domingo, 31 de mayo de 2009

Yuria 50



HA MUERTO UN ESCRITOR: MARIO BENEDETTI

La presencia de Mario Benedetti en las letras hispanoamericanas se formó a través de las luchas socio-políticas en América Latina. Su obra poética, crítica, novelística y cuentística es considerada de manera diversa y polémica. Este número de Yuria rinde homenaje al escritor uruguayo recientemente desaparecido.



MARIO BENEDETTI
Jorge Ruffinelli


Universidad de Stanford


MUCHO AGRADEZCO ESTA oportunidad que brinda la Universidad de Alicante para decir aquí algunas cosas sobre la obra y la figura pública de Mario Benedetti. Durante las últimas semanas he reflexionado especialmente sobre aquello que Benedetti representó, representa y seguramente continuará representando, no sólo para mí sino para mi generación. De tal modo, si algún título hubiera de tener esta comunicación, él sería: «Mario Benedetti y mi generación».
Comencé por preguntarme quién ha sido Mario Benedetti para nosotros, y quién es, tras los cambios históricos compartidos con él, más allá de distancias geográficas, y diferencias generacionales. ¿Qué lectura de su obra hizo mi generación, cómo vio al escritor al surgir (nosotros) hacia los años sesenta, qué lugar ocupaba él ya entonces en la plaza pública de la cultura? Éstas fueron las primeras preguntas y, al formularlas, ellas mismas comenzaron a trazar el perfil de Benedetti, ayudándonos a encontrar sus señas de identidad así como la índole de su influencia sobre nosotros.
Cuando mi generación accedió a la vida pública en los años sesenta, Mario Benedetti era ya una figura conocida y polémica. Había nacido en 1920 lejos del centro urbano y centralista que ha sido Montevideo, nació en Paso de los Toros, y sin embargo nunca tuvo problemas para constituirse en un escritor «nacional», urbano, cosmopolita. Ha sido en todo momento un escritor prolífico y ha cultivado muchos géneros: novela, cuento, poesía, teatro, periodismo, el ensayo político y el literario, los discursos, las entrevistas, los artículos de humor y las letras de canciones. Al comienzo desenvolvió una perspectiva centrada en el Uruguay y en los problemas de la sociedad oriental, que en una etapa posterior comenzó a ampliarse y a internacionalizarse. Su apoyo a la Revolución cubana ha sido inalterable, y él mismo residió durante una etapa importante en la Isla. Del mismo modo, no ha dejado de enfilar sus dardos contra la política exterior de los Estados Unidos, y contra rasgos internos negativos de esa civilización -como el racismo, el consumismo, el individualismo-, todos ellos consustanciales al capitalismo económico llámeselo capitalismo a la vieja usanza, o bien neoliberalismo a la nueva manera.
Vimos la obra de Benedetti dividirse en dos fases: una que comenzaba hacia 1945 con la poesía: La víspera indeleble; y se expandía hacia la narrativa con Quién de nosotros, 1953, los cuentos de Montevideanos, los Poemas de la oficina, el ensayo El país de la cola de paja (1960), las novelas La tregua y Gracias por el fuego (1965). El rasgo fundamental de esta etapa fue la crítica social desde la ética, la visión del país y sus habitantes según la «razón moral». Se trataba, también, dicho esto de un modo esquemático, de una perspectiva pesimista. La segunda fase se caracterizó por la politización de su pensamiento y de su literatura, y por la búsqueda de horizontes más amplios que los del «paisito». Y el optimismo volvió por sus fueros. Gracias por el fuego le ayudó a internacionalizarse, y no sólo porque una parte de esta novela transcurriera en Nueva York, sino porque fue finalista en el premio Seix Barral. Los cambios radicales en la historia de América Latina a partir de los años sesenta, y ante todo el fermento intelectual y la militancia en la izquierda (con la Revolución cubana, con la crítica a los Estados Unidos, con la búsqueda del «hombre nuevo» avizorado por el Che Guevara, como contexto), ayudan a explicar la obra de Benedetti, su lento desprendimiento de la piel ética para dejar asomar por debajo la piel política, y ayudan a explicar, también, su influencia sobre mi generación.
Mi generación se corresponde con la década de la insurgencia estudiantil y sufrió, como corresponde, la persecución política y el exilio, entrada ya la década siguiente. De este modo, cuando nacimos a la literatura, Benedetti ya estaba en la lucha ideológica y política dentro y fuera de su propia generación, era el escritor más leído, y su influencia era tan inevitable como deseable. A mi generación la llamaron «generación de la crisis». Fuimos afortunados por tener padres literarios de la categoría humana e intelectual de Ángel Rama, Carlos Martínez Moreno, Emir Rodríguez Monegal, Carlos Real de Azúa, Carlos Maggi, Idea Vilariño. Benedetti significó para mi generación uno de esos padres, el más accesible y generoso dentro de una «familia» de hipercríticos graves y adustos, muchos de ellos notablemente carentes de sentido del humor (en contraste con Benedetti, de quien nos regocija siempre su humor benigno tanto como su humor satírico).

Como señalé antes, éramos demasiado jóvenes para participar en el ingreso de Benedetti a la literatura, cuando publica en 1945 su primer libro de poemas, La víspera indeleble. O cuando, cinco años más tarde, sale su poemario Sólo mientras tanto. Como suele ocurrir, el suyo fue un ingreso lento en la vida cultural, mediante la publicación de libros, la dirección de una revista titulada Marginalia (en 1948), o, más importante, su participación en la revista Número. Digo que esta participación es más importante porque Número fue el vehículo literario de la «Generación del 45», dirigido en aquella su primera época por Sarandy Cabrera, Manuel Claps, Emir Rodríguez Monegal, Idea Vilariño y Benedetti. Número quiso ser el signo de una formación intelectual exigente, aún muy atenta a las literaturas europea y norteamericana. Las revistas, lo sabemos, son el lugar de encuentro en el cual los escritores de un periodo aprenden a leerse y discutirse mutuamente. (Años más tarde mi generación publica Prólogo -solamente dos números- con los cuales compartimos con Número, el gusto por las títulos esdrújulos...).
Si Número fue importante en términos de literatura, el semanario Marcha constituyó el eje intelectual del país en política, economía y cultura. Fundada en 1939 por Carlos Quijano, abogado de vocación economista, Marcha fue el lugar de encuentro ya no de una generación literaria sino de la intelligentsia del país. Abierta a todos los sectores de pensamiento progresista, fue también el campo de batalla para los debates culturales y políticos. Benedetti ocupó la dirección de su página literaria al menos tres veces, aunque los periodos más intensos y largos (casi una década cada uno) les correspondió a dos críticos señeros del Uruguay: Emir Rodríguez Monegal y Ángel Rama.
Antes de 1960, Benedetti publica algunos libros que tienen escasa resonancia de crítica y de público. Ni Quién de nosotros, en 1953, ni los cuentos de Esta mañana (1949), trascienden; pero en ellos empiezan a aparecer las semillas de sus Montevideanos. Son Montevideanos (1959) en narrativa y Poemas de la oficina (1956) en poesía, los dos libros con los que Benedetti se abre camino definitivo en la literatura uruguaya. Y para entonces, mi generación ya estaba aprendiendo a leer, y a leerlo.
¿Qué nos aportó Benedetti, a fines de los años cincuenta y comienzos de los sesenta? Ante todo, la transición hacia el conocimiento de nosotros mismos. Durante una época en que aún teníamos la mirada puesta en Europa y en los Estados Unidos -en Europa por su extraordinaria cultura, en Estados Unidos ante todo por Faulkner y Hemingway-, con muy poco aprecio por la cultura nacional, repentinamente el triunfo de la Revolución cubana y el boom de la novela latinoamericana -en gran parte gracias a su recepción española y a la industria editorial de Barcelona- fueron piedras de toque que ayudaron a cambiar una concepción del mundo y de la cultura. Benedetti estuvo entre los primeros y nos dio instrumentos para continuar. Los latinoamericanos comenzamos a mirarnos, y tanto como a mirarnos, a vernos. Por primera vez. Ya no a las raíces de la formación inmigratoria, es decir, a nuestro pasado europeo, ni siquiera a los ancestros autóctonos o indígenas, sino al presente, a nuestra historia inmediata y a nuestro futuro. Fue la época de la utopía. Utopía y América Latina eran un solo concepto. Utopía y por lo tanto también luchas sociales, utopía pero también descubrimiento de un mundo marginal de pobreza y explotación.
En este contexto, comenzando muy temprano, con los Poemas de la oficina Benedetti le dio a mi generación la oportunidad de asomarse al mundo de las letras mirando a nuestro alrededor. En el caso del Uruguay, detectando el mundo gris de la burocracia, un mundo rutinario en el que de todas maneras vivíamos, sufríamos, nos enamorábamos, cobrábamos nuestros menguados salarios, vegetábamos, nos jubilábamos, traicionábamos, éramos traicionados, moríamos. Benedetti encontró en el poeta argentino Fernández Moreno, y en los Cuentos de la oficina de Mariani, resortes de inspiración, pero él hizo su propia obra, su propia deconstrucción crítica de ese sector social contando con un caudal intransferible de experiencias personales. Casi cuatro décadas más tarde, yo aún «escucho» en mi mente los Poemas de la oficina leídos por Benedetti en un disco de acetato de 45 rpm con una cadencia de tristeza que no nos abandonará nunca, que nunca saldrá de nuestra memoria. Por ejemplo, «Dactilógrafo»:
Montevideo quince de noviembre
de mil novecientos cincuenta y cinco
Montevideo era verde en mi infancia
absolutamente verde y con tranvías
muy señor nuestro por la presente
yo tuve un libro del que podía leer
veinticinco centímetros por noche
y después del libro la noche se espesaba
y yo quería pensar en cómo sería eso
de no ser de caer como piedra en un pozo
comunicamos a usted que en esta fecha
hemos efectuado por su cuenta
quién era ah sí mi madre se acercaba
y prendía la luz y no te asustes
y después la apagaba antes que me durmiera
el pago de trescientos doce pesos
a la firma Menéndez & Solari
y sólo veía sombras como caballos
y elefantes y monstruos casi hombres
y sin embargo aquello era mejor
que pensarme sin la savia del miedo
desaparecido como se acostumbra
en un todo de acuerdo con sus órdenes
de fecha siete del corriente
era tan diferente era verde
absolutamente verde y con tranvías
y qué optimismo tener la ventanilla
sentirse dueño de la calle que baja
jugar con los números de las puertas cerradas
y apostar consigo mismo en términos severos
rogámosle acusar recibo lo antes posible
si terminaba en cuatro o trece o diecisiete
era que iba a reír a perder o a morirme
de esta comunicación a fin de que podamos
y hacerme tan sólo una trampa por cuadra
registrarlo en su cuenta corriente
absolutamente verde y con tranvías
y el Prado con camino de hojas secas
y el olor a eucaliptus y a temprano
saludamos a usted atentamente
y desde allí los años y quién sabe.
Estos poemas de temática tan poco prestigiosa desde el punto de vista literario nos abrieron los ojos al país gris y triste que éramos. Alguna vez el mismo Benedetti explicaba: «(En Uruguay) había surgido una poesía de corzas y gacelas y madréporas y cosas así, que empleaba como base de metáforas una flora y una fauna ni siquiera (existentes). En cierto modo, yo atribuyo el éxito repentino y sorpresivo de Poemas de la oficina, en gran parte, a que fue una cosa diferente a eso que se venía haciendo...».

Pero si estos poemas, con su sencillismo machadiano, con su tristeza a cuestas, con el asomo de una crítica social, ya fueron importantes en su momento, casi de inmediato la visión que nos daban del país fue sostenida, reforzada por los magníficos Montevideanos, aquellos «Dublineses» uruguayos que llegaban también para cambiar nuestra óptica, y hasta nuestro modo de leer la literatura. Poemas de la oficina y Montevideanos fueron realmente el acta de bautismo de Benedetti en la literatura uruguaya, y el comienzo de un fenómeno que no ha cesado nunca, y que, al contrario, se ha reproducido en innumerables países. Me refiero al fenómeno extraordinario de una comunicación fluida y permanente con sus lectores, con lectores que se han reproducido en diversas generaciones, que le han sido fieles (como él a ellos), y que Benedetti encontró en Argentina, en España, en México, en Cuba... Si lo llamo fenómeno extraordinario es ante todo porque cuando Benedetti encontró un lector masivo en su pequeño país natal, los críticos atribuyeron el éxito (aparte el valor literario, que nunca es garantía de popularidad) a su apelación temática a las clases medias, a un estilo sencillo y directo de narrar, y a que esos lectores reconocían sus problemas en los de sus personajes. Sin embargo, esa hipótesis de interpretación dejó de ser válida cuando los libros fueron a su vez leídos con inteligencia y fervor en el Caribe, en México o en España. Ya no sirvió la teoría de la representatividad social, por sí sola, para explicarlo. Debe de haber, también, un fondo de verdad emocional, de autenticidad literaria, y una razón poética (que supera a la social) y que el lector reconoce en sus líneas y entrelíneas.
Benedetti le enseñó a mi generación, que la vocación podía encontrar vías inesperadas y simultáneas, que podíamos y debíamos dejar sueltas las vocaciones para que éstas encontraran sus formas y sus ritmos. Él mismo lo haría siempre, no sólo manejando diferentes formas del ejercicio de la escritura sino combinándolos experimental y audazmente en novelas-poemas o poemas-novelas como fue el caso de El cumpleaños de Juan Ángel. Sin embargo, antes aún de llegar a la década del setenta, otro libro de Benedetti nos dio una lección de tremendo impacto sobre nuestra percepción de la generación de nuestros maestros, al punto de que empezamos a dudar sobre verdades que aquella generación nos había inculcado.
1960 marcó para Benedetti otro despertar. La tercera prueba para un tercer género, el ensayo periodístico, en el que Benedetti dejaría su marca. El libro se tituló El país de la cola de paja (1960) y fue una requisitoria contra los hábitos mentales y morales del Uruguay de la época. El país de la cola de paja se refiere a muchos males sociales anotados con perspicacia, imaginación y enojo: la cobardía civil, la hipocresía (o fallutería), la manipulación sindical, la mentalidad mediocre de la burocracia, la represión como modo de gobernar -todo aquello que de una u otra manera tenía- una suerte de correlato literario en cuentos y poemas. Por lo tanto no era nuevo dentro de su obra. Lo nuevo era que se escribiera directamente, sin adornos. Que se expresara con todas sus palabras. La generación hipercrítica «del 45» por un lado, y el semanario Marcha por otro, y juntos a su vez, nos habían habituado a un espíritu insobornablemente crítico. Pese a ello, la crítica de Benedetti en El país de la cola de paja no fue universalmente bienvenida ni aceptada. Y la polémica que siguió a su libro nos mostró entre otras cosas que la hipercrítica podía ser práctica aceptable cuando se ejercía sobre los otros, no cuando se enderezaba hacia uno mismo.
El caso es interesante porque Marcha se había preciado siempre de demostrar su amplitud mental publicando las críticas que sus lectores hacían a los redactores y a lo que éstos escribían. Era una forma sana de asumir responsabilidades y no escudarse tras la acostumbrada «última palabra» del editor. En Marcha estábamos aprendiendo a vivir al descubierto, a ser críticos blanco de otros críticos. Sin embargo, el feroz capítulo dedicado por Benedetti a analizar el espíritu displicente y prescindente de Marcha cayó como un petardo en el mundo intelectual y político. No se diga en Marcha mismo.
Entre otras cosas notables, el ensayista señalaba cómo su generación (que él llamaba entonces «generación de Marcha») había accedido al ejercicio de la crítica por pruritos anti-emocionales: «Creo que uno de nuestros más trascendentales defectos de nuestra generación literaria fue la rabiosa anticursilería. Las gacelas de los poetas audiotas, el canjeable empalago de sus sonetos, había dejado en nosotros un trauma estilístico de una hondura tal, que desde nuestros primeros palotes literarios le huimos a lo cursi como el diablo a la cruz. Sin consulta previa, cada uno desde su propia duda, decidimos que la crítica era el lógico remedio de la cursilería. Así, pues, nos hicimos críticos: de teatro, de cine, de libros, de arte, de música, de cualquier cosa. Como lectores estábamos sumergidos en Joyce, en Borges, en Rilke, en Proust, en Kafka, en Faulkner. Había algunos entre nosotros para quienes las palabras quiniela, batllismo, milonga, fútbol, murga, sonaban a cosa lejana y extranjera. Yoknapatawpha y Combray quedaban más cerca que el Paso Molino. Por fortuna, la moda pasó antes de que nos resecáramos por completo, a tiempo aún para que comprendiéramos que lo humano tiene una porción inevitable de cursilería, a tiempo aún para que admitiéramos que el suelo que pisábamos se llamaba Uruguay» («Mirar desde arriba», El país de la cola de paja).
Esta crítica a una idiosincrasia intelectual, a un resecamiento del espíritu, no fue aceptada ni siquiera como una invitación a la autocrítica. Al punto de que veinticinco años más tarde, en un libro titulado Mario Benedetti (1986), que es un largo diálogo entre Hugo Alfaro y Mario Benedetti, ambos interlocutores analizan la obra de Benedetti mencionando apenas, brevísimamente, este polémico libro. No por azar, Hugo Alfaro había sido el secretario de redacción de Marcha, la mano derecha del director Quijano.
Por otra parte, el libro ha desaparecido de la bibliografía activa de Benedetti, ha dejado de publicarse desde hace muchos años. Pienso sin embargo en la utilidad que tuvo para mi generación. Y que hoy sería para los más jóvenes un buen modo de conocer en su propia tinta los debates de aquella época rica en contradicciones, en pugnas ideológicas, en temores por los días aciagos que se avecinaban y que pronto tuvimos que vivir.
El país de la cola de paja enseñó a mi generación las virtudes y los riesgos de la crítica polémica dedicada a analizar la realidad nacional, estuviéramos o no de acuerdo con el diagnóstico propuesto. Pero fue un libro importante también en otro sentido. Cambió al mismo Benedetti. Lo empujó a ver que su talante crítico estaba basado en un juicio moral, no en un juicio político. La toma de conciencia sobre la necesidad de una formación política en lo teórico y en lo práctico lo condujo a revisar sus presupuestos para complementarlos, enriquecerlos y redefinirlos.
Entre la praxis involuntaria, la más importante y desgarradora fue la del exilio. Argentina, Perú, Cuba -y más adelante España- fueron destinos no como en aquel viaje cultural de los modernistas de fin de siglo, sino como viajes al destierro, al descubrimiento de otras culturas y otros interlocutores. La diáspora uruguaya fue amplia e indiscriminada. Mi generación la sufrió con encierros, destierros y entierros. Y comenzamos a ser los compañeros jóvenes de Benedetti, porque si en las familias biológicas padres e hijos sufrieron por igual las consecuencias, en la familia cultural tampoco hubo discriminaciones.
En las luchas políticas inmediatamente anteriores al golpe de estado de 1973, habíamos sido compañeros en el Movimiento 26 de Marzo. Benedetti era uno de los dirigentes de aquel movimiento que muchos considerábamos la faz legal del movimiento guerrillero Tupamaro, y que en todo caso sí era el movimiento político más cercano a la guerrilla. Recuerdo a Benedetti, que no era un orador ni tenía aptitudes para serlo, tomar la tribuna en actos políticos de la coalición Frente Amplio a altas horas de la noche húmeda, castigado por su asma, en un esfuerzo por llegar al público con su mensaje. Claro, como era un intelectual, le costaría mucho la disciplina de partido -la constricción a su libertad de pensamiento y de palabra- pero eso no lo sabíamos entonces, como tampoco supimos, sino hasta muchos años después, que Benedetti había ejercido tareas clandestinas y riesgosas como la de alojar en su departamento a Raúl Sendic, el líder tupamaro. Parte de mi generación perteneció a las avanzadas culturales del 26 de Marzo, otros participaron en movimientos diferentes de la coalición progresista.
Y lo mismo sucedió durante los años de la dictadura, que van de 1973 a 1984. Parte de mi generación salió del país, algunos para regresar, otros para no volver nunca, y otra parte de esa misma generación se quedó y vivió el exilio interior. Nosotros comenzamos a ver -a saber- de Benedetti desde lejos, por ejemplo en su larga estadía en Cuba como director del Centro de Estudios Literarios. Como años antes lo había sido Ángel Rama, Benedetti fue el puente de enlace entre Cuba y América Latina, la figura literaria más importante en asumir y llevar adelante el discurso de la izquierda, junto con García Márquez, quien en realidad nunca mantuvo, como lo hizo en cambio Benedetti, una obra periodístico-política.
Es esta vinculación con la Historia con mayúscula (y eso significó Cuba para su generación y para la mía), la que impulsó a Benedetti a superar las limitaciones de un enfoque estrictamente ético de la historia inmediata. Participó como pocos en los debates de esas dos décadas, y tanto la experiencia cotidiana como las lecturas teóricas -ante todo de Gramsci- lo convirtieron en un exponente de esa figura de intelectual como ya sólo existe, y cada vez con menor fuerza, en América Latina. Es decir, el intelectual cuya palabra tiene peso no sólo en el ámbito de la cultura sino también en el de la política.
El vínculo más claro de la política con la (con su) literatura y con nuestra realidad se encuentra en El cumpleaños de Juan Ángel, libro dedicado a Raúl Sendic, que en 1971 apareció en México y en Uruguay (yo mismo tuve a mi cargo su edición uruguaya en Marcha). El libro, singular en muchos sentidos, se trataba de una novela en verso, y narraba, a través de varios cumpleaños de su personaje central (que se suceden en un solo día), la conversión de un individuo en revolucionario, de revolucionario en guerrillero clandestino. Y culminaba con la desaparición de los guerrilleros en los túneles subterráneos de la ciudad -lo cual de alguna manera resultó profético de una célebre fuga de los Tupamaros en circunstancias parecidas. Y la profecía llegó incluso más lejos. El final de El cumpleaños de Juan Ángel describe la sucesiva desaparición de cada militante en esas suertes de desaguaderos, mientras el compañero Marcos les cubre la retirada. Cada estrofa de ese final termina señalando: «Ojalá vivas, Marcos».
Rosario lo acaricia con su adiós apacible
tiene un aire aprendiz un rubor de sorpresa
con sus labios finitos es fácil la inocencia
ojalá vivas marcos
y se pierde en el pozo

vos adelante edmundo dice marcos
el taciturno muere nace dice chau sin pompa y sin enigma
ojalá vivas marcos
y se pierde en el pozo

El primero de enero de 1994 otro Marcos, en México, desde las selvas de Chiapas, se hizo conocer en su país y en el mundo entero. La literatura no está muy lejos de este Marcos histórico y actual, que toma de El cumpleaños de Juan Ángel su nombre de guerra, que encuentra en Benedetti lo que muchos de mi generación encontramos: una palabra dispuesta, una palabra inspirada, un modelo de consistencia ideológica, de superación personal, de integridad en un mundo cada vez más malogrado.
Hoy podrían rastrearse las vicisitudes intelectuales, individuales y generacionales que vivió Benedetti, no sólo en sus ensayos sino en sus cuentos, novelas, poemas y obras de teatro. Incluso en su breve actuación en cine, en El lado oscuro del corazón de Eliseo Subiela, donde dice sus poemas en el idioma alemán aprendido en el colegio de su infancia.
Cuando a la larga dictadura militar uruguaya le sucedió el regreso a la democracia, Benedetti acuñó un concepto y expresión certeros que todos íbamos a vivir de una u otra manera: el desexilio. El desexilio no implicaba sólo «volver» para quienes se habían ido del país, había también un desexilio desde adentro, existía la necesidad de una «comprensión» a laque Benedetti se refirió en un artículo de abril de 1983: «Todo dependerá (decía) de la comprensión, palabra clave. Los de fuera deberán comprender que los de dentro pocas veces han podido levantar la voz; a lo sumo se habrán expresado en entrelíneas, que ya requieren una buena dosis de osadía y de imaginación. Los de dentro, por su parte, deberán entender que los exiliados muchas veces se han visto impulsados a usar otro tono, otra terminología, como un medio de que la denuncia fuera escuchada y admitida. Unos y otros deberemos sobreponernos a la fácil tentación del reproche. Todos estuvimos amputados: ellos, de la libertad; nosotros, del contexto».
No sé si todos nosotros vimos el «desexilio» como una llamada de alerta. La experiencia del sucesivo, parcial, fragmentario o total retorno fue diversa. Algunos tuvieron recibimientos apoteósicos y luego se acomodaron a la cotidianidad del país. Otros regresaron esperando esos recibimientos y encontraron un discreto silencio. Las experiencias española, venezolana, mexicana, cubana, europea o norteamericana de tantos desexiliados no se aportó al venero común sino que fue disipándose en la inercia, en el desinterés, en medio de las enormes dificultades que entrañaba cerrar heridas, rehacer el país y liberarse de los hábitos mentales del autoritarismo. Benedetti mismo volvió a ser el autor enormemente leído y admirado, aunque no sin algunas experiencias agridulces, en medio del desconcierto estético e ideológico de nuevas generaciones huérfanas de padres culturales, que empezaban con ansiedad a inventarse a sí mismas.
El proceso del desexilio ha sido para Benedetti tan arduo y complejo como para muchos otros escritores y artistas. Y yo diría que ni siquiera ha terminado, a pesar de que su novela más reciente, Andamios, quiere ser un ejercicio de exorcismo, bajo la historia de un desexiliado que vuelve al Uruguay y comienza a adaptarse a él, desde los márgenes de una vida de balneario, de reflexión solitaria, de conciencia crítica sobre el país y su propia generación.
En sus últimas novelas, Benedetti encuentra un nervio autobiográfico con una intensidad que no había tenido antes. Aunque sea también ficción y no autobiografía, La borra del café es otro ejemplo de ese impulso hacia adentro, hacia los recuerdos de infancia y de barrio.

Dos notas para concluir.
Benedetti no fue siempre transparente para mi generación. Por ejemplo, sus años juveniles dedicados a la logosofía, que veíamos con suspicacia mientras leíamos por curiosidad los libros de Madame Blavatsky. Resultaba difícil conciliar la imagen de un Benedetti socialista en los años setenta, con aquella otra etapa. Pero no preguntábamos. Hoy se me antoja importante considerarlo, más allá de las escasas y enigmáticas referencias a esa etapa personal que puedan encontrarse en sus cuentos, sobre cómo Benedetti hizo su aprendizaje y su proceso de desilusión de la logosofía cuando frisaba los veinte años. Porque esos años son los de su primer alejamiento del país, el tiempo de soledad vivido en Buenos Aires, experimentando, como dije antes, la progresiva desilusión respecto a Raumsol, el líder teosófico que lo llevó a Argentina como «hombre de confianza, su secretario privado». Lo significativo de este periodo, en todo caso, consiste en considerar ese acercamiento espiritual a una doctrina y la consecuente dedicación en cuerpo y alma a su actividad, como la primera utopía que fue desmoronándose. Después abrazó otras utopías más duraderas y trascendentes pero esta historia juvenil, a mi entender, ayudó a hacer de Benedetti un suspicaz, un intelectual que sospecha de las fórmulas fáciles, y que no se deja comprometer a fondo hasta estar convencido de sus causas. En consecuencia, el aspecto positivo de aquella experiencia influyó en su mirada crítica, orientada más tarde a desentrañar la mentalidad burocrática de las clases medias uruguayas. Es cierto que Benedetti tomó venganza literaria contra Raumsol, haciéndolo personaje de Gracias por el fuego y en uno de sus primeros cuentos, «Como un ladrón». Además, alguna vez Benedetti se refirió a su experiencia en la Escuela logosófica, y lo hizo con su consabido gran sentido del humor. Le agradecía a la escuela, al menos, el haberle «dado una Luz». Por supuesto, no era la Luz del Conocimiento, pero estaba cerca de serlo. Se trataba de Luz López, a quien conoció gracias a la Escuela y quien fue su esposa, y lo ha sido, desde 1946.
Hasta aquí me he referido varias veces a «mi generación» sin identificarla con nombres. «Mi generación» podría llegar a ser una simple fórmula para pasar de contrabando ideas o sentimientos personales como si no lo fuesen, pero como éste no es el caso, voy a identificar a algunos escritores de «mi generación», sin pretender una lista exhaustiva. Acaso el escritor más cercano a Benedetti, que ofició de puente inmediato, fue el precoz Eduardo Galeano, periodista y narrador, quien se exilió en Buenos Aires y tras recibir amenazas de la Triple A, vivió años productivos en España antes de volver al Uruguay. Cristina Peri Rossi, narradora y poeta, quien también padeció el dolor de la diáspora y la suerte de llegar a España, donde internacionalizó su obra ya tan atractiva a fines de los sesenta. Ella no ha vuelto a vivir al Uruguay. Nelson Marra, cuentista y poeta, huésped involuntario de los militares, torturado y encarcelado por motivo de un cuento, después exiliado en Suecia y finalmente residente en España. Alberto Oreggioni, crítico e investigador de la Biblioteca Nacional, que encontró su vocación en la labor editorial y ha sido durante muchos años el editor uruguayo de Mario Benedetti; Alicia Migdal, el ángel rubio del Arca, que enfocó su inteligencia en la crítica de cine y en una obra breve, depurada y exigente; Hugo Giovanetti, compañero del comité de cultura del 26 de Marzo, que vivió (sobrevivió) cantando con su guitarra en Europa antes de regresar al país. Hiber Conteris, durante muchos años residente en las cárceles militares, que hoy vive en Estados Unidos. Hugo Achugar, poeta, que se convirtió en profesor en Estados Unidos y regresó al Uruguay. Graciela Mántaras, desde siempre profesora y crítica, que se quedó a vivir en el país. Mario Levrero, cuentista y novelista, que se fue a Buenos Aires, vivió de la astrología y encontró un grupo pequeño y fiel de lectores de culto, antes de volver a Uruguay. Teresa Porzekansky, que supo hábilmente alternar la narrativa con el análisis antropológico y social. Sylvia Lago, quien en «Los días dorados de la señora Pieldediamante» mostró la buena escuela benedettiana al sacudir a la pacata sociedad uruguaya usando términos como «coger» y no en la aceptable acepción usual en estos pagos de la querida España.
Concluyo reflexionando en que muy probablemente mi generación entendió a Benedetti mejor que la suya propia, mejor que las que nos siguieron. Estoy convencido de esto. Creo que el haber vivido las mismas vicisitudes en los años difíciles de la represión y el exilio nos ha llevado a valorar la difícil sencillez de su literatura, la honestidad a toda prueba, la calidez entrañable de sus poemas, la sagacidad de sus análisis.
No somos los uruguayos gente inclinada a agradecimientos, a reconocimientos ni a homenajes. En aquella mentalidad que Benedetti describió con agudeza en El país de la cola de paja se incluye este carácter reservado, apocado, tímido, ensimismado de nuestra cultura. Ni su generación ni la mía cambiaron el panorama. Menos aún los más jóvenes. Sin embargo, creo que es oportuno decir en nombre propio y de mi generación, «Gracias, Mario Benedetti. Gracias, Mario». Y a todos vosotros, ahora también, gracias.



HOMBRE QUE MIRA A OTRO HOMBRE QUE MIRA

VOS TAMBIÉN ESTÁS asombrado
no querés admitir la salvación por el infierno
o acaso no podés creer que haya
cualesquiera hijos de vecino
que metan la vida prójima en el cepo

que un tipo pueda respirar
y buscar el amor
y faenar el tiempo
y besar a sus hijos
y decir oraciones
y hasta cantar bajito
después de haberse traicionado
corrompido
enmerdado
metiendo la vida prójima en el cepo

vos
como yo
estás asombrado

en realidad no hay fogata para ese humo
ni siquiera hay sed para ese cántaro
tal vez no haya pájaros para ese viento
para ese inmune no haya después

las venganzas yacen calmas y feroces
la paciencia se arruga de tanta espera
vos te preguntás donde está la cosecha
y sin embargo tu estupor intacto
demuestra por lo pronto que algo cosechaste

vos mirás como inmóvil y te miro mirar
somos dos conjeturas incómodas fraternas
no entendemos un pito de esta infame justicia
de esa fábrica de odios que propone el olvido

a lo mejor te vino la infancia en un destello
sentiste la sesera esa insensible
pensaste el corazón ese impensable
pero ni así te acostumbraste a esa saña piadosa
a esa masacre tan emputecida
así que no aflojaste ni un suspiro
y te seguiste asombrando te seguiste

yo te miro mirar como inmóvil
pero claro la cosa no se arregla
con miradas
ojeadas
o vistazos

qué tal si nos arremangamos vos y yo.


CORAZÓN CORAZA

Porque te tengo y no
porque te pienso
porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza

porque eres mía
porque no eres mía
porque te miro y muero
y peor que muero
si no te miro amor
si no te miro

porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no.


AMOR DE TARDE

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las cuatro
y acabo la planilla y pienso diez minutos
y estiro las piernas como todas las tardes
y hago así con los hombros para aflojar la espalda
y me doblo los dedos y les saco mentiras.

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las cinco
y soy una manija que calcula intereses
o dos manos que saltan sobre cuarenta teclas
o un oído que escucha como ladra el teléfono
o un tipo que hace números y les saca verdades.

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las seis.
Podrías acercarte de sorpresa
y decirme "¿Qué tal?" y quedaríamos
yo con la mancha roja de tus labios
tú con el tizne azul de mi carbónico.


ENAMORARSE Y NO

Cuando uno se enamora las cuadrillas
del tiempo hacen escala en el olvido
la desdicha se llena de milagros
el miedo se convierte en osadía
y la muerte no sale de su cueva
enamorarse es un presagio gratis
una ventana abierta al árbol nuevo
una proeza de los sentimientos
una bonanza casi insoportable
y un ejercicio contra el infortunio
por el contrario desenamorarse
es ver el cuerpo como es y no
como la otra mirada lo inventaba
es regresar más pobre al viejo enigma
y dar con la tristeza en el espejo.

INTIMIDAD

Soñamos juntos
juntos despertamos
el tiempo hace o deshace
mientras tanto
no le importan tu sueño
ni mi sueño
somos torpes
o demasiado cautos
pensamos que no cae
esa gaviota
creemos que es eterno
este conjuro
que la batalla es nuestra
o de ninguno
juntos vivimos
sucumbimos juntos
pero esa destrucción
es una broma
un detalle una ráfaga
un vestigio
un abrirse y cerrarse
el paraíso
ya nuestra intimidad
es tan inmensa
que la muerte la esconde
en su vacío
quiero que me relates
el duelo que te callas
por mi parte te ofrezco
mi última confianza
estás sola
estoy solo
pero a veces
puede la soledad
ser una llama.



BENEDETTI: DOS CUENTOS

A IMAGEN Y SEMEJANZA

Era la última hormiga de la caravana, y no pudo seguir la ruta de sus compañeras. Un terrón de azúcar había resbalado desde lo alto, quebrándose en varios terroncitos. Uno de éstos le interceptaba el paso. Por un instante la hormiga quedó inmóvil sobre el papel color crema. Luego, sus patitas delanteras tantearon el terrón. Retrocedió, después se detuvo. Tomando sus patas traseras como casi punto fijo de apoyo, dio una vuelta alrededor de sí misma en el sentido de las agujas de un reloj. Sólo entonces se acercó de nuevo. Las patas delanteras se estiraron, en un primer intento de alzar el azúcar, pero fracasaron. Sin embargo, el rápido movimiento hizo que el terrón quedara mejor situado para la operación de carga. Esta vez la hormiga acometió lateralmente su objetivo, alzó el terrón y lo sostuvo sobre su cabeza. Por un instante pareció vacilar, luego reinició el viaje, con un andar bastante más lento que el que traía. Sus compañeras ya estaban lejos, fuera del papel, cerca del zócalo. La hormiga se detuvo, exactamente en el punto en que la superficie por la que marchaba, cambiaba de color. Las seis patas hollaron una N mayúscula y oscura. Después de una momentánea detención, terminó por atravesarla. Ahora la superficie era otra vez clara. De pronto el terrón resbaló sobre el papel, partiéndose en dos. La hormiga hizo entonces un recorrido que incluyó una detenida inspección de ambas porciones, y eligió la mayor. Cargó con ella, y avanzó. En la ruta, hasta ese instante libre, apareció una colilla aplastada. La bordeó lentamente, y cuando reapareció al otro lado del pucho, la superficie se había vuelto nuevamente oscura porque en ese instante el tránsito de la hormiga tenía lugar sobre una A. Hubo una leve corriente de aire, como si alguien hubiera soplado. Hormiga y carga rodaron. Ahora el terrón se desarmó por completo. La hormiga cayó sobre sus patas y emprendió una enloquecida carrerita en círculo. Luego pareció tranquilizarse. Fue hacia uno de los granos de azúcar que antes había formado parte del medio terrón, pero no lo cargó. Cuando reinició su marcha no había perdido la ruta. Pasó rápidamente sobre una D oscura, y al reingresar en la zona clara, otro obstáculo la detuvo. Era un trocito de algo, un palito acaso tres veces más grande que ella misma. Retrocedió, avanzó, tanteó el palito, se quedó inmóvil durante unos segundos. Luego empezó la tarea de carga. Dos veces se resbaló el palito, pero al final quedó bien afirmado, como una suerte de mástil inclinado. Al pasar sobre el área de la segunda A oscura, el andar de la hormiga era casi triunfal. Sin embargo, no había avanzado dos centímetros por la superficie clara del papel, cuando algo o alguien movió aquella hoja y la hormiga rodó, más o menos replegada sobre sí misma. Sólo pudo reincorporarse cuando llegó a la madera del piso. A cinco centímetros estaba el palito. La hormiga avanzó hasta él, esta vez con parsimonia, como midiendo cada séxtuple paso. Así y todo, llegó hasta su objetivo, pero cuando estiraba las patas delanteras, de nuevo corrió el aire y el palito rodó hasta detenerse diez centímetros más allá, semicaído en una de las rendijas que separaban los tablones del piso. Uno de los extremos, sin embargo, emergía hacia arriba. Para la hormiga, semejante posición representó en cierto modo una facilidad, ya que pudo hacer un rodeo a fin de intentar la operación desde un ángulo más favorable. Al cabo de medio minuto, la faena estaba cumplida. La carga, otra vez alzada, estaba ahora en una posición más cercana a la estricta horizontalidad. La hormiga reinició la marcha, sin desviarse jamás de su ruta hacia el zócalo. Las otras hormigas, con sus respectivos víveres, habían desaparecido por algún invisible agujero. Sobre la madera, la hormiga avanzaba más lentamente que sobre el papel. Un nudo, bastante rugoso de la tabla, significó una demora de más de un minuto. El palito estuvo a punto de caer, pero un particular vaivén del cuerpo de la hormiga aseguró su estabilidad. Dos centímetros más y un golpe resonó. Un golpe aparentemente dado sobre el piso. Al igual que las otras, esa tabla vibró y la hormiga dio un saltito involuntario, en el curso del cual, perdió su carga. El palito quedó atravesado en el tablón contiguo. El trabajo siguiente fue cruzar la hendidura, que en ese punto era bastante profunda. La hormiga se acercó al borde, hizo un leve avance erizado de alertas, pero aún así se precipitó en aquel abismo de centímetro y medio. Le llevó varios segundos rehacerse, escalar el lado opuesto de la hendidura y reaparecer en la superficie del siguiente tablón. Ahí estaba el palito. La hormiga estuvo un rato junto a él, sin otro movimiento que un intermitente temblor en las patas delanteras. Después llevó a cabo su quinta operación de carga. El palito quedó horizontal, aunque algo oblicuo con respecto al cuerpo de la hormiga. Esta hizo un movimiento brusco y entonces la carga quedó mejor acomodada. A medio metro estaba el zócalo. La hormiga avanzó en la antigua dirección, que en ese espacio casualmente se correspondía con la veta. Ahora el paso era rápido, y el palito no parecía correr el menor riesgo de derrumbe. A dos centímetros de su meta, la hormiga se detuvo, de nuevo alertada. Entonces, de lo alto apareció un pulgar, un ancho dedo humano y concienzudamente aplastó carga y hormiga.



ALMUERZO Y DUDAS

El hombre se detuvo frente a la vidriera, pero su atención no fue atraída por el alegre maniquí sino por su propio aspecto reflejado en los cristales. Se ajustó la corbata, se acomodó el gacho. De pronto vio la imagen de la mujer junto a la suya.
-Hola, Matilde -dijo y se dio vuelta.
La mujer sonrió y le tendió la mano.
-No sabía que los hombres fueran tan presumidos.
Él se rió, mostrando los dientes.
-Pero a esta hora -dijo ella- usted tendría que estar trabajando.
-Tendría. Pero salí en comisión.
Él le dedicó una insistente mirada de reconocimiento, de puesta al día.
-Además -dijo- estaba casi seguro de que usted pasaría por aquí.
-Me encontró por casualidad. Yo no hago más este camino. Ahora suelo bajarme en Convención.
Se alejaron de la vidriera y caminaron juntos. Al llegar a la esquina, esperaron la luz verde. Después cruzaron.
-¿Dispone de un rato? -preguntó él.
-Sí.
-¿Le pido entonces que almuerce conmigo? ¿O también esta vez se va a negar?
-Pídamelo. Claro que... no sé si está bien.
Él no contestó. Tomaron por Colonia y se detuvieron frente a un restorán. Ella examinó la lista, con más atención de la que merecía.
-Aquí se come bien -dijo él.
Entraron. En el fondo había una mesa libre. Él la ayudó a quitarse el abrigo.
Después de examinarlos durante unos minutos, el mozo se acercó. Pidieron jamón cocido y que marcharan dos churrascos. Con papas fritas.
-¿Qué quiso decir con que no sabe si está bien?
-Pavadas. Eso de que es casado y qué sé yo.
-Ah.
Ella puso manteca sobre la mitad de un pancito marsellés. En la mano derecha tenía una mancha de tinta.
-Nunca hemos conversado francamente -dijo-. Usted y yo.
-Nunca. Es tan difícil. Sin embargo, nos hemos dicho muchas veces las mismas cosas.
-¿No le parece que sería el momento de hablar de otras? ¿O de las mismas, pero sin engañarnos?
Pasó una mujer hacia el fondo y saludó. Él se mordió los labios.
-¿Amiga de su mujer? -preguntó ella.
-Sí.
-Me gustaría que lo rezongaran.
Él eligió una galleta y la partió, con el puño cerrado.
-Quisiera conocerla -dijo ella.
-¿A quién? ¿A esa que pasó?
-No. A su mujer.
Él sonrió. Por primera vez, los músculos de la cara se le aflojaron.
-Amanda es buena. No tan linda como usted, claro.
-No sea hipócrita. Yo sé cómo soy.
-Yo también sé cómo es.
Él mozo trajo el jamón. Miró a ambos inquisidoramente y acarició la servilleta. «Gracias», dijo él, y el mozo se alejó.
-¿Cómo es estar casado? -preguntó ella.
Él tosió sin ganas, pero no dijo nada. Entonces ella se miró las manos.
-Debía haberme lavado. Mire qué mugre...
La mano de él se movió sobre el mantel hasta posarse sobre la mancha.
-Ya no se ve más.
Ella se dedicó a mirar el plato y él entonces retiró la mano.
-Siempre pensé que con usted me sentiría cómoda -dijo la mujer-, que podría hablar sencillamente, sin darle una imagen falsa, una especie de foto retocada.
-Y a otras personas, ¿les da esa imagen falsa?
-Supongo que sí.
-Bueno, esto me favorece, ¿verdad?
-Supongo que sí.
Él se quedó con el tenedor a medio camino. Luego mordió el trocito de jamón.
-Prefiero la foto sin retoques.
-¿Para qué?
-Dice «¿para qué?» como si sólo dijera «¿por qué?», con el mismo tonito de inocencia.
Ella no dijo nada.
-Bueno, para verla -agregó él-. Con esos retoques ya no sería usted.
-¿Y eso importa?
-Puede importar.
El mozo llevó los platos, demorándose. El pidió agua mineral. «¿Con limón?» «Bueno, con limón.»
-La quiere, ¿eh? -preguntó ella. -¿A Amanda?
-Sí.
-Naturalmente. Son nueve años.
-No sea vulgar. ¿Qué tienen que ver los años?
-Bueno, parece que usted también cree que los años convierten el amor en costumbre.
-¿Y no es así?
-Es. Pero no significa un punto en contra, como usted piensa.
Ella se sirvió agua mineral. Después le sirvió a él.
-¿Qué sabe usted de lo que yo pienso? Los hombres siempre se creen psicólogos, siempre están descubriendo complejos.
Él sonrió sobre el pan con manteca.
-No es un punto en contra -dijo- porque el hábito también tiene su fuerza. Es muy importante para un hombre que la mujer le planche las camisas como a él le gustan, o no le eche al arroz más sal de la que conviene, o no se ponga guaranga a media noche, justamente cuando uno la precisa.
Ella se pasó la servilleta por los labios que tenía limpios.
-En cambio a usted le gusta ponerse guarango al mediodía.
Él optó por reírse. El mozo se acercó con los churrascos, recomendó que hicieran un tajito en la carne a ver si estaba cruda, hizo un comentario sobre las papas fritas y se retiró con una mueca que hacía quince años había sido sonrisa.
-Vamos, no se enoje -dijo él-. Quise explicarle que el hábito vale por sí mismo, pero también influye en la conciencia.
-¿Nada menos?
-Fíjese un poco. Si uno no es un idiota, se da cuenta de que la costumbre conyugal lava de a poco el interés.
-¡Oh!
-Que uno va tomando las cosas con cierta desaprensión, que la novedad desaparece, en fin, que el amor se va encasillando cada vez más en fechas, en gestos, en horarios.
-¿Y eso está mal?
-Realmente, no lo sé.
-¿Cómo? ¿Y la famosa conciencia?
-Ah, sí. A eso iba. Lo que pasa es que usted me mira y me distrae.
-Bueno, le prometo mirar las papas fritas.
-Quería decir que, en el fondo, uno tiene noticias de esa mecanización, de ese automatismo. Uno sabe que una mujer como usted, una mujer que es otra vez lo nuevo, tiene sobre la esposa una ventaja en cierto modo desleal.
Ella dejó de comer y depositó cuidadosamente los cubiertos sobre el plato.
-No me interprete mal -dijo él-. La esposa es algo conocido, rigurosamente conocido. No hay aventura, ¿entiende? Otra mujer..
-Yo, por ejemplo.
-Otra mujer, aunque más adelante esté condenada a caer en el hábito, tiene por ahora la ventaja de la novedad. Uno vuelve a esperar con ansia cierta hora del día, cierta puerta que se abre, cierto ómnibus que llega, cierto almuerzo en el Centro. Bah, uno vuelve a sentirse joven, y eso, de vez en cuando, es necesario.
-¿Y la conciencia?
-La conciencia aparece el día menos pensado, cuando uno va a abrir la puerta de calle o cuando se está afeitando y se mira distraídamente en el espejo. No sé si me entiende. Primero se tiene una idea de cómo será la felicidad, pero después se van aceptando correcciones a esa idea, y sólo cuando ha hecho todas las correcciones posibles, uno se da cuenta de que se ha estado haciendo trampas.
«¿Algún postrecito?», preguntó el mozo, misteriosamente aparecido sobre la cabeza de la mujer. «Dos natillas a la española», dijo ella. Él no protestó. Esperó que el mozo se alejara, para seguir hablando.
-Es igual a esos tipos que hacen solitarios y se estafan a sí mismos.
-Esa misma comparación me la hizo el verano pasado, en La Floresta. Pero entonces la aplicaba a otra cosa.
Ella abrió la cartera, sacó el espejito y se arregló el pelo.
-¿Quiere que le diga qué impresión me causa su discurso?
-Bueno.
-Me parece un poco ridículo, ¿sabe?
-Es ridículo. De eso estoy seguro.
-Mire, no sería ridículo si usted se lo dijera a sí mismo. Pero no olvide que me lo está diciendo a mi.
El mozo depositó sobre la mesa las natillas a la española. Él pidió la cuenta con un gesto.
-Mire, Matilde -dijo-. Vamos a no andar con rodeos. Usted sabe que me gusta mucho.
-¿Qué es esto? ¿Una declaración? ¿Un armisticio?
-Usted siempre lo supo, desde el comienzo.
-Está bien, pero, ¿qué es lo que supe?
-Que está en condiciones de conseguirlo todo.
-Ah sí... ¿y quién es todo? ¿Usted?
Él se encogió de hombros, movió los labios pero no dijo nada, después resopló más que suspiró, y agitó un billete con la mano izquierda.
El mozo se acercó con la cuenta y fue dejando el vuelto sobre el platillo, sin perderse ni un gesto, sin descuidar ni una sola mirada. Recogió la propina, dijo «gracias» y se alejó caminando hacia atrás.
-Estoy seguro de que usted no lo va a hacer -dijo él-, pero si ahora me dijera «venga», yo sé que iría. Usted no lo va a hacer, porque lógicamente no quiere cargar con el peso muerto de mi conciencia, y además, porque si lo hiciera no sería lo que yo pienso que es.
Ella fue moviendo la mano manchada hasta posarla tranquilamente sobre la de él. Lo miró fijo, como si quisiera traspasarlo.
-No se preocupe -dijo, después de un silencio, y retiró la mano-. Por lo visto usted lo sabe todo.
Se puso de pie y él la ayudó a ponerse el abrigo. Cuando salían, el mozo hizo una ceremoniosa inclinación de cabeza. Él la acompañó hasta la esquina. Durante un rato estuvieron callados. Pero antes de subir al ómnibus, ella sonrió con los labios apretados, y dijo: «Gracias por la comida. » Después se fue.



MARIO BENEDETTI, EL PENSADOR CRÍTICO

CRITICANDO A LOS CRÍTICOS


En cierto modo es comprensible que para algunos lectores y numerosos autores, el crítico literario o de arte resulte una suerte de ogro en ejercicio, poseedor de una glándula intelectual que segrega venenos en dosis maximas y mínimas.
Hace un siglo escribió Disraelí: "¿sabéis quiénes son los críticos? Hombres que fracasaron en la literatura y en las artes". "Todo crítico es un fracasado", reza más escuetamente una de esas tantas ideas recibidas que representan la máxima sabiduría para algunas personas; entre ellas para los fracasados que no ejercen la crítica.

El derecho al error

Es verdad que en ciertas ocasiones el crítico es un fracasado, o por lo menos un escritor que alguna vez tuvo suficiente autoexigencia como para darse cuenta de que la novela o la oda que tenía escondidas en la última gaveta de su mesa, sencillamente no valían la gloria, pero sobre todo no valían la pena. Quien piensa que todo crítico es un fracasado, le está negando al crítico personería intelectual, y eso es un erróneo trasplante de culpas.

Reconozcamos que el crítico es, en algunos casos, un ser exasperado y con bastante más frecuencia, un ser exasperante. Aun la verdad lisa y llana tiene un alto poder de irritación; cuánto más no habrán de tenerlos ciertos vicios de la profesión tales como la lectura distraída, el consejo presuntuoso, la ironía brillante pero injusta. El mal crítico tiene diversos modos de ocultar sus carencias. Lo peligroso es, sin embargo, cuando existe un mal crítico dentro del bueno.

En este sentido, la amistad constituye a veces la palabra clave. Hay críticos que, por el solo hecho de referirse al libro de un amigo se sienten obligados a elogiarlo sin medida; pero hay otros, en cambio, que se sienten obligados a vapulearlo con especial vigor, a fin de que nadie se atreva a pensar que la amistad ha pesado en el juicio.

"Nunca se le ha levantado una estatua a un crítico" decía Sibelius, pero no hay que olvidar que él, opinaba desde su propio pedestal. Todos los críticos actuales fueron alguna vez aprendices de críticos; el aprendizaje no es una deshonra, sino una necesidad. No importa demasiado cómo y por qué se aprende. Hay quien aprende a los golpes, pero también hay quien no aprende de ningún modo. El más honesto de los críticos pueda equivocarse; por supuesto el error no inhabilita al crítico. Inhabilita en cambio al aprendiz apurado, deshonesto o incompetente, que vierte inapelables opiniones sobre libros que jamás leyó; que se acerca a una obra, a un espectáculo o a una exposición dispuesto de antemano al elogio o a la diatriba.



Un Malentendido Inevitable


Frente al mundo rico pero intrincado de muchos poetas, el crítico tiene que buscar su ábrete sésamo. Sucede que a veces lo consigue y lo pronuncia, pero no se da cuenta que la puerta que se abre no es la que él quiere sino la de al lado. Y el poeta no se anima a llamarlo para aclararle: "Señor, se equivocó de puerta. Yo tengo inhibiciones, pero son otras". Después de todo es un malentendido casi inevitable. El poeta se oculta: sobre un sutil cañamazo de verdades, miente a sabiendas ("también la verdad se inventa" escribió Machado), despista al crítico, le escamotea sus claves. Luego se queja de que el crítico no lo entiende. Desde un punto de vista poético el poeta hace bien en camuflar su mundo. Desde un punto de vista crítico, el crítico hace bien en hurgar y crear su teoría, aunque ésta pueda ser errónea.

Unos la escriben, otros la leen, otros más la sufren. Cada cultura y además cada momento de una cultura tienen, por lo general, la crítica que se merecen. Hubo un crítico musical norteamericano James Gibbons Huncker, que en 1905, escribió: "El crítico es un hombre que espera milagros". Tal vez la mayoría de los críticos ya no los esperan, pero por si acaso, por si alguno de ellos es aún tan ingenuo, o tan tonto, o tan sabio como para ser un hombre que espera milagros, invito al lector a que lo acompañemos solidariamente en esa espera.


ENTREVISTA A MARIO BENEDETTI

'La tregua' me abrió el público del exteriorMaría Esther Gilio - Brecha

Me gustaría que empezaras por recordar tu vida en el momento en que escribiste La tregua. ¿Por qué esa historia difícil de imaginar en un escritor joven? ¿Qué edad tenías cuando la escribiste?
No tan joven. Ya estaba casado. Tendría 25.
Hoy estarías saliendo de la adolescencia. ¿Cómo fue, entonces, que se te ocurrió esa historia?
Yo trabajaba en las oficinas de Piria, donde estuve 15 años. Entré como pinche y llegué a gerente. En una época tenía tres empleos, y Luz también trabajaba. Claro que entonces uno podía conseguir los tres empleos. En un momento, siendo yo oficial de contaduría, mi jefe, viudo desde hacía un tiempo -un tipo muy bien, muy macanudo y muy calmo-, empezó a comportarse con una alegría de vivir que en él era desconocida. Un día yo le digo "Pero don Diego, ¿qué le pasa que está tan bien últimamente?".
Él, para vos, era un viejo. ¿Qué edad tiene Santomé?, ¿cincuenta?
Más o menos cincuenta. Cuando le pregunto me dice "Vamos al café, te voy a contar". Fuimos. "Estoy enamorado", me dice. "Pero el problema es que esta muchacha tiene la mitad de mis años. Tiene 26. ¿Qué voy a hacer?" "¿Por qué no se casa?", le digo yo.
Y volvió a enviudar.
Eso pasa en la novela. En la vida pasó lo que era lógico, él murió antes que ella.
Me explicaste alguna vez que Avellaneda debía morir para que ese amor no fracasara.
Sí. Para evitar el fracaso había que matar a Avellaneda. Cuando salió la novela, unas cincuenta mujeres hicieron una reunión en un apartamento de Pocitos, a la que me invitaron. Allí me reprocharon que hubiera matado a Avellaneda. Yo les decía que la había matado en beneficio de la historia de amor. En 15 años Santomé iba a ser un viejo, tal vez moriría. Qué triste. Más o menos las convencí.
Tu visión, en ese momento, era que tal diferencia de edad indefectiblemente terminaba con el amor. ¿Pensás hoy lo mismo?
Hoy tenemos muchos ejemplos en contrario. Picasso, Alberti, Casal, Borges.
¿Cómo era Montevideo en la época de la novela?
Estábamos en el auge del empleo público. La familia para considerarse familia debía tener un miembro empleado público.
Estaba aquella frase tuya donde decías que Uruguay era la única oficina del mundo que había alcanzado la categoría de república. Tus poemas de la oficina también son buenísimos. Pero no eras empleado público.
Era, sí. Antes de trabajar en Piria trabajé cinco años en la Contaduría General de la Nación. En esa época, para despedir a un empleado público creo que debían reunirse las dos cámaras. Tenía que haber desaparecido con el tesoro de la nación o matado al jefe de la oficina. Despedir era casi imposible. El empleo público era la seguridad. Y este país era el país de la seguridad. La gran palabra era esa. Hasta que vino la dictadura y todo eso se fue al demonio. Echaron, nombraron a dedo.
La tregua fue la primera novela que escribiste.
No, la primera fue Quién de nosotros, donde la historia está relatada desde tres lugares diferentes. Son tres versiones de una relación de pareja.
Una especie de Rashomon.
Puede ser, era la época. Hay un marido que escribe su diario, una mujer que escribe al marido una larga carta donde le dice que se va con su amigo, el de él, y finalmente, está la versión del amigo -que era escritor- y hace un cuento sobre la relación con la mujer, pero con notas al pie de página donde contradice todo lo que aparece ocurriendo en el cuento.
A Onetti le gustaba mucho esa novela.
Sí, cuando la leyó me llamó y me dijo "Me echaste a perder una novela que estaba escribiendo con la misma técnica".
En Quién de nosotros tenés una estructura que facilita el camino. En cambio en La tregua te enfrentás a uno de los difíciles problemas que se le plantean al novelista: desde dónde se cuenta la historia, quién la cuenta.
Con La tregua barajé varias posibilidades. Que contara un narrador en tercera persona, pero me pareció que para que el tema tuviera la comunicación y el calor necesarios tenía que ser el protagonista quien contara. Santomé, él sería el mejor instrumento.
Era, además, a través de él que te había llegado.
Claro, aunque yo lo cambié mucho a él, y a las circunstancias de su vida. Le adjudiqué tres hijos, decidí que uno fuera homosexual. Un día, años después -Fiorello, mi compañero de oficina, ya había muerto-, me encontré con el único hijo que tenía. Me dijo "¿Cómo lo metiste al viejo en la novela?". Yo nunca lo había dicho. Pero ellos se dieron cuenta.
¿Conociste a quien luego llamaste Avellaneda?
Sí, la conocí. Físicamente no tenía nada que ver con el personaje. Y en el resto no sé. La edad sí era la misma.
En La tregua hay otros personajes.
Esos son inventados. El amigo que viene del exterior, que me permite alguna alusión a lo político. En ese momento la situación política empezaba a mostrar fisuras. Había que hacer alguna referencia. Pero además había que meter algún personaje, describir alguna situación que pusiera un poco de aire en el relato, que lo sacara de la encerrona total. La novela no podía circunscribirse al mesurado y sobrio idilio de Santomé con Avellaneda.
En ese momento ya habías escrito cuentos. Montevideanos, por ejemplo; una novela, Quién de nosotros, y poesía. Poesía seguramente desde chico.
Sí, desde la infancia. Las primeras las escribí en alemán porque iba al Colegio Alemán.
Qué curioso que tu padre siendo italiano te mandara al Colegio Alemán.
Mi padre era químico y por ese lado admiraba mucho a los alemanes. Pero, estando yo en el último año de primaria, un día llego a casa y le digo "¿Sabés, papá? A partir de mañana cuando el profesor entre a clase tenemos que saludarlo así, con la mano levantada". Mi padre me dijo "Te quedan 15 días para terminar sexto. Vas a ir esos 15 días pero secundaria no la vas a hacer ahí". Estaba indignado.
Sería el año 32.
Sería. Hindenburg era el presidente de Alemania y Hitler el primer ministro.
Volviendo a tu novela. Santomé, a menudo, se encuentra con Avellaneda en un café. ¿Es alguno de los cafés que conocemos?
Sí, es ahí en el café que se le declara. El café es el Sorocabana de 25 de Mayo. Allí escribí la novela.
No se me hubiera ocurrido. No te veo escribiendo en un café. ¿Dónde te sentabas para escribir?
En una mesa cualquiera. Nadie me conocía. Si fuera ahora, imaginate. Pero en esa época era lo único posible. Tenía dos horas al mediodía. En lugar de irme a Malvín y volver en el 142, me iba allí, pedía un refuerzo, un café y escribía.
A mano, claro.
Sí, a mano. Después la pasaba en la Olivetti. Varias veces, porque corrijo mucho.
¿Qué corregís?
La historia queda. Cambio frases.
La vez pasada me dijiste que habías tirado una novela entera. Y añadiste que cuando corregís siempre es borrando, nunca agregando.
Sigo la receta de Rulfo que decía "La mejor autocrítica es el hacha".
Conrad no lo dice así pero dice algo parecido, cuando proclama la austeridad, la necesaria sequedad del texto.
Yo te voy a decir una cosa. No entiendo bien el éxito de La tregua, tiene más de 150 ediciones. No creo que sea mi mejor novela.
¿La mejor sería Gracias por el fuego?
Tampoco. Yo creo que la mejor que escribí es La borra del café. Es la única que en algún sentido es autobiográfica. O que por lo menos lo es en el envase, pues el protagonista es totalmente inventado pero vive en los barrios donde yo viví.
¿Cuáles son esos barrios?
Capurro -uno de los más queridos- Malvín, Punta Carretas.
Pero La tregua algo tiene que tocar en la gente.
Es una historia de amor. Creo que no es cursi.
Ahí está aquel diálogo de Avellaneda con Santomé donde ella le cuenta qué entiende la madre por felicidad. Esa idea menos ambiciosa, más modesta de lo que es la felicidad es posible que sirva a mucha gente.
Algo así habrá. No sabés cuántas veces la han dado en radio, cine, teatro, televisión. A veces bien hecha, a veces mal. En Colombia, por ejemplo, hicieron una versión desastrosa. Metieron complicaciones con el narcotráfico. Yo sólo les había exigido que la ubicaran en Uruguay. Nunca imaginé que saldrían con algo así. La tregua me conquistó un público de afuera. Cuando la hicieron en televisión con Héctor Alterio y Ana María Picchio fue fantástico. A mí me gustó más esta versión que la hecha en cine.
¿Por qué te gustó menos la hecha en cine?
Porque trasladaron la acción a Buenos Aires, además de cambiarle la época.
Transcurre en pleno peronismo.
Lo que pusieron de cosa política no es mucho, pero ¿para qué? Yo estuve algo distanciado de Renán por ese motivo. Después, cuando se propuso hacer Gracias por el fuego me llevó a España el libreto. Le hice varias observaciones que aceptó. Pero los productores exigieron, al final, unas carcajadas totalmente ridículas que él tuvo que aceptar y nos disgustaron a los dos: a él y a mí.
Estoy segura de que, como siempre, tenés algo en prensa.

Justamente, un libro de poemas, El mundo que respiro, un libro de un señor de 80 años.
Que trabaja como un señor de 40.
Sí, trabajo mucho.
¿Un libro un poco amargo?
No, más existencial, donde la muerte está más presente, menos político. También estoy preparando un libro de cuentos que tal vez termine para fin de año. Son cuentos breves.
Quizá en eso de la brevedad te influya tu trabajo con los haikus.
Puede ser. Tú no sabés cómo me divertí haciendo ese libro. Cien haikus quedaron afuera.
Ahora que han pasado muchos años de tu vuelta, ¿cómo ves el exilio?
Yo estuve en cuatro países. Cuando uno no elige irse, el irse tiene cosas muy malas. Pero también cosas interesantes. Otras historias, otra cultura, a veces otra lengua. Creo que uno madura de otra manera. Yo seguí escribiendo sobre montevideanos, esta vez exiliados, y como siempre de clase media. Esta es una limitación que no he trascendido. Todavía.



APUNTE BIOBIBLIOGRÁFICO

MARIO BENEDETTI, EL AUTOR
Mario Benedetti nació en Paso de los Toros (Tacuarembó, Uruguay) el 14 de septiembre de 1920. Se educó en el Colegio Alemán de Montevideo y el Liceo Miranda, y trabajó como vendedor, taquígrafo, contable, funcionario público y periodista. Entre 1938 y 1941 residió casi continuamente en Buenos Aires, y, en 1945, de regreso a Montevideo, se integró en la redacción del célebre semanario Marcha; allí se forma como periodista junto a Carlos Quijano, y formará parte de su equipo hasta 1974 con la clausura de la publicación. Ese mismo año, 1945 publica su primer libro de poemas, La víspera indeleble, que no se volverá a editar.
A la aparición de su primera obra ensayística, Peripecia y novela, (1948) siguió, en 1949, su primer libro de cuentos, Esta mañana, y, un año más tarde, los poemas de Sólo mientras tanto. En 1953 aparece Quién de nosotros, su primera novela, pero es el volumen de cuentos Montevideanos (1959) --en los que toman forma las principales características de la narrativa de Benedetti-- el que supuso su consagración como escritor. Con su siguiente novela, La tregua (1960), Benedetti adquiere proyección internacional: la obra tuvo más de un centenar de ediciones, fue traducida a diecinueve idiomas y llevada al cine, el teatro, la radio y la televisión.
Por razones políticas, debió abandonar su país en 1973, iniciando así un largo exilio de doce años que lo llevó a residir en Argentina, Perú, Cuba y España, y que dio lugar también a ese proceso bautizado por él como desexilio: una experiencia con huellas tan profundas en lo vital como en lo literario.
Su amplia producción literaria abarca todos los géneros, incluso famosas letras de canciones, y suma más de setenta obras, pero entre ellas destacan sus recopilaciones poéticas Inventario e Inventario Dos, los cuentos de La muerte y otras sorpresas (1968), Con y sin nostalgia (1977) y Geografías (1984), las novelas Gracias por el fuego (1965) y Primavera con una esquina rota, que en 1987 recibió el Premio Llama de Oro de Amnistía Internacional, así como la irrepetible novela en verso El cumpleaños de Juan Ángel.

CRONOLOGÍA

Año Acontecimiento
1920 Nace en Paso de los Toros, Departamento de Tacuarembó (Uruguay), el 14 de septiembre.
1928 Inicia sus estudios primarios en el Colegio Alemán de Montevideo.
1934 Entra en la Escuela Raumsólica de Logosofía.
1935 Estudios secundarios. Un curso en el Liceo Miranda, el resto en condición de libre. Desde los catorce años trabaja ocho horas diarias en la «Will L. Smith, S.A., repuestos para automóviles».
1938 Entre este año y 1941 reside casi continuamente en Buenos Aires.
1945 Entra a formar parte del equipo de redacción del célebre semanario Marcha; allí se forma como periodista junto a Carlos Quijano. Permanecerá en el equipo hasta su clausura en 1974. Publica su primer libro de poemas La víspera indeleble que no se volverá a editar.
1946 Se casa con Luz López Alegre.
1948 Dirige la revista literaria Marginalia. Publica el volumen de ensayos Peripecia y novela.
1949 Miembro del consejo de redacción de Número, una de las revistas literarias más destacadas de la época. Publica su primer libro de cuentos: Esta mañana.
1950 Publica Sólo mientras tanto (poesía), editado por Número.
1951 También Número se hace cargo de las ediciones de Marcel Proust y otros ensayos y El último viaje y otros cuentos. Ambas obras quedarán posteriormente integradas a otros títulos.
1952 Participa activamente en el movimiento contra el Tratado Militar con los Estados Unidos; es su primera acción de militante.
1953 Publica su primera novela, Quién de nosotros.
1954 Director literario de Marcha.
1956 Publica Poemas de la Oficina.
1957 Viaja a Europa por primera vez, visitando nueve países, como corresponsal de Marcha y El Diario.
1959 Aparece su volumen de cuentos Montevideanos, pieza clave en la concepción urbana y «montevideana» de su literatura narrativa. Viaja a Estados Unidos, donde permanece durante cinco meses.
1960 Publica La tregua, su novela más difundida, y El país de la cola de paja, ensayo sobre la crisis «moral» por la que atravesaba su país.
1961 Recopila sus crónicas humorísticas, firmadas por Damocles, en el volumen Mejor es meneallo.
1963 Inventario, Poesía 1950-1958 y Poemas del hoyporhoy.
1964 Codirige la página literaria semanal «Al pie de las letras» del diario La mañana y publica crítica de teatro en el mismo periódico. Colabora como humorista en la revista Peloduro.
1965 Publica la novela Gracias por el fuego. Escribe crítica de cine en La tribuna popular.
1966 Viaja a La Habana para participar en el jurado de novela del concurso Casa de las Américas, y a París, donde reside durante un año.
1967 Publica Letras del continente mestizo en el que reúne ensayos y artículos sobre literatura Latinoamericana. Vuelve a Cuba para participar en el jurado del concurso Casa de las Américas. Participa en el Congreso "Encuentros con Rubén Darío". Viaja a México para participar en el II Congreso Latinoamericano de Escritores.
1968 Participa en el Congreso Cultural de La Habana con la ponencia "Sobre las relaciones entre el hombre de acción y el intelectual". Publica Sobre artes y oficios, recopilación de artículos sobre literatura europea y norteamericana, y el libro de cuentos La muerte y otras sorpresas. Miembro del Consejo de Dirección de Casa de las Américas, donde funda y dirige el Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas.
1969 Viaja a Argel, invitado al Primer Festival Cultural Panafricano. Publica Cuaderno Cubano que incluye poemas, artículos y entrevistas a propósito de Cuba y de su experiencia profesional en aquel país.
1971 Funda, junto con otros ciudadanos uruguayos, el Movimiento de Independientes "26 de marzo" que integrará, poco más tarde, la coalición de izquierdas Frente Amplio. Publica El cumpleaños de Juan Ángel. Es nombrado director del Departamento de Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de Montevideo.
1972 Publica Crónica del 71, compuesto de editoriales políticos publicados en el semanario Marcha en su mayoría, un poema inédito y tres discursos pronunciados durante la campaña del Frente Amplio. También publica Los poetas comunicantes, con entrevistas a diversos poetas latinoamericanos de su generación.
1973 A raíz del golpe militar renuncia a su cargo en la Universidad y debe abandonar el país por razones políticas. Se exilia a Buenos Aires.
1974 Publica El escritor latinoamericano y la revolución posible.
1975 Abandona Argentina tras ser amenazado de muerte por la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), y marcha a Perú.
1976 Vuelve a Cuba, esta vez como exiliado, y se reincorpora al Consejo de Dirección de Casa de las Américas.
1977 Aparecen su libro de cuentos Con y sin nostalgia y el de poemas La casa y el ladrillo.
1979 Publica Pedro y el Capitán (obra teatral), y Cotidianas (poesía).
1980 Se traslada a Palma de Mallorca. Empieza a escribir su novela Primavera con una esquina rota.
1981 Publica su libro de poesía Viento del exilio.
1982 Publica Primavera con una esquina rota y su antología Cuentos. Inicia su colaboración semanal en las páginas de "Opinión" del diario El País. El Consejo de Estado de Cuba le concede la Orden Félix Varela.
1983 Traslada su residencia a Madrid.
1984 Versión cinematográfica de Pedro y el Capitán. El teatro Ictus de Santiago de Chile adapta a la escena su novela Primavera con una esquina rota. Publica Geografías, (cuentos y poemas) y El desexilio y otras conjeturas (ensayos).
1985 Con la restauración de la democracia en Uruguay vuelve al país. A partir de este momento residirá una parte del año en Montevideo y la otra en Madrid. Miembro del Consejo Editor de la nueva revista Brecha, que da continuidad al proyecto de Marcha, interrumpido en 1974.
1986 Aparecen Cuentos Completos y Preguntas al azar (poesía). Premio Jristo Botev de Bulgaria, por su obra poética y ensayística.
1987 Galardonado en Bruselas por Amnistía Internacional con el premio Llama de Oro por su novela Primavera con una esquina rota.
1988 Publica su libro de poemas Yesterday y mañana.
1989 Publica su libro de cuentos Despistes y franquezas y el de ensayo La cultura ese blanco móvil. En el volumen Canciones del Más Acá reúne sus numerosas letras de canciones que se van incorporando al repertorio de más de cuarenta cantantes. Condecorado con la medalla Haydeé Santamaría por el Consejo de Estado de Cuba. Como ejemplos significativos de la gran difusión de su obra cabe señalar que en este año La tregua llega a la 75ª edición, Gracias por el fuego, a la 46ª, El cumpleaños de Juan Ángel, a la 30ª, Inventario, a la 31ª, Pedro y el capitán, a la 15ª y La muerte y otras sorpresas, a la 27ª.
1991 Publica el libro de poemas Las soledades de Babel y el de ensayos La realidad y la palabra, una aproximación a los grandes temas de la reflexión contemporánea, situados en Latinoamérica, y un interesante recorrido por los principales autores y corrientes de su literatura.
1993 Inaugura en la Universidad de Alicante el Congreso "Literatura y espacio urbano". Publica la novela La borra del café.
1994 Aparece en Madrid Inventario dos (1985-1994), recopilación de su obra poética. Imparte en la Universidad de Alicante el curso de doctorado "Un creador nos introduce en su mundo". Comienza la aparición en Argentina de su obra completa desarrollada en 36 volúmenes.
1995 Aparece en España su recopilación Cuentos completos, el conjunto de ensayos El ejercicio del criterio y El olvido está lleno de memoria (poesía).
1996 Se publica en Montevideo y en España la biografía de Benedetti realizada por Mario Paoletti titulada El Aguafiestas. Recital "A dos voces" con Daniel Viglietti en la Universidad de Alicante. En Argentina se publica el volumen 28 de las Obras completas y la novela Andamios.
1997 Investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Alicante.
Preside el 'Congreso Internacional Mario Benedetti' organizado por la Universidad de Alicante.
Publica el libro de poemas La vida ese paréntesis.
Investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Valladolid.
1999 Participa en Alicante en la presentación del libro Mario Benedetti: Inventario cómplice y ofrece una lectura de sus últimos cuentos inéditos. Se crea en la Universidad de Alicante el Centro de Estudios Latinoamericanos Mario Benedetti.
Publica Buzón de tiempo (cuentos) y Rincón de haikus.
VIII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.

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