jueves, 29 de enero de 2009

Yuria 38



Utopías de un editor

Geney Beltrán Félix

Primero, definamos al «editor».
Editor es —por lo menos en estas páginas, pues no es así siempre en la realidad—el laborioso e inquieto artesano de un catálogo: es decir, hablamos de quien decide qué publica una editorial, quien fija y defiende una línea específica y reconocible. Su función es configurar, a través de ese catálogo, un canon particular de obras en que se identifique, postule y —acaso, muy ambiciosamente— dé forma a los rasgos y las pulsiones elementales de una sociedad y una época.
El editor es un protobibliotecario: pone en manos de los distribuidores, los libreros y los lectores esos libros que, pasado un tiempo, habrán de hallar su sitio necesario en las bibliotecas —no en las librerías de viejo, esos lastimosos cementerios de papel, receptáculos de los volúmenes que nadie quiere ver ni en sus estantes—, y al decir «bibliotecas» se entiende cualquier biblioteca: la pública y la personal, la universitaria y la extranjera: se trata de los títulos que habrán de expresar y moldear las inquietudes intelectuales de la siguiente generación.
El editor es, idealmente, un héroe cultural de su sociedad y su época. Idealmente: la realidad es otra, grosera casi siempre, insultante a ratos, sólo en muy pocos casos esperanzadora.

- Una industria sin soberanía –
La industria editorial mexicana, en no pocas instancias, no es ni lo primero, ni lo segundo, ni lo tercero. Donde es industria no es editorial, donde es editorial sólo raramente es mexicana.
Cuando es industria, produce libros como si fueran latas de conserva o pares de zapatos: en serie, obedeciendo a un patrón del best-seller, de lo que la gente (se supone) espera y compra; esta industria no tiene editores, y así no puede llamarse industria editorial: quienes deciden qué se publica son los gerentes de ventas, como bien ha señalado André Schiffrin y lo comprueba cualquiera que se acerque a las mesas de novedades de las librerías. Basados en estudios de mercadotecnia o, más corrientemente, en los prejuicios derivados de una dócil fijación a los números negros, estos gerentes apuestan (es un decir) por títulos que durarán una temporada, venderán acaso bien y dejarán su lugar muy pronto a otros libros igual de olvidables.
Cuando es editorial, es decir, cuando una editorial vende en México obras de calidad, sólo en pocos casos nos hallamos ante sellos mexicanos: Valdemar, Anagrama, El Acantilado, Siruela, Gredos, Salamandra, Castalia, Trotta, Cátedra, Pre-Textos, Hiperión son sellos editoriales españoles que han, en mayor o menor medida, penetrado el mercado mexicano presentando un catálogo —usualmente— muy sólido. Pero estas editoriales contratan, traducen e imprimen sus títulos en Barcelona, Valencia o Madrid; el mercado hispanoamericano significa un universo de compradores receptivos a un canon definido en la metrópoli. Es decir, importamos y leemos un canon fijado allende el Atlántico. No creo que las consecuencias de esta realidad sean insignificantes. Otros sellos, como Tusquets, Mondadori, Alfaguara o Planeta, que publican varios de sus títulos en México, forman parte de empresas españolas muy fuertes que han tenido la capacidad para colocar en nuestro país filiales o subsidiarias: éstas funcionan como oficinas de intereses, que reimprimen aquí los best-sellers (Saramago, Mankell, Marías, Muñoz Molina) cuya publicación se decidió en España —lo que abarata los costos pero no necesariamente los precios—, y cuando publican un autor mexicano lo distribuyen y promueven sólo en suelo mexicano. Así, no es infrecuente observar cómo a la ciudad de México llegan autores españoles con una trayectoria muy corta, a cacarear sus títulos publicados por una editorial de la península, mientras que lo contrario —que un joven autor mexicano vaya a España a promover sus primeros libros— es más que una rareza. Cuando es mexicana, la industria editorial enfrenta graves problemas. La dificultad para exportar los títulos es uno de ellos: el amplio mercado hispanohablante no está a disposición de las editoriales mexicanas, salvo en el caso del Fondo de Cultura Económica y, en menor grado, Siglo XXI y Sexto Piso. La distribución nacional tampoco está exenta de obstáculos: la reducción en el número de librerías atenta contra la misma supervivencia de estas casas, que cuentan con una menor fuerza financiera que los sellos españoles como para cruzar una larga, muy larga temporada de vacas flacas. Como resultado, ante la falta de compradores de libros las editoriales mexicanas tienden a vivir del erario: a través de coediciones, subsidios para la traducción, compra de libros de texto o de títulos infantiles y juveniles para las bibliotecas de aula, el cliente principal de las editoriales mexicanas es el caprichoso estado mexicano. ¿De qué independencia editorial podemos hablar entonces? Es la nuestra una industria sin soberanía.
Pero pienso que este escenario puede cambiar si se comprende de una vez por todas que el fortalecimiento del mercado editorial y librero es una prioridad no sólo de un sector sino de todo el cuerpo social. Digo esto porque el que me ocupa —estoy convencido— no es un asunto estrictamente comercial cuya regulación debe dejarse en manos del mercado. Es cierto: el editor es un empresario. Pero sus productos son bienes culturales cuya resonancia en la sociedad no es inocente, mínima ni tampoco perecedera. Por esto, crear una industria editorial mexicana es una cuestión básica de soberanía cultural: hablamos de la posibilidad de crear, en cuanto comunidad, un registro y una interpretación plurales de nuestra realidad —a través de las ideas, materia medular de todo libro—, así como una relación directa y fértil con la cultura universal. El canal es el conglomerado de editoriales, cuyos catálogos, de clásicos y contemporáneos, de autores nacionales y extranjeros, condensaría este abanico múltiple de interpretaciones y relaciones intelectuales con la tradición propia y la universal. Y esos libros, al llegar a su destino ulterior en las bibliotecas, serían centrales en la formación de una cultura humanística sólida de las siguientes generaciones de lectores. Hacia ese punto se dirige la producción de los sellos editoriales. No es poca cosa. Hoy nada de esto es posible.

- La utopía del catálogo –
Ahora, hablemos de las utopías.
Para un editor, el catálogo es o debe ser un dogma. ¿Qué significa crear un catálogo? Editorial Sexto Piso lo ha definido con una metáfora libresca, sin duda muy clara: «La política editorial pretende ser rigurosa, lo que nos aleja de objetivos puramente comerciales, intentando, en cambio, ir tejiendo los distintos títulos que la conforman a la manera de una novela, es decir, que cada libro publicado sea un capítulo». ¿De qué manera puede un editor mexicano tener toda la libertad para dar forma a un catálogo innegociable, para escribir título a título esa novela total que sería su catálogo? ¿Cómo evitar que las coyunturas —políticas o comerciales— lo obliguen a traicionar su postulado inicial de un catálogo definido, uno que se vuelva reconocible para un cierto tipo de lectores, casi una marca registrada para una secta fiel?
La única respuesta es: con dinero. Puede tenerse un gran conocimiento, intuición, criterio y muchas lecturas, dominio de varios idiomas, una sacrificada vocación de trabajo editorial, pero sin dinero no hay independencia posible. Una editorial exige varios años para volverse autosustentable; algunos hablan de siete, otros de diez años. Durante ese periodo inicial, se precisa de una inversión permanente para crear un catálogo, que consiste en una nómina de long-sellers, libros que cinco, diez, quince años después de su primera edición sigan siendo vigentes, sigan siendo buscados por los lectores y exijan reimpresiones: pues son éstas las que darán al editor la solvencia económica para mantener su editorial luego de ese tiempo de comienzo.
Visto así, se comprenderá por qué el editor debe definirse como un héroe cultural: se trata de un empresario con perfil de filántropo, más atento al libro como arma intelectual que como sola mercancía.

- El lector visto como posibilidad –
El primer lector del catálogo de una editorial es el editor mismo. Me explico. Un editor, para decidir la publicación de un título, debe responder al siguiente razonamiento: si encuentro este libro, publicado por otra editorial, en la mesa de novedades de una librería, ¿decido o no comprarlo en ese mismo instante? Si la respuesta es sí, hay que publicar ese libro. Si la respuesta es no, ese título no es entonces el adecuado para el catálogo. Lo que significa crear al lector a imagen y semejanza del editor. Éste debe publicar aquellos libros que el posible comprador no espera encontrar en una librería: pero que los comprará si los encuentra. Las editoriales comerciales publican lo predecible: no arriesgan. Sin embargo, esta tendencia lleva a la uniformidad de la oferta editorial. Fuera de esas expectativas dóciles, existen otras, en ciertos lectores, que no son satisfechas por los sellos predominantes. El editor es un aventurero. Su riesgo mayor consiste en lo siguiente: el lector de una editorial de catálogo no existe hasta que no exista ese catálogo. Lo que una editorial de este tipo vende es, antes que nada, una idea de catálogo; su prestigio es su valor principal. Difícil de construir, título a título, el prestigio se puede muy fácilmente derrumbar: una mala elección puede hacer que el lector pierda su confianza. Un caso extremo: Alfaguara publica buenos y muy malos libros. ¿Cómo estar seguros, ante una nueva publicación, en qué categoría se encuentra? Considerado una posibilidad, el lector de una editorial de catálogo es, además, integrante de una minoría dedicada a la resistencia intelectual. Podemos quejarnos todo lo que queramos de la industria del best-seller, pero ésta existe desde siempre y existirá acaso ídemmente. Una editorial de catálogo apuesta por pocos pero fieles lectores: una secta que crecerá con el tiempo. Una elite buscadora de ideas y belleza, exigente y leal.
- Medio millón de dólares para la Editorial Utopía –

Llegado a este punto, paso a la verdadera finalidad: pedir medio millón de dólares para fundar una editorial. Si entre los lectores de Literal existe uno a quien le sobre ese dinero, y sin el menor compromiso acepte financiar el proyecto de una editorial de catálogo, debe creer que estaría contribuyendo a la creación de un sello canónico. Todos los detalles los tengo resueltos: publicar entre 15 y 20 títulos al año (no más), una selección de obras clásicas y de grandes autores del siglo XX —europeos, iberoamericanos, mexicanos, norteamericanos— poco conocidas, ediciones baratas en rústica, nuevas traducciones realizadas por duchos escritores mexicanos, una distribución eficiente en España y Sudamérica, y al paso de diez años: una editorial prestigiada, con un catálogo selecto y, sobre todo, autosustentable. No será una empresa boyante, no convocará a premios internacionales de novela con montos altísimos de premiación, no será utilizada como un trampolín para el poder o los reconocimientos en el medio cultural. Tengo todo resuelto en la cabeza: pero no tengo el dinero. Así, esa editorial es, como todo lo que he planteado en estas páginas, sólo una posibilidad. Con medio millón de dólares esa Editorial Utopía tendría otro nombre, y sería uno muy real.

En Revista Literal, de Sinaloa (número 22, enero-marzo 2007)



El ensayo mexicano contemporáneo: Geney Beltrán
- Entrevista a Geney Beltrán Félix -
Adriana Tovilla Solís


Geney Beltrán Félix, joven editor, escritor y ensayista nacido en Culiacán, Sinaloa, 1976. Fue editor de proyectos históricos en CONACULTA (2002-2005) y editor de literatura del Fondo de Cultura Económica (2005-2006). Es director literario de Páramo Ediciones, sello de próxima aparición. Obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos por el libro El biógrafo de su lector (2003), sobre el autor argentino Macedonio Fernández. Ha publicado en revistas y suplementos como Luvina, Crítica, La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, Letras Libres, Nexos, Cuaderno Salmón, Fractal, Textos, Literal, Replicante, La Palabra y el Hombre, BlancoMóvil, LunaZeta, Biblioteca de México, La Jornada Semanal y Laberinto (Milenio), entre otros.



Adriana Tovilla Solís: ¿Cuál ha sido el desarrollo del ensayo en México, qué cambios ha sufrido?

Geney Beltrán Félix: Tuvo mucha fuerza durante el siglo XX, en México hubieron ensayistas importantes desde Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Octavio Paz, y, más recientemente aparecen otras figuras como Sergio Pitó y Carlos Monsiváis. Actualmente lo que sucede, sobre todo en la escritura de los más jóvenes, es que se ha visto influida por los estudios académicos, muchos de los escritores, si antes estudiaban derecho, hoy estudian letras y culminan en estudios de doctorado. Debido a esto, usualmente asumen una escritura ensayística muy académica que impide la libertad y la espontaneidad propia de la reflexión, no es general pero es algo que se está dando. Los ensayistas jóvenes en México escriben sobre literatura, antes se escribían sobre historia, política, asuntos internacionales y, pareciera que el tema principal, no de todos pero de la gran mayoría, es la literatura, lo cual puede limitar en mucho la posibilidad de llegar a un público diferente interesado en otras cuestiones, éstas que pueden ser tratadas desde el punto de vista en un escritor con la intención de despertar una reflexión del lector.

A.T.S: En Latinoamérica, ¿cómo ha sido la evolución de este género?

G.B.F: Es un proceso parecido, hace cincuenta años el gran tema del ensayo en América Latina era ella misma, aparecen ensayos sobre la identidad latinoamericana, en algunos casos se parcelaba centrándose la atención en un país en especifico, como El Laberinto de la Soledad de Octavio Paz en México o el libro de Radiografia de la Pampa de Ezequiel Martínez Estrada que, sobre todo, estudiaba México y Argentina en términos particulares. Algunos otros estudiosos trataban de abarcar de manera más amplia el destino latinoamericano, su historia, su presente y su futuro, eso se ha perdido, parece más bien que los escritores latinoamericanos estamos viendo hacia Estados Unidos, términos de cosmopolitismo y globalización. No existe una reflexión sobre los propios asuntos, nadie está obligado por supuesto a tratar un tema u otro, pero a mí esta situación me deja un poco perplejo porque pareciera que al escritor le interesa poco su realidad, lo cual considero desfavorable. En muchas ocasiones responde al interés de despertar en los lectores de Europa o de Estados Unidos una mirada en nuestra obra, por eso recurrimos a escribir sobre autores o literatura Europea.

A.T.S: ¿Cuál sería su recomendación general para los ensayistas novatos?

G.B.F: No olvidar que el ensayo se compone de la idea y del estilo, en algunas ocasiones podemos encontrar algunos ensayistas con únicamente estilo, sus textos son sólo un despliegue de belleza retorica pero está hueco, no dice nada, uno lo puede apreciar en términos formales pero no en términos de contenido. En otras ocasiones, la idea no tiene una reflexión matizada o sugerente sino es una suerte de apuntalamiento tajante de determinadas provocaciones. Se necesita, creo, mantener estas dos vertientes, plantear una reflexión y esbozarla en términos retóricos tan fuertes y discursivos que inquieten al lector, obligándolo a la reflexión, y eso exige al ensayista una reflexión profunda y un conocimiento bastante amplio de su tema, sobre todo un compromiso por despertar una reflexión en el lector. No creo en una literatura autista, en la que se encierra en sí misma, usualmente ésta se tiene que enfrentar al afuera porque la literatura se nutre de un lenguaje que es una producción social, un hecho social, producto de la realidad. La labor del escritor es, a partir de su realidad interna, sacar determinados mundos no presentes en la realidad colectiva porque es necesario que el lector los aprecie: reflexión en el ensayo, emoción si es poesía, psicología del personaje en narrativa.

A.T.S: ¿Cómo debe leerse el mundo para generar la reflexión en el ensayo, porque hablamos de un género que aprehende la realidad, una opinión y no recrea como en la poesía o narrativa?

G.B.F: Es importante considerar que la realidad se puede aprehender desde varias perspectivas, no basta un sólo elemento para acercarse a los temas de ella, si uno se acerca a la realidad desde una postura tomada, probablemente sólo se verá aquello que uno quiere ver, y lo necesario es siempre estar dudando de lo que uno mismo está planteando para adelantarse a cualquier refutación pero al mismo tiempo, para que no se escapen determinadas aristas, que lo sabemos, conforman la realidad de una manera múltiple, se compone de varios planos no sólo lo que vemos sino lo que viene a través de la memoria, lo heredado en forma de la cultura, de la sociedad y, puede estar bajo la superficie, no exactamente en los hechos sino éstos permiten ver otra. Eso exige una cultura que desconfié en la cual el escritor dude, no puede acercarse a la realidad sabiendo lo que ésta lo obliga a decir, la realidad lo tiene que confrontar.

A.T.S: ¿Cuál es la definición de ensayo de Geney Beltrán?

G.B.F: No creo tener una, el ensayo es el lugar de las preguntas, de las dudas, más que de las respuestas o de acepciones definitivas. En ese sentido es una operación del espíritu, intelectiva o reflexiva, antes que conclusión. Más que un lugar al que se llega, es el camino que nos permite llegar a un determinado lugar, no sabemos cuál es. Más que una forma determinada, es una suerte de pasos, un contenedor que permite presentar el espíritu del escritor, es un ejercicio de aprensión de la realidad, es una operación intelectiva del espíritu, más que un hecho determinado finito.



Reinvención: se escribe sobre la realidad
- Entrevista con el escritor chiapaneco Eraclio Zepeda –
Claudia Martínez


Cuando tenemos contacto con la literatura, los primeros libros son decisivos. Recuerdo la preparatoria, las clases de lectura con mi profesora Lute y su ímpetu por acercarnos al arte escrito. Por ella leí a Horacio Quiroga, Carlos Fuentes, Rosario Castellanos y Eraclio Zepeda.
Fue éste último a quién tuve la fortuna de conocer hace más de un año, en el homenaje realizado para Ernesto Cardenal. Como buena estudiante de literatura y fan, perdonen ustedes el término, me fotografíe al lado de don Laco. Para mí era un sueño hecho realidad ver y tocar a uno de los máximos letrados de Chiapas; jamás pensé que tendría la oportunidad de mantener un contacto más íntimo con el gran escritor.
Hasta hace unos meses me encomendé la misión de entrevistarlo. Para lo cual adquirí el libro de Benzulul, nunca hay que desaprovechar la oportunidad de un autógrafo.
En la inauguración del segundo Festival Jaime Sabines, me acerqué al señor Eraclio para solicitar la entrevista, él accedió sin ningún problema. El día acordado arribé al Auditorio de la Facultad de Humanidades, de la Universidad Autónoma de Chiapas, encontrándome con la grata sorpresa de observar a don Laco interactuando con un grupo de estudiantes.
Esperé, mas por placer que por educación, porque Eraclio Zepeda es ante todo un gran conversador. Después de unos minutos, comencé la entrevista.
Claudia Martínez- Señor Zepeda, buenos días, ¿recuerda la entrevista que prometió para el diario Expreso en el suplemento Yuria?
Eraclio Zepeda- Claro que sí.
C. M. - Dígame, ¿por qué Eraclio Zepeda decide escribir? –comienzo después de encender la grabadora.
E. Z. - Bueno en mi casa, en mi familia los Zepeda hay una tradición grande de literatura: mi abuelo, el primer Eraclio, era un buen poeta; mi padre, Eraclio Zepeda Lara, era un excelente cuentista, su libro acaba de ser reeditado por tercera vez; y yo desde pequeño, casi un niño, cuando asistía a la escuela Tipo, donde teníamos un periódico de niños que se llamaba… se llama, Alma infantil, comencé a publicar algunas cosas. Siempre creí que iba a ser escritor.
C. M. - Sabemos que en sus libros, como Benzulul, existe la presencia de la tradición oral esa cuestión de contarnos lo que han dicho los otros; en su caso, ¿quiénes han sido punto de partida en la oralidad?, ¿quién le contaba de niño…?
E. Z. - Hay que recalcar un punto muy importante, en la literatura oral lo que interesa es la invención, no la repetición. El que repite no es un creador. Se necesita inventar. Yo creo que bajo esta circunstancia, mi maestro principal fue mi propio padre, era un excelente lector, un excelente improvisador de literatura oral. En mi casa había dos tipos de biblioteca: la biblioteca de libros, y la biblioteca de palabras, las dos me formaron igual.
C. M. - En el plano literario, estrictamente hablando, ¿quiénes son los escritores que usted dice, “ellos son mi base, mi influencia”?
E. Z. - Voy a obviar lo que leí de adolescente, todos leemos las mismas lecturas –después de una breve pausa, continúa-, pero ya decidido a escribir me impresionó enormemente Rulfo (Juan Rulfo), un cubano Emilio José y por supuesto, Tolstoi.
C. M. - No sé, pero tanto Benzulul como Asalto nocturno, encierran el truco de contarnos una historia pero con la voz fuerte, firme. En Benzulul no vemos al indio sumiso, sólo una realidad. Sin embargo, me pregunto, ¿cómo puede alguien transitar del plano rural chiapaneco a la gran ciudad de México?, ¿qué ocurrió para lograr eso?
E. Z. - Mi infancia la viví en Chiapas, en regiones indígenas. Escribí sobre indios porque era lo que mejor conocía en ese momento, si hubiera conocido cosmonautas a lo mejor escribo un libro sobre cosmonautas.
C. M. - Finalmente, ¿cuál es su opinión de la literatura joven chiapaneca?
E. Z. - La literatura actual, tanto chiapaneca como mexicana en general, está pasando por una época de oro, se está generando una potencia extraordinaria. Por primera vez tenemos escritores jóvenes altamente capacitados en la universidad, son escritores cultos. Esta literatura se nutre de ambos sexos, es decir, encontramos muchachos y muchachas; en la historia han existido grandes escritoras, por ejemplo, sor Juana Inés de la Cruz y Rosario Castellanos, pero lo que sucede hoy es que son legiones de muchachas, casi en el mismo número que los hombres. Por otra parte, también los indios y las indias están escribiendo, y en sus lenguas maternas, eso le ha dotado de un gran auge a la literatura chiapaneca. Porque cada vez que una lengua muere, somos más pobres; cuando una lengua chiapaneca está en peligro, estamos todos en peligro.
C. M. - Yo tengo que hacerle una pregunta obligatoria, la cual espera desde mi etapa preparatoriana. ¿A usted también, una urraca le llevó su ombligo o si se lo enterraron?
E. Z. - No, no, es a mí a quién le pasó… Se descuidó mi abuelita –dice con la sonrisa del recuerdo.
C. M. - Por eso ha andado de aquí para allá. Usted ha sido escritor, político, profesor, periodista…
E. Z. – Viajero –agrega felizmente.
C. M. - Viajero más que todo y sobre todo. ¿Cuál es la ocupación que desempeña con mayor placer?
E. Z. - Ser un ser humano –sentencia audazmente.
Y con la acertada respuesta del señor Zepeda, tengo a bien concluir la entrevista. Sin olvidar felicitar a nuestro escritor chiapaneco por los 30 años de de Benzulul.


ÁGUILA Y SOL
J.R. VUELO DE TIERRA (primera parte)
Roberto López Moreno
I
Justicia hizo Sancho
lanzando moneda al viento.
En savia del mundo ínsula
dio águila en Revueltas,
sol en Rulfo, moneda
a nuevos cielos puesta en vuelo.
La moneda en el aire:
Revueltas.Rulfo.
En una cara vuela el mundo,
en la otra su sueño,
iguana horizontal,
colibrí columna,
tierra y espíritu en perfecto nudo.
Tiempo.
La moneda de Sancho está en el aire.
Revueltas. Rulfo.Verbo. Imagen.
La vida y su poema
en la justicia de Sancho
que lanza la moneda.
El manco lo observa
desde un rincón del día.

En este poema que publiqué como parte del libro Manco y loco ¡Arde! (Miguel Angel Porrúa-Gobierno del Estado de Chiapas, 1991) subrayo la idea que me ha llevado a definir las existencias de Rulfo y Revueltas en nuestro medio como integrantes de las dos caras de una misma moneda que al triunfar en el aire con su revolotear de destinos, integra la unidad del binomio, jugando a la sorpresa desde lo eterno, a lo imprevisible-previsible en uno, a lo impredecible-predecible en el otro.

Hablo, sin duda para mí, de los dos escritores más importantes del México contemporáneo, de los dos ingenios -realidad de luz- que surgen de la entraña más nuestra y retornan a ella, penetrando como ninguno desde la verdad adolorida y desde su poesía, abarcadora también de una cultura formada en el desgarramiento. Los dos autores se corresponden, se complementan, los dos nos dan la visión más fidedigna de este barro amargo con el que estamos conformados desde hace más de 500 años. Los dos autores nos corresponden, nos complementan, configuran nuestro ser individual y colectivo; tanta es la fuerza del dinámico binomio, águila y sol con nuestras verdades en vilo.
Si en el caso de Revueltas, el de la preocupación política, el militante engarzando horas de prisión con la eterna juventud de su optimismo (una de las condiciones principales del marxista es esa, la del optimismo), si en el caso de Revueltas, México se convierte en materia tangible, en prisión y calle desbordada de pancartas y consignas, en reflexión filosófica sobre el devenir del hombre, en incursión por las obscuras venas de la degradación humana; en el caso de Rulfo esa misma realidad tremante adquiere el vuelo del sueño, de un sueño amargo también, porque parte de la misma llaga, pero que se eleva por sobre nuestras cabezas como otra forma de hacernos poner los pies en el suelo.
Aquí, estamos ante la realidad y su idea jugando en una misma moneda al aire; aquí el río de Heráclito se alimenta con dos brazos poderosos (cauce de tierra y agua, y cauce de fuego y viento), aquí se forma el tal río con una corriente aérea y otra terrestre; aquí, el agua de los tiempos que lermamos sabe a lodo y a ave, otra vez el persistente pensamiento mexicano uniendo en un mismo nudo, barro y viento, la sabiduría de la tierra y la del espacio.
Rulfo y Revueltas, Revueltas y Rulfo, tan mexicanos como son, ellos son los dos escritores realmente cosmopolitas de nuestra literatura; no lo son porque pudieran haber andado alguna vez tras la persecución del Premio Nobel o en trance de frivolidades en tonos de "jet set" transnacional. Lo son, el uno, Revueltas, porque en su obra tiene la capacidad de viajar, con su cohorte de mancillados, agredidos, de México a los infiernos raciales de Estados Unidos; a Moscú, frontera de leyenda entre dos mundos: el occidental y el oriental; a Corea, para describirnos en su novela "Los motivos de Caín", escenas de aquella disputa sangrienta por el paralelo 38; el uno, porque es un pensador marxista y como tal, trabaja con las expresiones del pensamiento universal contemporáneo; el otro, Rulfo, por las fuentes de su obra; el jalisciense concentra su cosmopolitismo en un vasto conocimiento de la narrativa del mundo y de su tiempo.
En este renglón se puede decir que, nada le es ajeno a Juan Rulfo de lo que sus contemporáneos han escrito en otros países, en cualquier parte del planeta, así lo dijo de propia voz alguna vez y así se intuye, o se sabe, en el momento en el que el lector penetra el universo rulfiano. Hijo es Rulfo de las literaturas del mundo y ahí está su verdadero, real, indiscutible cosmopolitismo.
¿Cuál es la mejor manera de ser hombre del planeta, es decir, de abatir ciertamente las fronteras que de manera tan terca y agresiva nos imponen los intereses de Estado, los gobiernos, creándonos divisiones políticas ficticias, ilógicas, atentatorias de las unidades culturales, descuartizadoras en la mayoría de las ocasiones de la identidad de los pueblos, divisiones que se convierten en valladar para los encuentros humanos? Una de las mejores maneras es la de Rulfo, sin duda, asumir como nuestras las maneras de expresión de los ingenios de ultrafronteras dotándolas de nuestro propio matiz, es decir, volver uno-nuestro lo diverso y diversificar nuestro uno activo a quienes con la misma actitud nos asuman. Así es cosmopolita Juan Rulfo, así trabajó, aunque en sus principios haya sufrido la incomprensión de sus compañeros que conformaban la segunda promoción del Centro Mexicano de Escritores (ah, los talleres literarios). Cuando nuestro autor presentó los originales de "Pedro Páramo" en las sesiones del CME, inmediatamente la maquinaria se puso en movimimento para triturar entre sus engranajes y poleas el texto puesto a la consideración de aquel taller. Incluso, como cumpliendo con un acto de conmiseración el guatemalteco Otto Raúl González se acercó a Rulfo, quien provenía ya de un gran cúmulo de lecturas y le aconsejó que leyera más novelas a lo que el aludido respondió: "justamente eso es lo que he hecho toda mi vida".*

Y eso era lo que había hecho este hombre a quien en ese acto de lectura pluricultural reconocemos como un escritor cosmopolita sustanciado en su más profunda mexicanidad.
Resultaba que Rulfo era demasiado novedoso para los críticos y lectores de los años cincuenta, década en la que se publicó la primera edición de Pedro Páramo. "Deshilvanado" se le dijo, autor de un discurso sin desarrollo lógico, más bien caótico en el que la narración avanza o retrocede sin ningún control, desordenado y confuso; eso fue lo menos que le dijeron algunos compañeros de taller y se le acusaba además de que su trabajo abría las puertas de la fantasía cuando no cerraba todavía las de la realidad.
Vista la década de los cincuenta desde nuestra ventana temporal advertimos que precisamente lo que ha subyugado a los miles de lectores rulfianos es ese entramado de fantasías y realidades que hace de su obra fuerza de imán al enfrentar a un mismo tiempo al hombre con su realidad y con su ensueño; es entonces cuando la conciencia se convierte en un eje deslumbrado entre la evidencia y el misterio.
Dentro de la evidencia se puede decir que Rulfo es, sin aspiraciones a los grandes premios internacionales y desprovisto del glamour socialero intra y extrafronteras, nuestro escritor más célebre en el extranjero; suman cientos los estudios y ensayos que de su obra y sus significados se han hecho en el planeta (universidades, instituciones especializadas, centros culturales, investigadores independientes, etc.).
Y dentro del misterio habría que preguntarse: ¿cómo pudo Rulfo trascender como lo hizo, alejado de los grupos literarios de poder, si bien sabemos que en México lograr una hazaña así es casi imposible?, una suerte más dura, más difícil, más terrible le tocó a Revueltas quien tuvo que pagar a muy alto precio su posición ideológica y política afrontando la marginación, el ninguneo, el menosprecio y hasta la cárcel.
Aquí tenemos a un Juan Rulfo, dominando sobre la insidia, aquí está, levantando al espacio el rostro descarnado de un pueblo que ha venido siendo -incluso desde antes de los 500 años- entre la vida y la muerte. Ahí está Rulfo, mostrando ese rostro al mundo, el rostro de nuestro amargor, de nuestro desencanto. Aquí-ahí su semilla de tinta. Rulfo, Juan, diles que no nos maten.
Hablo de una literatura que por nosotros habla. No caeré en Faulkner nada más porque Comala y Yoknapatawpha o porque los muertos hablan en Comala y "Mientras agonizo"... en Faulkner... sería absurdo tal; es obvio que Rulfo viene de muchas riquezas y mejor se diría de él si abriéramos más nuestra óptica. También se habló de Faulkner en Revueltas y en Revueltas estaban más Dostoievski , Malraux, Camus y otros, como el propio Revueltas lo reconoció en algún momento. En el caso de algunas coincidencias entre grandes autores ¿por qué tomarlas forzosamente como influencias y no como coincidencias? ¿Desde qué remotos lares de las mitologías nos vienen, por ejemplo, las viscisitudes de los muertos-vivos? Los autores, dentro de cualquiera de las artes, son beneficiarios sensibles de una cultura universal, de una cultura enriquecida con las diferentes visiones que tiene el hombre de su propio devenir, con las acciones (acertadas o fallidas) que pone en práctica en la intención de modificarlo; surgen ideas y formas de expresarlas -de acuerdo con las diferentes épocas y las distintas geografías-, pero finalmente se trabaja sobre los mismos grandes temas universales, por mucho que las formas de expresión varíen, los temas mismos determinan ciertos giros que llevan a las coincidencias y que incluso llevan a intevenir, aunque sea con ciertas lejanías en las formas de expresarlos.
De esta realidad, y de una insoslayable pedantería, surgen los “cazadores de influencias”. Se buscan las influencias ya en algunas instancias del tema, ya en ciertas concomitancias verbales o de estructura. Se llega incluso -en pretensiones de inteligencia mayor- a la actitud de desdeñar las simples casualidades porque se manejan asuntos más profundos, las oscuras claves de la estructura a las que no tienen acceso los simples mortales. Así nos encontramos, incluso, a un Juan Rulfo como deudor de Lord Dunsany por ejemplo. Esto no tendría mayor importancia, al margen de la real aportación cultural, si no fuera porque muchas veces estos “detectives de influencias” proceden más bien bajo los marcos de la mala fe y la descalificación. Pero la digresión no nos distraiga de nuestro central absorto, los mecanismos de la estructura por medio de los que nuestro escritor alcanza el sueño. "Flash back" dice el lenguaje cinematográfico que se ha adoptado en gran parte del planeta; recurso que retrotrae la acción, procedimiento por lo que lo real se ve convertido en eco del recuerdo; entonces conviven en interacción vital, en yuxtaposición de tiempos, el pasado y el presente, la realidad y su añoranza, pero en vía inversa, de modo tal, que el presente se convierte en memoria del pasado; así los pretéritos son (han sido) los futuros perennes y surge sobre el hoy receptor la realidad de la vida-muerte. Entonces entramos en cuerpo y alma al sueño.
Me refiero específicamente a este procedimiento del “flash back”-uno entre varios- para ver por adentro y por afuera, trazo lúdico y lúcido de espiral hacia atrás, porque fue el más criticado por la incomprensión en aquellas sesiones del Centro Mexicano de Escritores, pero finalmente, más debo referirme al resultado del conjunto de recursos. En el sueño estamos.
Otro procedimiento que nos obliga a la novedosa hermenéutica se basa en la palabra, en el dominio manifiesto del lenguaje popular; es un lenguaje de nuestras cosas más nuestras el rulfiano, un lenguaje casi mudo, como para no herir el aire en el que es pronunciado, lenguaje es de los arrojados al páramo, a la desolación, de los que han sido despojados de la voz, lenguaje contenido, pero por eso mismo, cargado de humor amargo cuando el caso, potencializado de alegrías tristes, creciendo no hacia afuera, hacia adentro, con las sustancias de la tierra, para crear de la tradición una nueva mitología.
La poda del lenguaje hace crecer su árbol de lodo a nube. Podríamos preguntarle a Rulfo: ¿Qués es ese ruido que se oye? y él nos respondería: "es el silencio". Dentro de tal código de creación el lenguaje se diluye, desdibuja sus filos, los externos, se contrae al máximo y le va dejando espacio a la imaginación para que esta aflore su fantasía con las semillas dadas. De esa otra manera también es como Rulfo hizo crecer los cauces de esta nuestra sangre poblada de fantasmas. Los mexicanos actuales no sabemos a "ciencia cierta" si del Mictlán venimos, si a él nos dirigimos o en él estamos, pero a "sueño cierto", podríamos aseguar que nos encontramos en las tres dimensiones espaciales a la vez, somos muertos vivos y vivos muertos al mismo tiempo, al fin y al cabo, y habiendo mencionado la palabra tiempo, la cultura no es más que lo acumulado vivo de millones de estos y de aquellos muertos, cantidad hechizada.
Pero estamos en la muerte-vida universal y mexicana, de una mexicanía no pregonada con folklorismos estentoreos y por ello más real, de adentro, se podría decir que se logra aquí lo "mexicano humanista", con su fuerte carga de objetividades y fantasías.
¿Cómo ver lo que la inmediata realidad no puede ver de sí misma?, poniendo como testigos los ojos de la poesía; cuando hablo del sueño es de la poesía de lo que estoy hablando, de una segunda realidad que nos permite reconocer bajo la nueva iluminación las caras oscuras de la primera. Entonces es el alma la puesta a tocar y a sentir las dimensiones de las cosas, Sancho ingresa a la alucinación frente a la reciente cordura de Quijano, permuta que permite el nuevo destello revelador. Mientras filósofos y sociólogos se aventuran en la teoría de lo mexicano, Juan Rulfo con su prosa crea la poesía de lo mexicano, y ahí está la fuerza del deslumbramiento que provoca cuando "nos dice", para nosotros y para el mundo, con la certeza que su poema alienta desde el sueño que lo forjó. El otro, Revueltas, sueña a su modo en la otra cara de la moneda, Aguila y Sol enlazándose en el giro del troquelado aéreo. Ambos nos nombran y confirman en nuestro tiempo y espacio, para que una vez definidos en espacio y tiempo, dibujemos con su tinta y con la nuestra -sumadas del mismo zumo- los nuevos parajes por los que habrá de transcurrir nuestro ser histórico.
Mientras tanto, los dos libros que escribió Rulfo son espejos, pero espejos que penetran hasta la entraña de nuestra tristeza y de nuestra soledad; ahí nos reconocemos forzosamente, con una desolación en volumen; la otra realidad que a la realidad le falta, la del sueño, complementa lo que primeramente vieron los ojos normales y entonces, vemos el cuerpo y el alma de ese rencor vivo con las espaldas dobladas sobre un llano que se quema y que nos quema, un llano en llamas puesto a helarnos la sangre, a corroborarnos hijos de la desventura pero también de esa infinita curva, cuna y tumba, a la que en el páramo desde el que observamos, asumimos y llamamos universo.



REVUELTAS Y RULFO: DOS ENERGÍAS DISTINTAS Y UN SOLO VERBO VERDADERO
Julissa Roblero

Entrevista a Roberto López Moreno

Hablo, sin duda, de los dos escritores más importantes del México contemporáneo, de los dos ingenios -realidad de luz- que surgen de la entraña más nuestra y retornan a ella, penetrando como ninguno desde la verdad adolorida y desde su poesía, abarcadora también de una cultura formada en el desgarramiento.
Con motivo del segundo Festival Internacional de Letras Jaime Sabines, el pasado sábado primero de noviembre se presentó la obra más reciente, Vuelo de tierra, del escritor Roberto López Moreno: una conjunción de textos del género ensayístico que, indudablemente, ofertan la no temida calidad literaria del autor chiapaneco. En la cita, el escritor se propuso un debate con la crítica literaria, preocupado por la historia de la recepción frente a la obra de dos escritores mexicanos “profundamente nuestros, hechos de nuestra sustancia con conciencia de su origen, con amor a su procedencia…. Dos de los escritores más cosmopolitas de nuestra literatura” (Roberto López Moreno. 2008), José Revueltas y Juan Rulfo. Roberto López Moreno (Huixtla, Chiapas, 1942) ha escrito más de 30 títulos entre poesía, narrativa y ensayo, y fue distinguido con el Premio Chiapas en 2001.
En su texto se produce un efecto, el efecto de conciliación, la unidad del binomio: lirismo y opinión, contagio idílico y propuesta crítica a partir de Rulfo y Revueltas. Las obras de ambos son la moción de la palabra de aquél, preocupado por el acercamiento al infinito poético en que estos autores revelan el rostro herido del mexicano.
Julissa Roblero: Mencionaba que Rulfo y Revueltas son narradores que penetran en las entrañas del mexicano desprotegido:
Roberto López Moreno: Hablé de los dos, adjudicándoles que son los grandes creadores de atmósferas, que poseen una habilidad y, sobre todo, una sabiduría para que en su narración aparezcan atmósferas impresionantes. Ahora, qué atmósferas podrían crear Revueltas y Rulfo, siendo escritores de un pueblo con tantas heridas como el nuestro, ¿qué otra atmósfera, sino esa en que continuamente discuten con la herida más profunda de un pueblo? Ocurre como en la tragedia griega, en que terminan siendo los más fidedignos sin otros rebuscamientos como intentar el jet set internacional. Qué más verídicas pueden ser esas dos voces que son nacidas del fondo mismo de la herida social.
J.R.: En el ensayo que leyó hace un momento, emitía una pregunta, ¿cómo pudo Rulfo trascender como lo hizo, alejado de los grupos literarios del poder? Mi pregunta es, entonces, hasta qué punto la situación política influye en la crítica literaria?

R.L.M.: Tenemos una crítica muy inmoral, muy domeñada, muy atada a los grupos de poder, y como ejemplo de eso señalé el hecho de que en cinco años se publican dos grandes novelas, una, de alguien que estaba ya involucrado en las esferas políticas y, otra, la de un perseguido político; entonces la crítica escoge al perseguido político para sojuzgarlo, y escoge al otro, al del poder, para decir que su obra es la más grande novela moderna que se ha escrito en México. Y todavía continúas leyendo aquella crítica, escrita en su momento, debería darle vergüenza a quienes lo escribieron, porque todas las cosas cambian. Te doy un dato, saliendo un poco de la literatura, el de la música, Silvestre Revueltas, quien fue sometido al detrimento frente a Carlos Chaves, el reconocido como el gran músico de México, mientras que a Revueltas se le tapó con la punta del pie. Pero ahora, no sólo en México, sino en América y en el mundo saben que el gran compositor de concierto es Silvestre Revueltas y todo el mundo queda deslumbrado. Qué hacer, por tanto, con esas hojas que quedaron ya escritas, no solo de críticos mexicanos, sino críticos de Estados Unidos y de América Latina que en ese momento pertenecían a los círculos del poder. En los libros publicados en México por la UNESCO, libros ciertamente muy serios, se vive ese ninguneo de Revueltas; y es que todas las cosas tienen un precio, en ese momento se podían servir con la cuchara grande, con el desprecio a alguien que no tenía manera de defenderse. Ahora, cuando el mundo voltea hacia la realidad, y ve que Silvestre Revueltas ha sido el más grande compositor que ha dado México hasta el momento, cómo se van a borrar esas hojas que ya fueron impresas y que rodaron infamemente alrededor del mundo todos esos años. En el pecado mismo se lleva la penitencia. Llega un momento en que tú estás en situaciones de poder, y como ya decía, te sirves de la cuchara grande, y entre más grande sea esta, tarde o temprano, mayor será el precio que tengas que pagar. Qué vergüenza de los grandes críticos de aquel entonces que pasaban por sabios y que ofuscaron la figura del gran genio de la música mexicana. Esto, aplicable a Silvestre Revueltas, es aplicable a la literatura, a la pintura, etc. Porque sucede todos los días, nos está sucediendo, todos los días el poder nos enamora, si te unes a él te da renombre, te da viajes, te da una posición en el jet set internacional, pero después, el tiempo que camina, va poniendo las cosas en su lugar y allí se ve que todo aquello no era más que humo y carrizo.
J.R.: La libertad del artista, comentaba, radica entre las relaciones de éste y el contenido estético de la sociedad en que reside. ¿Cómo ha abordado Roberto López Moreno este asunto?
R.L.M.: Trato de ser lo más honesto posible con mi trabajo artístico. Yo no niego ser un autor preocupado por los asuntos políticos, y no niego que los incluya en muchos de mis asuntos; pero eso no me exige que tenga que hacer o decir lo que no quiero hacer ni decir; yo lo hago porque así lo siento, pero no es una obligación del artista, la obligación del artista es hacer arte, y hacer arte no sólo por ejercicio, sino un arte que se considere de alto nivel, y entre mayor nivel alcance tu creación artística más revolucionaria será. Aunque seas gente de derecha, si realmente tu talento y tu ingenio te hace transformar la realidad en la que estás viviendo, estás haciendo un arte revolucionario; el gran arte revolucionario lo hizo Borges, sin necesidad de estar hablando de política.
J.R.: ¿Se identifica Roberto López Moreno con esta visión humana al estilo de Rulfo y Revueltas, es decir, también gusta contar “esa lepra expansiva de la actual sociedad”?
R.L.M.: Lo hice en un libro. Aunque yo no me quedaría nada más en eso. Lo intenté hacer en un libro que se publicó en el Fondo de Cultura Económica hace muchos años y que se llama Yo se lo dije al presidente; este libro es toda una visión de lumpen, muy fuerte, donde existe una especie de mundo sin esperanza, y qué es el lumpen finalmente sino un mundo sin esperanza. Ese libro, por cierto, es uno de los que más éxito han tenido de lo que he hecho en prosa. Ya lo hice, y quizá tenga ahora otros temas, otras variantes, a la mejor en algún momento regreso para explorar otro fragmento u otro segmento de ese mundo terrible, o a lo mejor voy a tardar mucho para regresar a eso.
J.R.: Me parece sugestivo cuando aborda el tema del Estridentismo y su proyección sobre la figura del proletariado. Por ejemplo, una de las fotógrafas extranjeras que se ubican durante este periodo es la italiana Tina Modotti, interesada en captar los momentos más cruentos de la condición humana del mexicano en aquel plano de la situación social post-guerra. ¿Cómo, entonces, consigue esta apreciación? Porque al leer textos de Arqueles Vela, por ejemplo, o de Germán List Arzubide o Manuel Maples Arce, no había hallado, hasta ahora, una apreciación tan interesante como aquella en la que Roberto López Moreno focaliza al proletariado bajo la tensión de la vanguardia estridentista.
R.L.M.: El proletariado es visualizado a través de la industrialización de la sociedad, en específico, la que se vivió en la ciudad de México, porque si bien sabes, aunque los estridentistas trabajaron primero en Puebla y luego fueron acogidos en Xalapa, su visualización fue siempre la de la industrialización. Ellos crean una especie de corriente óptica, de corriente plástica al lanzar su teoría, y encuentran eco, justamente, en los grabadores y en pintores que estaban en ese momento forjando el muralismo. Entonces, el estridentismo da el golpe que inspira la imaginación de aquellos, dando lugar a la creación de una estética del estridentismo, y es así, muy cómodo identificar a los autores de esa época, y dices ‘es el estridentismo, son ellos’: la expresión que ilustra al obrero de la industria.



Piedra de Toque
ENTREVISTA CON JOSÉ LUIS DE LA FUENTE,
ESPAÑOL, ESPECIALISTA EN LITERATURA
HISPANOAMERICANA


“Cervantes: un paradigma de la libertad estilística”

“El siglo XX: borgesiano”

“En busca de Klingsor” de Jorge Volpi, la novela que Borges no escribió”

Ricardo Cuéllar Valencia

Valladolid, Capital de la comunidad Autónoma de Castilla y León, España, es una ciudad con una milenaria historia. Se sabe que allí hubo asentamientos pre-romanos, es decir, habitantes paleolíticos. Fueron los romanos los que signaron la huella más profunda en las riberas del río Duero, el Esgueva y el Pisurga. Allí se constituyeron las monarquías visigóticas cuya activa presencia duró hasta la invasión musulmana; las luchas sucesivas llevaron a la edificación de numerosos castillos, lo cual explica que esta tierra cuente y conserve el mayor número de fortalezas en toda España.
La ciudad de Valladolid nace en el momento que el conde Anzúres inicia la repoblación a fines del siglo Xl. Así se inicia un proceso de asentamiento de nobles castellanos que termina con el establecimiento de la Corte de Castilla. Son tiempos de esplendor e hitos históricos. En 1452 se instala la Real Chancillería y en 1469 Fernando de Aragón y la princesa Isabel de Castilla, futuros reyes católicos, contraen matrimonio en el palacio de los Vivero, hoy espacio ocupado por el gobierno local.
En 1561 Felipe ll traslada la corte a Madrid; a partir de ese momento Valladolid vive una constante decadencia hasta la segunda mitad del siglo XX. Ahora conoce el desarrollo moderno y es pionera en varios asuntos de la vida urbana. Es una ciudad relativamente grande, bien construida la parte nueva, con ladrillo y teja, madera y herrería, con un toque europeo, de construcciones casi simétricas, lo que habla de la racionalidad y el orden capitalista por estas tierras. Se conserva buena parte de la arquitectura antigua.
En Valladolid murió Cristóbal Colón, el 20 de mayo de 1506. En Valladolid vivía Miguel de Cervantes Saavedra, exactamente el 1605 cuando se edita la Primera parte de El Quijote y aquella casa que lo hospedó es hoy un museo y una biblioteca. Vallisoletano es el poeta romántico del siglo XlX José Zorrilla, quién gozó de la protección del emperador Maximiliano en Ciudad de México y es autor del inolvidable Don Juan Tenorio. De Valladolid son hijos Miguel Delibes y Francisco Umbral, maestros de la novela moderna en lengua española.
La Universidad tiene varios campus, desde el antiguo edificio, hasta los muy modernos, como el de Filosofía y Letras. Aquí vienen a estudiar personas de Europa, Asia, Africa e Hispanoamérica, obviamente que la mayoría son españoles y españolas.

Viví en Valladolid. Allí estudié el doctorado sobre El Quijote y la novela moderna.
José Luis de la Fuente fue un hombre que murió relativamente joven, cercano a los cuarenta.
El día que me inscribí en la Secretaría del doctorado del Departamento de Literatura, la secretaria –una pintora abstracta- me lo presentó gracias a que a pocos segundos de haber llegado yo, él arribó a preguntar por unos libros remitidos. Inmediatamente empezamos de hablar de muchas cosas de literatura hispanoamericana a la vez. Desde ese momento nos hicimos amigos. Una o dos veces al día nos encontrábamos y hablábamos de este o aquel autor de narrativa o poesía, de historia o política, del amor, la vida.
José Luis de la Fuente se doctoró en literatura Hispanoamericana y era profesor en la carrera y los doctorados que año tras año ofrece la Facultad. Fue autor de varios libros y numerosos trabajos sobre Usugli, Carpentier, Rulfo, Borges, Garcías Márquez, Severo Sarduy, Angelina Muñiz-Huberman, Jorge Volpi y su coco Bryce Echenique. Hablamos con él frente a la computadora.

P: ¿Cuáles son los rostros que miras de Hernán Cortés hoy, a comienzos del siglo XX,I desde España?
R: ¿La de un hombre seducido por la idea de un imperio y una religión que creía que debía expandir al mundo; por el otro lado, la de un humanista que estaba fascinado por el mundo que encontró en México, pero que la idea imperial y católica le impulsaban a atacar y destruir.

P: Cuáles fueron los aspectos más destacables de su formación?
R: Hernán Cortés nació en Medellín, Extremadura, en 1485. Aunque se habla de su paso por Salamanca, bastante dudoso es que fuera a la Universidad. Donde sabemos que estudió y trabajó fue en Valladolid en torno a lo que hoy conocemos como el Colegio de San Gregorio y la Chancillería Real; aquí fungió como escribano hasta la muerte de la reina Isabel, y se va de la ciudad sin poder cumplir su deseo de entrar a la Universidad. Ya en su madurez sostuvo una academia de humanistas españoles e italianos que se reunían para debatir sobre los temas más diversos.

P. En qué época de su vida estuvo en Valladolid…
R: Vivió en sus años de formación antes de embarcarse hacia las Antillas y regresó a Valladolid hacia 1543 cuando retornó a España a pedir al emperador el reconocimiento que el creía merecer por haber conquistado tantas tierras y gente. Aquí estuvo por lo menos dos años; entre otras actividades mantuvo varios encuentros con Juan Ginés de Sepúlveda, y también, aunque no es seguro que fuera en Valladolid, con Cervantes de Salazar.

P. La polémica entre Juan Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas ocurrió en Valladolid exactamente…
R: Si, eso sucedió en 1550. Por esa razón Ginés de Sepúlveda quiso entrevistarse con Hernán Cortés para que le informara sobre los indígenas y de su experiencia en México para ayudarse en su idea conservadora. Se dice que Cortés le entregó una copia de las Cartas de Relación, pero no olvidemos que en las Cartas hay un cierto respeto y admiración hacia lo indígena, aunque para él sean también enemigos y practicantes de una religión que abomina.

P. ¿Qué aspecto le pudo servir a Ginés la lectura de las Cartas?
R. Tal vez la segunda carta, por ejemplo, que es en la que más se muestra la admiración de Cortés; en ella él trata de los ritos, de los sacrificios humanos y de otras prácticas que podía abominar un ciudadano europeo del siglo XVI. No obstante en esa Carta muestra una gran admiración por el mundo mexica. Obviamente Sepúlveda si extrajo algo de las Cartas fue lo que más le convenía para sustentar sus tesis.

P Tuvo alguna relación Cortés con fray Bartolomé de las Casas...
R: Que yo sepa ninguna. Si se hubiesen encontrado habrían saltado chispas. De las Casas odiaba profundamente a Cortés como lo muestra en su Historia de las Indias. Quien sabe, se puede decir, si en esta animadversión influyó la disputa entre Bartolomé de las Casas con los franciscanos de México. Los franciscanos, como Motolinia o Mendieta, convirtieron a Hernán Cortés en el Moisés del Nuevo Mundo; eso no debió gustarle a Bartolomé de las Casas, quien además lucho denodadamente contra los franciscanos por sus métodos de evangelización, por ejemplo, los franciscanos bautizaban grandes masas de indígenas mientras que los dominicos decían que sólo era correcto el bautismo individual; así lo denunciaron.

P.¿Eran personalidades muy diferentes las de Cortés y de las Casas?
R: Creo que no eran tan diferentes. Tal vez los dos tenían un carácter semejante, fuerte, algo narcisista y ambos eran hijos de su época, es decir, en los dos se anteponía las doctrinas al hombre; por otra parte los dos fueron muy queridos y respetados por los indígenas; de hecho cada vez que Hernán Cortés tenia que salir de la capital de la Nueva España, los indígenas temblaban porque se sentían desprotegidos y quedaban a merced de otros españoles, verdaderamente crueles y caprichosos. Cuando Cortés regresaba era espléndidamente recibido por la gente. Creo que los problemas de Cortés fueron más con los españoles, con la Primera Audiencia de México; cuando comenzaron a surgir pleitos contra Cortés y de este contra algunos miembros de la alta sociedad colonial, de lo cual hay muchos documentos como puede leerse en Documentos cortesianos, editados por José Luis Martínez en el F.C.E.

P ¿Cuál es tu relación con la literatura hispanoamericana?
R: Soy profesor de literatura hispanoamericana, curioso y amante de estas letras y del mundo en el que están inscritas.

P. Cuál es la época que más le interesa?
R: el siglo XX y las primeras manifestaciones de principios del siglo XVl.

P: Hablemos del siglo XVl...
R: El siglo XVl me interesa porque es un momento de cambio y en el se está formando un mundo nuevo con el aporte indígena y la llegada pugante, a veces violenta, de la cultura española, a su vez recién salida de otro mestizaje con el mundo musulmàm y judío. Eso hace que sea un momento muy rico en lo social, lo cultural y lo literario. El mismo Cortés, Bernal Díaz de Castillo y los franciscanos con obras fundamentales como las de Motolinía y Sahagún.

P: ¿Qué destacas de esas obras?
R : El intento de explicar un mundo diferente, extraño para ellos, pero fascinante, la sorpresa con que relatan todo ese mundo, es sin duda muy poético. También me interesa su manera de interpretar la realidad americana sobre moldes del Viejo Mundo, con mitos, estructuras y personajes de aquí.

P: La lengua adquiere un desarrollo inesperado…
R: Si, porque tiene que irse adaptando a realidades, objetos, sabores inimaginables en España, de tal manera que tanto la mente como la lengua debe de expandirse para dar cabida a esas novedades.

P: Pero también fue conflictiva en varios sentidos: social y cultural, incluso en la sintaxis.
R: Si. Tuvo que haber conflicto en esos aspectos y no es de extrañar dado el conservadurismo lingüístico de ciertos hablantes de nuestra lengua. Después de cada conflicto surge el encuentro y viene el resultado de una lengua rica, variada y fuerte como la que tenemos hoy en día.

P. Dice Carlos Fuentes que la Verdadera historia de Bernal Díaz del Catillo es el inicio de la novela en Hispanoamérica…
R: Sin duda. Y las Cartas de Relación de Hernán Cortés el inicio del cuento. Estos hombres explicaban la realidad a través de una visión maravillosa dado el carácter del mundo que relataban y además estaban muy influidos por las lecturas del momento como los libros de caballerías y otros por textos que aportaban una estructura mítica a sus crónicas, como la Biblia.

P. Pasemos al siglo XX. ¿Cómo observas la literatura de nuestra lengua escrita por hispanoamericanos frente a la escrita por los españoles?
R. No me interesa mucho España. Pero desde luego que se está viviendo un período de revitalización de la literatura de España como antes se produjo la de Hispanoamérica. Me parece que en mucho los españoles han comenzado a leer y a incorporar a su obra las estructuras, las formas y la libertad lingüística que empezaron a cultivar los hispanoamericanos. La tradición literaria española quedó rota tras la guerra; ésta se reprodujo en América y a su vez ésa se ha vuelto a engendrar en España. Tal vez sean dos caras de una misma moneda.

P. ¿Cómo ve la literatura hispanoamericana del siglo XX?
R. Sin duda es sobresaliente. El siglo XX se inicia con Martí, Darío y Rodó con la convicción definitiva de dar una originalidad al espacio literario hispanoamericano que se concreta en los tiempos de las vanguardias. Después, la obra de Asturias, Carpentier, Borges y tantos otros han servido para que el mundo se fije definitivamente en América como cuna de grandes relatos, lo que se ha confirmado con Rulfo, García Márquez, Fuentes o Cortázar. Esta mirada del mundo sobre América es el certificado de la salud excelente que cobró su literatura durante el siglo pasado. Los premios de Neruda, Paz y a algunos narradores mostraron que a pesar de no poseer Hispanoamérica de los medios masivos de información, de la publicidad y de la distribución que sí tenían otras zonas del planeta, la misma calidad de sus textos, su originalidad y la forma de abrir al mundo unos universos de ficción centrados en el espacio americano, sedujo a muchos lectores de habla española y después a lectores de otras lenguas.

P. Sé que has escrito sobre la obra de Borges. Algo he leído. Cuál es tu lectura.
R. Borges es sin duda el autor del siglo y por fortuna habla nuestra lengua. Es el momento en que un autor que escribe en español influye en muchos escritores del mundo, como Burguess, Eco, Auster... A su vez, Borges se había apropiado y trabajado con una tradición universal que atraviesa por la visión de un hispano. Si el siglo XX –o el medio siglo último- puede denominarse con un adjetivo literario ese es borgesiano. Y el siglo XXI se ha iniciado con esa influencia, como se puede apreciar en Jorge Volpi, Sergio Gómez, Pablo de Santis, Rodrigo Fresán y tantos otros jóvenes.

P. Vienen siendo reconocidas por la crítica hispanoamericana las recientes novelas de Volpi. Qué opinión te merece su narrativa?
R. Muy elevada. Me sorprendió enormemente En busca de Klingsor. Me pareció un soplo de aire fresco a la tropicalización de la narrativa hispanoamericana de las últimas décadas con una novela donde la estructura se convertía en protagonista de una historia excepcional, con intriga, unos personajes muy marcados y una trama novedosa en nuestra lengua. Además, el tan tratado asunto de la universalización durante el llamado “boom” cobraba aquí una verdadera presencia, al mostrar el verdadero desencadenate de la crisis del siglo XX: Hitler, la bomba atómica, el estalinismo... Entroncaba con Borges para mostrar el siglo XX todo. Era como la novela que Borges no escribió. En un sentido semejante vi El fin de la locura. Otros personajes fascinantes trataban de explicar la locura del siglo, la sinrazón de unas décadas de guerras, hambre y genocidios al amparo de las ideas. El problema, y así se deja la novela, es qué hay después de la desideologización. No obstante, con toda esta gravedad de los temas hay una fina ironía y un humor, en lo que él tiene también de común con Borges y otros grandes autores que han convertido al humor en un arma de caracteres cervantinos en vez de la aspereza gongorina.

P. Eres especialista en Bryce Echenique y preparas una intervención en Casa de América de Madrid en la mesa redonda “El humor de la cultura y la cultura del humor en Bryce”. Además, has escrito varios libros sobre su obra. ¿Cuál es tu concepto específicamente sobre el humor en la obra de este escritor peruano?
R. Creo que una vez que pasó la época de las críticas feroces en las novelas, hubo gente como Bryce que sin olvidar su papel de cronistas de su sociedad, pensaron que el humor era una vía muy adecuada para mostrar las realidades de su tierra, como en Un mundo par Julius. Bryce hizo del humor un instrumento para mostrar la crisis del individuo de hoy, de manera que la visión fuera menos áspera, pero no menos útil a través de la ironía, la parodia y la sátira, que eran formas muy válidas y eficaces, como mostraron Cervantes, Rabelais y Sterne, que son algunos de los escritores que más admira Bryce. El humor se convierte en una forma de solapar los dramas personales y una forma de ver la vida con un mayor optimismo. Porque sus obras, a pesar del humor, contienen no poco drama y algunas críticas que se dirigen hacia todos los lados, como en los Cuadernos de navegación en un sillón Voltaire. El humor es un instrumento del escritor.

P. Has dictado cursos de postgrado en México. ¿Cómo ha sido allí la recepción de tus planteamientos?
R. Excelente. Sin duda han sido mis mejores experiencias profesionales. El curso sobre Bryce resultó de una participación tal entre los alumnos que es imposible de encontrar en Europa y menos en España. La gente se interesaba, hablaba, preguntaba, ofrecía opiniones muy lúcidas sobre la obra. De ese grupo guardo uno de mis mejores recuerdos como profesor. El curso siguiente, sobre Cortés, fue ya muy mayoritario dado el éxito del anterior. No fue menos interesante y los alumnos se sentían fascinados al descubrir unas facetas de Hernán Cortés que hasta hace tiempo habían quedado ocultas por la Historia oficial. La curiosidad y sorpresa de estos excelentes alumnos la pude también experimentar en una conferencia que dicté en Veracruz, donde la gente de la ciudad preguntaba una y otra vez por detalles acerca de Cortés. Las dos experiencias fueron maravillosas, y espero repetir este año con un curso sobre el Quijote y su influencia en Hispanoamérica

P: Según tu criterio, qué es lo que ha permitido que la obra de Cervantes, continúe ejerciendo un poder de comunicación, de emoción y de excitación en los escritores de hoy?
R. Ello de debe a la modernidad literaria de Cervantes. Los escritores han necesitado en el siglo XX de estructuras nuevas y amplias donde poder acoger la compleja realidad del siglo XX y eso se lo ofrece el Quijote. Además Cervantes es un paradigma de libertad estilística que creo que ha interesado en general a los escritores del siglo XX. El Quijote es la primera gran novela total, pero a la vez tiene relatos insertos que se comportan como cuentos.

P: Después de los avatares y encrucijadas de la crítica literaria en el siglo XX, ¿cuáles son para ti los aspectos rescatables de ese aspecto decisivo de la crítica literaria?
R: Hubo un desarrollo del pensamiento crítico en distintos espacios del saber a lo largo del siglo XX en la lingüística, la semántica, la filosofía, el psicoanálisis, la antropología... Es precisamente el estructuralismo y el posestructuralismo el que mejor asimiló los aportes. Desentrañar las estructuras de una obra, de un pensamiento, de un edificio, de un cuadro ha sido decisivo con tales aportes y no sólo para la literatura si no para el espectro de las ciencias y las ciencias humanas en su conjunto.
Allí dejamos la entrevista. Él debía trabajar en sus asuntos y yo en los míos, ya habíamos acordado el tiempo de la entrevista. Hablamos un poco más de asuntos comunes. Intercambiamos libros e información.
Coda:
Fue la última vez que lo vi. Lo reemplace en el curso de Literatura Hispanoamericana I (los primeros treinta años del siglo XX) en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Valladolid; me lo pidió estando yo en Barcelona, para él poder viajar a Puerto Rico y dictar un Seminario sobre Borges. No me negué. Regresé a Valladolid. La experiencia con estudiantes de España, Polonia, Francia, Italia, Rusia, China, Grecia, e Hispanoamérica fue muy grata y llena de preguntas inteligentes y un interés real por la literatura hispanoamericana. Dos meses después me informó la secretaria de la Facultad que José Luis de la Fuente había muerto de un paro cardiaco mientras dormía. Tenía 38 años. Era un hombre de estudio y reflexión permanente, siempre algo tenía que escribir. En el corredor, el ascensor, en su cubículo nos veíamos. Nos invitábamos a comer. Hablamos de muchas cosas que ahora no deseo escribir.
Esta entrevista es de las pocas que dio y la última.



Método Fácil y rápido para ser poeta
Jaime Jaramillo Escobar


UTILIDAD DE LA POESÍA


No se sabe cómo quieren los poetas que los publiquen y que los lean, si a todos les ha dado por ponerse a repetir que la poesía no sirve para nada. Malos vendedores de su producto, los poetas.
Tenemos que rectificar el error de haber dicho: –“Aquí tiene usted una cosa que no le sirve para nada”.
¿Qué argumento de ventas es ése? Por el contrario, se necesita demostrar la utilidad de la poesía en la vida.
Naturalmente, hay que estar convencidos. Vamos a decir por qué y para qué es útil la poesía, y para quiénes, y cómo pueden sacar mejor provecho de ella (volviéndola del revés cada cierto tiempo) y, por supuesto, ello implica escribir poesía y publicarla.
¿Qué sería de los ciegos sin Homero, sin Milton, sin Borges, que les han dado prestigio y misterio? ¿Y de los mancos sin Cervantes, sin el Aleijadinho con su poesía de piedra, etc.? Nunca se ha visto a un editor quejarse de La Ilíada o La Odisea, ni de Dante. ¿Qué tal un Virgilio, un Horacio, Píndaro o Anacreonte creyendo y explicando que la poesía no sirve para nada?
Si todo termina en desastre, que sea en un bello desastre. La poesía sirve para todo. Recrear el interés alrededor de la poesía no es difícil, pues todavía flota en el ambiente algo de su antiguo prestigio, y el respeto por los grandes poetas es tanto que la gente ni se atreve a leerlos.
Cuántos poemas, tal vez no muy buenos, han conquistado para sus autores la atención de bellas amadas, antes imposibles. Cuántos poemas han logrado para el poeta el favor de un mecenas, la recompensa de un premio, las ilustraciones de Durero, o cualquier otro bien tangible y lucrativo. Muchos compositores han percibido dinero por agregarle música al poema. Cuánto papel (el más caro) se ha vendido para imprimir libros de poemas, así sean pagados por sus propios autores, cuánto han ganado los encuadernadores por ponerle piel a colecciones poéticas, cuántos discos de poemas se han vendido en el mundo desde la invención del fonógrafo, cuántas botellas de whisky se consumieron en el último encuentro de poetas.
Y todas esas son utilidades prácticas de la poesía, sin mencionar las medallas, que tanto han contribuido al desarrollo de esa industria, y sin mencionar la utilidad intelectual. Hay que escribir el poema para la jaqueca, para el dolor de pies, poemas para los artríticos, para la picadura de culebra. Como antes.
Fueron unos poemas los que le hicieron soportable la vida en el calabozo a Pedro Blas Romero. Fue la poesía la que sostuvo la voluntad de Álvaro Mutis en Lecumberri. Hay que escribir también poemas para los presos.
De la poesía de la Biblia han vivido muchos pueblos durante miles de años. Por la poesía tengo un amigo en Recife y otro en un cementerio de Medellín.
(Extracto de una carta para Jotamario Arbeláez. Cali 1983 04 05)

NOTAS

1. Poesía es lo que antes no había. GERALDINO BRASIL

2. La poesía es la forma más concisa de decir las cosas. Sin embargo hay individuos que piensan que la poesía es una forma vaga de hablar. MARK Van DOREN

3. Nadie cree que la poesía pueda causar daño alguno. WILLIAM BLAKE

4. La poesía política fue arma de combate durante el siglo pasado, no sólo en esta América, sino en España y en el mundo entero. RAFAEL MAYA

5. El poeta conoce lo que los médicos ignoramos durante mucho tiempo. WILHELM STEKEL

6. Vendrán poetas de pólvora y barreno, con la mecha en la mano, y harán saltar la roca donde aún sigue Prometeo encadenado. LEÓN FELIPE

7. Con un poeta por cada millón de habitantes hay más que suficiente. FERNANDO VALLEJO

8. Yo sé que la poesía es indispensable, pero no sé para qué. / La poesía es un exhibicionismo que se ejerce entre ciegos. JEAN COCTEAU

9. Hay cosas más antiguas que la economía: la poesía. JOHN DOS PASSOS (De brillante porvenir)

10. La poesía representa el esfuerzo más grande del hombre por comunicarse. ALDO PELLEGRINI

11. La función de la poesía es refrescarnos el conocimiento del mundo. MARK Van DOREN




Artista invitado: Enrique Alfaro

En este número de Yuria reconocemos el notable trabajo artístico del caricaturista Enrique Alfaro, de puntillosa ironía, y de una visión humorística frente a las figuras del poder y del arte, proyectando en sus imágenes una realidad abierta, critica. Sin duda, uno de los mejores caricaturistas del país que ha donado Chiapas al arte del dibujo, sin descartar su labor como periodista en algunos diarios de la ciudad de México y de Chiapas.

jueves, 22 de enero de 2009

Yuria 37 (suplemento cultural)



Portraits d’amis, París, Sagesse, 1936

Jean de Bosschère

Colaboró en el número Michaux de Les Cahiers de l’Herne, evocando el recuerdo de diálogos, por las calles y los cafés de Buenos Aires, de los que sólo conservaba el recuerdo de una irrecuperable música intensa, de un placer duradero. Tan sólo volvieron a encontrarse una vez, en el París de 1983, con motivo de la conferencia de Borges en el Collège de France; Michaux iba con unas grandes gafas de sol, con las que fue fotografiado y filmado.
Borges incluiría Un bárbaro en Asia en su Biblioteca Personal. Blanchot, en 1958, en un texto en La Nouvelle NRF, comparó el infinito de Borges con el de Michaux.
Discípulo de Max Elskamp, al que en 1914 dedicó una temprana monografía, y próximo a Hellens, fue otro importante poeta-pintor belga. Figura de transición –vía el Londres de Ezra Pound y F. S. Flint– entre el simbolismo y la vanguardia. En 1934 lo retrató, a línea, Balthus. Incluyó a Michaux, compañero suyo en el catálogo de Fourcade, en Portraits d’amis (París, Sagesse, 1935), libro de semblanzas escritas y dibujadas donde también encontramos a Artaud, a su muy admirado Oswald de Lubicz Milosz, a Paulhan, al peruano Víctor Llona. Rescatamos al margen esa poco conocida silueta a línea de Michaux, tenue, casi invisible.
También, en su integridad, su retrato literario: «Todo lo que pasa en la órbita de su fiero silencio se emociona. Él recula. Tiene cien veces más nervios que nosotros. Todos están al acecho. Es como una rosa que ha perdido la defensa de sus pétalos exteriores. El aire y la luz lo agitan y pueden despistarlo. Siempre en el centro de mil emociones, no es difícil que vayan hasta la herida. Cuando una llama viene a solicitarlo, encuentra el hogar único que necesita. Las más profundas visiones de las cosas y de las ideas, todas las que le eran desconocidas, le escogen a él, Michaux». En 1947Bosschère publicó un artículo sobre Michaux en Les Cahiers du Sud. (Elskamp y Jean de Bosschère, presentes ambos, al igual que Michaux, Alechinsky o Dotremont, en mi exposición de 1995 El poeta como artista, celebrada en el CAAM de Las Palmas de Gran Canaria).

Querido Michaux,

Supongo que es bertelé a quien debo el envío de connaissance par les gouffres.
Se lo agradezco vivamente. Pero ¿por qué presunción, o gracias a qué otra relación, intermediario, puede usted imaginar que no me interesaría por la lectura de ese libro? ¿Cree usted tan restringida mi curiosidad, o se la han descrito así?
¡Mis abismos son sin duda muy diferentes de los suyos!, pero precisamente me provocan curiosidad, porque son abismos… y no los míos. No soporto a esos drogadictos, apenas borrachuzos de barra: banalidad todo lo más distinguida.
Esos no buscan abismos sino pantallas (si sus pantallas revientan a veces no es por su culpa, de ahí el poco interés.) ¿Se llegará alguna vez a la EXACTITUD de los abismos? conocimiento exacto, y por lo tanto abominable e intolerable. Qué lástima que nuestras relaciones sean a veces traqueteantes…
Gracias por el libro, y por la búsqueda, por la partida, y por el camino.
Su P. B.




El príncipe y el clown[1]

Octavio Paz

Ver es un acto que postula la identidad última entre aquel que mira y aquello que mira. Postulado que no necesita prueba ni demostración: los ojos, al ver esto o aquello, confirman tanto la realidad de lo que ven como su propia realidad. Mutuo reconocimiento: me reconozco en lo que reconozco. Ver es la tautología original y paradisiaca. Felicidad del espejo: me descubro en mis imágenes. Aquello que miro es aquel que mira: yo mismo. Coincidencia que se desdobla: soy una imagen entre mis imágenes y cada una de ellas, al mostrar su realidad, confirma la mía…
De pronto, y muy pronto, la coincidencia se rompe: no me reconozco en lo que veo ni lo reconozco. El mundo se ha ido de sí mismo, no sé adónde. No hay mundo. ¿O soy yo el que se ha ido? No hay dónde. Hay una falta –en el sentido geológico: no una falta sino una hendedura– y por ella se precipitan las imágenes. El ojo retrocede. Hay que tender entre una orilla y otra de la realidad, entre el que mira y aquello que mira, un puente, muchos puentes: el lenguaje, los lenguajes. Por esos puentes atravesamos las zonas nulas que separan esto de aquello, aquí de allá, ahora de antes o después. Pero hay algunos obstinados –unos pocos cada cien años– que prefieren no moverse. Dicen que los puentes no existen o que el movimiento es ilusorio; aunque nos agitamos sin cesar y vamos de una parte a otra, en realidad nunca cambiamos de sitio. Henri Michaux es uno de esos pocos. Fascinado, se acerca al borde del precipicio y, desde hace muchos años, mira fijamente. ¿Qué mira? El hueco, la herida, la ausencia.
El que mira la falla no va en busca del reconocimiento. No mira para confirmar su realidad en la del mundo. Mirar se vuelve una negación, un ascetismo, una crítica. Mirar como mira Michaux es deshacer el nudo de reflejos en que la vista ha convertido al mundo. Mirar así es cegar la fuente, el surtidor de las certidumbres a un tiempo radiosas e insignificantes, romper el espejo donde las imágenes, al contemplarse, se beben a sí mismas. Mirar con esa mirada es caminar hacia atrás, desandar lo andado, retroceder hasta llegar al fin de los caminos. Llegar a lo negro. ¿Qué es lo negro? Michaux ha escrito: le noir ramène au fondement, à l’origine. Pero el origen es aquello que, a medida que nos acercamos, se aleja. Es un punto de la línea que dibuja el círculo y en ese punto, según Heráclito, el comienzo y la extremidad se confunden. Lo negro es un fundamento pero también es un despeñadero. Lo negro es un pozo y el pozo es un ojo. Mirar no es rescatar las imágenes caídas en el pozo del origen sino caer en ese pozo sin fondo, sin comienzo. Caer en uno mismo, en su ojo, en su pozo. Contemplar en el estanque ya sin agua la lenta evaporación de nuestra sombra. Mirar así es ser el testigo de las conjugaciones de lo negro y de las disipaciones de la transparencia.
Para Michaux la pintura ha sido un viaje al interior de sí mismo, un descenso espiritual. Una prueba, una pasión. También un testimonio lúcido del vértigo: durante la caída interminable mantuvo los ojos abiertos y pudo descifrar, en las manchas verdes y negras de las paredes del pozo, las escrituras del miedo, el terror, la rabia. En un pedazo de papel, sobre su mesa, a la luz de una lámpara, vio un rostro, muchos rostros: la soledad de la criatura en los espacios amenazantes. Viajes por los túneles del espíritu y los de la fisiología, expediciones a través de las inmensidades infinitesimales de las sensaciones, las impresiones, las percepciones, las representaciones.
Historias, geografías, cosmologías de los países de allá dentro, indecisos, fluidos, en perpetua desagregación y gestación, con sus vegetaciones feroces, sus poblaciones espectrales. Michaux es el pintor de las apariciones y las desapariciones. Es frecuente, ante esas obras, elogiar su fantasía. Confieso que a mí me conmueve su exactitud. Son verdaderas instantáneas del horror, la ansiedad, el desamparo. Mejor dicho: vivimos entre poderes indefinibles pero, aunque ignoramos sus verdaderos nombres, sabemos que encarnan en imágenes súbitas, momentáneas, que son el horror, la angustia, la desesperación en persona. Las criaturas de Michaux son revelaciones insólitas que, sin embargo, reconocemos: ya habíamos visto, en un hueco del tiempo, al cerrar los ojos o al volver la cabeza, en un momento de indefensión, esos rasgos atroces y malévolos o sufrientes, vulnerables y vulnerados. Michaux no inventa: ve. Nos asombra porque nos muestra lo que está escondido en los repliegues de las almas. Todas esas criaturas nos habitan, viven y duermen con nosotros. Somos, simultáneamente, su campo de cultivo y su campo de batalla.
La pintura de Michaux nos estremece por su veracidad: es un testimonio que revela la irrealidad de todos los realismos. Lo que he llamado, a falta de palabra mejor, su exactitud, es una cualidad que aparece en todos los grandes visionarios. Más que un atributo estético es una condición moral: se requiere valor, integridad, pureza, para ver de frente a nuestros monstruos. Hablé antes de su lucidez; debo mencionar ahora su complemento: el abandono. Solo, desarmado, indefenso, Michaux convoca a las potencias temibles. Por eso su arte –si esa palabra puede designar con propiedad a sus obras poéticas y pictóricas– es también una prueba. El artista, se ha dicho muchas veces, es un hacedor; en el caso de Michaux, ese
hacer no es estético únicamente. Sus cuadros no son tanto ventanas que nos dejan ver otra realidad como agujeros y aberturas perforados por los poderes del otro lado. El espacio, en Michaux, es anímico. Más que una representación de las visiones del artista, el cuadro es un exorcismo. La familiaridad de Michaux con lo que no hay más remedio que llamar lo divino y lo demoniaco, no debe engañarnos sobre el sentido de su empresa. Si busca un absoluto, un más allá, ese absoluto no tiene nombre de dios; si busca una presencia, esa presencia no tiene rostro ni substancia. Su pintura, como su poesía, es una lucha contra los fantasmas, los dioses y los demonios.
El elemento corporal no ha sido menos decisivo en su creación pictórica que el espiritual. Su exploración del «espacio de adentro» ha coincidido con su exploración de las materias e instrumentos del oficio de pintar. Cuando decidió probarse en la expresión plástica, hacia 1937, no había pasado por los años de aprendizaje que son el camino obligado de todos los pintores. Nunca había estado en una academia de arte ni había tomado una lección de dibujo. De ahí el carácter encarnizado de muchas de sus obras. Su relación con el papel, la tela, los colores, las tintas, las planchas, los ácidos, la pluma y el lápiz, no ha sido la del maestro con sus instrumentos sino la de aquel que lucha cuerpo a cuerpo con un desconocido. Estos combates fueron una liberación. Michaux se sintió más seguro, menos oprimido por los antecedentes y los precedentes, por las reglas y el gusto. Lo sorprendente es que en su pintura no hay huellas, ni siquiera en sus inicios, de las torpezas del principiante. ¿Desde el principio fue dueño de sus medios? Lo contrario: desde el principio se dejó guiar por ellos. Sus maestros fueron los materiales mismos. Su pintura tampoco es bárbara. Más bien es refinada, con un refinamiento que no excluye la ferocidad y el humor. Pintura rápida, nerviosa, sacudida por corrientes eléctricas, pintura con alas y picos y garras.
Michaux pinta con el cuerpo, con todos los sentidos juntos, confundidos, tensos, como si quisiese hacer de la tela el campo de batalla o de juego de las sensaciones y las percepciones. Batalla, juego: también música. Hay un elemento rítmico en esta pintura. La mano ve, el ojo oye. ¿Qué oye? Los oleajes de los colores y las tintas, el rumor de las líneas que se anudan, el estrépito seco de los signos, insectos que combaten sobre las hojas. El ojo oye la circulación de las grandes formas impalpables en los espacios vacíos. Torbellinos, remolinos, explosiones, migraciones, inundaciones, desmoronamientos, marañas, confabulaciones. Pintura del movimiento, pintura en movimiento.
La experiencia de las drogas también fue, a su manera, una experiencia física como la del combate con las materias pictóricas. El resultado fue, asimismo, una liberación psíquica. El pozo se volvió surtidor. La mezcalina provocó el manar de dibujos, grabados, reflexiones y notas en prosa, poemas. En otro lugar [de In/mediaciones] he tocado el tema de las subs-tancias alucinógenas en la obra de Henri Michaux. No menos poderosa que la acción de las drogas –y más constante, pues lo ha acompañado en todas sus aventuras– ha sido la influencia del humor. En el lenguaje corriente la palabra humor tiene un significado casi exclusivamente psicológico: disposición del temperamento y del espíritu. Pero el humor también es un líquido, una substancia, y de ahí que pueda ser comparado a las drogas. Para la medicina medieval y renacentista el temperamento melancólico no dependía sólo de una disposición del espíritu sino de la combinada influencia de Saturno y la bilis negra. La afinidad entre el temperamento melancólico, el humor negro y la predisposición a las artes y las letras, intrigó a los antiguos. Aristóteles afirma en el «Problema XX» que en ciertos individuos «el calor de la bilis está cerca de la sede de la inteligencia y por esto el furor y el entusiasmo se apoderan de ellos, como sucede con las Sibilas y las Bacantes y con todos aquellos inspirados por los dioses […]. Los melancólicos sobrepasan a los otros hombres en las letras, las artes y en la vida pública». Entre los grandes melancólicos Aristóteles cita, previsiblemente, a Heráclito y a Demócrito. Ficino recoge esta idea y la enlaza con el motivo astrológico de Saturno: «La melancolía o bilis negra llena la cabeza con sus vapores, enardece el cerebro y oprime el ánima noche y día con visiones tétricas y espantosas...». De Ficino a Agrippa y de Agrippa a Durero y a su Melancolía I, Shakespeare y Hamlet, Donne, Juana Inés de la Cruz, los románticos, los simbolistas... En Occidente la melancolía ha sido la enfermedad de los contemplativos y los espirituales[2].
En la composición de la tinta negra de Michaux, química espiritual, hay un elemento saturniano. Una de sus primeras obras se llama Príncipe de la noche (1937). Es un personaje suntuoso y fúnebre que, inevitablemente, hace pensar en el Príncipe de Aquitania de El desdichado. Casi de la misma época es otro gouache, que es su doble y su réplica: Clown. La relación entre el Príncipe y el Clown es íntima y antigua. Es la relación entre la mano y la mejilla: Je le gifle, je le gifle, je le mouche ensuite par dérision. Esa relación también es la del soberano y la del súbdito: Dans ma nuit, j’assiège mon Roi, je me lève progressivement et je lui tords le cou… Je le secoue et le secoue comme un viex prunier, et sa couronne tremble sur sa tête. Et pourtant, c’est mon Roi. Je le sais et il le sait, et c’est bien sûr que je suis à son service. Pero ¿quién es el rey y quién es el bufón? El secreto de la identidad de cada personaje y el de sus metamorfosis está en el tintero de la tinta negra. Las apariciones brotan de lo negro y regresan a lo negro. En la tradición pictórica de Occidente no abunda el humor y las obras modernas en que aparece pueden contarse con los dedos, de Duchamp y Picabia a Klee y de Max Ernst a Matta. La invención de Michaux en este dominio ha sido decisiva y fulgurante. Los seres fosforescentes que brotan de su botella de tinta negra no son menos sobrecogedores que los que surgen de las ánforas donde encierran a los djinn.


Las primeras tentativas plásticas de Michaux fueron dibujos de líneas y «alfabetos» . El signo lo atrajo desde el comienzo. Un signo liberado de su carga conceptual y más cerca, en el dominio oral, de la onomatopeya que de la palabra. La pintura y la escritura se cruzan en Michaux sin jamás confundirse. Su poesía quisiera ser ritmo puro mientras que su pintura está como recorrida por el deseo de decir. En un caso, nostalgia de la línea y, en el otro, de la palabra. Pero sus poemas, en las fronteras de la glosolalia y del silencio, dicen; y sus pinturas, al borde del decir, callan. Lo que dice su pintura es intraducible al lenguaje de la poesía y viceversa. No obstante, ambas confluyen: el mismo maelström las fascina. Mundo de las apariciones, aglomeraciones y disoluciones de las formas, mundo de líneas y flechas acribillando horizontes en fuga: el movimiento es metamorfosis continua, el espacio se desdobla, se dispersa, se esparce en fragmentos animados, se reúne consigo mismo, gira, es una bola incandescente que corre por un llano pelado, se detiene al borde del papel, es una gota de tinta preñada de reptiles, es una gota de tiempo que revienta y cae en una terca lluvia de semillas que dura un milenio. Las criaturas de Michaux sufren todos los cambios, de la petrificación a la evaporación. El humo se condensa en montaña, la piedra es maleable y, si soplas sobre ella, se disipa, vuelta un poco de aire. Génesis pero génesis al revés: las formas, chupadas por el maelström, regresan hacia su origen. Caída de las formas hacia sus formas antiguas, embrionarias, anteriores al yo y al lenguaje mismo. Manchas, marañas. Después, todo se desvanece. Ya estamos ante lo ilimitado, ante lo que Michaux llama lo «transreal». Antes de las formas y de los nombres. El más allá de lo visible que es también el más allá de lo decible. Fin de la pintura y de la poesía. En una última metamorfosis la pintura de Michaux se abre y muestra que, verdaderamente, no hay nada que ver. En ese instante todo recomienza: lo ilimitado no está afuera sino adentro de nosotros.
México, 6 de octubre de 1977



Henri Michaux Icebergs

Juan Miguel Hernández León
-Presidente del Círculo de Bellas Artes-

No hace tantos años hablar de literatura era, fundamentalmente, hablar de poesía. Incluso, en la época heroica de la novela, se consideraba que los versos lograban quintaesenciar el ritmo que nos lleva a atribuir valor artístico a ciertas formas de escritura y negárselo a otras. De igual modo, aún se recuerda un tiempo en el que la pintura ocupaba una posición central en la autocomprensión de las artes plásticas. Una ordenación de la experiencia estética que marcó tan definitivamente a Occidente bien merece un esfuerzo hermenéutico retrospectivo –radicalmente ajeno a cualquier ociosa añoranza– que nos ayude a rastrear los correlatos contemporáneos de aquella intensidad artística. Y no puede haber mejor guía en esta tarea que Henri Michaux (1899-1984), poeta y artista condenado a toparse con la pintura y la poesía con esa contradictoria mezcla de sentimiento de ineluctabilidad y sorpresa con que asentimos a una demostración matemática. Así, en unas «Notas autobiográficas» escritas en tercera persona, Michaux señalaba: «Lectura de Maldoror. Sobresalto…. que enseguida libera en él la sensación de escribir» y, sobre todo, «Klee, después Ernst, Chirico… Increíble sorpresa. Hasta entonces odiaba la pintura».
En ocasiones se ha señalado como rasgo más destacado de la obra de Michaux su capacidad para mediar entre su encendida búsqueda, también biográfica, de la alteridad y su capacidad para explorar los universos interiores por medio de feroces transposiciones semánticas (periplos también, al fin y al cabo: «Escribo para recorrerme. Pintar, componer, escribir: recorrerme»). Sin embargo, tal vez sea aún más importante la forma en que logró cuestionar la distancia entre poesía y artes plásticas, empeño que se muestra de forma casi programática en sus ideogramas. Pues en esa articulación de verso y trazo se resumen algunas de las claves estéticas de un siglo empeñado en mostrar artísticamente la estructura misma de lo artístico, en sacar a la luz ese ritmo inefable que resuena en toda pintura y poema dignos de tal nombre. Así, Henri Michaux. Icebergs es primeramente un gran esfuerzo para dar a conocer al gran público la obra plástica, poco conocida en nuestro país, de un artista esencial para la comprensión del arte del pasado siglo. Pero, además, constituye un recordatorio de las aspiraciones que deben guiar la práctica cultural en nuestro tiempo, no como ideal programático sino en su más íntima cotidianidad.



Una entrevista con Henri Michaux

John Ashbery
Traducción Ricardo García Pérez

Henri Michaux no es exactamente un pintor, ni siquiera un escritor, sino una conciencia: la sustancia más sensible descubierta hasta la fecha para registrar las fluctuaciones de la angustia de la existencia día a día, minuto a minuto. Michaux vive en París, en la calle Séguier, en el corazón de un pequeño distrito de palacetes desvencijados, aunque aún aristocráticos, que parece misteriosamente silencioso y apagado pese a la proximidad de St. Germain-des-Prés y el Barrio Latino. En las escaleras del Hôtel Particulier del siglo XVII en el que vive, se ha instalado un andamiaje de madera para evitar que la escalera se venga abajo. El apartamento de Michaux parece haber sido desgajado a partir de otro mayor. A pesar de la originalidad de la arquitectura y de la presencia de algún mueble antiguo muy hermoso, el efecto resultante es neutro. Las paredes no tienen color e incluso el jardín exterior tiene un aspecto fantasmagórico. Apenas hay cuadros: tan sólo una obra de Zao Wou-ki y un cuadro chino que representa, más o menos, un caballo y que parecen estar allí por casualidad: “No extraiga ninguna conclusión de ellos”. El único objeto digno de mención es una enorme y flamante radio nueva: al igual que muchos poetas y muchos pintores, Michaux prefiere la música. Detesta las entrevistas y parecía incapaz de recordar por qué había accedido a conceder esta. “Pero ya que está aquí, puede empezar”. Se sentó de espaldas a la luz, de modo que resultaba difícil verlo; se protegía el rostro con la mano y me observaba receloso por el rabillo del ojo. Nada de fotografías, e incluso se niega a que se realice un dibujo de él para publicarlo junto a la entrevista. A su juicio, los rostros ejercen una fascinación atroz. Michaux escribió: “Un hombre y su rostro es un poco como si estuvieran devorándose mutuamente sin cesar”. En una ocasión, cuando un editor le solicitó una fotografía para publicarla en un catálogo junto a las de los demás autores, le contestó lo siguiente: “Escribo con el fin de dar a conocer una persona que, viéndome, nadie habría podido sospechar jamás que existiera”. Esta frase se publicó en el espacio destinado a su retrato. Sin embargo, el rostro de Michaux es dulce y agradable. Es belga, nacido en Namur en 1899, y aunque exhiba la tez pálida de las gentes del norte, y algo de su flema, su semblante también puede iluminarse con una amplia sonrisa flamenca; y tiene una inesperada y encantadora risilla.

John Ashbery: ¿Ha suplantado para Michaux la pintura a la escritura como medio de expresión?
Henri Michaux: En absoluto. En los últimos años he realizado tres o cuatro exposiciones y he publicado tres o cuatro libros. Desde que hice mía la pintura hago más de todo, pero no al mismo tiempo. Escribo o pinto en períodos alternos. Empecé a pintar a mediados de la década de 1930, en parte como consecuencia de una exposición de Klee a la que asistí, y en parte a causa del viaje que hice a Oriente. En una ocasión, estando en Osaka, le pedí a una prostituta que me orientara y, para indicarme, me hizo un dibujo adorable. En Oriente todo el mundo dibuja.
J.A.: El viaje supuso una experiencia capital en la vida de Michaux: de él nació Un bárbaro en Asia, además del descubrimiento de todo un nuevo ritmo de vida y creación.
H. M.: Siempre pensé que habría otra forma de expresión para mí, pero jamás supuse que sería la pintura. Pero bueno, siempre me equivoco cuando se trata de mí. De joven estaba seguro de que quería ser marinero, y lo intenté durante una temporada; pero, sencillamente, no tenía el vigor físico necesario. Tampoco pensé nunca en escribir. C’est excellent, il faut se tromper un peu. Por lo demás, me irritaba la parafernalia de la pintura. Los artistas actúan como prima donnas; se toman a sí mismos demasiado en serio, y tienen toda esa parafernalia: los lienzos, los caballetes, los tubos de pintura. Si pudiera elegir, preferiría ser compositor. Pero hace falta estudiar. Si hubiera algún modo de colocarse directamente ante un teclado… La música incuba mi insatisfacción. Mis dibujos a tinta grandes ya no son más que ritmo. La poesía no me satisface tanto como la pintura, pero es posible que existan otras formas.
J. A.: ¿Cuáles son los artistas que más importan para Michaux?
H. M.: Me encanta la obra de Ernst y de Klee, pero por sí solos no habrían bastado para que yo empezara a pintar en serio. No admiro tanto a los estadounidenses, como Pollock y Tobey, pero lo cierto es que crearon un clima en el que podía expresarme. Son instigadores. Me concedieron la grande permission; sí, sí, eso es, la grande permission. Del mismo modo que no apreciamos tanto a los surrealistas por lo que escribieron como por autorizar a que todo el mundo escribiera lo que se le pasara por la cabeza. Y, por supuesto, los pintores clásicos chinos me enseñaron lo que se podía hacer con sólo unos pocos trazos, con sólo unos pocos signos. Pero no creo mucho en las influencias. Uno disfruta escuchando las voces de la gente en la calle, pero no resuelven tus problemas. Cuando algo es bueno te distrae de tu problema.
J. A.: ¿Sintió Michaux que su poesía y su pintura eran dos formas diferentes de expresión de una única cosa?
H. M.: Ambas tratan de expresar una música. Pero la poesía también trata de expresar una verdad no lógica; una verdad diferente de la que se lee en los libros. La pintura es distinta; no tiene nada que ver con la verdad. En los cuadros creo ritmos, como si bailara. Eso no es una vérité.

Le pregunté a Michaux si sentía que su experiencia con la mescalina había tenido alguna consecuencia sobre su arte más allá de los dibujos que realizó bajo sus efectos, a los que denomina «dibujos mescalínicos» y que, con su hipersensible concentración de líneas insustanciales, como filamentos, en determinadas zonas ofrecen un aspecto muy distinto del que presenta la obra enérgica y abrupta que realiza en condiciones normales. «La mescalina incrementa tu atención por todo; por los detalles, por sucesiones tremendamente rápidas.»
Al describir una de estas experiencias en su reciente libro Paix dans les brisements, escribió:
“Mi desazón era grande. La devastación era mayor. La velocidad era aún mayor…
Una mano doscientas veces más ágil que la mano humana no habría bastado para seguir el acelerado curso de aquel inextinguible espectáculo. Y no se podía hacer nada más que seguirlo. Uno no puede concebir un pensamiento, un término, una figura, para elaborarlos, para que le sirvan de inspiración o de punto de partida para improvisar. Toda la energía se agota en ellos. Ese es el precio de su velocidad, su independencia”.

También habló de la distancia sobrehumana que sentía bajo la influencia de la mescalina, como si pudiera observar la maquinaria de su propia mente desde cierta distancia. Esta distancia puede ser terrible, pero en una ocasión se tradujo en una visión de beatitud, la única de su vida, que describe en El infinito turbulento: “Contemplé miles de deidades […]. Todo era perfecto […]. No había vivido en vano […]. Mi existencia fútil y errabunda ponía pie, por fin, en la senda milagrosa…”.


Este momento de paz y satisfacción carecía de precedentes en la experiencia de Michaux. No ha tratado de repetirlo: “Ya es bastante que haya sucedido una vez”. Y no ha tomado mescalina en más de un año; al menos no “que él sepa”. “Quizá la tome otra vez cuando vuelva a ser virgen”, dijo. “Pero este tipo de cosas deberían experimentarse sólo de vez en cuando. Los indios fumaban la pipa de la paz únicamente en las grandes ocasiones. Hoy día la gente fuma cinco o seis paquetes de cigarrillos al día. ¿Cómo se puede experimentar algo de este modo?”.
La habitación había empezado a quedar a oscuras y, en el exterior, los árboles del jardín gris parecían pertenecer al fangoso territorio metafísico que describe en Mes propriétés. Señalé que en su obra apenas aparece la naturaleza. “Eso no es cierto”, dijo. “En cualquier caso, los animales sí. Adoro los animales. Si alguna vez voy a su país, será sin duda para visitar los zoológicos”, (su única visita a Estados Unidos la hizo siendo marinero en 1920, y sólo vio Norfolk, Savannah y Newport News). “En una ocasión, con motivo de una de mis exposiciones, pude disponer de dos horas libres en Francfort y escandalicé al director del museo pidiéndole que me enseñara el jardín botánico en lugar del museo. Lo cierto es que el jardín era adorable. Pero desde la experiencia con la mescalina los animales ya no me inspiran ningún sentimiento de fraternidad. El espectáculo de mi mente trabajando me hizo de algún modo más consciente de mi propia mente. Ya no siento empatía con un perro, porque él no tiene mente. Es triste…”.
Hablamos de los medios que utiliza. Aunque trabaja con óleo y acuarela, prefiere la tinta china. Son típicas de Michaux las grandes hojas blancas de papel de dibujo tachonadas por completo de pequeños nudos negros muy marcados, o con figuras vagamente humanas desperdigadas que evocaban alguna batalla o peregrinación desesperanzada. “Con la tinta china puedo hacer pequeñas formas muy intensas”, decía. “Pero tengo otros planes para la tinta. Entre otras cosas, he estado pintando cuadros con tinta china sobre lienzo. Me entusiasma, porque con una misma pincelada, en un mismo instante, puedo ser al mismo tiempo preciso y difuso. La tinta es directa; no se corre ningún riesgo. No tienes que luchar contra las prisas del óleo, con toda la parafernalia de la pintura”. En esos lienzos de los que habla Michaux suele pintar tres anchas franjas verticales utilizando poca tinta para producir un efecto desvaído. En ese medio difuso flotan docenas de figurillas desesperadamente articuladas: aves, hombres, tallos, animadas por la misma energía intensa de los dibujos, pero delineados de manera más deliberada. Estos óleos parecen cumplir, mejor que sus demás obras, sus intenciones pictóricas tal como las formulaba recientemente en la revista Quadrum:
“En lugar de una imagen que excluye a las demás, me habría gustado dibujar los momentos que, uno junto a otro, se suceden y conforman una vida. Exponer la frase interior, una frase que no tiene palabras, para que la gente vea una soga que se desenrolla sinuosamente y que acompaña íntimamente a todo lo que nos afecta, ya sea desde el exterior o desde el interior. Quería dibujar la conciencia de la existencia y el flujo del tiempo. Como cuando te tomas el pulso”.

Publicado originalmente en la revista ArtNews, en marzo de 1961.Fuente: http://www.circulobellasartes.com/


Carta manuscrita a Henri Michaux, París, 1940

Georges Bataille,

Martes 26 de marzo de 1940
Querido Henri Michaux, No le he enviado antes el texto del que le había hablado porque no lo reencontraba, pero ahí lo tiene. Entre tanto, recibí una carta de Paulhan diciéndome que lo enviaba para su impresión Me haría muy feliz que usted lo leyera. Vuelvo a la biblioteca el lunes próximo, pero entonces no estará abierta a los lectores, lo estará quince días más tarde, a mitad de abril. Si tiene usted una hora libre una tarde, estaría muy contento de encontrarme con usted. Tal vez podría llamarme por teléfono, ya sea a Saint-Germain [en Laye] donde vivo (Saint-Germain 13-23), por la mañana antes de las 11, o a la biblioteca (Richelieu 06-66) por la tarde hacia las 2, aunque a veces no me encuentran debido al tamaño de la casa.

Atentamente le saluda,
GEORGES BATAILLE.

Postal a Henri Michaux


SYLVIA BEACH


El 16 de enero de 1953

Querido amigo,

¡Qué buenas noticias! Sus Selected Writings en Routledge (¿al mismo tiempo que en New Directions, USA?) y Paul Éluard –usted me había ocultado sus tendencias políticas. Una buena vieja casa Routledge, filosofía, orientalism [sic] y… The Muses Library. Gracias por haberme enseñado esa hermosa traducción de Louise Varèse, Poetry for Power. Espero que continúe, sus poemas estarían «in very good hands» [en muy buenas manos] con ella. Sus traducciones de Saint-John Perse son admirables. ¿Dónde se publicará? ¿Y cómo va su salud? ¿Y su régimen, es siempre tan estricto? Espero que haya repuesto fuerzas. Adrienne [Monnier] está acostada desde hace varios días debido a esa maldita gripe. Tuvo 40 grados de fiebre pero hoy está normal. Tiene bronquitis y no tiene fuerzas, pero aparte de eso está mucho mejor, gracias a medicamentos exclusivamente alopáticos que le he administrado. He pensado que la homeopatía no debería aplicarse más que a sanos. Por lo tanto como recetas contra la gripe: 1) quinacinas, 2) Sirop Roche (de la casa Roberts), muy buenas también las canfoneuminas. Con mis muy fieles y amistosos pensamientos,
Sylvia



Voces que maduran
Luz de la palabra


Esther Gómez Sánchez


En rincones de la tierra nacen poetas, los podemos encontrar en cárceles, avenidas, cantinas, sepelios, jóvenes y viejos, sin importar el sexo. Existe una sola condición para serlo, dejarse cobijar por los placeres de la palabra. Esa que nace del interior del hombre y parece fuego que consume los oídos del otro; esa palabra que alegra, entristece, da vida y, ¿por qué no decirlo?, también mata.
Recorriendo calles desconocidas, por donde quizá caminan poetas, encontré Luz de la palabra de Elvira de Imelda Gómez Díaz. Poemario editado por el Instituto Mexicano de la Juventud, en San Cristóbal de las Casas, con ilustraciones del artista plástico José Osbaldo García Muñoz.
Elvira de Imelda Gómez Díaz nació el día 29 de abril de 1987 en la colonia Nuevo Carmen Tonapac, municipio de Chiapa de Corzo. Acudió al Taller de Periodismo y Literatura de febrero a noviembre de 2008, dirigido por el escritor Javier Molina Estrada, organizado por el Consejo Estatal para las Culturas y las Artes de Chiapas. Asimismo, asistió al taller Regional de Creación literaria en lengua maya, realizada en la ciudad de Calkiní, Campeche, del 19 al 21 de septiembre de 2008. Actualmente cursa el séptimo semestre en la Escuela Normal Intercultural de Chiapas Jacinto Canek.
Armando Sánchez Gómez, escritor tseltal de Oxchuc, Chiapas, comenta que “Luz de la palabra, emerge de la sensible y apacible percepción de la poeta Elvira de Imelda Gómez Díaz; joven, mujer y poeta zoque. Luz del día que vive dentro de su ser para convertir en poema el amor que vive en su alma, siendo su testigo la frescura del agua, en donde sumerge su cuerpo para aliviar la pasión y la ternura del amanecer. Así, luz de la palabra, voz joven del aprendizaje de la lectura nace de de otros textos poéticos escritos en lengua zoque para luego trasladarse al español.
La escritura de la poesía se puede dar por medio de una relación individual o al asistir a las presentaciones de las obras literarias en los espacios culturales, así a Elvira el nace la necesidad de escribir en su idioma natal.
La poesía es al mismo tiempo un autoaprendizaje y formadora en la vida, la poesía es del creador, pero cuando llega al lector se convierte en un conocimiento de la diversidad cultural; se comparte la necesidad de aprender a vivir donde se encuentra la sensación, la percepción humana en el arte de la poesía.
Es doble el trabajo artístico de la autora zoque. Primero escribe en su idioma con la estructura y la sistematización de la poesía, después, la calidad del contenido poético lo que traslada al español, permitiendo que el trabajo artístico literario quede lo más fidedigno hacía el interior de la creación poética; logrando que fluyan gotas de los ojos por las sensaciones que la autora transmite a través de su escritura”.

Luz de la palabra
- Breve recopilación -

Mirada hechicera

Bastó sólo una mirada tuya
Y comencé a enfermar de un mal
desconocido.

12/05/08.


Durazno

Tu cuerpo rojizo,
Tierno,
Seduce mis dedos.
Toca.
Mis dientes muerden
hasta llegar a tu semilla.

En mis ojos permanece
Viva
Tu rojiza carne.

03/08/08



Tu cuerpo

Bordado tu tallo,
Tu cuerpo,
Con variedad de pequeñas plantas:
Musgos, enredaderas
Y pequeñísimas flores
Así será perpetuo el color del día

30/03 /08


La rosa púrpura del Cairo

Sergio Miguel Simón Palma

Usted, mi apreciado lector: imagine que un día sentado frente a la pantalla grande, está viendo a su actor o actriz preferida, ya sea Marlo Brando, Meryl Streep o Sonia Braga. De pronto el sujeto sale de la mega pantalla y lo incorpora al reparto de su película. Aunque suene quimérico, este es el argumento de la película La rosa púrpura del Cairo, dirigida por Woody Allen, y protagonizada por su ex esposa Mia Farrow, a quien recordamos por dar vida a Alice en el filme homónimo de Allen, una mujer millonaria que sufría de enfermedades psicosomáticas y que solamente era controlada por medio de la hipnosis.
La rosa púrpura del Cairo está ambientada en la ciudad cosmopolita de Nueva York, Cecilia (Mia Farrow) encarna a una mujer trabajadora de un restaurante lujoso, quien mantiene a su holgazán marido, obeso y machista. Allen alegóricamente escenifica a la sociedad norteamericana enajenada por la vanidad, opacando los valores morales.
En la narración fílmica, Woody maneja el espacio dramático en dos tiempos: el real e irreal. Cuando Cecilia se introduce en la pantalla de cine, traspasa lo tangible al plano subjetivo, a la plena idealización del sujeto obsesionado. Hasta cierto punto podemos pensar en una Cecilia que sueña o imagina.
Otra acotación del filme, es el culto a la personalidad del ámbito cinematográfico, la euforia de las emociones y sentimientos ante el rostro de la película, el actor de cine. Ese sujeto conductor de un argumento materializado por la cámara de cine, sacado de la imaginación o de un libro, que marchita su éxito hasta caer en el abismo del olvido. Eso es La rosa púrpura del Cairo, la empatía simbiótica entre espectador y estrella. La mitificación y resurrección del actor durante los postreros tiempos de su olvido, el espíritu de Nueva York en la gestación del glamour y la modernidad.



BIBLIOGRÁFICAS

Rubí Meza

CEES NOOTEBOOM
LA HISTORIA SIGUIENTE
SIRUELA/BOLSILLO
1991

“Un relato irónico de resonancias literarias… y un ejemplo arquetípico de la novela cosmopolita.”
Darío Villalba, Abc

“Cada lectura de un clásico, dijo Calvino, es de hecho una relectura. Todas las novelas de Nooteboom tienen esta cualidad clásica. Son nuevas y sorprendentes, y a la vez parecen siempre haber formado parte de nuestra manera de ver el mundo.”
Daily Telegraph

Herman Mussert, un profesor neerlandés de lenguas muertas, se acuesta en su tranquilo apartamento de Ámsterdam y amanece, al día siguiente, en la habitación de un hotel de Lisboa. Al despertarse, su primera sensación no es de sorpresa, sino que siente un extraño escalofrío por la posibilidad de ser otro y por la hilarante probabilidad de estar muerto. El hombre de Lisboa contará la historia de su vida y la de las dos mujeres que fueron importantes en ella. Éste será el inicio de esta breve novela, llena de inteligencia y sabia ironía, sobre el sentido que tienen las metamorfosis y la muerte, tato para el mundo de los clásicos grecolatinos como para el pensamiento científico.

Cees Nooteboom (La Haya 1933) es uno de los escritores europeos más interesantes de las últimas décadas. De este autor Siruela ha publicado El desvío a Santiago, ¡Mokusei!, Cómo ser europeos y El día de todas las almas.

JAVIER ESPINOSA MANDUJANO
SOLEDAD QUE VIENE.
León de La Rosa Editores
2006

De factura magnifica, escrita con lenguaje cerrado y preciso, no exento de poesía, esta novela teje un entramado con personas y acontecimientos de fines del siglo XIX y principios del XX. En planos superpuestos y entrelazados inscribe pasajes de otros tiempos en el mismo carril de los actuales. El pasado y el presente se unen, usos y costumbres se pierden y sin embargo persisten, como si el tiempo y conductas del hombre de todos los tiempos, que la universalizan.
Enoch Cancino Casahonda.

Una profunda visión de Chiapas es esta pieza literaria de Javier Espinosa. Este sabio y actualizado hombre de lecturas ha sabido volcar su experiencia en una obra cuyos personajes dibujan en su conjunto; nuestro pueblo en la primera mitad del siglo pasado: hombres de fe, comerciantes, conductores de ganado, hombres de a caballo. Los lectores de Chiapas, también los foráneos, encontrarán en las cuidadosas páginas un mirador orientado a una amplia región de nuestro espíritu, nuestra cultura.
Eraclio Zepeda

Impresiona esta novela cuando el autor incide en la luminosidad que pule en cada página, el mundo de la luz que muchos ignoramos en la cotidianidad y descubrimos en esta narración desde la más intensa hasta perderla entre mantos de oscuridad, se colorea con matices de oro para memorar momentos celestiales, o se apaga y nos conduce entre telones oscuros igual para encontrarse los amantes o escuchar solo a la noche. “Soledad que viene” es una propuesta diferente llena de luz.
Gloria D´Amico.

“Soledad que viene” (que es como decir “la compañía que se va”) reúne el profundo y amoroso conocimiento de los sucesos, lugares y personajes que construye magistralmente Javier Espinosa en esta obra, plena de delicadeza y elegancia, de poesía y de fresco y ágil humorismo que se asoma en ocasiones. Y es la nostalgia de un espacio y un tiempo perdidos para siempre.
César Corzo Espinosa.

PATRICIA ROMANA BÁRCENA
LOS CUENTOS DE LA ROMANA
IMPRESIONES ESPACIALES
2002


Tuve como otras veces una necesidad imperiosa de escribir… Es algo que parece increíble para mucha gente, pero escribir puede convertirse en una necesidad vital. Dejar de hacerlo es como evitar que la sangre corra por las venas y sentir que, poco a poco, te asfixian las palabras que no pueden saltar de tu mente a la pluma.
Hay momentos que invitan a comunicar lo que sucede alrededor: una pena, una desilusión, algo bello, una confesión de amor. Qué sé yo… Pero no es esa criatura a la que me refiero hoy, sino a otra, a la que viene como un río crecido y se desborda; a la que “encanta” como si se tratara de un hechizo, ordenando a una mano que apriete la pluma y a la otra que sostenga el papel, para evitar que se lo lleve el viento, pues no se trata de escribir formalmente en un bloc o en un cuaderno, más bien en una hija suelta o en una servilleta sin usar.
Esa escritura que carece de motivo e intención se ha vuelto, en mí, una necesidad.
Me gusta compartirla con la banca de un parque, con la mesa de tres sillas vacías de cualquier café, con el sillón de una sala de espera, o con el estrecho asiento del avión. Es mi remanso frente al escritorio lleno de pendientes y en las tardes agitadas que parecen no tener fin.
De ella surgen textos que dicen lo aún no sé, porqué vienen acompañadas de ese hechizo que les da forma y color.
Un día, alguien conocido dijo: “La inspiración es la aceptación de un espíritu que se posesiona del que tiene el oficio de escritor y en ese trance, valiéndose de un cuerpo material, el espíritu se comunica con el mundo terrenal”. Cuando escuché esto, pareció que esa persona pretendía darle un toque místico a la creatividad.
Curiosamente, a partir de que oí esa hipótesis he tenido la sensación de no estar sola cuando escribo, y al soltar mi mano construyo ideas que no he pensado… luego, con calma, las releo, y tengo la certeza de no haberlas creado yo. Sea como fuere escribir así me da otra posibilidad.
La Romana


PIEDRA DE TOQUE

CARTA A ODACIR SOBRE LAS MEMORIAS DE VARGAS LLOSA O LAS FANTASÍAS DEL NARCISO


Ricardo Cuéllar Valencia


Querido Amigo:
Cada cual, en especial, entre escritores y artistas, elige la manera de vivir y encuentra en el camino deleitoso y solitario de las lecturas y lo vivido como explicarse el mundo; también elige cómo y desde dónde ganarse el pan de cada día. Vargas Llosa se ha sabido cotizar como ideólogo; es invitado a decir lo que opina de la vida política moderna o sobre los beneficios de la política del imperio aquí y allá. Es asunto que él deliberadamente ha elegido. Le pagan y muy bien por sus conferencias. En este sentido escribe bajo intereses que desbordan la literatura y satisface un secreto narcisismo que lo encalambra desde la juventud y no ha podido ni podrá dominar.
Tú leíste sus memorias, El pez en el agua, al mismo tiempo que yo, no por pura casualidad, gracias a que estábamos investigando sobre la manera de escribir la autobiografía en nuestra lengua. Mucho hablamos de Confieso que he vivido de Pablo Neruda, sobre todo en torno a sus dejos narcisistas. Y, como no mencionar las magníficas descripciones de la vida en los colegios y la subsistencia intelectual en la era franquista que con pluma de maestro nos regaló en la Arboleda perdida el poeta y pintor andaluz Rafael Alberti. Cómo nos sorprendió El río novelas de caballería de Luis Cardoza y Aragón, esa mezcla genial de crónica, novela, poesía, ensayo y confesión; o las Memorias de Helena Paz Garro donde revela secretos de la vida y pasiones de Octavio Paz y de muchos hombres y mujeres de letras de México y otros lares. Y claro las de Gabo, Vivir para contarla tan mal leídas por sus gratuitos detractores, que no dejan de ser unos simples envidiosos. Gabo logra, me dijiste con sentenciosa precisión, nada más y nada menos que una poética de su obra novelística. En fin.
Las memorias de Vargas Llosa, te repito, sin la más leve duda, son un testimonio muy fiel de sus aventuras narcisistas, escritas precisamente después de que fuera derrotado en las elecciones peruanas de 1990, donde el narco con Fujimori tomó el poder en su tierra natal. Fue una sorpresa y un aviso para el mundo. El se había aliado a un sector liberal de la burguesía peruana. Que un intelectual llegara al gobierno pudo llenarnos de sorpresas, aunque las formas establecidas del poder poco, muy poco le hubieran permitido, sobre todo teniendo en cuenta el origen de sus postulación. Allí en esa venganza hecha memoria, o en esa memoria donde desea encontrar el origen de sus virtudes como pensador y crítico, como hombre de letras, es detectable la arrogancia clasista que lo define.
Me refiero en especial a los capítulos donde se recrea como escritor. Es valiente y profundo cuando trata la conflictiva relación con el padre y sobre todo con la madre. Intercala vida personal y política, capítulo a capítulo. En los pasajes literarios se refiere, entre otras cosas, con sorna a los dos más brillantes antecesores peruanos en el campo de las letras: Cesar Vallejo y Cesar Moro. En el fondo de su postura a toda costa y riesgo quiere presentarse como el punto nodal, como el preciso momento de la ruptura, como el exacto comienzo de la literatura moderna entre los hombres nacidos en Perú. Con sus diferencias lo mismo hace Octavio Paz en México con respecto a José Gorostiza y Luis Cardoza y Aragón, por ejemplo.
Confirma lo señalado una nota de prensa de Beatriz Merino en un diario peruano donde leemos: “Mario Vargas Llosa acaba de recibir el doctorado honoris causa de la renombrada Universidad de Harvard. Esta distinción constituye un honroso reconocimiento a su genial travesía literaria e intelectual, que lo consagra como el más formidable escritor en la historia de nuestras letras y uno de los más importantes de la literatura mundial contemporánea”.

Eso exactamente es lo que le interesa que le reconozcan y que el lector de sus memorias puede detectar: “el más formidable escritor en la historia de nuestras letras (peruanas)”. Nosotros pensamos que es indispensable tener muy presente la obra de Vallejo y Moro para el devenir de la literatura de lengua española escrita en Hispanoamérica. Los dos fueron hombres de origen humilde. No desempeñaron como funcionarios ni destacados señores de algún poder en Francia, España, México o Perú. Simplemente fueron poetas, acotados por las desgracias de las guerras, las miserias personales y una ética que se yergue un sus obras en tanto aportan, y, obvio, no se anclan en las declaraciones de una soterrada retórica política.
Cesar Vallejo es uno de los vanguardistas que rompe ciertas cadenas sintácticas y semánticas y en esto va más allá que los otros dos geniales vanguardistas: Neruda y Huidobro. Humaniza el dolor, lo saca de las quejas metafísicas, sin dejar de arder en un cristianismo puesto en cuestión. El humor negro de Vallejo es exacto en su causticidad. Su mirada poética parte de la materialidad del sufrimiento y en ese sesgo, valga anotar, finca sus dientes Jaime Sabines. La moral en Vallejo es una manera de ser del otro hombre que busca y crea desde su poesía sin predicar y menos aún la intelectualiza. Vallejo dice lo que le nace desde la más profunda condición humana sin aferrarse a las delectaciones del pensamiento que mira la escritura.
A Cesar Moro no es posible reducirlo a su condición de homosexual, enamorado de los muchachos del Colegio Militar de Lima, donde trabajó los últimos años de su vida. El poeta surrealista -una parte de su obra la escribió en francés cuando vivió en París- nos ofrece una visión del amor diferente a las mocedades románticas. Con una frescura inusual canta al amor en una terrenalidad real sin la cortina del deseo inhibido. Lo peor es la escasa difusión de su obra. Algo se conoce en Perú. Su presencia como poeta es sin embargo viva y definitiva para muchos de los poetas posteriores. Solorughuen, por ejemplo, viene en buena medida de las aperturas de Moro.
Vargas Llosa da la cara. Sustenta con clara profundidad sus ideas al servicio del imperio. Su obra de ficción es de una arrobadora seducción por las cualidades narrativas de tipo realista. Es verdaderamente sorprendente su deseo latente por dejar sin nombre a los dos poetas que a él mismo marcaron en la juventud. Sobre todo Cesar Vallejo. Ningún escritor de nuestra lengua puede eludir y menos ignorar a Vallejo. Rebajarlo, no otra cosa pretende Vargas Llosa, con las anécdotas de sus percances, o la locura de su esposa; es más bien, en el fondo, una actitud nada respetuosa ni humana de un escritor frente a otro. Sin olvidar sus ineludibles aportes, estudiados por la crítica rigurosa de nuestros días, en varias lenguas.
El narcisismo en el peor de los casos es enfermizo y limita la visión más que permitir esclarecer algo. La megalomanía hace mucho daño, con muy escasas excepciones, pienso en Dalí, muy exactamente. Otra cosa es una biografía donde las miserias son inexcusables y su acento debe ser tratado con la lucidez que demanda el tema y el sujeto elegido.
De verdad, amigo, que me sorprende esa forma de ser de ciertos hombres en la vida social e intelectual, sobre todo. No sólo es propio el narcisismo de los artistas y escritores. En la política sus portadores son terribles y llegan a ser nefastos. Pobres, como sufrieron, es posible imaginarse, Nerón, Carlomagno, Napoleón, Hitler, Stalin y otras perlas de la historia política de Occidente. Recuerda al reputado Luis XIV cuando declaró: el Estado soy yo. Es un maestro por el lado negativo.
Lo más cruel es encontrar en la vida social a ciertos personajes poseídos de un brutal narcisismo. Y digo brutal porque su infundada vanagloria es sobre todo nefasta para quienes los rodean, a no ser que se plieguen algunos como puros serviles a sus deseos, infundados, pero adosados de una soberanía villana. Y no son pocos.
Tú me has contado de ciertos sujetos que te rodean y que viven aferrados ferozmente a una grandeza que no poseen pero que se esfuerzan por imponer desde sus posiciones en algún zaguán del poder. Al poder mismo le hacen mal. La ecuanimidad en el poder es indispensable.
Por fortuna tú no te encuentras en las lides de ellos. No les haces ninguna sombra y menos compites con sus desbordados intereses. Por eso eres mi amigo. Te aprecio por ser un hombre que has decidido cumplir con la vida y la literatura, más allá de las competencias.
Desde el psicoanálisis es posible entender la condición del narciso. Sin ir muy lejos son ciertos fantasmas infranqueables que los atrapan. Ciertos complejos anclados que los dominan. Ciertas carencias dolorosas que los atormentan. Ciertas fantasías repetidas que los acarician. Lo curioso y singular es que a los genios los lleva a crear con una desmesura tal que sus fantasías narcisistas pasan de largo el ego saturado y los aloja en las más bellas realidades de la invención humana. En otra ocasión te hablaré de mi admirado Salvador Dalí.



METODO FÁCIL Y RÁPIDO PARA SER POETA

Jaime Jaramillo Escobar

CUANDO LEER POESÍA

Cuando quieras orar. Los que creen que la poesía es Rin-rin Renacuajo, piensan que la poesía se lee en los recreos. Tú no eres de esos. Tú sabes cuando hay que leer poesía. Rin-rin Renacuajo también es poesía. Pero los recreos no son para leer. Cuando quieras orar, di: “Rin-rin Renacuajo…”
Si estás en casa, y llueve, puedes leer poesía. Porque la lluvia amansa el corazón y predispone la sensibilidad. Si estás en el campo, y es el atardecer, puedes leer poesía porque el atardecer en el campo es tranquilo y pleno de sugerencia. Si estás en el silencio de la noche, bajo tu lámpara, también puedes leer poesía, porque la noche es propicia al entendimiento y la reflexión. Si dispones de una mañana gris o soleada, tales mañanas presentan un marco ideal para la lectura de poemas, porque el día comienza lleno de promesas y expectativas. Si, por el contrario, te hallas en un lugar sórdido, allí deberías leer poesía para quitarle algo de su sordidez a ese lugar. Cuando viajes, es conveniente que lleves un libro de poesías contigo, y cuando no viajas, sino que permaneces en tu lugar, la mejor compañía es un buen libro de poemas, porque en el poema está todo lo que no eres tú en ese momento. En la mesa de noche, un libro de poemas espera para decirte unas palabras antes de que entres en el sueño. Si te sientes solo, la poesía te acompaña desinteresadamente. Si reposas con tu amor, y le lees un poema en voz baja, ella te lo agradecerá porque es un exquisito gesto de cortesía y un modo delicado de decirle que la amas. Las mujeres aprecian mucho que también se estime su inteligencia.
Existen lugares en los que no se debe leer poesía, pero no es necesario enumerarlos. ¿Dices que en un Banco? Me temo que te equivocas. Tengo buenas experiencias en contrario. Una vez llegué al Banco Real a las nueve de la mañana, y su Presidente estuvo leyendo poemas conmigo hasta las doce del día y dejó que los papeles para su firma se acumularan sobre la mesa.
En las oficinas gubernamentales. Ahí sí que no se deben leer poemas, dices. Cuando yo trabajaba con el Gobierno, mi secretaria tenía un librito de poemas en su escritorio, para sacarlo con cuidado en momentos libres. Ese librito se lo había comprado al poeta Mario Rivero, quien en ese tiempo recorría todos los pisos de los edificios con su primer libro de poemas.
¿Dónde, dices? No, no hay un lugar en el que no exista un libro de poemas. No importa qué poemas. Poemas. Todos los poemas tienen un instante en el que son buenos poemas. He encontrado libros de poemas en los lugares más insólitos. Y donde había un libro de poemas, allí estaba la vida, así fuese en el desierto. Una cápsula viaja por el espacio interplanetario, llevando señales del hombre, entre ellas unas palabras poéticas.
Tú, que eres poeta, ¿De qué dudas?

NOTAS
No se lee poesía pensando en otra cosa.
GASTÓN BACHELARD
¡Y pensar que existen imbéciles que gustan de la poesía moderna!
LUIS GALÁN GÓMEZ (de la Gruta Simbólica)
Como todos los pueblos pobres y felices hemos cantado mejor de lo que hemos logrado vivir.
RAFAEL MAYA
La pasión por los versos vuelven en la vejez; y, es un síntoma de regresión.
J. M. VARGAS VILA
Cuando un poema se deja leer con pasión, el lector se siente su autor del instante, y es en esto que conoce que el poema es bello.
PAUL VALERY
No hay nada más imprudente que leer el madrigal hecho a una rosa con una rosa viva en la mano. Sobra la rosa o el madrigal.
FEDERICO GARCÍA LORCA
El verso de hoy puede no ser el verso de mañana, pero siempre será la misma canción.
AGUSTÍN DEL SAZ
Un pueblo de carácter tan positivo y práctico y materialista como los chinos, ha tenido siempre en gran estima la poesía.
LUIGI PARETI
La gente exige que se le explique la poesía. Ignora que la poesía es un mundo cerrado donde se recibe muy poco y donde, a veces, no se recibe a nadie.
JEAN COCTEAU
Todas las cosas tienen su misterio, y la poesía es el misterio que tienen todas las cosas.
FEDERICO GARCÍA LORCA

Transcripción Rubí Meza

JARAMILLO Escobar, Jaime. Método fácil y rápido para ser poeta, Fondo Editorial Universidad EAFIT, Medellín, Colombia, 2005, 55-58 pp.

[1] * Prólogo a la exposición retrospectiva de Henri Michaux celebrada en París (Plateau Beaubourg)
y después en Nueva York (Museo Guggenheim) en 1978. Este texto se publicó en In/mediaciones,
Barcelona, Seix Barral, 1979.

[2] Cf. Giorgio Agamben, Estancias, Valencia, Pre-Textos, 1995.