, y nos cuenta cómo ella percibe, desde su cultura y sensibilidad, lo que la vio nacer y crecer para acceder, más allá del bien y del mal, de sus disputas, para penetrar en los secretos laberintos de los seres humanos, rebasando las formas de pensar, de esos hombres y mujeres latinoamericanos de fines del siglo XX. Así me lo explico, porque la visión poética no puede reducirse a la anécdota o a la simple historia local.
Ahora bien, en el siglo XIX sucedió con creces lo que el poeta Pere Ginferrer a propósito de Byron anotó: Quizá lo más significativo de la escritura romántica sea el hecho de convertir al escrito en personaje principal de la obra literaria. Esta fue una manera muy especial de encontrarse la vida y la literatura que, más tarde, las vanguardias del siglo XX y con la decididamente revolucionaria acción y labor de aquellos hombres y obras que legaron los surrealistas, militantes o no, pienso en Artaud, Michaux, Desnos… Los surrealistas, cada cual a su manera, retoman lo esencial del romanticismo: la realidad de los sueños, la fuerza creadora del amor, la nobleza de la locura, las pasiones como espacio de una nueva moral, de una nueva estética.
Cuando Rosario Castellanos es una joven lectora, medio han pasado las pugnas y purgas del grupo surrealista y se va apropiando de la escena el debate y el furor existencialista, las literaturas de la guerra, las discusiones estéticas y políticas, el manifiesto de Bretón y de Trotsky, el surrealismo y el muralismo. Rosario no milita ni asiste a las discusiones, ni va con frecuenta a reuniones de escritores o políticos. Rosario no se afilia, ni se enfila en militancia alguna y en cambio se interesa por ciertos poetas que traduce del francés, Claudel, Saint-John Perse, o del inglés, a Emily Dickinson. ¿Extrañas afinidades? Claudel, religioso, sabio en secretos del alma; Perse, fundador de mares y ciudades; Emily viajera por los universos de la soledad en su apartada casa de campo. Amiga lectora de Hellen Keller, Nelly Sachs, Ignober Bachman, contemporáneas escritoras de Rosario, las dos últimas de lengua alemana, todas ellas escritoras de alta calidad estética y moral.
Sin proponernos señalar ahora la inmensa biografía literaria de Rosario Castellanos, pensamos que su obra poética en particular logra, de manera diversa, crear personajes morales, poéticos, históricos, míticos, literarios que ella inventó para contarnos las historias de su alma, de sus pasiones, sus mareas, sueños y delirios. En sentido amplio, la obra de Rosario Castellanos es autobiográfica, pues cada hecho, suceso o personaje está ligado a su vida real y ella los ha convertido en ficción, a veces alegre, triste, dolorida, enamorada, casi siempre sola. Rosario recurre, también, a la mitología grecorromana en varios poemas, y esos es más que una sana herencia del romanticismo. La literatura fue su espejo para observar los terrenos del insomnio. La grandeza y la pequeñez de la soledad, el monstruoso dolor de sus entrañas. Ella fue débil y fuerte de carácter y tímida, de buenas maneras en el trato con los otros, reservada y cauta en el vestir, aguda en la conversación y lúcida al tañer su lírica lira.
En la escritura poética de Rosario Castellanos resalta su lucha contra el lenguaje alambicado, quiere escribir de la forma más clara, bella y verdadera, y lo logra de manera ejemplar. A veces es conversacional, recurre al argot, enumera, describe para nombrar algo. Detrás de cada poema de Rosario Castellanos uno descubre una visión que va de la esperanza a la inocencia, del fracaso al dolor. Escribe con la sangre que recoge de los sueños, es fuerte porque abreva con la sabiduría del dolor, porque vive más cercana al delirio, a la íntima fibra de su música lúcida, lúbrica, espectral, aquella que los fantasmas celebran en sus noches de tensión y creación.
Es sabido que en Rosario Castellanos habitan varias mujeres. Por su voz habla la indígena, la campesina, la patrona, la viuda, la soltera, la casada, la solitaria, la escritora. Este aspecto ha sido destacado en algunas tesis de estudiantes de Letras en varias universidades mexicanas, europeas y norteamericanas. La condición femenina, la sociedad y la vida de las mujeres, el matrimonio, la sexualidad y las pasiones son temas recurrentes de sus comentaristas. De Rosario nos atrae su rebeldía formal con el lenguaje, el uso de ideas renovadoras, de imágenes frescas y metáforas que la identifican; recurre a la meditación o al estado de la más alta creación; la posee la visión profunda como en Lamentación de Dido.
Ante todo quiero decir que la obra poética de Rosario Castellanos contiene lo que podríamos llamar historia de su alma, de sus procesos interiores, o más exactamente las distintas visiones de sí misma en cada estado de sus ser de mujer que se mira ensimismada, solitaria, retrospectiva, memoriosa, por medio de una escritura limpia, descarnada.
En un primer movimiento, su poesía pregunta y descubre la encantada gracia de la inocencia y la maravilla de la vida. La luminosidad y frescura de sus versos en este movimiento, son entonaciones líricas de regocijo en los mitos y secretos, va y viene por los recovecos del origen, describe como periodista, de pronto encuentra su voz un acento hermético y cierra con una sabia sentencia. La niña, la soledad, el mundo, la poesía, las lecturas se escuchan en estos versos. La pasión y la disciplina en el estudio de las letras de su lengua y de otras, fueron decisivas desde el comienzo de su trabajo literario. La visión de la muerte la obsesiona y arranca decisivos poemas a lo largo de su obra. Cuando aparecen los versos amorosos y eróticos entramos en el segundo movimiento, escrito con pleno placer y belleza, pero esa escritura, pese a todo, es escasa en el conjunto de su poesía. Este segundo momento es, a nuestro juicio, aquel en el cual acaba de conocer la madurez de su soledad, pero también el engaño, la mentira, la traición, el desengaño ha develado que el dolor es la esencia de su poesía. Logra extraños poemas donde con las más simples palabras dibuja al hombre, ese hombre que ella ha conocido y que se parece a muchos otros. Al mismo tiempo se mira a si misma con humor y sarcasmo. Los tonos musicales de los poemas del tercer movimiento son bellas sinfonías verbales nacidas del mundo de lo sagrado, de la tradición occidental. nahuatl y maya, de su íntima condición d escritora, doblemente solitaria. El último movimiento es un recogimiento en la soledad esencial. Ella, mejorando un verso de Oscar Wilde, escribió: Matamos lo que amamos. El poeta inglés había consignado: los hombres matan lo que aman. Esta convicción la acerca a esa extraña y bella poeta que fue Emily Dickinson, a cierta metafísica de Claudel y a los viajes inolvidables por los mares de la imaginación de Perse.
Rosario Castellanos no acató las formas tradicionales de la rima y la métrica de la lengua española, las combinó a su antojo, sin ser modernista, o por eso mismo, supo leer al maestro Rubén Darío, y no anquilosarse como Juana Ibarbourou o Gabriela Mistral; es, en cambio, más cercana a Alejandra Pizarnik y a Olga Orozco. En fin, Rosario Castellanos recurrió a diversas construcciones y combinaciones de versos que demanda un estudio detenido. Por el momento digamos que la obra poética de Rosario Castellanos es una intensa y extensa lucha por encontrar cómo decir todo aquello que veía, entendía, imaginaba y soñaba en la más plena soledad de su existencia. Recuérdese que una escritora como Rosario Castellanos supo de las bondades de la soledad, de sus enseñanzas y goces intransferibles. Ella escribió su poesía con suma belleza y verdad. La obra poética de Rosario Castellanos es la historia de su alma, siempre vigilada por su lúcida soledad.


LOS PRIMEROS POEMAS DE ROSARIO CASTELLANOS
Apenas comienza la década de los años cuarenta aparecen los primeros poemas publicados de Rosario Castellanos. ¿Qué le antecede, qué se anuncia en los años treinta en Chiapas? Dos antologías son la pauta: Fiesta de pájaros y Poetas de Chiapas. La primera da cuenta del fuerte romanticismo, meloso y ya agotado, con ciertos dejos modernistas, de tonos amorosos, familiares y de color local. La antología Fiesta de Pájaros fue publicada en 1932 ordenada por Héctor E. Paniagua y Poetas de Chiapas seleccionada por Armando Duvalier en 1939. En Poetas de Chiapas se anuncia las rupturas formales y temáticas. Santiago Serrano y Armando Duvalier, Gastón de Vilac, Antonio Vera Guillén y Ramón Rosemberg Mancilla (no incluido en la antología de Duvalier) son los vanguardistas. Duvalier regresa a Chiapas después de residir toda su juventud en la Ciudad de México para dedicarse al periodismo, la crítica literaria y la escritura poética en permanente búsqueda formal. Proliferan poetas y periodistas. La década de los años cuarenta es de un creciente interés por los estudios históricos, arqueológicos, políticos, agrarios y educativos. El periodismo se amplia y desarrolla; el pensamiento crítico observa a la sociedad y al Estado; fueron los años que prepararon el surgimiento del Ateneo de los años cincuentas.
En el campo de las letras, de acuerdo a la elección y manejo formal de los temas, dos poetas inician un nuevo camino a la poesía escrita por chiapanecos: Armando Duvalier y Ramón Rosemberg Mancilla, antecedidos por Santiago Serrano. Duvalier con medidas clásicas propone imágenes vanguardistas y Rosemberg se acoge al verso libre. Sabines recuerda de memoria poemas de Rosemberg. No se puede olvidar la bella lírica llevada al verso libre de Gastón de Vilac o la picante y ágil crónica de Santiago Serrano o los escritos eruditos (recargados de retórica) de los poetas y escritores de San Cristóbal. El vanguardismo poético y su rebelión, la necesidad de salir de sí mismo para encontrarse; el estudio del pasado, la crítica; todo ello, fueron circunstancias favorables para el cambio que demandaba la realidad y el Estado impulsó. Los poetas escritores, periodistas e investigadores grabadores y pintores estuvieron al frente de los retos del momento. Ellos fueron, sin lugar a dudas, decisivos para la transformación del oficio literario y cultural del estado. En otro lugar nos detenemos en ese asunto. Rosario Castellanos (1923 – 1974) vivió los primeros 16 años en Comitán, en medio de una familia de típico corte patriarcal, poseedora de herencias, costumbres y formas de vida tradicionales, propias de las familias hacendarías formadas en Chiapas durante la Colonia. En Comitán, desde niña, sumida en una asombrosa y dura soledad, comenzó a escribir poemas y un diario. En su caso fue sólo la soledad la que la llevó a la escritura. Sus padres decidieron trasladarse a la ciudad de México debido a la pérdida de la mayoría de las tierras en los días de la Reforma Agraria impulsada por Lázaro Cárdenas. Ese año había terminado sus estudios secundarios y le es posible continuar el bachillerato en la capital. Desde la ciudad de México envía colaboraciones a dos periódicos: Acción de Comitán y de manera especial a El Estudiante, editado en Tuxtla Gutiérrez. Se trata de los primeros poemas que ella selecciona y decide publicar, escritos entre los 16 y 19 años. El Estudiante era un periódico importante en el campo de la cultura, en él se publicaron ensayos, poesía y crónicas de escritores de varias naciones latinoamericanas, así como los primeros poemas de Rosario Castellanos, Jaime Sabines, Enoch Cancino Casahonda, Daniel Robles Sasso, Juan Bañuelos, Eraclio Zepeda, Óscar Oliva, entre otros jóvenes de la época. El Estudiante fue fundado por don Agripino Gutiérrez, un joven profesor del momento, animador de los nóveles escritores de los años cuarenta en Chiapas.
En los números 1 y 2 de abril (2) y mayo (5) de 1942 el semanario El Estudiante publicó un ensayo de Rosario Castellanos, El Teatro Griego. En julio del mismo año entrega cinco poemas: Tú serás, Un verso, La pena sólo es mía, La muerte, Consolador olvido, Mientras llegas. Ninguno de estos poemas han sido recogidos en su obra poética publicada hasta ahora. Era en ese entonces Rosario un estudiante de primer curso de bachillerato en la escuela Luis G. León en la ciudad de México.
Don Agripino no se equivocaba al presentar a la joven en la página poética (julio, 1942) de El Estudiante: La señorita Castellanos es poetisa incipiente, pero será gran poetisa de Chiapas. En sus versos campea una emoción muy honda, profundos secretos se encierran en ella y se advierte una mezcla de ensoñaciones y de anhelos con ese amargor muy especial que sienten las almas exquisitas, que anhelan siempre mucho más de lo real. Y con un tono premonitorio don Agripino apunta: Naturalmente, lo anterior es motivo para que esperemos confiados, su gran producción que despertará positivo interés en los jóvenes de Chiapas y les trazará una ruta a seguir en la sublime y delicada actividad literaria.
Refiriéndose al panorama poético mexicano, en relación con las mujeres escritoras, observa Gutiérrez: Ya necesita Chiapas de contar con mujeres en su alta cultura. En nada es inferior nuestro terruño para producir como han tenido la gloria otros estados de la república, de dar al mundo de las letras a María Enriqueta, Catalina D’Excell, Rosario Sansures, Lózara Meldieu, Palavacini y tantas otras mujeres que engalanan la lírica patria. Así fue recibida Rosario Castellanos por los escritores chiapanecos a comienzos de los años cuarenta.
En 1943 en el mismo seminario aparecen dos poemas, Paz y Te acuerdas. En otro semanario, Chiapas Nuevo (agosto 15 de 1945), dirigido por el escritor Julio Farías y cuyo Jefe de Redacción fuera el poeta, cuentista y cronista Santiago Serrano, aparecen tres sonetos de Rosario Castellanos. En la Revista Sur, pliego de poesía y letras, publicación de la Dirección General de Educación Pública de Chiapas, #2, dirigida por José Falconi y Jaime Sabines, se publican Dos Elegías breves. En El Estudiante (diciembre de 1949) publica Despedida. Aún buscamos otras publicaciones de Rosario Castellanos de aquellos años.
En 1946 mueren sus padres en la ciudad de México; doña Adriana de cáncer y don César de un paro cardíaco. La joven de 23 años ya encaminada, pese a los titubeos que le había impuesto la familia, se dedica de tiempo completo a la literatura. De su oficio nacerán poemas inolvidables, ensayos, crónicas, cuentos, novelas, obras teatrales, traducciones, etc., que no han sido estudiados con la debida atención que merece su trabajo. Valga esta muestra para conocer los primeros versos, de la escritora chiapaneca. Sus poemas anuncian las materias poéticas que en su vida de escritora trabajará obsesivamente, siempre de manera renovada, lúcidamente.

MIENTRAS LLEGAS

¡Cuánta paz en la casa provinciana!
Por ella mi alma vaga y se adormece.
Es su ensueño tan frágil que parece
borrosa sobra de ilusión lejana.

Con la radiante luz de la mañana
filtrada en el naranjo que florece,
la alegría me inunda y me estremece
y me hace bendecir la hora temprana.

Bordo; pienso en tu amor, forjo una rima,
medito, leo, la emoción me anima,
ansiosamente aguardo en la venta
y cuando llegas tú, pongo en tus manos
la inconsistencia de mis sueños vanos
al compás del tañer de una campana

Julio 2 de 1941, El Estudiante

LA MUERTE

La muerte está el final de mi camino.
Como una madre cariñosa y tierna
que ha de acogerme en su regazo tibio
y borrar con su voz, todas mis penas.

A ella voy con mis pasos vacilantes
cayendo y levantando en esta senda
en que no hay espejismo alucinante
sino certeza fiel se su presencia.

Es lo único que espero; ella es el hada
que habrá de libertarme de este cuerpo
de esta materia cruel que impide al alma
abrir las alas y emprender el vuelo.

Ya ésta cerca; mis ojos la adivinan,
se abren mis brazos ya para estrecharla
y el alma al presentir su maravilla
llena de regocijo, sueña y canta

24 de Septiembre de 1941

EN PAZ

En la tranquila tarde provinciana
cuando el calor sofoca y adormece,
me refugio en la hamaca que parece
mariposa de paz blanda y liviana.

Vuelvo mis ojos hacia la ventana
y contemplo el paisaje que me ofrece
bañado por el sol que se oscurece
el paso de una nube alta y lejana.

Mece mi sueño, transparente viento;
quieto y feliz duerme mi pensamiento
sin vagar por las selvas y los montes
pues cerca suyo, de tu alma extrovertida
abre sus limpios ojos a la vida
para captar sorpresas y horizontes.

El Estudiante, 7 de Julio de 1943

TE ACUERDAS

¿Te acuerdas del jardín, el tuyo y el mío?
No era un jardín azul con pavos reales,
ni cisnes mayestáticos e irreales
surcaban largos, ni un sonoro río

Refrescaba los tedios del estío
cuando cansados de forjar ideales
en las placidas tardes otoñales,
soñábamos en brazos del hastío.

Era un pequeño círculo cerrado;
un árbol de naranjo y un granado,
jazmines, rosas, pájaros y trinos.

Un sol dorad, un cielo terso y hondo
y un viento perforado hasta su fondo
al conjurar tu voz, verbos divinos.
El Estudiante, 7 de Julio de 1943.



PONENCIA: "PRESENCIA DEL GÉNERO Y DEL PODER EN LA NARRATIVA DE ROSARIO CASTELLANOS".
(9º Festival Internacional Rosario Castellanos).

Lic. José Antonio Morales Ruiz.

ESTIMABLES AMIGOS QUE NOS HACEN EL HONOR DE SU PRESENCIA
SEÑORAS Y SEÑORES:
El ambiente y el entorno propician el encuentro con la nostalgia de los tiempos idos y de la misma forma, la magia de la tierra comiteca, nos invita a la recreación de los grandes valores que han pasado por estas calles luminosas y que han dejado su impronta en la sensibilidad de todo un pueblo, en la búsqueda de infinito que es parte de nuestra esencia y que nos ubica en el horizonte de la historia, con una identidad a toda prueba.
En Comitán y para Comitán, Rosario Alicia Castellanos Figueroa, es algo más que la musa de rostro pálido y misterioso, que con el prodigio de sus ojos grandes como su asombro ante la maravilla de la vida, es capaz de atisbar el porvenir en el entramado del rebozo de su nana indígena, lo mismo que en la pisada cansina del indígena tojolabal que avanza por las calles empedradas de la entonces pequeña aldea, tan llena de sabor, tan rebosante de misterio. Rosario, viene a ser, dejando a un lado toda exageración, el alma viva de esta tierra, la palpitación misteriosa de Dios en el amanecer de nuestro pueblo.
Con la venia de ustedes, tengo la pretensión de reflexionar en estos breves minutos acerca de algunos aspectos del contenido de la obra narrativa de mi ilustre paisana, sin dejar de considerarla, en un afán de estricta justicia, como una de las más grandes poetas de nuestro tiempo.
Por la estrecha relación que su quehacer novelístico tiene con la etapa histórica en que le tocó vivir y desarrollar su actividad como escritora, considero que el análisis que modestamente me propongo, aparte de no ser en forma alguna, nada parecido al invento del agua tibia, puede ser de interés, como una opinión más, en el ya abigarrado contexto de libros, artículos y tratados que se han destinado a estudiar todo ese prodigio de la palabra que sin duda alguna, se inscribe en el quehacer de Rosario Castellanos.
La narrativa en Rosario Castellanos, abarca en forma muy importante, la primera etapa de su zaga literaria. En esta etapa, que algunos estudiosos han considerado como la del proceso de formación de su vocación como escritora, Rosario ofrece al mundo tres obras narrativas que serán el tema de esta ponencia y que, habiendo sido traducidas a diversos idiomas, se integran, por derecho propio, a los amplios horizontes del arte universal.
Hablo desde luego de Balún Canán, Ciudad Real y Oficio de Tinieblas, como de esa floración de la palabra que todo lo transforma, como de esa eterna visión del acontecer cotidiano de nuestros pueblos y de nuestras ciudades, como la recreación sin par de un Chiapas y de un Comitán, apoltronados en el sillón de la historia, perdida tantas veces la esperanza, sin ánimos de vencer la modorra e instalarse en los caminos del llamado progreso, como sinónimo actual de tecnología y de globalización
Para ubicar en una forma más coherente el tema de mi ponencia, considero importante desglosar estas consideraciones en base a determinados rubros que estimo de relevancia y que son los siguientes:
1.- EL ENTORNO FEMENINO
BALÚN CANÁN.- En esta obra que se considera como el inicio de la tarea de Rosario, las mujeres pueden considerarse como partes inertes en el paisaje. Zoraida, la esposa de Arguello, representa a Adriana Figueroa, la madre de Rosario y esposa del Ingeniero Don César Castellanos, destacado terrateniente y en algún momento, maestro de la Escuela Secundaria de Comitán. Pero tanto Zoraida como la niña, narradora de la historia, como Matilde, la prima de la patrona, como la misma nana indígena, demuestran alguna frustración, que emana en forma directa de su propia marginación, de su condicionamiento tradicional, del entorno machista que ha sido el caldo de cultivo de tantas injusticias y discriminaciones. Y, tal como acertadamente lo afirma Lucía Fox: “Zoraida se esfuerza por satisfacer su existencia con su doble propósito de esposa y madre del hijo varón pero todavía no puede deshacerse de su sentimiento de inferioridad de ser un poco más que una gallina comprada”. La niña siente que nunca es tratada como su hermano y que su propia madre le niega los libros que quiere leer. Matilde es víctima de sus propios prejuicios de clase, cuando tiene relaciones con Ernesto. La nodriza es víctima de los blancos, por ser india y criada.
Ubicada en el contexto de novela autobiográfica, Balún Canán tiene como narradora a una niña de siete años, edad que dentro de los cánones de la autobiografía tradicional, la descalifica totalmente para tales menesteres. Lo anterior no se le escapa a Rosario, cuando afirma “Soy una niña y tengo siete años. Los cinco dedos de la mano derecha y dos de la izquierda. Cuando me yergo, puedo mirar de frente las rodillas de mi padre. Más arriba no. Me imagino que sigue creciendo como un gran árbol y que en su rama más alta, está agazapado un tigre diminuto. Miro lo que está a mi nivel. Ciertos arbustos carcomidos por los insectos, los pupitres manchados de tinta, mi hermano”.
En Balún Canán, asistimos a la sublimación de la observadora y de la narradora niña, limitada por su estatura, por su edad y por su sexo, pero que encuentra su fortaleza al contacto con el mundo de los indios, por su cercanía emocional con la nana, compañera de juegos, consentidora de travesuras inocentes, madre en la consumación de las confidencias, en la entrañable presencia de todas las horas, de todos los minutos, de todos los tiempos.
En este mosaico rico en contenidos, mientras la familia construye la identidad colectiva a partir de la conservación de las propiedades, los matrimonios entre miembros del mismo grupo social y, en general, el control del poder, la nana alimenta y fortalece la identidad de la niña desde un código distinto. Le transmite, por ejemplo, valores espirituales y éticos: la generosidad, la trascendencia del ser y la lealtad a los seres queridos, por encima de las clases sociales, el género sexual y la raza.
De forma parecida, y en Oficio de Tinieblas, hacen su aparición diversos personajes femeninos, que coinciden en algunas situaciones de vida, dándose en ambos casos, la circunstancia de la poligamia, fenómeno en el cual, una mujer aparece como la esposa y otra como la amante, tal como serían en esta obra Isabel, la consorte de Leonardo Cifuentes y Julia, la otra, repudiada en forma visible por una sociedad cerrada y levítica, en la que hacen falta muchos detalles de alcurnia, para poder incidir en la misma.
En esta novela, una mujer que encarna el alma de su raza, resentida y grandiosa, es Catalina Díaz Puiljá, la “ilol” que aun cuando es estéril y por ello repudiada en su matrimonio y tenida en menos por su comunidad, ostenta poderes de hechicería que le confieren un papel de privilegio en el entorno social en que se desarrolla una existencia condenada a la soledad y al silencio. Esta mujer, arquetipo de la hembra indígena, ha de mover con energía los ánimos de su pueblo, y hará estallar la rebelión que se manifiesta en el derramamiento de sangre, hecho histórico que Rosario Castellanos recrea en la obra que se está comentando.
Por otra parte, se hace importante mencionar que existe un punto de coincidencia en Balún Canán y Oficio de Tinieblas, al darse el caso de dos madres que pierden a sus hijos varones, Zoraida, la esposa citadina, tiene que sucumbir ante la muerte de Mario, su hijo, quien figura como la encarnación de los propósitos vitales del matrimonio Argüello, en tanto que Catalina, se ve en la coyuntura de sacrificar al hijo adoptivo, para redimir a su raza, lo que da un toque de grandiosidad al escenario de la novela.
Ciudad Real nos muestra un mundo muy especial, en el cual, la familia, la iglesia y la institución militar son del exclusivo dominio del elemento masculino. De acuerdo con Schlau, los personajes femeninos se encuentran atrapados en normas culturales que distorsionan sus voces o las silencian por completo, dando lugar a un enclaustramiento físico, emocional e intelectual que de alguna forma nulifica la personalidad y la actividad de las mujeres, generando una cultura del machismo que se manifiesta en la actitud femenina proclive al masoquismo, llegando algunos personajes a asumir como signo de la hombría, el fuete con que el macho doblega a la hembra e inclusive guardando el recuerdo de sus humillaciones entre las reliquias de amor.
Una forma de entender cabalmente este importante aspecto de la condición femenina en la obra de Rosario Castellanos, es remitirnos a la atinada clasificación de factores que Rodríguez Peralta señala y que identifica siete áreas principales como son, la violación, como costumbre colonial institucionalizada, el matrimonio, la prostitución, el amantazgo o amancebamiento, la maternidad, la soltería y la esterilidad.
En la obra narrativa de Rosario Castellanos, la mujer indígena es la presa constante del ladino o caxlán que de alguna manera se ha abierto paso a través de la pirámide social hasta escalar los puestos de mando o las situaciones de privilegio. La violación de una india es un pasaje más en la historia de la depredación y del abuso cotidiano que se impone a una raza a la que no se considera de ninguna manera como parte de la sociedad. Y esto de la violación que en otros horizontes podría considerarse como el supremo agravio a la dignidad femenina, no encuentra dentro del mundo indígena ni siquiera una conceptualización.
En el espacio del matrimonio, lo que importa son los convencionalismos sociales, predominando la soledad y la frustración sexual en el caso de las esposas, que en muchas ocasiones ocupan el lugar de los trastos o de los trapos viejos en la consideración de sus señores. Así, Julia, “La Alazana”, en una transición entre el status de amante y el de esposa, repudiada por la buena sociedad de Jovel, convierte con el tiempo su casa en un centro en que se concentran las matronas coletas en afán de cotilleo, en que la conversación gira invariablemente en los mismos temas, como son: hombres, dinero y fama.
La prostitución, oficio que acompaña toda la historia de la humanidad, aparece en la novela de Rosario Castellanos, como ese recurso de que se vale el macho ladino para satisfacer sus apetitos insaciables de dominio. El oficio infamante de Celestina, ejercido por Doña Mercedes Solórzano, al constituirse en la conseguidora de carne joven indígena para los patrones como Leonardo Cifuentes, se multiplica en forma abierta o soterrada en una sociedad ayuna de valores y totalmente indiferente a la suerte de las mujeres, sobre todo, si no forman parte del entramado social de los caxlanes
El amancebamiento es cosa común, siempre y cuando lo ejerzan quienes tienen en sus manos la conducción de los asuntos de la sociedad urbana. Mujeres como Julia en Oficio de Tinieblas, adquieren a través del tiempo una especie de respetabilidad en su condición de barraganas, tomando en cuenta el poco respeto que para el entorno machista de la época merecen las instituciones como el matrimonio.
En ese universo en que Rosario dibuja la imagen de la sociedad en que le tocó vivir, la soltería es lo más temido por las mujeres, en la medida que constituye una especie de destierro de su mundo social. Después de los indios, son los seres menos estimados por la comunidad. En realidad, son una especie de sombras que en raras ocasiones tienen la posibilidad tangible de manifestarse. En un pasaje de Oficio de Tinieblas, cuando se sucede un ataque a los indios, por fin, las solteras tienen la ocasión de participar en el mismo, abriendo la puerta de su encierro mortal. “Por fin, ahora, podían moverse, actuar, servir, sin que las paralizara la burla o el desprecio de los demás. Miraron la calle, por primera vez en años, ya no a través de un vidrio, de un batiente entornado, sino a plena luz. Se incorporaban a los grupos con naturalidad, sin que su figura fuera ocasión de comentarios y suspiros compasivos. ¿Quién iba a fijarse en ellas? ¿Quién iba a reparar en sus vientres estériles, en sus años baldíos? ¿Quién iba a contar sus arrugas y sus canas? ¿Quién iba a anular sus esfuerzos por sentirse todavía esperanzadas, todavía no excluidas definitivamente del círculo de intereses y los trabajos de los demás? Hablaban mucho y febrilmente reían con estrépito. Ofrecían su ayuda y aprovechaban esa tregua inesperada para dar un cauce a su abnegación”.
Resulta claro que en la narrativa de Rosario Castellanos, las solteras sufren pacientemente de la privación de la vida social y sexual, y no pueden de la misma forma sentirse libres de este estigma, a través del ejercicio de la maternidad, que de ninguna manera aparece idealizada en la obra a la que hacemos referencia.
Con respecto a la maternidad, se puede afirmar enfáticamente, que en la obra, no se aprecia que exista afecto entre madre e hija, sino que esta misma relación establece una distancia física y emocional entre las mismas ya que en el caso de las madres ladinas se habla de mantenerlas en una “discreta penumbra”. Por otra parte, en referencia a una madre indígena, se afirma que ella “había tenido el acierto de no legar ni el color de su piel (oscuro, de india zoque), ni la rudeza de su intelecto, ni la ordinariez de sus costumbres, a sus descendientes”.
En una especie de intríngulis en el que necesariamente tienen mucho que ver los mismos conceptos de alienación y de manipulación de las mujeres, resulta claro que en el caso de Marcela Gómez Oso, una de las protagonistas de Oficio de Tinieblas, su maternidad, asumida como una deshonra, en la medida que viene a ser el resultado de la violación de un caxlán, por contrapartida, le abre las puertas de la preponderancia social, ya que bajo la protección de la poderosa ilol, Catalina Díaz Puiljá , será nada más ni nada menos que la progenitora del Cristo indígena, la dadora de la inmortalidad de todo un pueblo.
La prostitución, como parte de una sexualidad reprimida fundamentalmente en la mujer, viene a ser ese espacio concedido al varón indígena para darle la ilusión de que en cierta forma puede nivelarse con los tradicionales opresores de su raza. El hecho de que éste pueda tener relaciones con la mujer blanca, tantas veces apetecida, borra aunque sea por unos minutos toda diferencia social, toda discriminación. Para Pedro González Winiktón, personaje clave en Balún Canán, la incursión en la Zona Roja de Tapachula, es un encuentro sin palabras, es un remanso de placer, en el que puede adivinar “la avidez secreta, la crispación del instante supremo en que toda máscara se funde, el desordenado reposo final”. En ese instante, cayendo los velos del misterio, los seres míticos se humanizan y asumen su condición de hembras, como “barro que la mano del varón moldea a su antojo”.
Un estudioso del tema, nos dice: “Sólo por medio del autoengaño puede Pedro legitimar su opinión y así revalorar su imagen del hombre explotado económica, social y racialmente. La novela nos presenta este aspecto de la sexualidad masculina indígena como el único terreno en el cual este hombre, también alienado, puede fabricarse una realidad de superioridad a fin de escapar de su opresión. La posesión física de la mujer blanca constituye, para Pedro, una relación de intercambio absoluto y no lo que realmente es: un intercambio relativo de dinero por servicios. Más aún, Pedro no repara en que el intercambio sólo puede darse en condiciones de una convergencia: la clase social en la que ambos se ubican y el estigma que recae tanto en ser indio, cuanto en ser prostituta. Por tanto, las cuestiones de raza y sexo constituyen las variables complementarias que promueven en Pedro la ilusión de poder, esto es, el dominio sobre el otro”.
Es adecuado señalar que como una de las más genuinas precursoras del feminismo en México, Rosario tiene aciertos, pero también, errores. Sommers afirma que uno de estos, está vigente en su pesimismo respecto a la capacidad de las mujeres de romper el círculo de su victimización, el cual se encuentra marcado por una parálisis que aflige a todas las mujeres por igual, independientemente de su condición social o racial. No podría, sin embargo, ser de otra manera, pues Castellanos nunca escapó a su condicionamiento de clase: descendiente de una familia de hacendados, no logró romper el círculo patriarcal del que ella misma fue producto”.
2.- MACHISMO Y DOMINIO SOCIAL
En la obra narrativa de Rosario Castellanos, como un retrato fiel de la etapa histórica en que le tocó vivir y llevar a cabo su tarea, el machismo aparece como el comportamiento normal de los varones. Este viene a manifestarse por la absoluta libertad que los hombres tienen para expresar y culminar los actos de una sexualidad que tal parece se les ha dado como privilegio exclusivo de su género. Esto a expensas de la represión sexual que se impone al elemento femenino. La esposa garantiza la reproducción de la especie y en todos los casos vive confinada en su domicilio destinada a la crianza de la estirpe. Las queridas, como amantes fijas, son mantenidas en el mismo status de control social y dependencia económica de las esposas. Para sus hijas, el patrón tiene que propiciar un marido capaz de mantenerlas en lo económico, pero siempre repitiendo el esquema de sojuzgamiento y dominio de la familia de origen. En cambio para los hijos varones, el patrón habrá de destinar el ejercicio de las carreras liberales, ya que el varón representa el honor de la familia, el timbre de gloria del apellido, la garantía de que la sangre familiar no ha de ser contaminada y que se perpetuará en el tiempo.
Según lo asegura Leonardo, en una conceptuosa definición de “patrón”, éste es “el que sostiene una casa en Ciudad Real, con la esposa legítima y los hijos; el que instala una querida en el pueblo y otra en el rancho (aparte de sus aventuras ocasionales con muchachitas indias y pequeñas criadas mestizas. Aparte, también de las incursiones en el barrio prohibido). Patrón: el que juega con apuesta en las veladas del Casino; el que, en una parranda, enciende, por ostentación, un puro con un billete grande; el que arriesga la fortuna en una aventura política, en una asonada militar. El que da a sus hijos varones una carrera liberal y a sus hijas, un buen marido”.
Para las muchachas casaderas, las que de alguna manera podían considerarse como ya “solteritas”, la trama será siempre la misma. En la algarabía de las tertulias, precedidas siempre de la inspección del padre en la lista de invitados, para evitar que entre ellos se cuele un “pilguanejo” la primera figura en aparecer será la del patrón, “al que estaban sujetas y del que llevaban un apellido, una situación, una norma de conducta” pero también “ante cuya presencia, enmudecen con terror los niños y de respeto los mayores. El que se desata el cinturón de cuero para castigar, para volcar sobre la mesa el chorro de monedas de oro” y que luego “una vez te sentó en sus rodillas y acarició tu larga trenza de adolescente, entonces te atreviste a mirarlo en los ojos y sorprendiste un brillo de hambre o un velo de turbación, que te lo hizo próximo y temible y deseable”.
La visión de las mujeres, casi siempre víctimas voluntarias del trato de los machos, se extiende a todos y cada uno de los órdenes de la existencia cotidiana. Y considerando la función clave que en esta sociedad cumple cabalmente la Santa Madre Iglesia, en la fastuosidad de las reuniones sociales, el hombre que ocupa la atención de las mujeres, después del padre, es el sacerdote. Le siguen los hermanos, el amigo de la familia y todos aquellos que “en las serenatas te miran con insistencia, con atención. En las ferias te envían flores y regalos. En las kermeses te cubren de confeti. En los bailes te toman de la cintura y te hacen girar hasta el vértigo”
En una de sus poesías, Rosario es capaz de captar la honda esencia de ese sometimiento al varón, tan común en una sociedad como la de su tiempo. Dice así:
Y fui educada para obedecer
Y sufrir en silencio
Mi madre en vez de leche
Me dio sometimiento.
A su trabajo dentro del Instituto Nacional Indigenista, debe Rosario esa conciencia de clase que la convierte en una aliada fiel de la sociedad indígena. Su contacto con ellos no puede ser más efectivo y valioso. En esa brega continua, que de ninguna manera es alentada por la burocracia oficial, ella puede, en un sentido estricto, adentrarse a la “serie de constantes que determinan la actitud de los sometidos frente a los sometedores, el trato que los poderosos dan a los débiles, el cuadro de reacciones de los sojuzgados, la corriente del mal que va de los fuertes a los débiles y que regresa otra vez a los fuertes”.
Subyace en la obra narrativa de Rosario Castellanos, esta visión del hombre como el encargado de ejecutar la sanción social. En “Las amistades efímeras”, en vía de ejemplo, el padre de Gertrudis, al enfrentarse al hombre que se llevó a su hija, demuestra su preocupación, exclusivamente por la necesidad de lavar su honra, obligando al sujeto a casarse con la muchacha, sin preguntarle a ella si quiere hacerlo y sin tener el menor interés en los motivos que tuvo para huir con el novio. De esta manera, el hombre visualizado en la narrativa de Rosario, se convierte en el antagonista, el juez, el dueño, el macho que por su misma condición, se considera con derechos para menospreciar a la mujer: ¿ Qué otra cosa se puede esperar de las mujeres, cuya naturaleza es débil, hipócrita y cobarde? Con lo que queda dicho todo acerca de esa visión del machismo que en Rosario Castellanos necesariamente es vivencia, dadas las condiciones reales de su propia familia.
3.- EL ESPACIO MÍTICO
Se puede decir que dentro de la obra narrativa de Rosario Castellanos, la historia, como fiel retrato de lo que sucede en un espacio y en un tiempo determinados y el mito, como terreno de la identidad y de la imaginación, se dan la mano. La referencia a textos y formas de expresión que señalan sin lugar a dudas la identificación con la cultura maya, es algo que subyace en cada una de sus creaciones.
De acuerdo con Crumley de Pérez, en la novela Balún Canán, se dan, dentro de una secuencia bastante bien lograda, las tres etapas del Popol Vuh, que preceden a la creación del llamado hombre de maíz.
Dice la nana:
“Y entonces, nos desposeyeron, nos arrebataron lo que habíamos atesorado; la palabra, que es el arca de la memoria. Desde aquellos días arden y se consumen con el leño en la hoguera. Sube humo en el viento y se deshace. Queda la ceniza sin rostro. Para que puedas venir tú y el que es menor que tú y les baste un soplo, solamente un soplo”.
Relevante resulta, desde todos los puntos de vista, la insistencia en torno a la idea de la palabra, como sinónimo de identidad. Rosario niña, en el espacio de su novela que muchos apuntan como autobiográfica, escucha la voz de las indias “acezante como ciervo perseguido, sollozos altos y sin lágrimas que todavía me espantan” y describe la escena en que un maestro de escuela improvisado, Ernesto, repudiado por ser bastardo, pretende dominar la algarabía de los niños indígenas:
“Leía, de prisa, pronunciando mal, equivocándose. Leía los horóscopos, los chistes, el santoral. Los niños lo contemplaban embobados, con la boca abierta, sin entender nada. Para ellos era lo mismo que Ernesto leyera el almanaque o cualquier otro libro. Ellos no sabían hablar español. Ernesto no sabía hablar tzeltal. No existía la menor posibilidad de comprensión entre ambos”.
La incomunicación de los mortales con los dioses que se intuye en el Popol Vuh, se deja sentir también en la zaga de Balún Canán. Esto se manifiesta claramente en la falta de voluntad de comunicarse que se da entre el mundo indígena y los que sustentan el poder, los que pisan fuerte en el Palacio de Gobierno de Tuxtla Gutiérrez.
Resulta claro que todo este juego mítico en que las potencias del inframundo juegan su papel necesario y perfectamente bien establecido, no podría haberse dado, sin la presencia insustituible de la nana indígena. Sabemos ya, desde sus primeras palabras, de la existencia primigenia de dos seres; “tú y el que es menor que tú” que llevarán a cabo un “soplo” pero no sabemos a ciencia cierta cuál será la función de ese “soplo”: si reavivar la llama que destruye, si recuperar la memoria, si borrar las cenizas sin rostro.
Uno de los tabúes vigente en la narrativa de Rosario Castellanos, se relaciona más bien con el celo de los dioses, cuando sienten que se ha roto un eslabón en la cadena de sus leyes inescrutables. En Balún Canán, los brujos castigan a la nana con llagas en las piernas por servir a la familia de la niña y claramente queda establecido que “es malo querer a los que mandan, a los que poseen. Así dice la ley”. Y cuando la patrona, conmocionada por la predicción acerca de la muerte de su hijo varón, pretende castigar a la nana indígena, ésta encuentra la palabra para rechazar el castigo y defender su libertad, al decir: “No me toques señora. No tienes derecho sobre mí. Tú no me trajiste con tu dote. Yo no pertenezco a los Argüellos. Yo soy de Chactajal”.
En la referencia a los hechos históricos identificables en el tiempo y en el espacio geográfico, los acontecimientos que enfrentan a los indios de Chactajal con la familia de los Argüello, se generan al influjo de un orden superior y armónico, constituyendo de alguna manera un signo de regeneración que está de acuerdo con la serie de cambios que se producen en el nivel de una nación como México, que entonces empezaba a reproducir nuevos modelos en el ejercicio del poder y atisbaba horizontes diferentes sobre todo en el aspecto social.
En paralelo con Vucubn Caquix, líder de una civilización, que en el Popol Vuh afirma jactancioso “Por mí caminarán y vencerán los hombres”, el hombre blanco de Balún Canán, el poderoso señor de horca y cuchillo, el Argüello de los estudios en Europa, que representa la impronta de toda una generación de usurpadores de la tierra, el cashlán odiado y respetado al mismo tiempo, tiene que resistir la quema de su hacienda y el fin de sus anhelos de poder a manos de los mismos a quienes considera haber ayudado tanto. En aquel momento, grandioso como lo es la desgracia total, la niña asiste a una toma de conciencia definitiva sobre el poder del más allá y en cierta forma sobre la predestinación. Lo siente así:
“Yo salgo triste, por lo que acabo de saber. Mi padre despide a los indios con un ademán y se queda recostado en la hamaca, leyendo. Ahora, lo miro por primera vez. Es el que manda, el que posee. Y no puedo soportar su rostro y corro a refugiarme en la cocina”.
El acercamiento a la idea de un ser todopoderoso, puede estudiarse en Balún Canán, como la manifestación de un sincretismo que ha tenido, tiene y tendrá mucha relevancia a la luz de los fenómenos religiosos que han matizado a través de los años la vida social de Chiapas. En todas las encrucijadas de una historia angustiante y pletórica de violencia, esa mixtura de manifestaciones y de rituales, ha escindido la existencia de las comunidades indígenas en una forma tal, que han determinado ya en varias etapas, importantes crisis en la estructura del Estado Nacional.
En la preparación para la Primera Comunión que en Comitán era, por aquellos tiempos, toda una odisea, Mario y la niña, se enfrentan por primera vez a la existencia de un infierno (que en el Popol Vuh sería el Xibalbá) y esta sola idea produce el milagro de unirlos en una verdadera solidaridad fraterna que se expresa así:
“Mario y yo habíamos vivido siempre distraídos mirando para otro lado, sin darnos cuenta cabal uno del otro. Pero ahora adquirimos, repentinamente, la conciencia de nuestra compañía. Con una lentitud casi imperceptible, fuimos arrimando nuestras sillas de tal modo que cuando Amalia nos participó que en el infierno bailaban los demonios bajo la dirección de Lucifer, pudimos cogernos, sin dificultad, de la mano… Cuando ya la sombra había ido apoderándose del los ladrillos del corredor, uno por uno, y nosotros quedábamos reducidos a su dominio”.
La aparición en escena de Catashaná, “El diablo de las siete cuerdas”, tiene una amplia relación con lo que al respecto señala un destacado tratadista que hurgó en el contenido mítico de Balún Canán y que afirma:
“Para evitar el castigo de Catashaná, la niña roba la llave del oratorio donde se tenía que llevar a cabo la comunión. Como su nana, enfrenta la ley, rompe el tabú. Pero entonces Mario enferma y en su delirio expresa el terror que le produce el robo de la llave. Su hermana no está dispuesta a entregarla, pues ha escuchado las premoniciones de la nana sobre la muerte de uno de los hijos de la familia Argüello y, para agravar las consecuencias de este incidente, ha presenciado también la reacción de su madre: “Si Dios quiere cebarse en mis hijos… Pero ¡No en el varón¡ ¡No en el varón¡” Habida cuenta de su puesto prescindible dentro de la familia- el patrimonio cultural y económico le está reservado a Mario- la protagonista teme por su vida, que ha de defender por encima de la de su hermano.
Tanto en el Popol Vuh, como en Balún Canán, asistimos a una destrucción y en cierto sentido a su correspondiente y esperada resurrección. Y ya que la muerte de Mario, de alguna forma ha sido inducida por el robo de una llave por parte de su hermana, resentida por la preferencia que su familia da al hijo varón, en contraparte, esa desaparición física, ha de resolverse en la apoteosis que tiene como símbolo el papalote de Mario que se convierte en una “estrella fija y resplandeciente” además de que su recuerdo ha de perdurar en el arca de la memoria que al nombrar, recupera la existencia de las cosas y de los seres.
La trama mítica, componente sincrético de una serie de ideas que fluían como ríos caudalosos en la época que corresponde a la vida y obra de Rosario Castellanos, no puede, por cierto quedar inconclusa. Tras la tragedia de un dolor tan enorme como el de la madre que pierde a su hijo, detrás del sacrificio absurdo, impuesto por el patriarcado y la colonización, el dulce bálsamo del perdón y de la reconciliación, viene a administrarse por las manos taumaturgas de una niña de seis años:
“Cuando llegué a la casa busqué un lápiz. Y con mi letra inhábil, fui escribiendo el nombre de Mario, Mario, en los ladrillos del jardín. Mario en las paredes del corredor. Mario en los ladrillos del jardín. Mario en las páginas de mis cuadernos. Porque Mario está lejos. Y yo quisiera pedirle perdón”.
La propuesta que se implica en la obra narrativa de Rosario Castellanos, va más allá del mero formulismo y de la pura definición de una tendencia indigenista, que ha sido tema de muchas de las obras que se han intentado sobre nuestra ilustre paisana. Tiene que ver necesariamente con la necesidad de prestar su voz a colectividades marginadas y sufrientes, de unirse en el mejor sentido de la palabra, con el destino de tantos desposeídos y maltratados por las élites del poder; de construir un nuevo orden social, basado en la integración de las variadas cosmovisiones que en la palabra dicha en el ámbito de una libertad nunca negada, sepan atestiguar el destino superior de una raza, tan requerida de la esperanza y de la fe en sus valores fundamentales.
La ancestral sabiduría de la nana, incursiona en los áridos terrenos de la teología india, matizada de paganismo y de creencias centenarias. Nos dice: “antes de Santo Domingo de Guzmán; San Caralampio y la Virgen del Perpetuo Socorro, eran cuatro únicamente los señores del cielo. Cada uno estaba sentado en su silla, descansando. Porque ya habían hecho la tierra, tal como ahora la contemplamos, colmándole el regazo de dones. Ya habían hecho el mar, frente al que tiembla el que lo mira. Ya habían hecho el viento para que fuera el guardián de cada cosa, pero aún les faltaba hacer al hombre. Y ordenaron que el pobre respondiera por el rico ante la cara de la verdad. Por eso dice nuestra ley que ningún rico puede entrar en el cielo, si un pobre no lo lleva de la mano”.
Esa misma memoria ancestral, tan impregnada de misterio, tan llena de inquietud por los arcanos del inframundo, nos vuelve a envolver con la magia de la palabra: “Habíamos dicho; será la obra de todos. He aquí nuestra obra levantada con el don de cada uno. Aquí las mujeres vinieron a mostrar la obra de su amor que es soterrado como los cimientos. Aquí los hombres trajeron la medida de su fuerza que es como el pilar que sostiene, como el dintel de piedra y como el muro ante el que retrocede la embestida del viento. Aquí los ancianos se descargaron de su ciencia, invisible como el espacio consagrado por la bóveda, verdadero como la bóveda misma. Esta es nuestra casa. Aquí la memoria que perdimos vendrá a ser como la doncella rescatada a la turbulencia de los ríos. Y se sentará entre nosotros para adoctrinarnos. Y la escucharemos con reverencia. Y nuestros rostros resplandecerán como cuando da en ellos la luz del alba”
Una vez analizadas las áreas de interés que inciden en la obra narrativa de Rosario Castellanos, conviene destacar algunos aspectos que nos ubiquen en la dimensión de la mujer, de la mexicana, de la chiapaneca, de la comiteca, que todo eso fue Rosario en la plenitud de una personalidad tenue, pero sin duda alguna, de mucha relevancia en diversas esferas de la existencia humana.
En el escenario privilegiado de Comitán, en esa atmósfera que a pesar de no ubicarse en la región más transparente del aire, lo llena todo de plenitud, Rosario sebe pintar con pinceladas de maestra, el entorno de su ciudad idolatrada. “Las aceras son de lajas, pulidas, resbaladizas. Y lo demás de piedra. Los balcones están siempre asomados a la calle, mirándola subir y bajar y dar vueltas en las esquinas. Mirando pasar a los señores con bastones de caoba; a los rancheros que arrastran sus espuelas al caminar; a los indios que corren bajo el peso de su carga. Y, a todas horas, el trotecillo diligente de los burros que acarrean agua en barriles de madera. Y ahora empezamos a bajar la cuesta del mercado. Adentro suena el hacha de los carniceros y las moscas zumban torpes y extasiadas. Tropezamos con las indias que tejen pichulej, sentadas en el suelo. Conversan entre ellas, en su curioso idioma, acezante como ciervo perseguido. Y de pronto echan a volar sollozos altos y sin lágrimas que todavía me espantan, a pesar de que los he escuchado tantas veces. Se oyen los granos de arroz deslizándose contra el metal de la balanza. Alguien tritura un puñado de cacao”.
Daniel Robles Sasso, el de “alguien muere de amor y no le basta” citado por Marisa Trejo Sirvent, habló de Rosario en estos términos:
“Sola, ceñida al universo. Vigilante terrestre, insiste en dar con algo. En dar contra algo. Contra un pez o una gota de lluvia, hasta romperse. Hasta decir la vida, palabra por palabra. Desde lo hondo de su oscuridad luminosa, ciega como quien por primera vez pone los ojos para llorar la vida, lo ve todo. Abierta como las ventanas perpetuas de su vuelo. Inquiere, juzga. A su tiempo actriz y espectadora, entra de noche al teatro del quehacer de la historia sigilosa, delgada, tenaz, escurridiza”.
Su mismo poema, “Árbol de muchos pájaros” (gracias Marisa) que ya fue una premonición de la absurda tragedia de Tel Aviv, define en líneas de conmovedora sencillez, lo que fue Rosario, lo que quiso ser, lo que murió siendo:
Voy a morir de amor, voy a entregarme
al más hondo regazo,
ya no tendré vergüenza de estas
manos vacías.
Ni de esta celda hermética que se
llama Rosario.
En los labios del viento he de llamarme
árbol de muchos pájaros.


Rosario con el drama de la Embajada, culmina un recorrido por una vida que es floración de luz. Camino que había sido entrevisto por Jesús Agripino Gutiérrez, desde la cátedra del Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas y desde las butacas incómodas del Ateneo de Chiapas. El maestro de Ixtapa, hombre de grandeza humana, pero de modestia divina, supo ser profeta de los tiempos por venir cuando escribió:
“Poco sabemos de la espiritual amiga que ahora presentamos; pero mucho nos habla de ella el manojo de nardos y claveles con que hoy perfumamos esta página. La señorita Castellanos es oriunda de Comitán de las Flores -flor había de ser ella del espíritu de la mujer comiteca- en esa ciudad luz del Estado, empezó a formar su cultura literaria y general que ya es vasta ahora y que pone a prueba en la escuela “Luis G. León” en la ciudad de México, donde cursa ahora el primer año del Bachillerato de Ciencias Sociales y desde donde colabora con nosotros. La señorita Castellanos es poetisa incipiente, pero será gran poetisa de Chiapas”.
José Rufino Blanco señala que “Rosario Castellanos es una historia de soledad y una ambición literaria fiel y generosa que desgraciadamente exigía mucho mayor vigor y talento de los que ella pudo dedicarles en un medio que, además, le fue hostil. Escribió mucho y sus textos son acaso más valiosos por los obstáculos a los que se atreven, que por sus resultados. Sus retos narrativos y poéticos fueron grandes y los realizó con una actitud admirable tanto en la crítica a la vida de Chiapas, como a la situación opresiva de la mujer mexicana en los cincuenta, que ella padeció ninguneada en los medios culturales, por gente harto inferior a ella”.
Así, nuestra musa, la Atenea de tantas y tantas hazañas con el arma de la palabra, sigue siendo, alguien vigente en el panorama de la cultura mexicana, de la cultura universal. Y esto me da la oportunidad para plantear ante ustedes, una propuesta que sea como el resultado de las consideraciones anteriormente vertidas, formulando votos por que, su contenido y alcances, sirvan de alguna manera para retomar los valores de ROSARIO en nuestra vida social y darle el lugar que justamente le corresponde:
Propongo en concreto que se cree EL MUSEO ROSARIO CASTELLANOS, cuyo propósito sería la integración de los variados aspectos de la cultura de Comitán y de la Región Fronteriza, en un amplio esfuerzo de colaboración y de promoción de los auténticos valores de nuestro pueblo. Estimo que esta obra tiene que estar a la altura de lo que Comitán merece. Y considerando que Comitán ha sido, a lo largo de la historia, un verdadero arsenal de la cultura de Chiapas, pienso que en este esfuerzo, debemos tomar nuestro sitio, todos los sectores de la ciudad y de la región, para que, al unísono con nuestras autoridades, hagamos posible este anhelo que comparto, estoy seguro, con muchos comitecos de los que viven aquí y de los que por alguna causa, han forjado su vida en otras latitudes geográficas. No podemos marginar a Rosario, porque marginarla viene a negar a un símbolo luminoso de nuestra identidad y de nuestro mismo ser.
Antes de terminar, es importante decir que en el Comitán de hoy, todas las inquietudes que convergen en la cultura, han encontrado un eco positivo en las autoridades municipales y en las instancias de la cultura. Reconozco públicamente el apoyo que se ha dado a la promoción de la identidad comiteca de parte de Óscar Eduardo Ramírez Aguilar y Sofía Espinosa Abarca. Jóvenes como ellos, han sabido entender cabalmente el alcance del trabajo de quienes en diversas trincheras, estamos haciendo la talacha en este delicado terreno de la difusión cultural. Esa visión que comparte la idea de que un pueblo culto, es un pueblo solidario y positivo, está siendo compartida por Ivette Constantino Gutiérrez, el Profesor Miguel Ángel Argüello Hidalgo y Licenciado David Esponda Argüello, para quienes también va nuestro reconocimiento.
Pensemos en Rosario, sintamos con Rosario, vivamos con Rosario, y, por encima de todo, hablemos con Rosario en ese lenguaje del amor a Comitán, que quiere decir, bajo muchos conceptos, el amor a todo lo nuestro, la manifestación de una existencia plena en nuestra identidad y en el mejoramiento de una sociedad en crisis, pero con amplias esperanzas de desarrollo y de bienestar.

Quisiera, volviendo a la obra de Rosario, retirarme al oratorio de la señorial mansión de Comitán, para orar en compañía de la nana, con la plegaria que llenó sus labios en la tarde memorable que precedió a los momentos aciagos del viaje de su niña al encuentro de su realidad en Chactajal:
“Vengo a entregarte a mi criatura. Señor, tú eres testigo de que no puedo velar sobre ella, ahora que va a dividirnos la distancia. Pero tú que estás aquí lo mismo que allá, protégela, Abre sus caminos, para que no tropiece, para que no caiga. Que la piedra no se vuelva en su contra y la golpee. Que no salte la alimaña para morderla. Que el relámpago no enrojezca el techo que la ampare. Porque con mi corazón ella te ha conocido y te ha jurado fidelidad y te ha reverenciado. Porque tú eres el poderoso, porque tú eres el fuerte.

“Apiádate de sus ojos. Que no miren a su alrededor como miran los ojos del ave de rapiña.
“Apiádate de sus manos. Que no las cierre como el tigre sobre su presa. Que las abra para dar lo que posea. Que las abra para recibir lo que necesita. Como si obedeciera tu ley.
“Apiádate de su lengua. Que no suelte amenazas como suelta chispas el cuchillo cuando su filo choca contra otro filo.
“Purifica sus entrañas para que de ellas broten los actos no como la hierba rastrera, sino como los árboles grandes que sombrean y dan fruto.
“Guárdala, como hasta aquí la he guardado yo de respirar desprecio. Si uno viene y se inclina ante su faz, que no alardee diciendo: yo he domado la cerviz de este potro. Que ella también se incline a recoger esa flor preciosa que a muy pocos es dado cosechar en este mundo que se llama humildad.
“Tú le reservaste siervos. Tú le reservarás también el ánimo de hermano mayor, de custodio, de guardián. Tú le reservarás la balanza que pesa las acciones. Para que pese más su paciencia que su cólera. Para que pese más su compasión que su justicia. Para que pese más su amor que su venganza.
“Abre su entendimiento. Ensánchalo, para que pueda caber la verdad. Y se detenga antes de descargar el latigazo, sabiendo que cada latigazo que cae, graba su cicatriz en el alma del verdugo. Y así sean sus gestos como ungüento derramado sobre las llagas.
“Vengo a entregarte a mi criatura. Te la entrego, te la recomiendo. Para que todos los días, como se lleva el cántaro al agua para llenarlo, lleves su corazón a la presencia de los beneficios que de sus siervos ha recibido. Para que nunca le falte gratitud. Que se siente ante su mesa, donde jamás se ha sentado el hambre. Que bese el paño que lo cubre y que es hermoso. Que palpe los muros de su casa, verdaderos y sólidos. Esto es nuestra sangre y nuestro trabajo y nuestro sacrificio”.

MUCHAS GRACIAS.
Comitán de Domínguez, Chiapas, 16 de abril de 2009.




¡Arriba el telón! En el teatrino de la vivencia
Angélica Altuzar Constantino

Poco conocida es la travesía de Rosario Castellanos como guionista de teatro guiñol en el Centro Coordinador Tseltal-Tsotsil del hoy desaparecido Instituto Nacional Indigenista (INI), en San Cristóbal de Las Casas, a invitación de Alfonso Caso, director de una política indigenista de integración planificada, iniciada a finales de los años cuarenta.
Entendida en el vigor del teatro como un arte capaz de fijar en la memoria temas que no alcanza divulgar la escritura, pero sí la palabra y las artes plásticas y corporales, la autora manejó el recurso dramático para promover valores sociales.
A través de un muñeco guiñol, en el Teatro Petul, llamado así en concordancia con el nombre del protagonista, la portavoz del INI se encargaba de instruir y hacer reír al público, a través de guiones en los cuales Petul narraba hechos que discutía con Xun, el personaje antagónico, con la misión de transmitir mensajes de salud, de respeto y justicia, para fomentar la igualdad y elevar la calidad de vida.
El teatro guiñol –expresaba Rosario Castellanos al respecto– se convirtió en un arma eficaz de propaganda y en la manera más inmediata de entrar en contacto con la mentalidad indígena. Las campañas educativas, de higiene y mejoramiento económico se llevaron a cabo a través de este tipo de teatro porque promovía los mensajes con un lenguaje sencillo, fluido, divertido y, al parecer, eficaz.
En su afán por transmitir los hábitos saludables de la cultura mestiza a la india, Rosario se dio a la tarea de buscar las vías de comunicación adecuadas para conectar ambas formas de pensamiento. En ese sentido, el género dramático llevado al escenario del guiñol resultó idóneo.
La historia cuenta que en cada comunidad se festejaba la llegada del muñeco Petul y se le recibía amablemente, con solemne y especial atención. Apenas se escuchaba venir la caravana teatral, los hombres y las mujeres, niños, jóvenes y ancianos, se apresuraban a darle la bienvenida, y una vez instalada la carpa corrían a ocupar sus lugares, movidos por una curiosidad extraordinario, buscando siempre las primeras filas para disponerse a gozar del fascinante espectáculo.
De momento –se ha dicho–, Petul superaba las diferencias de clase, cultura y lengua; era, más que un muñeco, un canal de comunicación impregnado de magia y autoridad, que revelaba la huella alquímica de los antiguos mexicanos en la conciencia colectiva del presente.
Al parecer, el anhelo de Castellanos era que al menos el mundo íntimo del mestizo penetrará el México profundo, el origen de las tradiciones autóctonas, y paladeará sus alcances para conocerlas, traducirlas y, maravillado, llevarlas a su espacio. Pero la indolencia injustificada del ladino común juzgó que la actitud de los indígenas ante la revelación del guiñol era una muestra más de su ignorancia, negándose a apreciar que tal experiencia era indicadora de una cosmovisión distinta, de una cultura auténtica que manifestaba extraordinarios sueños históricos y de una gran poesía.
La experiencia de Rosario Castellanos en la ruptura del diálogo de Petul con las comunidades étnicas, le impulsó a explorar otras vías. La escritora apuntó en el sentido de la palabra escrita para crear una gran obra literaria que da testimonio de la realidad indígena. De manera que se advierten dos ejes interesantes en su propuesta: el primero, señala la urgencia de acercarse al conocimiento profundo de la maravillosa concepción del orbe indígena, para que las distancias desaparezcan y la sociedad plural acceda a interpretar las diversas formas de vida e ideología y así pueda iniciarse en la convivencia, la comprensión y la aprobación de las diferencias culturales. El segundo eje, apunta hacia el compromiso del autor como promotor cultural y como educador; o lo que viene a ser lo mismo, el artista en congruencia, como un verdadero ejecutor de su pensamiento y su palabra.
Esta propuesta se enriquece al retomar el teatro como una vía factible para la comunicación y la ilustración. A través de la música y la danza, de la gesticulación y los movimientos corporales exagerados, se sugieren ideas que se quiere transmitir y en el proceso de desarrollo del teatro se puede ir integrando nuevos elementos que otorguen la seguridad de no ser mal interpretados. Luego entonces, además de divertir, el teatro también educa.
El género posibilita compartir la escritura, la ideología y el sentimiento de una persona o un pueblo, con un público amplio. En esta reflexión se haya implícita la propuesta de recuperar esta forma de comunicación para transmitir los conocimientos que sugieren los programas escolares.
La actualidad exige que los educadores innoven las formas para facilitar el acceso al conocimiento, las cuales motiven en los estudiantes una necesidad lúdica por aprender el contenido de los planes de estudio y de la vida en general. Por ejemplo, es ya inaplazable transitar todos los caminos abiertos hacia la comprensión, la aceptación y el respeto de la desemejanza y la variedad de matices de pensamiento o la diferencia de gustos u opiniones.
Para echar mano de la propuesta de Rosario Castellanos hace falta sembrar en los hermanos, en los amigos, en los hijos, los sobrinos, los estudiantes y toda comunidad susceptible de crecer interiormente, el deseo de acercarse, comprometerse y comunicarse con la vida, además de con palabras, con los propios actos. Hace falta levantar el alma en el teatrino de la vivencia.
¡Arriba el telón! Gritan los titiriteros. Aparecen en el tendido del guiñol dos sencillas marionetas interactuando en el bosque. Al fondo un fastuoso jaguar, un grácil venado y alegres aves se disponen a escuchar los sabios consejos de Petul, a quien reniega el necio Xun. Ambos inditos de paño hablan la lengua de la comunidad indígena donde están. Desde el fondo del pecho y de la conciencia de sus espectadores florece un nuevo conocimiento y chispean vastas risas y aplausos.