lunes, 19 de enero de 2009



Breve acotación al prólogo de José Emilio Pacheco
Julissa Roblero

He tenido pocas veces la fortuna de leer un texto que anticipe tan exquisitamente una obra literaria, que recorra el inquieto lenguaje de la crítica con una penetración vertical, así, con la avenencia de aquel discurso que poco nos convence para soltarse de inmediato. De esta forma José Emilio Pacheco distiende su verbo sobre las páginas primeras del volumen Poesías completas y algunas prosas de Luis Cardoza y Aragón; nadie mejor que un escritor mexicano para prologar a otro que, nacido en Guatemala, fue “el más mexicano de los extranjeros y el más extranjero de los mexicanos”. No me corresponde asistir el encuentro entre dos hombres de letras, uno nacido casi treinta años antes, alcanzado por la vanguardia y la Revolución, pero sí me inquieta con rigor el asunto de aquella palabra que habla del otro, es decir, la voz del propio Pacheco que compartiendo escenario con contemporáneos como Sergio Pitol, Juan García Ponce y Salvador Elizondo, hizo lecturas fanáticas sobre Cardoza y, a un tiempo, supo entrever la presencia autoral que desborda su obra. Ahora viene aquí, en este juicio, redefiniendo la vitalidad literaria de Luis Cardoza y Aragón, esa que por alguna desdicha sin fundamento, ha sido reconocida de manera frágil por el público hispanoamericano.
Lo interesante es que en la crítica nada es definitivo, la posible verdad se bifurca hacia todas partes y lo que José Emilio Pacheco intenta, al menos allí, en su discurso de veinte folios, es hablar de la verdad, pero su función como crítico no es únicamente levantar sobre el pavés la figura del poeta guatemalteco, sino denotar el infortunio que forjó a Cardoza como escritor y como hombre. Pacheco, con el tono de la narración biográfica y puntillosa, no es ciudadano de la diatriba ni el enjuiciamiento, sino de la evocación de aquel realismo social que perturbó a Cardoza durante la mitad de su vida.
José Emilio Pacheco resalta el espectáculo literario en que vivió el autor, sus años decisivos de adolescente, cuando decide emigrar hacia la auspiciada Francia, “capital del siglo XIX y también de la vanguardia”. Para Julia Kristeva, la literatura es un campo de resonancias: todos los escritores dejan un vestigio, grato o ingrato, en la literatura del otro. Con Cardoza ocurre lo que todo escritor se imagina en algún momento, recibir la influencia de los grandes maestros, los que irrumpen por el mundo como ases en el oficio de escribir, de imaginar, de inaugurar estilos, técnicas, modos literarios. Quizás Cardoza, el arriesgado adolescente antigüeño, nunca pensó que allá, en Europa, el destino le ofreciera un marchar tan iluminado hasta donarle la amistad de André Bretón, Tristán Tzara, Paul Eluard, Robert Desnos y Antonin Artuaud. No podemos tampoco prescindir del contacto acérrimo de Cardoza con la lectura de aquellas novedades de la época que encontró a su paso: El Ulises de Joyce, The Waste Land, los primeros poemas de Ezra Pound, los libros iniciales de Wallace Stevens, E.E. Cummings, The Great Gatsby, The Sun Also Rises, A Farewall to arms, Nadja,etc.
Para José Emilio Pacheco, Cardoza se contagia felizmente del ánimo cáustico de un surrealismo que chilla en su etapa cumbre, dejando inscrito en el espíritu y, con mayor seguridad, en el intelecto de los escritores, el prodigioso sentido de la libertad. Las lecturas de Paul Valéry y León-Paul Fargue le dan a Cardoza esa “lección de rigor” que lo complementa como autor. Llegar a París, dice, fue como un “linchamiento del alma”.
De Picasso, cree Cardoza y Aragón haber heredado el sagrado don del estremecimiento. Pasan también por su doctrina literaria las obras de Huidobro, Vallejo y Gómez de la Serna, éste último, fiel representante de la vanguardia en lengua española, ofrece un prólogo a su segundo libro.
Estamos, sin duda, ante un autor con el crédito justo de la erudición, el buen oficio de las letras le acompaña bajo la herencia de otros escritores que como él, también han inventado el mundo y legado la fortuna de una literatura universal e hispanoamericana.
Su trato efusivo con la vanguardia literaria se expresa en Luna Park, un libro escrito a sus diecinueve años. En una carta de 1976 nos dice el autor: “No ‘quise’ corregir nada de lo publicado de adolescente. O lo suprimía o lo dejaba como estaba. Escribió un muchacho que aún no desprecio. Si ‘corrijo’ falsifico. Falsificarme me parece alterar (más que ‘corregir’) lo de adolescencia. Ya se es otro o no el mismo, hurgando lo que se sintió y se pensó”. Luna Park fue escrito en el Berlín de posguerra e innegablemente revela “aquella sensación de levantarse entre las ruinas, el deseo de sacudirse el pasado que sepultaron el lodo y la metralla, el estremecimiento irrepetible de saberse y sentirse joven con la edad de este ‘siglo de dos incógnitas’”.
Dos años más tarde, el segundo libro, Maelstromm. Para José Emilio Pacheco, en esta obra el mundo mórbido semi despierto de la guerra aparece de nuevo como un espectáculo impresionante. Los años veinte inauguran el notable fenómeno de Hollywood y el cine. Es el auge del jazz, el cabaret, el music-hall, el circo. “El poeta adopta una máscara funambulesca, y habla por la boca de un personaje: Kemby”, de quien Cardoza hereda el sentido de la embriaguez, ese sentido que aprehendió desde antes con Baudelaire y que incluye en su obra el Elogio de la embriaguez, en 1932. Esa embriaguez que “por su virtud sublimatoria es el estado natural del hombre”.
Llega a nuestro país después de despedirse, sobre un muelle, de García Lorca, con quien no vuelve a verse jamás pero tampoco ha de apartarse nunca. Aquí, en México, es recibido por los ‘contemporáneos’, Xavier Villaurrutia y Salvador Novo; convive con Frida Kahlo, Diego Rivera, Rufino Tamayo y David Álvaro Siqueiros. Desde aquel momento se encuentra con el muralismo y la pintura y dedica su vida y su arte al patrimonio artístico de México; su obra ilustre, La nube y el reloj (1940), revela su mirada sobre la plástica nacional. Sin duda, quien más le trastorna la sensibilidad es José Clemente Orozco, pintor cuya obra provoca en Cardoza una pasión irremediable. Su amistad con Orozco no comienza hasta 1934: es el único artista a quien dona una fe radical y a quien llama el más grande pintor de América.
Para José Emilio Pacheco la actitud de Cardoza frente a las artes plásticas queda definida a partir de la publicación de su primer libro de crítica en 1927, dedicado a Carlos Mérida. Leemos: “Mi deseo de conocer obedece a razones poéticas. Mis apreciaciones son siempre con sentimiento, parciales como mi crítica. Solo quien no tiene sensibilidad no es influible y yo no soy de piedra para poder ser indiferente.” Nadie, antes de Luis Cardoza y Aragón, se atrevió a efectuar una crítica de comparación entre el arte de América y el de los europeos con una reflexión tan polémica: “los griegos fueron los mayas de Europa”.
Lo cierto es que si algo le faltaba para completar su humanidad era precisamente la experiencia quasi política que le persiguió con afán. No estamos hablando de aquella que sufraga el individualismo, porque a Cardoza no le importaron tanto los cargos políticos como pudieron inquietarle sus libros, o leer, o hacer crítica de arte. Se arraigó a la suerte de entrometerse a derrumbar la mentalidad de aquellos que consideraban la ignorancia del campesino como una necesidad patriótica. Regresa a Guatemala tras la destitución de Jorge Ubico, un severo dictador que gobernó con irracionalismo a su país; después, con el auspicio de José Arévalo, que buscaba la utópica unidad nacional entre gobierno, obreros, campesinos y empresarios, Luis Cardoza y Aragón, “guiado por la idea de que la URSS no siempre tiene razón pero sí su obra gigantesca”, trata de hallar en sus esquemas la oferta del “orden, el trabajo, la disciplina, la austeridad, no las libertades que en otras partes poseen únicamente los privilegiados y han permitido la esclavitud de millones de seres”. Toda esta pertinacia ideológica estructura el cuerpo de su obra Retorno al futuro, producto literario de su estancia en Moscú como embajador en la Unión Soviética, Suecia y Noruega, y dedicado a la memoria de Franklin Delano Roosevelt, poco antes de concluida la guerra, en el principio de la era nuclear.
Las consecuencias son atroces. Dice José Emilio Pacheco: “Cuando Cardoza y Aragón vuelve a Guatemala nadie quiere alquilarle un departamento. Así como la gente de la Edad Media creía que Dante en realidad estuvo en el infierno de su Comedia, muchos de sus compatriotas ven en el hombre que ha regresado de la URSS un instrumento de las fuerzas del mal.” El golpe político de una confabulación externa e interna lo obliga al exilio y se ve forzado a volver a México para “recomenzar desde cero”.
En su misión crítica Luis Cardoza y Aragón habla efusivamente de su país, y es justamente Guatemala, las líneas de su mano el acto reflejo de un reclamo inmanente frente aquella desgracia que ha revoloteado sobre su tierra, espantándola desde casi un cuarto de siglo en un tremendo acto de genocidio político que antes de los veintitrés mil muertos del terremoto ya había causado entre cincuenta mil y setenta mil víctimas. A juicio de Manuel Galich (Panorama de la actual literatura latinoamericana, Casa de las Américas, 1969.) no se ha escrito un libro más honesto sobre Guatemala. Cree difícil encontrar en toda aquella literatura que busca plasmar su amor a la tierra, una tan elevada y profunda como la que Cardoza escribió a manera de ensayo totalizador sobre su país. José Emilio Pacheco se refiere a Guatemala, las líneas de su mano, como un libro que, a pesar de asistir a todos los géneros de la crítica, desde reflexiones culturales y literarias hasta políticas e históricas, nunca tropieza en la divagación, porque todo es preciso y concreto, y cada página evoca continuamente la historia de un pueblo marginal. Cardoza y Aragón “ ha querido explicarnos lo que es su patria, lo que significan el dolor y el orgullo de ser guatemalteco, tasar el peso de la noche que cae perpetuamente sobre una de las tierras más hermosas y desventuradas del mundo”.
Ya instalado en México, Luis Cardoza y Aragón dedica sus primeros veintitrés años de residencia a lo que sería su más honorable trabajo literario: sus ensayos de pintura a partir de la pintura. Pero la poesía le acompaña por doquier, la línea de su actividad continúa siendo poética, y sus ensayos, seguramente, no lo serían menos, pues, “más que el crítico como artista, es el poeta como crítico: su crítica no es sólo inseparable de su poesía, es verdaderamente parte de ella.”
José Emilio Pacheco introduce la opinión del célebre ensayo The Critic as Artist de Oscar Wilde por considerarla clave para el entendimiento de los ensayos de obras plásticas de Cardoza y Aragón. Wilde defiende la crítica como creación dentro de la creación, lo que es parte esencial de todo espíritu que crea. Arte en sí misma, dice José Emilio Pacheco, que ve en la obra ajena el punto de arranque para una nueva creación; la crítica, según Wilde, es subjetiva, demasiado espiritual, diría, e intenta revelar lo propio antes que lo ajeno. Así, con este revelamiento de lo suyo a partir de la obra del otro, es como Cardoza y Aragón refiere a los grandes pintores y muralistas de México.
La crítica es un género vital en el ejercicio literario. Ciertamente, cada escritor manipula el género de manera disímil, casi incomparable, sujeto a su condición intelectual y emotiva, a la circunstancia de su época y su cultura. Expresa José Emilio Pacheco que la crítica de Luis Cardoza y Aragón es sutilmente concreta y jamás evade la responsabilidad de emitir juicios; lo que importa ahora, sobre todo aquí, al hablar de crítica de arte, es que su crítica nos enseña a ver: es un trabajo de donner a voir que nos aclara y revela una obra plástica pero no a partir de la interpretación literaria, sino de un entendimiento meramente poético del hecho artístico.
En La nube y el reloj, Cardoza y Aragón, además de responder ante lo mejor de la imaginación plástica mexicana y transformar nuestra perspectiva frente a las artes visuales, pretende enfocar la fraternidad entre la pintura y la poesía. Dice Pacheco: “entre la nuble (la plástica, arte del espacio) y el reloj (la poesía, arte del tiempo), no ve más diferencia que los medios, pues cree que la expresión es una”.
Para Luis Cardoza y Aragón, el arte, más que el objeto de crítica, es el motivo de su pasión por una crítica poética. Un gesto peculiar de la crítica que acostumbra dictar Cardoza es que no es inapelable ni tampoco ineludible; esto, en definitiva, es un comentario justo de José Emilio Pacheco: cree que a Cardoza no se le debe atender como al profesor frente al que se guarda silencio, porque la crítica de aquel es una crítica abierta y flexible al involucramiento ajeno, ya que supone siempre un interlocutor en igualdad de derecho y responsabilidad, un participante que bien puede ser su cómplice, su semejante o su adversario.
En los años setenta, Luis Cardoza y Aragón ha podido escribir sobre Diego Rivera y Vicente Rojo, David Alfaro Siqueiros y José Luis Cuevas, y hablar de sus obras sin eclecticismo, dejando transferirse por una certeza central que supone que en el arte lo que verdaderamente inquieta es la autenticidad de las voces.
Citando nuevamente a Manuel Galich, Luis Cardoza y Aragón, dice José Emilio Pacheco, es un ejemplo de “hombre íntegro e inmaculado que vive conforme escribe, de una posición antiimperialista firme, inclaudicable, ejemplo de ética y al mismo tiempo el más grande escritor de Guatemala”. Para José Emilio pacheco, el escritor guatemalteco sirvió de manera vital al arte, permitiendo nunca que las redes impúdicas del utilitarismo le hicieran acudir a aquel de manera delictiva.
El prólogo de José Emilio Pacheco al volumen de Poesías completas y algunas prosas de Luis Cardoza y Aragón es una sugestiva declaración en que la vida de un escritor y su literatura aparecen como la prueba precisa e irrefutable de la existencia y la necesidad de la poesía, pues la poesía, dice Cardoza “es la única prueba concreta de la existencia del hombre”.
Concluye Pacheco con estas palabras: “El presente volumen es una tentativa de ofrecer una muestra ejemplar de un trabajo que constituye nuestra herencia irrenunciable y abarca una pluralidad de géneros –poesía en verso y en prosa, ensayo, crítica, narración, testimonio, literatura histórica y política- con un común denominador invariablemente poético. De la renovación vanguardista y el establecimiento de un proyecto de escritura cuya fecundidad aun no ha cesado, a su magna tarea de iluminar nuestro entendimiento de la pintura y presentarnos en el espejo de Guatemala lo que constituye la realidad implacable de nuestros países”.

CARDOZA y A. Luis. (1977).Poesías completas y algunas prosas. México: Fondo de Cultura Económica.




Cardoza y Aragón, el hombre que yo conocí
Ricardo Cuéllar Valencia

Leí por primera vez a Luís Cardoza y Aragón en una edición de Costa Rica, Quinta Estación, de 1972, qué llegó a mis manos por un amigo de Bogotá. En Colombia se le conoce debido a que en el año de 1947 fue embajador, nombrado por Arévalo y el 9 de abril de 1948, cuando sucede el “Bogotazo”, con el asesinato del líder liberal disidente Jorge Eliécer Gaitán, Cardoza y Aragón asiste como subdelegado con su Ministro de Relaciones, Muñoz Meany a una reunión panamericana y está presentando una ponencia a favor de la libertad de las colonias que subsisten en América. Algo de esto cuenta en sus memorias El río, novelas de caballería. Así pues, que en Bogotá estableció de manera especial, relaciones con varios poetas, particularmente jóvenes, según me ha contado Álvaro Mutis. Efectivamente, en mis primeros encuentros con Mutis quise confirmar lo que sabía de oídas y el maestro me confirmó que él, Eduardo Carranza, el mayor de todos, Jorge Gaitán Durán, Fernando Charry Lara y algunos más lo frecuentaban en la embajada o en el café, y que tales encuentros con Cardoza fueron fecundos, esclarecedores y plenos de generosidad y amistad. Él había vivido en la Europa de los años veinte –tan fecundo para las vanguardias artísticas y literarias-, había residido una larga temporada en México por la década de los treinta, al lado de los contemporáneos, quienes fueron sus amigos. Su experiencia y conocimientos eran de gran importancia para aquellos jóvenes. El reconocimiento, particularmente de Álvaro Mutis, lo atestigua Tres imágenes, primeros poemas de la Summa de Magroll el Gaviero, dedicados a Luís Cardoza y Aragón. Mutis lo recuerda con cariño; en su residencia de San Jerónimo en la ciudad de México, tiene en la sala una fotografía del joven Cardoza y Aragón, de Manuel Álvarez Bravo, dedicada por el maestro al amigo. En su casa de Coyoacán, Cardoza me contó de sus reuniones con los jóvenes García Márquez y Mutis, del histrionismo de éstos, el humor y la gracia de Mutis, de su calidad de poeta y del respeto que tenía por Cien años de soledad, obra maestra, me dijo, de nuestra literatura. Esa noche me contó varias anécdotas de su estadía en Bogotá y del parecido que llegó a sentir por el joven Jorge Gaitán Durán, fundador de la inolvidable revista Mito, poeta muerto prematuramente, con quien compartió en París bellos ratos. Me hizo un examen de literatura colombiana y guatemalteca y al notar mi entusiasmo, la visita que era de media hora, se prolongó a cuatro, así lo quiso, pese a mi insistencia en dejarlo en sus asuntos. Hablamos de Porfirio Barba Jacob, de Rafael Landivar –motivo aparente de mi visita- y particularmente de Antonin Artaud, poeta francés al cual Cardoza le ha dedicado los estudios más lúcidos que se conocen en varias lenguas. Me regaló todos sus libros publicados, dedicados uno por uno. De repente me dijo: “espéreme un momento, le voy a mostrar una cosa”. Se levantó de la curtida silla de mimbre, de un anaquel tomó un legajo de papeles y me enseñó y leyó fragmentos de cartas de Antonin Artaud, Paul Eluard, Pablo Picasso y otros amigos surrealistas. De las pinturas del estudio y de la sala de casa, habló con detalle y con deleite. Fue un encuentro inolvidable y pleno de enseñanzas. Dos meses antes lo había conocido en La Habana, Cuba, gracias al escritor colombiano Manuel Mejía Vallejo. Yo llevaba para leer en las noches sus Poesías completas y algunas prosas y allí me las dedicó: “Para Ricardo Cuéllar en recuerdo de un abrazo en La Habana, 30 de noviembre de 1985, Luís Cardoza y Aragón”. Así, fue, nos dimos la mano y abrazamos antes de escuchar la presentación de la Oveja negra de Tito Monterroso, en el Palacio de las Convenciones. Es para mí, un alto honor que México me ha concedido, tratar personalmente a cuatro grandes maestros de nuestra literatura contemporánea: Luís Cardoza y Aragón, Octavio Paz, Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis. No tengo palabras para expresar mi sentimiento de gratitud. A ellos les debo por su amistad (de variada intensidad), y obra (leída y releída con sumo cuidado), lo mejor de mi pensamiento y forma de entender nuestra “expresión americana”, como diría Lezama Lima, a los otros y ciertos vericuetos del oficio literario.
Cardoza y Aragón es uno de los principales, tal vez el más importante de los fundadores de la crítica a las artes plásticas de México, lo reconocen, entre otros, José Emilio Pacheco. Él nos recordó con persistencia que la crítica es subjetiva en la medida que aclara, revela, incita, despierta, provoca, enseña a ver más allá de las narices. Para Cardoza el hecho plástico, más que una interpretación, debe ser objeto de un entendimiento poético, “un crítico solo es objetivo cuando no tiene imaginación…la única imparcialidad asequible es la del apasionamiento, escribió. Idea nacida ya en el romántico alemán Schelgel, propuesta también por Baudelaire, recreada por Wilde. El filósofo Heidegger afirma que la verdadera objetividad está en la verdadera subjetividad. Comprender es un estado del ser. La cuestión de la verdad, dice el filósofo, no es la cuestión del método, sino la de la manifestación del ser, para un ser que en la existencia consiste en la comprensión del ser. Detrás de toda comprensión está la cultura y la sensibilidad de quien la realiza. En la pintura se hace concreta y tangible la poesía, afirma Cardoza, es necesaria verla como es, “sentirla carnalmente, leerla como se lee un poema…Mostrar lo no visto y decir lo no dicho…todo arte es una máscara, y la máscara sirve para defendernos, para fortalecernos, para intimidar, para conocer. Y, sobre todo, sirve para revelarnos…sabemos más de una
sociedad por el arte de lo que sabemos de un arte por una sociedad. El mundo explica el arte; el arte revela el mundo”.
Poeta gongorino, barroco, onírico, realista, cósmico, sensual y amoroso, surrealista y sobre todo poeta-pensador; luchador audaz contra la dictadura de la sintaxis, la flaca lógica formal aristotélica, el sentido común, no a guisa de la inteligencia y el sortilegio, el poeta busca llevarnos a los mundos extraordinarios de nuestras tradiciones prehispánicas con un lenguaje moderno, poseído por una belleza antigua que él trae a nuestros ojos de hoy con un verbo exacto, sin vanas exaltaciones o un lirismo nostálgico y parroquial. Invitó a los arqueólogos y antropólogos, a romper esquemas para leer el pasado y poder descubrirlo en sus múltiples riquezas, cuando los instó a limpiarse los ojos con el fin de comprender a Apolo y a Coatlicue, “que vean las creaciones que iluminan a nuestro gran museo como obras de arte y le cambien el nombre actual y le pongan: Museo Nacional de Arte Antiguo de México.
Luís Cardoza y Aragón en juego de pasiones y razones, llevó a la práctica una nueva manera de entender el ser americano. Guatemala, las líneas de su mano es un ejemplo concreto. Pero el más esclarecedor libro de su visión de la identidad americana, después de sus lúcidos textos de juventud, es Pequeña sinfonía del nuevo mundo, por ejemplo –es un libro imprescindible- que desea ser una biografía, quiere ser autobiográfico, se pretende histórico, se asume antropológico, es sociológico, no deja de ser político, critica a la crítica literaria y propone nuevas formas de abordarla, no le falta a la psicología ni al psicoanálisis, jamás es ajeno a la poesía, la filosofía que piensa la diferencia es una vértebra de su pensamiento, en fin, su múltiple saber acude a esta fresca obra, escrita a los 87 años: Migue Ángel Asturias, casi novela. Lo singular de este libro son las múltiples lecturas que incita, posibilita, sobre un autor y su obra, más aún el diálogo y debate entre saberes de nuestra época. Allí como en otras obras de Cardoza, las Ciencias Sociales, son más que cuestionadas, puestas en acción renovante con análisis específicos, verbo y gracia, la llamada literatura indigenista escrita en América Latina desde el siglo XIX. Con la escritura de Cardoza conocemos una práctica transformadora del conocimiento de nosotros mismos, de los mecanismos de nuestro saber. Su sabiduría, como la de Octavio Paz, nos son necesarias y decisivas. A estos dos poetas-pensadores nos los merecemos. Para mí, desde siempre, Luís Cardoza y Aragón es un escritor de cabecera, lo leo a la menor provocación.
El poeta-pensador Luís Cardoza y Aragón nació en Antigua, Guatemala, en 1904. A los 16 años viajo a Nueva York y al poco tiempo se traslado a París con el propósito de estudiar medicina. El contacto con la cultura europea lo fascinó y después de 12 años regresó a México, donde vivió una primera y corta temporada; luego, durante diez años, formó parte de la diplomacia guatemalteca en Paris, Santiago de Chile, Bogotá, Moscú… En París conoció y frecuentó a Picasso, Artaud, Tzara, Eluard, Bretón y tantos otros escritores y artistas que se esforzaron por revolucionar el arte y la vida. En Berlín (1923), a los 19 años, publicó un largo poema, Luna Park, instantánea del siglo XX, dedicado y prologado por su amigo Ramón Gómez de la Serna, el creador de las greguerías. A Luís Cardoza y Aragón lo apasionan la política y el destino de su país y por ello colaboró, entre el 44 y el 55, con los gobiernos de Arbenz y Arévalo. La crítica pictórica la ejerce con total y renovadora libertad.
Sus estudios sobre el muralismo mexicano son esclarecedores. En ellos el poeta habla con el pintor, escucha sus quejas y silencios, dibuja sus manos heridas por la imaginación; uno vuelve a ver de nuevo y mejor lo representado por los muralistas en la palabra del poeta. Cardoza, como crítico de pintura, parte de una visión poética de la vida y el arte. El mismo ha dicho: “la poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre”. Estudioso del pensamiento y la simbología precolombina maya, ha publicado un libro de indispensable lectura, Guatemala: Las líneas de su mano, donde se dan cita la poesía, la autobiografía, la historia, la erudición y el amor por su tierra natal. Cardoza y Aragón vivió más de la mitad de su vida en México.
La obra de Cardoza es una constante creación en todo aquello que preocupa al hombre del siglo XX: el arte, la poesía, la política, el destino de los pueblos y los extraños mundos de la lucidez y la locura. Su reflexión es fundamental para entender el futuro y el pasado, para desentrañar el presente. Va de lo irracional a lo racional, de lo irreal a lo real, de lo abstracto a lo concreto. Sueño y memoria del olvido son temas que a él le obsesionaron. En 1977 el Fondo de Cultura Económica publicó Poesías completas y algunas prosas (660) que reúne textos clásicos de nuestra lengua: Quinta estación, Soledad, El sonámbulo, Arte poético, Elogio a la Embriaguez, Dibujos de ciego, Pequeñas sinfonías del nuevo mundo… Hace pocos meses el fondo puso en circulación las memorias de Luís Cardoza y Aragón: El río, novelas de caballería (857).
Este libro es un vasto recorrido por las encrucijadas, enigmas, ritos y luchas de un hombre que ha entregado su vida, por entero, a crear, a polemizar, a dudar, a buscar los lindes de la verdad, a palpar las esencias, sin conceder a la metafísica privilegio alguno. Lo absurdo no le extraña. Le canta. Lo arrasa la aventura de imaginar, va al sueño para observar mejor la vigilia, interroga al futuro hechizado por la poesía, piensa como un relámpago, no es mesurado, arde y es tímido. En otros momentos el pintor que lo habita nos retrata personajes, paisajes, situaciones; leemos en El río hermosas crónicas de la mujer, de la veneciana que lo trastornó en los años juveniles de sus encuentros con Orozco, Picasso, Eluard… Critica a los críticos y descree de la estética, no acepta escuela o dogma alguno. El río, novelas de caballería es un verdadero caudal de aguas subterráneas que vienen del fondo de la tierra y el corazón. Río nutrido por muchos afluentes, río con agua propia, y puentes propios y ciudades y seres e historias que la pluma magistral de Luís Cardoza y Aragón ha puesto en movimiento.



Voces que maduran
Álvaro Ortega

SOMBRA DEL DOLOR
IGUAL A UN PÁJARO

Es la hora de dormir niño silente
la noche desgasta el patio de la casa
y los juguetes de diciembre.

En su garganta están las ventanas abiertas
a punto de extraviarles la melancolía,
como un rostro sin rasgos
como un muro de espadas chocando silencios.

Es un paseo largo este viaje de ciegos
de ojos andantes en un sueño profundo.

Es la hora de dormir niño silente
la noche es cueva de pájaros
suspirando a la niebla, estremeciendo su pecho,
buscando otro rostro en muros palpables,
tendiendo su alas en huestes innumerables
sin antes sujetar sus manos en el campo arrasado
en la verde encina de la locura cotidiana

Es la hora de dormir niño
es un juego rotundo la vida:
sombra del dolor igual a un pájaro
entre las ramas verdes, junto al cielo,
asidos a la esperanza sólo para emprender el vuelo.

I
Orilla del mundo
que todo lo nombras en tu pecho de piedra
¿Escondes acaso tu único nombre raíz de polvo?

II
Arde y sangra el humo que nos finge
cual si fuera sombra suspendida en medio del vacío
más no hay nada desnudo sobre su cuerpo
Ceniza
caída
como
espiral
en
movimiento.

Aureliano Carvajal
1) Tratado de floricultura
Nacen de la guitarra de mi boca,
de la boca del mundo,
de la bucólica boca,
los humos climáticos propios de aquellos países fértiles
–de esos que desaparecen en las postales–
y se crea, de pronto,
un racimo de nieve.

2) Trigo
Imagen de mi cuerpo urdiendo tinta
sobre un cuadro olvidado por el trigo
y sólo en este cuadro estoy contigo,
mil pinceles trazándote distinta.

Cansado de pintarte estando extinta,
qué me resta de ti sino tu abrigo
y la senda sin pasos, el castigo
de todo lo que observa y que despinta.

Porque pinto sabiéndome pintado
tras un cielo de nubes o ceniza
y la estéril cosecha de mi enfado,

conservo solamente la plomiza
figura de un boceto que olvidado
suspira por segundos y agoniza.

Aureliano Carvajal (Ciudad de México, 1986)




Janis
Rubén Cardoso Navarrete

Existió una mujer que con su canto erizó la piel de más de uno. En medio de una época repleta de ideales, se convirtió en una de las voces de aquella generación golpeada y revolucionaria. Amor libre. Vida. Naturaleza. Paz.
Janis Lyn Joplin. Nace en 1943 en Porth Arthur, Texas, en el seno de una familia clase mediera estadounidense de la posguerra. Conservadora en sus principios y manera de ver la realidad.
Posterior a los ideales Beat, el hipismo nace como una forma de ver, sentir y vivir la realidad. Realidad Social, decadente y consumista. Sociedad que con las guerras se acercaba vertiginosamente a un colapso de proporciones catastróficas.
Janis, cantante de Blues. Se volvió un icono para todas las generaciones, ya que siempre exalto en su música el amor por la vida y la embriaguez. La libertad tan anhelada. Su vida fue una búsqueda constante y acelerada. Su ideología queda plasmada en sus canciones, aspectos de su vida o deseos. Down on me, Coo Coo, Women is losers. La liberación femenina llega a la cúspide histórica que junto a la literatura feminista, Simon de Beauvoir, entre otras; se vuelven figuras liberadoras. La decadencia de la moral ha llegado. Es necesario crear nuevos valores.
Intérprete de grandes éxitos históricos como Summertime. La majestuosidad con la que interpreta, su voz cruda y penetrante, hacen del momento una laceración de la vida.
Su vida fue polémica: drogas, alcohol. Tres veces cambió de grupo. Aspectos que contribuyen a la misteriosa imagen de su persona y la llenan de romanticismo. Su fuerza para interpretar quedará para la historia.
De extraña belleza, llena de vida en ocasiones y depresiva en otras. Añoranza. Nos canta para recordarnos que la vida hay que sentirla y vivirla. “Mañana nunca sucede” expresó sabiamente en uno de sus conciertos. Nos enseña a vivir intensamente el momento. A morir. A sufrir.
Janis Joplin es una mujer que también merece ser escuchada con atención. Merece que la sintamos y que la contemplemos. Hay que mirarla con ojos nostálgicos. Sufrir a su lado la vida. Vivir lo que añora y morir en su recuerdo.
Little Girl Blue, Summertime, Ball and Chain, Piece of my Herat, Me and Bobby McGee, Try, Cry Baby, Maybe, Kosmic Blues, algunas de sus canciones. La bruja cósmica, habitante de un tiempo universal, en el cual la unidad se buscaba para convivir en paz y mejorar al ser humano. Escuchemos lo que nos quiere decir Janis Joplin. Recordémosla. Respirémosla. Revivámosla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario