miércoles, 25 de marzo de 2009

Yuria 45


Las fotografías que presentamos en este número fueron tomadas por Cintya Ixshel en el Jardín Botánico de la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, en un reciente paseo de campo dominical. Dice ella que la belleza también se encuentra en el desorden de las ramas y las hojas de los arboles.


Breve antología Poética de José Emilio Pacheco

Indeseable
No me deja pasar el guardia.He traspasado el límite de edad.Provengo de un país que ya no existe.Mis papeles no están en orden.Me falta un sello.Necesito otra firma.No hablo el idioma.No tengo cuenta en el banco.Reprobé el examen de admisión.Cancelaron mi puesto en la gran fábrica.Me desemplearon hoy y para siempre.Carezco por completo de influencias.Llevo aquí en este mundo largo tiempo.Y nuestros amos dicen que ya es horade callarme y hundirme en la basura.

La flecha
No importa que la flecha no alcance el blancoMejor así No capturar ninguna presa No hacerle daño a nadiepues lo importantees el vuelo la trayectoria el impulso el tramo de aire recorrido en su ascenso la oscuridad que desaloja al clavarsevibrante en la extensión de la nada

La gotaLa gota es un modelo de concisión:todo el universoencerrado en un punto de agua.La gota representa el diluvio y la sed.Es el vasto Amazonas y el gran Océano.La gota estuvo allí en el principio del mundo.Es el espejo, el abismo,la casa de la vida y la fluidez de la muerte.Para abreviar, la gota está poblada de seresque se combaten, se exterminan, se acoplan.No pueden salir de ella,gritan en vano.Preguntan como todos:¿de qué se trata,hasta cuándo,qué mal hicimospara estar prisioneros de nuestra gota?
Y nadie escucha.Sombra y silencio en torno de la gota,brizna de luz entre la noche cósmicaen donde no hay respuesta.

Mar eternoDigamos que no tiene comienzo el mar Empieza donde lo hallas por vez primera y te sale al encuentro por todas partes

Lluvia de solLa muchacha desnuda toma el solapenas cubiertapor la presencia de las frondas.Abre su cuerpo al solque en lluvia de fuegola llena de luz.
Entre sus ojos cerradosla eternidad se vuelve instante de oro.La luz nació para que el resplandor de este cuerpole diera vida.Un día mássobrevive la tierra gracias a ella
que sin saberloes el solentre el rumor de las frondas.

Memoria
No tomes muy en seriolo que te dice la memoria.A lo mejor no hubo esa tarde.Quizá todo fue autoengaño.La gran pasiónsólo existió en tu deseo.Quién te dice que no te está contando ficcionespara alargar la prórroga del finy sugerir que todo estotuvo al menos algún sentido.

PiedraLo que dice la piedrasólo la noche puede descifrarloNos mira con su cuerpo todo de ojosCon su inmovilidad nos desafíaSabe implacablemente ser permanenciaElla es el mundo que otros desgarramos

Prehistoria
A la memoria de Jaime Sabines
1En las paredes de esta cuevapinto el venado para adueñarme de su carne, para ser él, para que su fuerza y su ligereza sean mías y me vuelva el primero entre los cazadores de la tribu. En este santuario divinizo las fuerzas que no comprendo.Invento a Dios,a semejanza del Gran Padre que anhelo ser,con poder absoluto sobre la tribu.En este ladrillotrazo las letras iniciales,el alfabeto con que me apropio del mundo al simbolizarlo.La T es la torre y desde allí gobierno y vigilo.La M es el mar desconocido y temible.Gracias a ti, alfabeto hecho por mi mano,habrá un solo Dios: el mío.Y no tolerará otras deidades.Una sola verdad: la mía.Y quien se oponga a ella recibirá su castigo.Habrá jerarquías, memoria, ley:mi ley: la ley del más fuertepara que dure siempre mi poder sobre el mundo.2Al contemplar por vez primera la nocheme pregunté: ¿será eterna?Quise indagar la razón del sol, la inconstantemovilidad de la luna,la misteriosa armada de estrellasque navegan sin desplomarse.Enseguida pensé que Dios es dos:la luna y el sol, la tierra y el mar, el aire y el fuego,O es dos en uno:la lluvia / la planta, el relámpago / el trueno.¿De dónde viene la lumbre del cielo?¿La produce el estruendo? ¿O es la llamala que resuena al desgarrar el espacio?(como la grieta al muro antes de caerpor los espasmos del planeta siempre en trance de hacerse).¿Dios es el bien porque regala la lluvia?¿Dios es el mal por ser la piedra que mata?¿Dios es el agua que cuando falta aniquilay cuando crece nos arrastra y ahoga?A la parte de mí que me da miedola llamaré Demonio.¿O es el doble de Dios, su inmensa sombra?Porque sin el dolor y sin el malno existirían el bien ni el placer,del mismo modo que para la luzson necesarias las tinieblas.Nunca jamás encontraré la respuesta. No tengo tiempo. Me perdí en el tiempo. Se acabó el que me dieron.3 Ustedes, los que escudriñen nuestra basuray desentierren puntasde pedernal, collares de barroo lajas afiladas para crear muerte;figuras de mujeres en que intentamoscelebrar el misterio del placery la fertilidad que nos permite seguir aquí contra todo-enigma absolutopara nuestro cerebro si apenas está urdiendo el lenguaje-,lo llamarán mamut.Pero nosotros en cambiojamás decimos su nombre:tan venerado es por la horda que somos.El lobo nos enseñó a cazar en manada.Nos dividimos el trabajo, aprendimos:la carne se come, la sangre fresca se bebe,como fermento de uva.Con su piel nos cubrimos.Sus filosos colmillos se hacen lanzaspara triunfar en la guerra.Con los huesos forjamosinsignias que señalan nuestro alto rango.Así pues, hemos vencido al coloso.Escuchen cómo suena nuestro grito de triunfo.Qué lástima.Ya se acabaron los gigantes.Nunca habrá otro mamut sobre la tierra.4Mujer, no eres como yopero me haces falta.Sin ti seria una cabeza sin troncoo un tronco sin cabeza. No un árbolsino una piedra rodante.Y como representas la mitad que no tengoy te envidio el poder de construir la vida en tu cuerpo,diré: nació de mí, fue un desprendimiento:debe quedar atada por un cordón umbilical invisible.
Tu fuerza me da miedo.Debo sometertecomo a las fieras tan temidas de ayer .Hoy, gracias a mi crueldad y a mi astucia,labran los campos, me transportan, me cuidan,me dan su leche y hasta su piel y su carne.Si no aceptas el yugo,si queda aún como rescoldo una chispade aquellos tiempos en que eras reina de todo,voy a situarte entre los demonios que he creadopara definir como El Mal cuanto se interpongaen mi camino hacia el poder absoluto.



Cuento de espantos

Violó la cripta a medianoche. Halló su propio cadáver en el sarcófago.

Nadie
En el valle ocurre un hecho sobrenatural. Un labrador sale de su choza para atestiguar el prodigio. Dialoga unos minutos con el que hizo el milagro. Al volver, su esposa le pregunta: — ¿Quién era?— El labrador toma asiento a la mesa y responde: —Nadie. Era Dios.

Segundo centenario del nacimiento de Poe
Enrique Vélez

En Nueva York en noviembre de 1845, siendo propietario y editor del THE BROAD WAY JOURNAL en medio de su desesperación y recién salido de una aguda depresión que lo mantuvo en cama por más de dos meses, escribe Poe a su amigo Evert A. Duyckinck, famoso editor en dicha ciudad y conocido por su CYCLOPEDIA FOR AMERICAN LITERATURE: Creo que estuve loco, y en verdad creo que he tenido muchas razones para estarlo y la razón para escribirle esta nota , (una vez más) es para implorar su ayuda. Por supuesto que ni siquiera necesito decirle que mi problema más urgente es el de necesitar plata en efectivo. Encuentro que lo que le he dicho en relación con los prospectos del Broad Way Journal es estrictamente correcto. Un alivio inmediato lo pondría en excelente circulación. En diciembre de 1853 en París, también en medio de sus tribulaciones económicas y sus persistentes dolencias físicas Charles Buadelaire escribe a su editor y amigo Paul-Emmanuel-Auguste Poulet Malassis, quien le publicara sus Flores del mal: “Le pido no diré que muy insistentemente, porque sería decirle una impertinencia, le pido simplemente, si ello es posible, en cuanto reciba mi carta, una suma cualquiera. Para mí se trata sencillamente, de lograr algunos días de descanso, y de aprovecharlos para terminar unas cosas importantes que darán un resultado positivo, el mes que viene. En cuanto a mí, mi vida, como ya lo adivina, estará siempre hecha de cóleras, de muertes, de ultrajes, y sobre todo de descontento de mi mismo.”
Dos colosos de la literatura y la poesía similares en muchos aspectos implorando comprensión y ayuda económica, convulsos en el sórdido laberinto del alcohol y las drogas, inmersos en la enfermedad definitiva en pertinaz carrera contra la muerte que ya acecha y la vaga e impalpable fama literaria. Transidos de desolación y desesperanza, cada uno en mundos literarios diferentes, el primero en Estados Unidos y el segundo en Francia, pero mundos literarios que no los comprendían ni aceptaban dada la supremacía que había adquirido en el mundo lo material sobre lo espiritual. Dos luchadores sin tregua de la idea y de la pluma, delirantes, obcecados, quijotes en la expresión.
Contemporáneos en buena parte de sus vidas, Edgar Allen Poe (Boston, 19 de enero de 1809. Baltimore, 7 de octubre de 1.849), Charles Pierre Baudelaire (9 de abril de 1821, 31 de agosto de 1.867), Poe: periodista, crítico, poeta y escritor, Baudelaire: traductor francés, crítico de arte y poeta por excelencia, los dos huérfanos de padre desde muy jóvenes y por consiguiente en su adolescencia, sometidos en su indefensión a los caprichos de sus padrastros. Poe, aunque nunca fue adoptado formalmente tomó el apellido Allan de su padrastro quien, por caridad, lo recogió al morir sus padres. Baudelaire siempre odió al suyo Jacques Aupick, vecino de cuarenta años, con quien, muerto su padre, su madre contrajo matrimonio cuando él apenas contaba con siete años y unión que él a lo largo de su vida entendería como ausencia de amor maternal y que lo marcaría emocionalmente en forma indeleble por el resto de sus días.
Desde 1848, el año anterior al de la muerte de Poe, empieza Baudelaire a escribir sobre la genialidad del americano y continuaría haciéndolo hasta comienzos de los años sesenta, tres o cuatro años antes de su propia muerte. Es Baudelaire quien descubre para Europa y si se quiere para el mundo a ese huérfano de padres, huérfano del verdadero reconocimiento literario que merecía y huérfano de fortuna, que murió a sus escasos cuarenta años en Baltimore hambriento, harapiento y tirado en una zanja. Baudelaire lo traduce, lo interpreta y lo vive en él mismo, al punto de afirmar que había descubierto en Poe ideas y frases enteras que él mismo ya había textualmente concebido. Y no podía ser de otra forma pues fueron seres que padecieron de los mismos fantasmas: soledad, abandono, miseria, enfermedades prematuras, envidia literaria, alcohol, drogas y profunda pobreza, provocadas en buena medida por el pensamiento burgués de la época, similar al de hoy, que ve al artista no solo como un ser insignificante que busca lo absoluto y lo profundo en contraposición a lo pragmático, al resultado palpable y material que es la esencia de la moral burguesa y que redujo con saña y sin miramiento moral alguno sus existencias a niveles de indigencia.
Es justo, en la conmemoración de los doscientos años de nacimiento de Poe, exaltar su memoria y de paso la de su amigo en la sombra, que nunca conoció, por haberlo entendido con justicia y haberle reconocido su verdadero valor inconmensurable de escritor y de poeta, al punto que nunca sospechó que Poe sería pilar fundamental de la literatura de su patria y del mundo, con marcada influencia en el simbolismo francés y el surrealismo posterior. Paz en sus tumbas.

En Revista Con-fabulación, la nueva alternativa de la prensa No. 79


El retrato oval
Edgar Allan Poe

El castillo en el cual mi criado se le había ocurrido penetrar a la fuerza en vez de permitirme, malhadadamente herido como estaba, de pasar una noche al ras, era uno de esos edificios mezcla de grandeza y de melancolía que durante tanto tiempo levantaron sus altivas frentes en medio de los Apeninos, tanto en la realidad como en la imaginación de Mistress Radcliffe. Según toda apariencia, el castillo había sido recientemente abandonado, aunque temporariamente. Nos instalamos en una de las habitaciones más pequeñas y menos suntuosamente amuebladas. Estaba situada en una torre aislada del resto del edificio. Su decorado era rico, pero antiguo y sumamente deteriorado. Los muros estaban cubiertos de tapicerías y adornados con numerosos trofeos heráldicos de toda clase, y de ellos pendían un número verdaderamente prodigioso de pinturas modernas, ricas de estilo, encerradas en sendos marcos dorados, de gusto arabesco. Me produjeron profundo interés, y quizá mi incipiente delirio fue la causa, aquellos cuadros colgados no solamente en las paredes principales, sino también en una porción de rincones que la arquitectura caprichosa del castillo hacía inevitable; hice a Pedro cerrar los pesados postigos del salón, pues ya era hora avanzada, encender un gran candelabro de muchos brazos colocado al lado de mi cabecera, y abrir completamente las cortinas de negro terciopelo, guarnecidas de festones, que rodeaban el lecho. Quíselo así para poder, al menos, si no reconciliaba el sueño, distraerme alternativamente entre la contemplación de estas pinturas y la lectura de un pequeño volumen que había encontrado sobre la almohada, en que se criticaban y analizaban.
Leí largo tiempo; contemplé las pinturas religiosas devotamente; las horas huyeron, rápidas y silenciosas, y llegó la media noche. La posición del candelabro me molestaba, y extendiendo la mano con dificultad para no turbar el sueño de mi criado, lo coloqué de modo que arrojase la luz de lleno sobre el libro.
Pero este movimiento produjo un efecto completamente inesperado. La luz de sus numerosas bujías dio de pleno en un nicho del salón que una de las columnas del lecho había hasta entonces cubierto con una sombra profunda. Vi envuelto en viva luz un cuadro que hasta entonces no advirtiera. Era el retrato de una joven ya formada, casi mujer. Lo contemplé rápidamente y cerré los ojos. ¿Por qué? No me lo expliqué al principio; pero, en tanto que mis ojos permanecieron cerrados, analicé rápidamente el motivo que me los hacía cerrar. Era un movimiento involuntario para ganar tiempo y recapacitar, para asegurarme de que mi vista no me había engañado, para calmar y preparar mi espíritu a una contemplación más fría y más serena. Al cabo de algunos momentos, miré de nuevo el lienzo fijamente.
No era posible dudar, aun cuando lo hubiese querido; porque el primer rayo de luz al caer sobre el lienzo, había desvanecido el estupor delirante de que mis sentidos se hallaban poseídos, haciéndome volver repentinamente a la realidad de la vida.
El cuadro representaba, como ya he dicho, a una joven. se trataba sencillamente de un retrato de medio cuerpo, todo en este estilo que se llama, en lenguaje técnico, estilo de viñeta; había en él mucho de la manera de pintar de Sully en sus cabezas favoritas. Los brazos, el seno y las puntas de sus radiantes cabellos, pendíanse en la sombra vaga, pero profunda, que servía de fondo a la imagen. El marco era oval, magníficamente dorado, y de un bello estilo morisco. Tal vez no fuese ni la ejecución de la obra, ni la excepcional belleza de su fisonomía lo que me impresionó tan repentina y profundamente. No podía creer que mi imaginación, al salir de su delirio, hubiese tomado la cabeza por la de una persona viva. Empero, los detalles del dibujo, el estilo de viñeta y el aspecto del marco, no me permitieron dudar ni un solo instante. Abismado en estas reflexiones, permanecí una hora entera con los ojos fijos en el retrato. Aquella inexplicable expresión de realidad y vida que al principio me hiciera estremecer, acabó por subyugarme. Lleno de terror y respeto, volví el candelabro a su primera posición, y habiendo así apartado de mi vista la causa de mi profunda agitación, me apoderé ansiosamente del volumen que contenía la historia y descripción de los cuadros. Busqué inmediatamente el número correspondiente al que marcaba el retrato oval, y leí la extraña y singular historia siguiente:
"Era una joven de peregrina belleza, tan graciosa como amable, que en mal hora amó al pintor y se desposó con él. Él tenía un carácter apasionado, estudioso y austero, y había puesto en el arte sus amores; ella, joven, de rarísima belleza, toda luz y sonrisas, con la alegría de un cervatillo, amándolo todo, no odiando más que el arte, que era su rival, no temiendo más que la paleta, los pinceles y demás instrumentos importunos que le arrebataban el amor de su adorado. Terrible impresión causó a la dama oír al pintor hablar del deseo de retratarla. Mas era humilde y sumisa, y sentóse pacientemente, durante largas semanas, en la sombría y alta habitación de la torre, donde la luz se filtraba sobre el pálido lienzo solamente por el cielo raso. El artista cifraba su gloria en su obra, que avanzaba de hora en hora, de día en día. Y era un hombre vehemente, extraño, pensativo y que se perdía en mil ensueños; tanto que no veía que la luz que penetraba tan lúgubremente en esta torre aislada secaba la salud y los encantos de su mujer, que se consumía para todos excepto para él. Ella, no obstante, sonreía más y más, porque veía que el pintor, que disfrutaba de gran fama, experimentaba un vivo y ardiente placer en su tarea, y trabajaba noche y día para trasladar al lienzo la imagen de la que tanto amaba, la cual de día en día tornábase más débil y desanimada. Y, en verdad, los que contemplaban el retrato, comentaban en voz baja su semejanza maravillosa, prueba palpable del genio del pintor, y del profundo amor que su modelo le inspiraba. Pero, al fin, cuando el trabajo tocaba a su término, no se permitió a nadie entrar en la torre; porque el pintor había llegado a enloquecer por el ardor con que tomaba su trabajo, y levantaba los ojos rara vez del lienzo, ni aun para mirar el rostro de su esposa. Y no podía ver que los colores que extendía sobre el lienzo borrábanse de las mejillas de la que tenía sentada a su lado. Y cuando muchas semanas hubieron transcurrido, y no restaba por hacer más que una cosa muy pequeña, sólo dar un toque sobre la boca y otro sobre los ojos, el alma de la dama palpitó aún, como la llama de una lámpara que está próxima a extinguirse. Y entonces el pintor dio los toques, y durante un instante quedó en éxtasis ante el trabajo que había ejecutado. Pero un minuto después, estremeciéndose, palideció intensamente herido por el terror, y gritó con voz terrible: "¡En verdad, esta es la vida misma!" Se volvió bruscamente para mirar a su bien amada: ¡Estaba muerta!"


Poesía y sociedad: una lectura de la poesía de Jaime Sabines

Ricardo Cuéllar Valencia

Los poetas alemanes del siglo XIX tuvieron una fascinación especial por la filosofía. Varios de ellos se iniciaron como poetas y mantuvieron una cercana amistad con los poetas de su tiempo. El caso típico es el de Hegel y su cómplice amistad con Hölderlin. Prosistas y poetas pensaron y elaboraron teorías sobre sus oficios literarios con rigor crítico y filosófico. Frederich Schelegel realizó un memorable ensayo sobre el Romanticismo. En él sostiene que de los movimientos literarios, el primero que se universalizó en Occidente fue ciertamente el romántico. Más tarde, Octavio Paz plantearía que el Romanticismo es una poética, una erótica, una política, una manera de vivir. En efecto, el Romanticismo recoge de manera pausada y decisiva aspectos propios de la sensibilidad humana: quién que es no es romántico, dijeron los románticos en el profundo sentido del término; es decir, percibir los juegos y rejuegos de las pasiones que desde siempre los individuos en sociedad han vivido. Ellos detectaron y dieron sentido poético y filosófico a la sensibilidad y, al nombrarla, gracias a su agudo acercamiento a la subjetividad, lograron construir su universalización en la medida que lo romántico ocupó los más importantes espacios, no sólo de la subjetividad humana, ya que supo habitar prácticas sociales, p. ej., la política, sin olvidar además el redescubrimiento del erotismo de manera concluyente. Se llegó a vivir, a pensar, en los órdenes individual y colectivo, de manera romántica. En lo fundamental, el Romanticismo fue revolucionario. Todo ello, en principio, llevó a interminables consideraciones metafísicas. El encuentro del Romanticismo con el Parnasianismo y el Simbolismo en la segunda mitad del siglo XIX dio obras que marcaron la modernidad. Baudelaire, Rimbaud, Verlaine y Mallarmé son poetas que elucidan este asunto. La poesía, en sentido estricto, vuelve a comenzar. Es la ruptura crítica que no olvida lo mejor de la tradición. Los movimientos de vanguardia, iniciados en el siglo XIX –de manera dispersa– se conocieron en varias lenguas, en la literatura, la arquitectura, la música, la escultura, la pintura y habían de hallar para después, en el exquisito siglo XX, su momento de esplendor. Todos los ismos conocidos, como el Futurismo, el Ultraísmo, el Creacionismo y especialmente el Surrealismo, bebieron de los postulados y aportes del Romanticismo, y más que en un movimiento o tendencia, éste se convertirá en una visión del mundo, en una manera de asumir la vida y la literatura. El Romanticismo es, por tanto, una intensa polémica, tan fecunda y lúcida que lega manifiestos, ensayos de interpretación y obras en Europa, Estados Unidos e Hispanoamérica.
Un hallazgo inobjetable es la lectura y aplicación del aporte de Freud en cuanto a la posibilidad y necesidad de conocer, indagar en el inconsciente individual y colectivo (Carl Jung). Poesía e historia, poesía y política, poesía y religión, poesía pura, poesía negra, poesía indígena serán, en el devenir del siglo XX, relaciones pensadas, trabajadas desde variadas posturas y posibilidades con obras teóricas y prácticas de primer orden. Afirma Octavio Paz que el Surrealismo es una manera renovada del Romanticismo. Tres fueron sus principios, y André Bretón los define: libertad –sin cortapisas–, los sueños –como vida inconsciente–, e, indudablemente, amor –como reinvención.
Luis Cardoza y Aragón, entendió que el Surrealismo ha sido, es y será. Las diferencias críticas y analíticas y, a veces, antagónicas formas de interpretación entre él y Octavio Paz son una buena muestra de la dimensión de la riqueza en México e Hispanoamérica de los alcances literarios, éticos y filosóficos del Surrealismo. El descubrimiento científico y literario del inconsciente ha marcado, con singular y decisivo sentido, el espacio del pensamiento, con énfasis particular en el arte y la literatura. Pensar y crear desde Freud y el Surrealismo es otra cosa. Mirar hacia dentro es mirar hacia fuera, y describir lo real es intentar mirar hacia dentro.
Tardío, dependiente y rezagado fue el Romanticismo en Hispanoamérica. Más allá de la historia y crítica literarias que develan las luces de nuestros poetas románticos es necesario señalar que algunas de sus obras llegaron a ser leídas y aprendidas de memoria. Que ciertos poetas eran escuchados en salones, dentro y fuera de los palacios de gobierno, en plazas públicas, en auditorios universitarios, en distintos eventos sociales. Es un hecho histórico que indica que esos poetas lograron comunicarse con amplios sectores de la realidad. El fin del siglo XIX contó con escritores gramáticos y poetas en el poder del estado; presencia que se prolongó, hasta cierto momento en el XX. Y ya no fueron todos románticos.
Tres presencias son significativas: Rubén Darío, Pablo Neruda y Jaime Sabines. Aunque cada uno es diferente y posee su propia historia, lo relevante es la aproximación social de la poesía que lograron.
La aproximación social de la poesía en el siglo XX, además del papel que juegan en los últimos años los medios de comunicación, es un fenómeno singular que revela una actitud que debe tenerse en cuenta y explicarse.
Es necesario detectar las raíces que en el siglo XIX favorecieron el encuentro entre amplios sectores de la sociedad y los poetas. Una sociedad sacudida por procesos socio-políticos de marcada inestabilidad, el desarrollo de los medios de comunicación –periódicos y revistas–, la radio y más tarde la televisión, contribuyeron a aquilatar la sensibilidad humana. Lo que era familiar e íntimo, de celebración social en un salón, se fue expandiendo hacia espacios públicos. Cuando los poetas tocaban el dolor y la muerte, la soledad y la tristeza, no eran simples divagantes, nostálgicos y/o despreciables románticos. Ellos se acercaron e identificaron desde sus miserias y fracasos personales a los de muchos otros. Poesía y sociedad, desde ciertas y determinadas verdades e intimidades humanas, fueron construyendo puentes que hasta nuestros días se multiplican.
En Hispanoamérica la poesía se realiza como lectura pública en el siglo XX, fuera de las élites. En Europa los lectores ya habían logrado crear sus propicios senderos desde los Siglos de Oro, especialmente por medio del teatro y de precarias ediciones populares de poesía, incluso era frecuente la circulación de aquellas en manuscritos. A fines del siglo XIX, los románticos en Hispanoamérica, sin proponérselo, propiciaron el despertar agazapado de la sensibilidad social por la poesía. Ellos fueron los primeros sorprendidos. En ese encuentro se fue elaborando secretamente un diálogo entre el poeta y los receptores en las recientes sociedades semi-industriales. Surgieron, en distintas partes, posturas que pretendieron hacer de la poesía una pancarta. Otros desearon conservar el intimismo. El siglo XX es depositario de esos planteamientos, intentos y, muy especialmente, del diálogo con una sociedad sacudida, socavada, a veces aterrorizada por las escaramuzas y batallas internas y, obvio, los ecos de la Primera Guerra Mundial, un poco lejanos, en general, aunque ruidosos y atronadores, en las ciudades que apenas dibujaban sus rostros, un poco ya desfigurados.
Fue principalmente en Hispanoamérica donde se logró movilizar con la palabra poética a cientos de personas. En la Ciudad de México se realizó una nutrida manifestación cuando el poeta Rubén Darío no pudo llegar a leer sus poemas, dado que su calidad de diplomático había sido suspendida al ser derrocado el gobierno que representaba. Los biógrafos recuerdan la muchedumbre que acompañó el féretro del poeta a la tumba.
La poesía amorosa y social de Pablo Neruda conmovió a los poetas contemporáneos, a los jóvenes y a amplios sectores de la sociedad hispanoamericana y también en Europa. Fue uno de los que contribuyó con mayor fuerza a llevar la poesía por los caminos de la vida, por sus dolores y alegrías, los goces del amor y muy especialmente de los sentidos –entre ellos el gusto y el olfato, la vista– en tanto que iniciaba la búsqueda renovada de ser otro, de salir del mutismo lacerante para que la palabra recuperara la vida natural o espontánea, íntima y social de los individuos.
Va a ser uno de sus mejores discípulos, un verdadero rebelde, irreverente, nacido en el sur de México, Chiapas, en la capital, Tuxtla Gutiérrez, Jaime Sabines, el que logre fortalecer como ningún otro de sus contemporáneos, ese diálogo entre el poeta y la sociedad.
Fenómeno un tanto extraño resulta que Jaime Sabines desde joven se comportó como un anti-intelectual. Prefirió sólo escribir y publicar sus libros, escasamente colaboró en revistas. No era afecto a la autopromoción en periódicos, suplementos, revistas, menos el reiterado invitado a reuniones de poetas o encuentros de escritores. Le molestaba el vano narcisismo. En su poesía lo dice críticamente con agudo, a veces cruel, sentido del humor. Salvo cuando salía a la luz pública un libro suyo e inevitablemente sus amigos y amigas promovían la indispensable presentación, en un principio en la Universidad Nacional Autónoma de México. Los registros y notas que aparecen en periódicos y revistas que hemos revisado de la segunda mitad del siglo XX, así lo dan a entender. Un día la paradoja lo deja sin aliento. Los premios lo asaltan. Crecen los escenarios públicos y se multiplican y crecen y crecen sorpresiva y sorprendentemente. Los homenajes lo atrapan. El poeta no es capaz de resistir a las invitaciones. Lo doblegan los lectores, y sobre todo, los asistentes a sus recitales multitudinarios. El asombro embarga a todos. ¿Qué sucede?
En varias ciudades hispanoamericanas, especialmente en el centro, norte y sur de México, en conversaciones con jóvenes poetas, desde hace 25 años, nos ha conmovido escuchar respuestas a los más disímiles asuntos con versos enteros de Sabines intercalados en el discurso. Es evidente la apropiación social de la poesía de Jaime Sabines. Es apenas justo señalar que la poesía sabiniana toca fibras profundas; que su palabra ha llegado a detectar verdades esenciales; que la poesía del chiapaneco –no encuentro otras palabras más precisas– es rebelde, sincera y humana. Esto no quiere decir que sea el único que posea estas virtudes. Todos los poetas buscan ser auténticos, en algunos casos ser rebeldes, nadie duda de su sinceridad, más allá de las elusiones y dificultades para su lectura; humana es toda la poesía escrita en tanto la hace viva el lenguaje, aunque algunos poetas se encierren en las altas cumbres del pensamiento y la inteligencia. La diferencia reside, primero, en la real y exacta rebeldía de éste o aquél. Las rebeldías varían con la época y la cultura, la sociedad y el tipo de poetas, incluso en los festivos hermetismos del culteranismo y el conceptismo o el neo-barroquismo hispanoamericano, aunque tan elitistas, nos encontramos con geniales revolucionarios. Han existido momentos donde la palabra poética se ha encumbrado a festejar la inteligencia, las gravedades del conocimiento, las finuras de la sutileza con la que es posible establecer verdaderos gozos intelectuales por los más exquisitos laberintos de la filosofía, el lenguaje, los metalenguajes, y las teorías de las ciencias.
Lo singular en la escritura de Jaime Sabines es que se aleja de esas búsquedas y con una radical intención, desde el principio de su ejercicio, busca la profundidad en la piel, en lo vivamente existencial. Cuestiona los asuntos filosóficos fundamentales, y con una muy personal máscara, recurre a ciertas imágenes e ideas dispuestas con una aparente simpleza, las deja signadas, con profundidad filosófica, sin advertirlo. Centra su escritura en el territorio real, concreto del cuerpo, en los espacios de sus pasiones, deseos, soledades, dichas y desdichas. Sobre todo en los goces del amor y en la inconfundible, inevitable muerte en todas sus rancias presencias. Varios estudiosos y poetas coinciden en señalar que Sabines recurre a un lenguaje descarnado. Aún más: pone en escena aspectos de las pasiones que habían sido velados por la hipocresía, la moral dominante, los falsos pudores. En este sentido él sabe establecer con verdadera genialidad una relación estrecha y oculta con grandes rebeldes que asume con una sutileza abiertamente desconocida, desconcertante e innegable para sus lectores cultos. Existe un diálogo en el que asume y al mismo tiempo critica o se distancia con la poesía de Milton, Blake, Quevedo, Darío, Vallejo, Huidobro y Neruda. En cambio, para ciertos lectores llega con una frescura tal que parece un iluminador extraordinario. Este fenómeno tiene que ver con la manera en que aborda las palabras y, por ello mismo, es posible observarlo alejado de los trillados cantos al amor o el olvido, el erotismo y el placer. Sabines da cuenta de las distintas maneras de cómo el deseo y el amor son en nosotros. Veamos.
La poesía amorosa de Sabines no se reduce a los placeres que emanan de la sexualidad humana. En su poesía la sexualidad recorre momentos de exquisita ternura en ciclos. Cuando el deseo es voluptuosidad deseante, sabe cantar los instantes previos que envuelven al amoroso en la deleitosa zozobra del encantamiento. Se trata, para el poeta, de ese tipo de mujeres, o musas, que portan el hálito, el aura de la sensualidad a flor de piel y que irremediablemente perturba a un amoroso. Ese perturbado delira incontrolado y su deseo se explaya en juegos, en ciertos encuentros, perversos. Otro momento que el poeta detecta y canta es aquel en el que los amorosos después de haberse gozado, de los pies a la cabeza y viceversa, se dejan llevar por los dulces furores del reposo sensual y hablan en silencio y se observan sin mirarse y lloran sin lágrimas y juegan como niños desde la sabiduría que los habita. Yo no lo sé de cierto, lo supongo.
Existe en la escritura de Jaime Sabines una zona de la poesía no reconocida por la historia y la crítica literaria contemporánea, la de tipo místico. En efecto la observamos con una radical diferencia a la tradicionalmente llamada así. En la palabra del poeta chiapaneco nos encontramos con la memoria deseante del solitario o con el deseo fluyente, por realizarse, de éste. Allí la palabra es habitada por una misticidad generada por el deseo que en ese doble movimiento le permite lo que suele llamarse un éxtasis, mejor dicho, contemplación o recreación efectiva y eficiente. El deseo no se aleja de la sensualidad, se trata exactamente de la memoria del deseo. Nada de idealización o sublimación. Es posible entonces hablar de una subversión de la mística en la medida que el amoroso no levanta los ojos de la contemplación al cielo, más sí fija su mirada en el cuerpo real imaginado –poseído o por poseer– con la gracia deleitosa del placer que evoca e invoca.
Los diálogos desde la soledad, en la calle o la cama, con ella, la amada, son otras maneras de cómo la poesía de Jaime Sabines se realiza en los encuentros amorosos.
Una notable forma, lograda con belleza y suma eficacia son las delicadas declaraciones de amor que dejan atrás la sensiblería de todos los tiempos. Más que declaraciones de amor nos encontramos con la realización poética de un encuentro carnal fascinante en el que el hombre ha llegado a descubrir, en el cuerpo de la mujer, la secreta porción de la plenitud amorosa, sensual y erótica que a uno y otro pertenece. También habita en la palabra poética sabiniana el inocultable olvido.
Lo que podemos advertir por lo apenas señalado es que su poesía logra ir más allá de la socorrida trivialidad, más allá de la nostalgia, del deleite morboso, conceptual o simplemente imaginario para llevar o instalar a sus lectores en diferentes momentos de la vida amorosa, tan secretamente cifrada en su vertiginosa y múltiple presencia.
No ignoramos la rica tradición poética oriental, occidental, africana y prehispánica que recrea los mejores momentos del amor humano, entre dos seres. Sabines se distancia y al mismo tiempo viene de ciertos sabios cantos. Intertextualizar es trabajo arduo que dejamos para otro momento y seguramente para otros.
No pensamos en la supuesta poesía popular de Jaime Sabines. Esa idea es un invento de ciertos periodistas anonadados por las multitudes. Sabines nunca buscó ser popular o famoso. De quienes lo pretendieron se burló, y escribió asimismo con absoluta sinceridad, varios poemas irónicos y cáusticos. El temperamento de Sabines no le permitió la vanidad pública. Por ello se alejó, desde el principio, del mundo repetido de las tertulias, de los periódicos, de las revistas y demás focos de atención a su persona. Esta fue una postura clara y definida a lo largo de su vida. Si se revisan las publicaciones literarias mexicanas de la segunda mitad del siglo XX es posible observar que Jaime Sabines no figura en las reseñas de los poetas que van y vienen, que dictan conferencias o participan constantemente en recitales. Son escasas, muy escasas sus presencias públicas. Fueron los lectores, especialmente los universitarios, los que se encargaron de romper sus diques y llevarlo a los escenarios. Era difícil convencerlo para que saliera de sus aposentos u oficios de peatón. Los últimos quince años de su vida fue colmado con reconocimientos. La enfermedad y, sobre todo, una obra sólida y aplaudida, lo condujo a conceder entrevistas y dejarse llevar a algunos espacios. Los aplausos lo sobrecogían y lo dejaban, claro, alegre, pero con una cierta pesadumbre. No era un poeta que supiera o deseara construir una vida pública como escritor. Sin buscarlo encontró el espacio privilegiado, deseado por todo poeta vivo: celebrar la poesía con un numeroso público convocado sólo por la gracia indecible de su obra. Ningún poeta hispanoamericano en los últimos cincuenta años lo ha logrado como él.
De todo lo señalado dan cuenta varios ensayistas, algunos de sus amigos, y especialmente las entrevistas reunidas en este libro.


BIBLIOGRÁFICAS
Gabriel García Márquez. El viaje a la semilla. La biografía.
Dasso Saldívar
BIOGRAFIAS VIVAS ABC

Gabriel García Márquez. Si el realismo mágico y el “boom” de la literatura hispanoamericana abrieron caminos de renovación insospechada a la novela en español. La obra primordial de Gabriel García Márquez, Cien años de Soledad, constituyó su autentica seña de identidad. Los misterios de su vida y pasión por la escritura fueron investigados por el autor de este libro, que viajó a los lugares habitados por sus familiares y amigos, realizó centenares de entrevistas y se sumergió en las hemerotecas y archivos de varios países en busca de datos relevantes. El resultado es una visión completa y profunda de la vida del Premio Nobel colombiano, en uno de los más grandes escritores de nuestro tiempo.

Dasso Saldívar tras abandonar los estudios de Derecho, cursó Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid, donde reside desde 1975. Ha ejercido la crítica literaria y el periodismo en medios de comunicación de América y Europa, y ha colaborado en programas culturales de RTVE, el periódico El Espectador y en revistas como Cuadernos Americanos y Afrique-Asie. Obtuvo el Premio “Jauja” de cuentos y es autor de distintos estudios sobres Cesár Vallejo. Augusto Roa Bastos y Álvaro Mutis.

Cómo se cuenta un cuento
Gabriel García Márquez
TALLER DE GUIÓN DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ


“Lo que más importa en esto mundo es el proceso de la creación. ¿Qué clase de misterio es ese que hace que el simple deseo de contar historias se contar historias se convierta en una pasión, que un ser humano sea capaz de morir por ella; morirr de hambre, de frío o lo que sea, con tal de hacer una cosa que no se puede ver ni tocar y que, al fin y al cabo, si bien se mira, no sirve para nada?”
Gabriel García Márquez

Cómo se cuenta un cuento recoge, junto con La bendita manía de contra y Me alquilo para soñar, la experiencia del taller de guión coordinado por el premio Nobel de literatura en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, Cuba.
En este volumen, Gabriel García Márquez revela algunas claves fundamentales para la creación de un texto, los elementos del complejo proceso de elaboración de una historia, de una ficción en palabras, exponiendo asimismo las aristas de su propio trabajo creativo.

La lengua ladina de García Márquez
Margret S. de Oliveira Castro
AMAZONAS

“… habían llegado unos forasteros que parloteaban en lengua ladina pues no decían el mar sino la mar y llamaban papagayos a las guacamayas, almadías a los cayucos y azagayas a los arpones”. Desde Ojos de perro azul hasta Memoria de mis putas tristes, García Márquez, busca y encuentra para cada palabra la acepción, la tonalidad, el matiz o el sesgo apropiado. Este libro recoge gozoso ese manantial.
De suerte que su lectura, sin importar el orden que se proponga el lector, es el ingreso a un océano de palabras sin orillas lleno de entretenimiento. La lengua ladina de García Márquez es poco más que eso: entretención de la primera a la última página y la única forma de hacer pie en tierra firme es volver, una y otra vez, a disfrutar del peregrino encanto de su obra.
Haciendo eco del desconcierto del anciano granítico que gobierna durante centurias en El otoño del patriarca, los lectores del escritor colombiano podrían exclamar: “¡Carajo, qué bárbaros que son los métodos de García Márquez, comparados con los nuestros.”

Artes de releer a Gabriel García Márquez
Julio Ortega- Compilador
JORALE EDITORES

Este homenaje a Gabriel García Márquez es una compilación de testimonios de lectura, textos críticos y prosa de varia invención entorno a la obra del Nobel colombiano. El tomo busca levantar un balance de la lectura de esa obre, a la luz de la publicación de la memorias del autor. Esas memorias son no solamente una relectura de sus novelas sino también una novelización de su propia vida. Escritores y críticos latinoamericanos, así como españoles y de varias latitudes, suman en este libro el testimonio de la recepción de la narrativa de Gabriel García Márquez en una celebración de us signo latinoamericano y universalidad creativa. En la compilación sobre salen los nombres de artistas como: Helena Araújo, Antonio Benítez Rojo, Lisa Block de Behar, Alicia Borinsky, Alfredo Bryce Echenique, Jorge Carrión, Juan Gustavo Cobo Borda, Luis Correa-Díaz, Carlos Cortés, Felipe Cussen, Arturo Echavarría, Gustavo Faberón-Patriau, Eloy Fernádez-Porta, Juan Francisco Ferré, Rodrigo Fresán, entre otros.

Los García Márquez
Silvia Galvis
OCEANO


“Esta familia tiene Nobel, ingeniero, monja, periodista, comerciante, cónsul y bombero, pues también tenía que tener oveja negra y ese soy yo” dice Margot García Márquez que dijo Alfredo, Caqui, García Márquez, en frase que es verdadera descarga de humor cerrero.
Hay consenso entre ellos de que los once hermanos García Márquez se dividen en dos: los conversadores y los callados. Los primeros son Jaime, Ligia, Aida, Gustavo y Hernando. Los silenciosos son: Margot, Luis Enrique, Rita y Eligio. Gabo, Gabito, García Márquez (con los tres apelativos aparece este libro) pertenece a ambos bandos; es decir, habla y escucha por igual. Rescatar episodios de la vida de los García Márquez, los inéditos, los no conocidos, los no famosos; recoger la historia de la familia y de sus miembros, uno por uno, fue la idea de Silvia Galvis (escritora y periodista colombiana con varios textos públicados y columnista del diario El espectador de aquel país) cuando decisión trabajar en la preparación de este libro.
Un año pasó desde que le vino la idea hasta lograr la primera entrevista; y el primer García Márquez que supo el proyecto fue Eligio, el periodista y Benjamín de la familia, y no le sonó.


PIEDRA DE TOQUE

DEL DIARIO DE ODACIR

MI ENCUENTRO CON GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ


Ricardo Cuéllar Valencia

Invité a Gabo a sentarse en la silla que estaba a lado de la mía alrededor de nuestra mesa. El café Opera se encontraba casi lleno; la mayoría de los que acuden a cenar allí son escritores, músicos, pintores, artistas o amigos de ellos. Aceptó de inmediato compartir con nosotros. Ya venía preparado, (luego lo supe), había pedido permiso a su esposa para conversar con los paisanos. Lo primero que dijo, husmeando en el entorno, para saludar fue: esta mesa huele a colombiano. Ordenó una copa de coñac. Brindamos por el honor de conocernos.
La música mexicana, interpretada por un trío, con instrumentos tradicionales, sonaba de mesa en mesa, con delicado y grato tono. Un enorme espejo barroco instalado a la izquierda da la impresión de un salón del siglo XIX. No se escuchaba el ruido vocinglero de las conversaciones. Dirigiéndose a mi con gesto amable e indagándome dijo: ¿Qué tal Chiapas, cómo le va por allá? Hay tiempo para todo, hasta para escribir, le dije y soltó una carcajada que contagió a los otros contertulios. Y comentó: Eso le pasa por meterse a vivir en el trópico. Algo de paraíso tiene el trópico, pero también de infierno; más de infierno que de paraíso. Y lo peor es que no hay purgatorio. ¿O sí? Nada, contesté. Allí se navega de las lluvias torrenciales a los calores qua ahogan. La única pausa la ofrece una cerveza a las dos de la tarde. Todo lo demás es delirio. Y remató con una frase: se ve que amas la tierra donde vives.
De pronto cambió el sentido de la conversación y me dijo afirmativamente: Es usted caldense. ¿Cómo lo sabe? Hombre: he recorrido toda Colombia, kilómetro a kilómetro, conozco el país al dedillo; cuando trabajé como periodista me la pasaba de norte a sur y de oriente a occidente. Su tono de voz y gestos no son los típicos de los antioqueños, nerviosos y directos, ni tan pulidos e indirectos como los de los bogotanos. Soy una síntesis de los dos pues mi madre era caldense y mi padre bogotano, le comenté. Eso deletreaba. Estas son las ventajas de ser viajero desde antes de nacer, sentenció.
Me dice Mutis que eres lector de Simón Bolívar. Me apasiona, le respondí, es un poeta de primera. No sólo por sus hazañas épicas cantadas por varios poetas, sino su vida amorosa, que fue una aventura donjuanesca de tipo bayroniana, pero con rasgos muy propios. Eso es cierto. Escribo una novela sobre sus amores. Esa es la novela que hacía falta sobre Bolívar, anoté. Sí pero tengo dudas y me faltan algunos detalles. Por ejemplo: que mes y día exacto llegó Bolívar a La Dorada, antes de embarcarse por el río Magdalena para Santa Marta. El que sabe de esos detalles es Gustavo Vargas Martínez, le respondí. Si, hablo con Gustavo dos o tres veces a la semana. Y ¿Cuál es el argumento central? No se puede contar. Les digo la verdad: ya dejé la idea de los amores de Bolívar. Me trastornó descubrir el Diario de Prospero Reverend. He cambiado el rumbo de la novela. Es otra. Ya verán.
Había llegado yo de Tuxtla Gutiérrez a principios del mes de junio de 1984 a la Ciudad de México. Las Jornadas durante toda una semana, concluidas un viernes, resultaron muy gratas por la presencia de amigos y escritores mexicanos y colombianos. Presentamos el libro de Fernando Vallejo Barba Jacob el mensajero. Fernando se negó a asistir personalmente para comentar su biografía del poeta antioqueño. Yo no tengo nada que hacer allí, digan ustedes lo que se les antoje, fue su comentario a Fabio Jurado. Fabio escribió un lúcido texto y así presentamos el trabajo de ese iconoclasta, muy poco conocido en México, por entonces. José María Espinaza habló de la obra narrativa, inconclusa, del caleño Andrés Caicedo. Varios poetas y narradores residentes en México leyeron algo de su obra inédita. Un ensayista costeño presentó un trabajo original e inédito sobre las relaciones y deudas de la poesía de Álvaro Mutis con la de León de Greiff. Mutis, que se encontraba entre el público, asentía los bien fundamentados análisis de Ariel Castillo. Me dijo, estaba yo a su lado: este hombre sabe más que yo de mi poesía. Lo voy a contratar como espía. Nos reímos. Se lo dijo al finalizar la conferencia y agregó: Publica esa vaina, vale la pena que se conozca, claro, con algunas salvedades.
Apenas había salido al mercado El amor en tiempos del cólera de García Márquez y se me ocurrió comentarle al maestro que el azar me había puesto a mi lado esa noche: que maravilla que se atreva a escribir una novela de amor, tema tan mal tratado y casi en desahucio. Hombre, respondió de inmediato: ¡hay que ser romántico descarado! Era, continuó, un tema que tría en la cabeza hace años. La escribí al mismo tiempo que otros trabajos. Me costó mucho. Obvio que cuento mi vida, la de mi padre y mi madre y mucha ficción, como debe ser. Es una novela que quiero mucho. Su dedición de defender el amor a capa y espada me anima a publicar mis poemas de amor, observé. Me dijo: lo importante es no caer en la cursilería, en los lugares comunes y menos repetir a Neruda. Déjeme leerlos cuando guste. Los paisas son buenos poetas.

Traía causalmente dos libritos míos y aproveche para dárselos. Con timidez se los ofrecí. Mi trabajo Simón Bolívar y las guerras de independencia en la Nueva Granada y el poemario Fatiga de los cereales. Me pidió que se los dedicara. Un gesto me sorprendió. Tomo los libros en sus dos manos y los mantuvo en ellas hasta que se levantó de la mesa. En ningún momento los colocó sobre la mesa y menos los llevó al bolsillo de la chamarra de gamuza café que portaba. La delicadeza del gesto me dejó admirado por su respeto por el otro. Nunca había observado un acto de esa naturaleza de un escritor frente a otro, más allá del valor literario de lo ofrecido.

Me encanta conocerlo por azar y no por medio de una cita previa, le comente. El azar es definitivo. Mi vida esta hecha de azares maravillosos, advirtió y empezó a narrar la manera como por un encuentro brindado por el azar le fue posible obtener la beca que lo llevó a estudiar el bachillerato en el Colegio de Zipaquirá, población cercana a Bogotá. Fue una exquisita narración oral como suele hacerlo cada vez que se encuentra entre amigos.
Uno y otro de los compañeros presentes en aquella reveladora noche en el café Opera hacía preguntas al maestro de la escritura literaria en Hispanoamérica que generosamente había decidido acompañarnos para departir un buen rato. Nos comentó de sus estancias en Barcelona, en especial cuando escribió El otoño del Patriarca. Y por qué Barcelona, le comentó Oscar Castro. El clima y la distancia fueron determinantes, afirmo sin más explicaciones; del encuentro con Neruda en Santiago de Chile: es un poeta que admiro mucho, sobre todo por la Primera residencia en la tierra, allí es magistral; de cuando conoció a Güimareas de Rosa, ese maestro de la prosa en lengua portuguesa; de sus deudas con Juan Rulfo, en lo que insistió con preguntas audaces Fabio; de cómo había escrito algunos cuentos. En fin, los diálogos fluían con las contorciones de cada pregunta o apunte de este o aquel.
Se levantó diciendo que iba a los servicios. Pasados diez minutos un mesero me llamó para que fuera a la mesa de su esposa, Mercedes, quien conversaba con la esposa de Nicolás Suescún, un poeta colombiano, de visita por México. Me preguntó: ¿Dónde está Gabriel? Fui a buscarlo y no lo encontré. Va a aparecer, dijo ella con plena confianza. Pasaron unos quince minutos más; nosotros conversábamos. De pronto miré a la puerta derecha que da a la calle y medio escondido lo vi que me hacía guiños para que fuera a verlo. Fui. Me dijo: me salí para no tener que despedirme de tanta gente que está aquí. Las ceremonias de las despedidas son muy prolongadas. Era apenas un gesto de su timidez. Fui por Mercedes, la tomé del brazo y se la llevé hasta el automóvil donde esperaba Gabo a las dos amigas. Me dio su teléfono: llámame cuando quiera, me dijo, sonriente. Nos despedimos con un fuerte abrazo.
Los amigos nos quedamos otro buen rato degustando el encuentro con un hombre que reveló a cada instante una sencilla manera de ser, de quien sabe escuchar con atención e interés por lo que el otro dice. Colocaba un brazo sobre la mesa y se dejaba llevar por el flujo de sus recuerdos o ideas sobre el tema que le inquiríamos con su inconfundible acento costeño. Cuando le preguntamos sobre la política colombiana, después de escucharnos, dijo de manera lapidaría: sobre ese asunto prefiero que hablemos cuando estemos en Colombia. Una elegante manera de eludir una declaración política. Gabo también es diplomático.


MÉTODO FÁCIL Y RÁPIDO PARA SER POETA
Jaime Jaramillo Escobar

POESÍA EN TIEMPO DE VIOLENCIA


En este año se está preguntando mucho para qué poetas en tiempos de guerra. Esa pregunta sale de aquellos que quisieran eliminar la poesía porque consideran que la conciencia del poeta, su pensamiento y reflexión, son contrarios a la guerra.
Pero la verdad, como siempre, es muy simple. Existen dos clases de individuos: los belicosos y los pacíficos. En uno y otro bando hay poetas. Nadie está interesado en callar a los poetas belicosos. Solamente quieren acallar a los poetas pacíficos, o convertirlos al bando de los guerreros. Esa es la conclusión. Siempre ha habido guerras y violencia, y siempre han existido los poetas. Nunca su suprimirá a los violentos, ni tampoco a los pacíficos, porque los pacíficos tienen mucha resistencia. A unos hombres les gusta hacer la guerra. Otros prefieren la poesía y la música. Y hay, por cierto, música militar y poesía épica. Ese cuestionamiento que se quiere hacer ahora a los poetas carece de buen sentido. Proviene, o de la ignorancia, o de la mala fe. Fariseos e hipócritas. Por lo tanto debemos desestimarlo. No significa nada. Los asesinos siguen disparando y los poetas cantando. Cada uno en lo suyo. Así es la vida. Me quedo con los poetas.
¿Qué hacen los poetas en la guerra? Pues escribir poemas. Poemas que circulan clandestinamente, unos para avivar a los fogosos combatientes, y otros para llevar un bálsamo dichoso a los damnificados, y a los que permanecen al margen de las hostilidades. Por lo tanto, cuando más útil resulta la poesía es precisamente en tiempos de guerra.
En mi viejo librito de historia para la escuela secundaria, escrito por don Nicolás Bayona Posada, todavía se puede leer aquello de Tirteo:
“Tirteo era, según la leyenda, un maestro cojo y tuerto, a quien se había confiado la educación de los mendigos de Atenas. Los espartanos, viéndose necesitados de militares que los instruyeran en las artes de la guerra, solicitaron a los atenienses el envío de un general, y los atenienses –a veces burlones– les enviaron inmediatamente a Tirteo. No conocía éste el manejo de las armas bélicas, pero sí el del verso heroico. Y se dio a entusiasmar a los soldados con himnos guerreros tan hermosos, que fue aclamado como jefe supremo de las tropas espartanas y nunca fueron vencidos los soldados a quienes animaba con sus poemas”.
Para los más, en tiempos tan viles como el presente, la poesía es también un refugio. Se sacará a los hombres pacíficos de su último refugio y se les prenderá fuego. Pero ellos no estaban allí por miedo, sino por asco. Que al menos quede eso en claro.

NOTAS

1. Milton era un verdadero poeta y, por lo tanto, partidario de los demonios, aunque no lo sabía. WILLIAM BLAKE

2. La poesía misma será escrita en términos de explosivos y gases mortales. HENRY MILLER

3. El honor de la poesía fue salir a la calle. Fue tomar partido en este combate y en aquél. No se asustó el poeta cuando le dijeron insurgente. La poesía es una insurrección. Los poetas odiamos el odio y hacemos la guerra a la guerra. PABLO NERUDA

4. Toda guerra es una derrota para el espíritu humano. HENRY MILLER

5. Nos rebelamos, tanto ante la idea de matar a los semejantes, aunque sea para convencerlos, cuanto a ser convencidos del mismo modo. ALBERT CAMUS

6. La violencia es la más alta expresión de la energía humana, ya sea intelectual o física. Es una verdad que por fin se ha descubierto, gracias a nosotros. Y al que crea lo contrario se lo demostraremos usando precisamente de la violencia, y entonces ha de creer, lo mismo que nosotros. Por casualidad, ¿no cree
usted también lo mismo? PÄR LAGERKVIST

7. Sobre cualquier otro factor que pueda mencionarse para explicar la guerra, está la confusión. Cuando las otras armas no responden, se acude a la fuerza. El que pelea reconoce que está confundido. Es un gesto de desesperación, no de fuerza. HENRY MILLER

8. El neolítico se muestra pacifico porque había tierra abundante y fácil para todos con sólo tomarla. Pero los ideales belicosos de la fase siguiente fueron debidos en parte a las poblaciones en aumento y a la escasez de nuevas tierras para alimentarlas. JACQUETTA HAWKES

9. Nadie está a salvo cuando una guerra civil estalla. MARY RENAULT

No hay comentarios:

Publicar un comentario